lunes, 15 de octubre de 2018


¡Feliz cumpleaños, Mamá!


Hoy cumpliría 86 años la mujer con los ojos verdes más hermosos, profundos, sinceros, cálidos y acogedores que yo haya mirado: los mismos ojos que por primera vez me miraron en la vida, los mismos ojos que -hace ya cinco meses- dejaron de mirar para siempre y por eso ya nunca más me volverán a mirar.

Cuando mi mamá nació, Quibdó rondaba los 30.000 habitantes y su perímetro urbano estaba conformado por los barrios “la Yesquita (Bebaracito, Pacurita y Chipi-Chupe), la Yesca Grande (Chambacú, Panamá y Caicedo y Cuero), Belén de Judea (Chicharronal y el sitio de Betecito), Alameda Reyes (Boca de Cangrejo, Munguidocito, Tres Brincos y Pantanito), Barrio Norte (Roma), Barrio La Carretera (La carretera interoceánica hoy llamada Avenida Istmina), Barrio del Centro: que es el núcleo de las calles y carreras donde se ejercitan las actividades comerciales. La ciudad está dividida en la actualidad [N.B.: año1933,] en 13 calles y 9 carreras, sin tener en cuenta las de algunos barrios insuficientemente demarcados…[1].

Avisos de la época publicados en el periódico ABC.
Tomados de: http://www.archivofotograficodelchoco.com/comercio.html

Aviso de la época publicado en el periódico ABC.
Tomado de: http://www.archivofotograficodelchoco.com/comercio.html
En ese momento, en Quibdó había fábricas de jabones, de gaseosas, de baldosas, de hielo y de velas. La oferta comercial de la ciudad era tan variada como internacional, gracias a la relativa facilidad con la que llegaban toda clase de artículos importados de Europa, del Gran Caribe y de los Estados Unidos. Zapatos y telas, licores y enlatados, cigarrillos y tabacos, maquillaje y perfumes, salsas y condimentos, porcelanas y cristalería, arroz y cemento, etc., viajaban en las embarcaciones que hacían la ruta entre Cartagena y Quibdó, procedentes de allá o de Barranquilla. El cargamento de los barcos incluía también música mexicana y cubana, de cuya reinterpretación nació el son chocoano y los músicos locales le infundieron aires atrateños al mágico y universal bolero, convirtiendo ambos ritmos en exquisita y apetecida materia prima de las cadenciosas serenatas que adornaban la penumbra y el silencio de aquellas noches quibdoseñas pobladas de leyendas, de amores furtivos y recónditas ilusiones, de guitarras portentosas y silencios monumentales. Así me lo contaba mi mamá, cuando yo era un niño que la acompañaba en la cocina o mientras ella cosía en su máquina Singer de toda la vida; orgullosa y nostálgica de los tiempos de la Intendencia, de los cuales alcanzaron a tocarle 15 años.

La Intendencia estaba celebrando 25 años de haber sido erigida y tenía aproximadamente 100.000 habitantes cuando mi mamá nació. Para entonces, debido al declive de la producción rusa, el Chocó había llegado a ser el primer productor mundial de platino, un metal que -de ser desechado por tratarse de oro biche- se había transmutado en materia prima apetecida y cada vez más solicitada por las entonces incipientes industrias electrónica y aeroespacial, así como para la fabricación de aviones y armas, y -en términos generales- para la producción de todo tipo de elementos que necesitaran alta resistencia al calor; ya que el platino se caracteriza por su gran dureza, por tener un punto de fusión elevado y por su gran capacidad de conducción eléctrica.

Habían pasado pocos días de la celebración de los primores de quinceañera de mi mamá, en 1947, cuando la Intendencia fue ascendida a Departamento, por obra y gracia de una pléyade de chocoanos ejemplares y honestos que se habían organizado y movilizado en pro de lo que consideraban la más justa causa.

“La primera mitad del siglo XX fue un período de grandes cambios en el Chocó. En materia político administrativa, en 1907 se constituyó la Intendencia del Chocó, la cual cuarenta años después, en 1947, fue elevada a departamento. Algunos estudios han coincidido en afirmar que el departamento vivió un auge relativo durante las tres primeras décadas del siglo XX. En este período se consolidó la explotación de oro y platino por parte de compañías extranjeras, las cuales, gracias al uso de dragas en su explotación, aumentaron significativamente la productividad. Adicionalmente, se registraron algunos intentos de desarrollo agroindustrial como el ingenio de Sautatá, se consolidó una importante actividad comercial a través del río Atrato y se generó una pequeña industria en Quibdó para atender el mercado local. Sin embargo, gran parte de este auge se frenó durante los años cuarenta y el departamento terminó la primera mitad del siglo XX con un estancamiento relativo significativo, en el cual ha permanecido hasta la fecha”[2].

