lunes, 6 de abril de 2020


Cuarentenas de ayer
Quibdó, años 1970. Fotos: Archivo fotográfico y fílmico del Chocó
1-Tubería de conducción de materiales de la draga que rellenó los pantanos de Quibdó.
2-Quebrada La Yesca en la subida del barrio La Yesquita al Niño Jesús.
3-Carrera Primera, con puerto maderero y construcciones sobrevivientes del incendio de 1966.
4-Indígenas en cercanías de la casa de Don Raúl Cañadas, Carrera 4ª, de la Calle 26 hacia la 25

El lunes 29 de abril de 1935, la Dirección Intendencial de Higiene del Chocó ordenó el cierre de “colegios, escuelas y salones de espectáculos públicos, en atención a que la epidemia de la gripa o influenza se ha recrudecido y está tomando cada día características más graves” [1]. Aún no habían pasado tres meses de la inauguración del Hospital San Francisco de Asís, de Quibdó. Hacía 10 días que se había celebrado la Procesión del santo sepulcro, con bastante concurrencia e incluyendo gente venida de los campos o zonas rurales, como en todas las celebraciones de la Semana Santa de ese año. Veintiún días atrás había sido creada la Cámara de Comercio de Quibdó, con jurisdicción en todo el territorio de la Intendencia del Chocó.

El cierre preventivo fue ordenado por el término de esa semana, pues en todas las casas de Quibdó había cuatro o cinco enfermos y la epidemia ya se extendía hasta Tutunendo. El médico Antonio José Rodríguez, de la Dirección de Higiene, en su acostumbrada visita dominical a ese corregimiento, había constatado con sus propios ojos que allí más del 30% de la población estaba enferma de gripa o influenza y que, incluso, dos enfermos se encontraban en estado agónico. “La consulta externa del Hospital es insuficiente para atender a los exámenes. Las fórmulas se siguen despachando gratuitamente en la Botica Alemana”, informaba el periódico ABC, de Quibdó, en su edición 2991, del 29 de abril de 1935 [2].

El Médico Jefe del hospital era entonces el Doctor Alfonso Borda Mendoza, primero en ocupar dicho cargo, quien había llegado a la ciudad en octubre del año anterior, para asumir el nombramiento hecho por la Intendencia y organizar todo lo necesario para la inauguración del hospital, que se llevaría a cabo el domingo 3 de febrero de 1935.

El territorio chocoano era entonces bastante insalubre, pues, por ejemplo, aún en ciudades como Quibdó abundaban pantanos que actuaban como focos infecciosos, no existía un servicio de agua potable y las aguas servidas corrían libremente por patios y calles, a través de cloacas improvisadas o en los patios de las casas, ya que tampoco había aún servicio de alcantarillado. De ahí que, con acierto admirable para una época en la que aún no se sabía tanto de epidemiología y salud pública como hoy, la Dirección Intendencial de Higiene y el Hospital contaban con un equipo médico dedicado a la realización in situ de campañas intensivas de salubridad.

Así, el Doctor Jesús Sánchez Núñez tenía a su cargo la zona del Litoral Pacífico, que atendía desde Nuquí, pues la colonización dirigida de Bahía Solano aún no estaba concluida y el lugar aún no tenía categoría municipal. La lancha Beato Claret, de propiedad del Padre Francisco Onetti, Misionero Claretiano, le servía frecuentemente de apoyo para su labor, hasta que dispuso de su propia lancha, puesta en funcionamiento a la manera de un centro médico ambulante.

El Bajo Atrato estaba a cargo del Doctor Alfredo Lleras Pizarro, quien tenía su sede en Sautatá, donde se ubicaba el famoso ingenio azucarero de los Meluk y los Abuchar, empresarios sirios que llegaron a tener en ese lugar 400 trabajadores de planta y 18 kilómetros de rieles para el transporte interno del producto de las zafras o temporadas de corte de caña para la producción de azúcar. Gran parte de las campañas sanitarias de esta subregión se llevaban a cabo por vía fluvial, mediante recorridos programados del médico para dar comienzo a las acciones preventivas y de control de enfermedades; así como para prestar sus servicios de consulta médica.

La atención de la zona del San Juan estaba distribuida entre el Doctor Germán Abadía Santamaría, quien atendía desde Istmina, y el Doctor Emilio Dualiby, quien lo hacía desde Condoto. En ambos casos, como lo registran los informes de la época, eran notorios y eficientes los servicios médicos prestados por estos profesionales.

Quibdó estaba a cargo del Doctor Antonio José Rodríguez, reconocido como un “fervoroso partidario de las campañas” [3], pues no solamente fue su promotor, desde la Dirección Intendencial de Higiene, sino que, además, fue precursor en la preparación de personal paramédico, como los llamados inspectores de sanidad, jóvenes chocoanos a quienes él mismo preparó en labores de prevención y atención básica, como apoyo a los médicos encargados, por ejemplo en las campañas contra el pian [4]. En Tadó, Sipí, Nóvita, Condoto e Istmina, los médicos contaban con el apoyo de dichos inspectores de sanidad.

Esta modalidad de cobertura del servicio público de higiene y salud se mantuvo casi igual hasta los primeros años de la vida departamental del Chocó, cuando no pocas cosas provenientes de la era intendencial empezaron a ser modificadas, en nombre de la autonomía que le confería a la región su nueva condición político-administrativa.

