lunes, 20 de abril de 2020


Sssssshhhhh…

Cantar desde los balcones en las noches… Aplaudir todos los días a determinada hora para felicitar y agradecer a quienes ahora hay que llamar héroes o asistenciales o sanitarios, en lugar de médicos/as o enfermeras/os… Tocar una canción entre varios músicos, cada uno desde su casa, al frente de la cámara de su computador y bajo la coordinación y organización de alguno de ellos o del director cuando se trata de una sinfónica, filarmónica o similar... Sentarse frente al televisor a ver y oír a los gobernantes hablando durante horas, diciendo lo mismo cuatro decenas de veces, de distintas maneras, todos los días, en el mismo sentido, del mismo modo y en sentido contrario... Cumplir citas virtuales para celebrar cumpleaños o para charlar un rato, mostrarse los cuartos, los escritorios, las comidas, los animales, las caras y los cuerpos, la vestimenta, mientras cada uno se toma una copa de vino cuyo sitio de compra se cuentan y cuyo precio se presumen, pero, no por caro y bueno, sino por barato y pasable o aceptable, como se estila ahora… Especular, casi hasta la apuesta, si la cuarentena será o no extendida cuando finalice su término actual; si los muertos de la región serán tantos o cuantos en el boletín de esta tarde… Defender los unos, los otros reprochar, condescendiendo los unos y sin miramientos los otros, a la esposa del alcalde o del gobernador, que, prevalida de un autotítulo de gestora, con ínfulas de gobernante, con poses de funcionaria y actitud de benefactora, sigue repartiendo mercados, tomándose fotos mientras lo hace y poniendo su imagen como fondo en las tarjetas digitales mediante las cuales la entidad llama a la solidaridad, como si uno no supiera que no es una foto de catálogo, sino una cónyuge propasándose por vanidad…

…Y así, sucesivamente, de día y de noche, a toda hora.

Leer y releer las, mínimo, 5 o 6 páginas de cada decreto de emergencia, haciendo y volviendo a hacer exégesis jurídicas, comprensiones lectoras, rondas de opinión y consideraciones varias… Mirar y mirar, comentar y comentar cifras, mapas, infografías, gráficos, explicaciones, aplicaciones, preocupaciones, opiniones… Oír, desde que amanece y a todo taco, emisoras de radio que hablan de cifras, de gráficos, de explicaciones, de aplicaciones, de preocupaciones, de opiniones, de interpretaciones… Ver telenoticieros porque sí y porque no, aún a sabiendas de lo que van a decir, de lo que van a mostrar, de lo que van a especular… Buscar en las autodenominadas redes sociales qué es lo último, hasta dar con el médico chino o indonesio que vive hace 40 años en una aldea de Pernambuco, en un caserío de Usulatán, en un villorrio de Chiriquí o en un poblado africano de un país siempre indeterminado, y que ha probado, en el laboratorio de biología molecular del mesón de la cocina de su casa, que basta una toma de bicarbonato de sodio diluido en agua caliente con unas gotas de limón de patio ajeno y vinagre de frutas de supermercado barato, para contener la pandemia; mientras en todo el mundo decenas de universidades y grupos privados de investigación buscan afanosamente, con miles de millones de dólares puestos por media docena de laboratorios farmacéuticos, que se babean por ser los primeros en conseguirlo, sintetizar vacunas o tratamientos efectivos contra el malhadado virus que tiene doblegado el mundo y a su merced hasta los más soberbios tiranos, escríbase su nombre en inglés, en mejicano o en portugués, incluso en alguna lengua de caracteres cirílicos o ideográficos.

…Y así, sucesivamente, de día y de noche, a toda hora.

Conectarse desde temprano a los medios virtuales institucionales o empresariales, para cumplir con el teletrabajo o el trabajo en casa, que en muchos casos incluye dar señales permanentes de actividad laboral o dejar constancias de que se está trabajando durante el tiempo de trabajo; así como tolerar los estrambóticos horarios de quienes no encuentran nada mejor que hacer en su propia casa que trabajar… Asistir a clases magistrales virtuales con duración de una hora o más, evitando distraerse por la parsimonia docente o por la dispersión discente, por los ruidos de la calle y de la casa o por los propios ruidos de la conciencia soñolienta o perezosa, que no termina de adaptarse a un esquema académico inusual… Quejarse de viva voz por el inusitado incremento del costo de las facturas de los servicios públicos y lamentar sin ambages la certeza inmodificable de que ni los patronos ni las universidades ni los colegios van a contribuir a su pago…

…Y así, sucesivamente, de día y de noche, a toda hora, sin un minuto de silencio.

¿Podríamos quedarnos callados y dejar de hacer ruido tan siquiera durante un minuto, una noche de estas?

Arco del Triunfo, París, abril 2020.
Foto: CordonPress. Tomada de National Geographic España. https://www.nationalgeographic.com.es/fotografia/ciudades-
fantasma-calles-vacias-por-coronavirus_15336/11


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