Nació, pues, mi mamá en una de las épocas más productivas, brillantes y talentosas de la historia de las tierras quibdoseña y chocoana, aunque también de mayor inequidad y exclusión por motivos socioeconómicos y raciales. Una época en la que Quibdó llegó a ser una ciudad literalmente cosmopolita e interconectada con el mundo:

“Varias razones ayudan a explicar el curioso esplendor de un lugar orillero, entre la selva chocoana y las aguas torrentosas de un río. Mientras en el siglo XIX la tagua y el caucho atrajeron a los comerciantes foráneos, a comienzos del XX fueron el oro y el platino. Sobre todo, este último, pues luego de la revolución bolchevique, en Rusia, las minas de este metal dejaron de explotarse en los montes Urales. Entonces se supo que había un villorrio perdido en las selvas de Suramérica, donde había platino como agua. Ansiosos por explorar estas vetas, llegaron colonos ingleses, alemanes, putas y aventureros, pero también un número apreciable de ciudadanos siriolibaneses que se afincaron por esos contornos para fundar industrias, comprar metales, vender enseres y abalorios, o montar flotas de navegación entre Quibdó y Cartagena, por el norte; o hacia Condoto, Istmina o Andagoya, el enclave minero, por el sur.
A pesar de que en las primeras décadas del veinte, desde el gobierno de Rafael Reyes, Chocó era considerado solo una intendencia, con el carácter marginal que este título le imponía, en la práctica estaba más conectado con el mundo que Medellín. Desde el siglo XIX ya había imprenta en Quibdó, y se publicaban periódicos como Ecos del Atrato o la revista Chocó.
Mientras la red de carreteras y la del ferrocarril apenas comenzaban en el país, los viajes fluviales eran obligatorios para ingresar desde el Caribe al interior, por el Atrato; o para salir, desde los Llanos Orientales hacia el Atlántico, por el río Orinoco.
Para ilustrar estos contrastes, basta pensar que traer un piano hasta Antioquia implicaba transportarlo por el Magdalena hasta Puerto Berrío, luego en tren hasta el Nare, hacer transbordo en mulas hasta el Nus, y luego retomar los rieles hasta la Villa de la Candelaria. Así, una capital como Medellín era una periferia al lado de Quibdó que tenía el acceso expedito, y albergaba cada vez más gente de toda laya y condición”.[3]

De tan asombrosa época datan los afectos que mi mamá, por los motivos más tristes del mundo, construyó con sus hermanos de crianza: Imelda, Ludivina, Chepa, Ángel, Juancho y Héctor, los seis hijos del matrimonio de Don Ángel Velasco y Doña Cándida Mosquera de Velasco, su madrina, quien después del fallecimiento de la mamá de mi mamá, cuando mi mamá tenía solamente dos o tres años de nacida, recibió el encargo de criarla. Doña Cándida era hermana, entre otros, de Manuel Mosquera Garcés, de quien mi mamá siempre me dijo que era una de las personas más inteligentes que había dado el Chocó en toda su historia.

Mi abuela Dioselina, a quien por obvias e infaustas razones no conocí, había llegado procedente de Cáceres, un pueblo minero del Bajo Cauca, y tenía un restaurante en donde se alimentaban gran parte de las decenas de viajeros que pasaban por Quibdó o de los foráneos que en la ciudad vivían temporalmente por razones de oficio o encargo. Producto de una caída, desde lo alto de una paliadera[4], mi abuela murió y entonces el papá de mi mamá decidió pedirle a la madrina que lo ayudara con su crianza, como en esa época se acostumbraba, ya que los gajes de su oficio incluían ser un permanente viajero y él no creía conveniente andar con una niña del timbo al tambo. Luis Carlos se llamaba mi abuelo y era un costeño sabanero de San Marcos (Sucre) que vino a Quibdó como telegrafista. Con los ojos llorosos, mi mamá evocaba siempre lo hermosas que eran las cartas que él le escribía, cuando de Quibdó fue trasladado a otros destinos, y que su madrina Cándida le leía. Que le decía que la quería mucho, me contaba mi mamá cada vez que hablábamos de su infantil soledad, con un sentimiento que tenía muchísimo menos de remembranza que de consuelo para su orfandad; como cuando me decía, cada vez que la veía, que la cara de Mercedes Sosa le recordaba la de su mamá.