Quibdó, Carrera Primera años antes del incendio de 1966.
Foto: Archivo fotográfico y fílmico del Chocó.
A principios de la década de 1960, aunque no habían sido totalmente erradicadas del territorio chocoano, enfermedades como el pian, la anemia tropical, la tuberculosis y el paludismo, entre otras, sí habían sido puestas a raya y su prevalencia se había reducido significativamente. Una mezcla de los avances clínicos y farmacológicos de la ciencia médica, de la promoción de los esquemas de vacunación y de la identificación y validación de medidas de salud pública tan sencillas como el lavado de manos, el aislamiento temporal o cuarentena, la desecación y desinfección de pantanos, hervir el agua y usar zapatos en la medida de lo posible, bañarse a diario y usar ropa limpia, contribuyeron a esos avances. Mucho de lo que hoy nos parece una nimiedad fue en su momento gran novedad y contribuyó a la salvación de muchas vidas.

Para no ir muy lejos, en Quibdó, por ejemplo, el acueducto para la zona central de la ciudad fue inaugurado en el año 1942 y el alcantarillado de la misma zona data de la década de los años 1960; ambas obras fueron producto del trabajo del Instituto de Fomento Municipal, Insfopal, y Acuachocó. Una draga del Ministerio de Obras Públicas rellenó los pantanos del dique del Atrato, casi hasta el lomerío de la ciudad, entre finales de los años 1960 y principios de los 1970. Las vacunas llegaron hasta las propias escuelas y los hogares en esa misma época. Los controles de salud de la población, con énfasis en la niñez, se hacían con regularidad y eficiencia, y gratuitamente, por la Dirección de Higiene; incluso, las escuelas y colegios tenían acceso a un servicio médico gratuito y las autorizaciones para su uso las expedían enfermeras auxiliares que atendían las enfermerías que había en dichos establecimientos. Todo esto modificó radicalmente el panorama de la salud pública de la ciudad, aunque los problemas no desaparecieron.

De hecho, mientras las vacunas se masificaban y toda la población se convenció de su utilidad y accedió a ellas, entre 1950 y 1975, aproximadamente, aún la Dirección de Higiene tenía que vérselas en Quibdó con periódicas y cíclicas epidemias de sarampión, viruela, varicela, paperas y rubeola, por ejemplo. Amplios sectores de la ciudad, sin distingo de clase ni raza, mucho menos de sexo, religión o filiación partidista, eran cada año presa de dichas enfermedades. En una misma casa de aquel Quibdó de hace 50 años fácilmente se encontraban simultáneamente enfermos de sarampión, varicela y viruela, la mayoría de las veces conviviendo en los mismos dormitorios e incluso en las mismas camas.

Los médicos del Hospital San Francisco de Asís, aún ubicado en la loma donde fue originalmente y bellamente construido, y el personal del servicio público de Higiene, una de cuyas últimas ubicaciones fue la casa de don Delfino Díaz en la que hoy funciona la organización Cocomacia (Carrera 3ª entre calles 23 y 24), desplegaban todo su potencial científico y humano para combatir esas olas epidémicas. Y a fe que lo lograban, con una eficacia envidiable, quizás porque a su humanismo y responsabilidad se sumaba el carácter público y gratuito del sistema, que era literalmente un servicio estatal, no un negocio privado.

Es así como, además de los tratamientos que ordenaban para curar la enfermedad ya presente, el personal médico y de enfermería prescribía medidas para impedir su expansión por contagio, tales como el aislamiento temporal o cuarentena, de cuyas bondades convencían a adultos responsables y a niños y jóvenes enfermos; al punto que, durante los días que fueran necesarios, los hermanos sanos no se acercaban a los enfermos aún si compartían el mismo dormitorio en la casa, los enfermos no se asomaban ni a la puerta de la calle y se resignaban a jugar lo que se pudiera jugar desde la cama, acostados. Aunque, claro, no faltaban las infracciones, como aquella frecuente de perseguir al hermano sano por toda la casa intimidándolo con la posibilidad de contagiarlo si no hacía lo que el enfermo quería.

Algo de héroes y heroínas tenían aquellos niños y aquellas niñas que, durante por lo menos una semana y a veces más, soportaban casi sin rascarse aquella monstruosa picazón, ese escozor de mil diablos cuya intensidad no podían explicar porque aún no tenían suficientes palabras para hacerlo. Dos promesas básicas movían su heroísmo: que no les quedarían cicatrices ni manchas indelebles en el cuerpo y que cada vez que se pudiera les comprarían una malta para que se la tomaran como refrigerio, adicional a la comida, que incluía para ellos alimentos o porciones adicionales. El miedo a que las paperas de los hombres se bajaran a los testículos y las de las mujeres a los senos era una cosa que ninguno de los enfermos entendía realmente, pero que sí los asustaba lo suficiente para no correr ni hacer actividades físicas mientras duraba el peligro, un lapso que era controlado por la mamá, quien, alguno de esos días, cuando la niña o el niño ni siquiera lo esperaban, les contestaba que sí a la insistente pregunta matutina diaria acerca de si ya podían salir a jugar.




[1] Periódico ABC. La Dirección de Higiene ordenó hoy cierre de escuelas, colegios y salones de espectáculos. ABC, Quibdó, edición 2991, abril 29 de 1935.

[2] Ibidem.

[3] Periódico ABC, edición 2952, 9 de febrero de 1935. En:

[4] El pian llegó a ser una enfermedad endémica en vastas zonas del mundo, entre los años 1920 y 1970, aproximadamente. En el Chocó fue muy frecuente y gran parte de los esfuerzos médicos durante más de tres décadas se orientaron a su erradicación. Más información acerca de esta enfermedad, puede ser consultada en esta nota de la OMS: https://www.who.int/es/news-room/fact-sheets/detail/yaws

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