De esa misma época datan amistades de toda su vida, como Marina Mejía; Astrid y Nicéfora Henao; la Nena Ricard; Glory, Elvira y Zulma Couttin; Zulma y María Morantes, entre otras que ahora recuerdo y a quienes desde muy niño conocí y con varios de cuyos hijos también desde niño compartí… Y así podría seguir cronológicamente escarbando la historia de cada época en la que vivió mi mamá, y recordar, por ejemplo, que ella tenía doce años cuando se inauguró la trocha de Quibdó a Bolívar (Antioquia), cuya construcción, que aún no termina, duró tres cuartos de siglo, como lo registró en su momento Lisandro Mosquera Lozano en un artículo en el ABC, periódico de circulación diaria, que llegó a tener una edición matutina y otra vespertina. Y que en ese mismo año se inauguró el servicio de carga y pasajeros de Transportes Chocó… O mencionar que a mi mamá le tocó ver los hidroaviones acuatizando en el Atrato; o la construcción del “Ocho Pisos”, la Catedral, el Palacio Episcopal, las “Cinco Quintas”, el viejo hospital y el cementerio, el Carrasquilla y la Normal…

Pero, es que ha pasado mucha agua bajo el puente de García Gómez desde aquellos años; tanta que ya ni siquiera existe La Yesca de sus años y de los míos, y nos quedan solamente los recuerdos de aquellos paseos suyos de juventud y de nuestras expediciones en balsa de la infancia. De modo que es mejor que me detenga aquí y que, en lugar de que sea mi mamá quien me cuente la historia a partir de sus recuerdos, como en una de nuestras conversaciones sobre el pasado quibdoseño y chocoano, sea yo quien hoy, en el día del primer cumpleaños que ella no puede celebrar, con un sentimiento que tiene muchísimo menos de remembranza que de consuelo para mi orfandad, le diga un par de cosas por las cuales jamás la olvidaré.

Declaro sin ambages que la palabra valentía rima perfectamente con su vida, que heroísmo es sinónimo de Usted y que a su ser sustantivo le lucen todos los adjetivos sinónimos de admirable que existen en los diccionarios de la asociación de academias de la lengua española. ¡Feliz cumpleaños, Mamá!


[1] Aristo Velarde. Periódico ABC, 1933. Citado en: González Escobar, Luis Fernando. QUIBDÓ, Contexto histórico, desarrollo urbano y patrimonio arquitectónico. Centro de publicaciones Universidad Nacional de Colombia Sede Medellín. Primera edición: febrero 2003. 362 pp. Pp. 190-191

[2] Bonet, Jaime. ¿Por qué es pobre el Chocó? Documentos de trabajo sobre Economía Regional N° 90. Abril, 2007. Banco de la República. Centro de estudios económicos regionales, CEER. Cartagena. 60 pp. Pp. 12-13  Consultado en: http://www.banrep.gov.co/docum/Lectura_finanzas/pdf/DTSER-90.pdf

[3] Mora Meléndez, Fernando. Quibdó cosmopolita. Universo Centro N° 88, julio 2017. Consultado en: https://www.universocentro.com/NUMERO88/Quibdocosmopolita.aspx

[4] El Arquitecto Luis Fernando González Escobar, en su ensayo “Evolución histórica de la arquitectura en madera en el Chocó”, describe, define y caracteriza así la parte de la casa tradicional chocoana llamada paliadera: “Es bueno destacar la parte posterior, pues es una especie de corredor y terraza de actividades múltiples, la cual se denomina “paliadera”; un espacio tan particular de la arquitectura chocoana, que se encuentra aun en las viviendas más urbanas, que permite su utilización como zona húmeda -lavado y tendido de ropas, lavado de los utensilios de cocina e incluso como ducha-, o como [zona] de cultivo, pues se colocan ollas u otros recipientes para sembrar plantas medicinales o para aliño en la cocina.

1 comentario:

  1. Un escrito hermoso, emotivo e íntimo, al tiempo que resalta y da cuenta de hechos históricos importantes de nuestra tierra chocoana en sus tiempos gloriosos. Gracias Julio César

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