lunes, 30 de septiembre de 2024

El pentateuco de la literatura chocoana

Estas cinco novelas, que son las más representativas de la literatura chocoana, constituyen un compendio literario de la historia regional, a la manera de un pentateuco narrativo del Chocó. FOTOS: Archivo El Guarengue.

Explican los escrituristas, como el misionero claretiano chocoano Gonzalo de la Torre, biblista reconocido en el ámbito internacional, que el Pentateuco (= palabra griega que significa “cinco estuches; es decir, Pentateuco significa el “libro de los cinco estuches”) es una especie de síntesis de la historia del antiguo pueblo de Israel. Y que, “siendo cinco libros diferentes, estando escritos cada uno en un “rollo” y siendo guardado cada uno en su propio estuche o vasija, los cinco libros dan cuenta de una misma historia, bajo una misma interpretación…”.[1]

Nuestro Pentateuco

Como el Pentateuco de la biblia cristiana, Torá de la biblia hebrea, compuesto por los libros del Génesis, Éxodo, Levítico, Números, Deuteronomio; hay cinco libros de la literatura chocoana que no solamente son las novelas más representativas de la narrativa regional, y constituyen -sin duda- un compendio literario de la historia del Chocó, sino que, en ese sentido, conforman el Pentateuco de la chocoanidad: dos novelas de Arnoldo Palacios: Las estrellas son negras (1949) y La selva y la lluvia (1958); una novela corta de Rogerio Velásquez[2]: Las memorias del odio (1953); y dos novelas (cortas) de Carlos Arturo Caicedo Licona: Glosa paseada bajo el fuego y la lluvia (1982) y La guerra de Manuel Brico Cuesta (1984).

En estos cinco libros, de tres autores (de Cértegui, Sipí y Quibdó), el lector puede ver y oír, palpar y percibir la cotidianidad de la vida chocoana, sus tradiciones, los dolores y esperanzas de la gente, sus tragedias mayores y menores, y sus pequeños gozos cotidianos de ayer, de mañana y de hoy... Con la misma energía creadora y el mismo valor documental con que los autores del pentateuco bíblico ilustraron para la posteridad aquella historia -de la cual nació la idea de crear y construir una nueva sociedad, basada en un amor fundamentado en la justicia, y con la eternidad de la paz como único fin-; Arnoldo Palacios, Rogerio Velásquez y Carlos Arturo Caicedo Licona ejercen como hagiógrafos ad hoc en la escritura de estos cinco libros, de estas cinco novelas, de cuya lectura no deberían privarse -porque es maravillosa- quienes quieran saber de la vida y de la historia del Chocó, y de Colombia, por ahí derecho.

Caimacán

En La selva y la lluvia[3], Caimacán, el grande y noble Baltasar Mosquera, que termina siendo declarado bandolero por el alcalde y sus cómplices godos en Istmina, a comienzos de la época de La Violencia; declara, no sin compungimiento: “Nosotros hemos vivido como los árboles, sujetos al viento, a la lluvia, al rayo, al hachazo que un día u otro se hinca en el tronco para derribarlo. Nuestra niñez se envejece y muere, a veces en la esperanza diluida o bien así no más, simplemente: como si se nos hubiese impuesto, por adelantado, el nacer con la soga en la garganta, con el estómago trancado, una tierra resbaladiza bajo nuestras plantas”. Una declaración honesta de la tragedia de quienes -como Caimacán y Pedro José y tantos otros que protagonizan la novela de Arnoldo Palacios- nacidos en las más profundas reconditeces de la selva chocoana, parten un día a recorrer las geografías propias y las de aquel país distante llamado Colombia, en búsqueda de suerte y dignidad para ellos y su gente; pero se topan con la cruenta violencia de aquel 9 de abril y hacia adelante, de modo que a su tragedia original se suma ahora aquella tragedia colosal y nacional. 

Irra

Ese dolor de Caimacán, que cuando uno lee la novela le encharca los ojos y el alma, ya lo había descrito Arnoldo Palacios en las primeras horas del día y medio de Las estrellas son negras, en su relato del estado de postración -por hambre- de Israel (Irra) y su desespero ontológico ante la situación que catapultará los dolores y desgracias de su vida: “Le dolía fuerte el estómago... El hambre... Cierto... No había comido... Ni su mamá ni sus hermanos tampoco habían pasado bocado, como no fuera esa saliva amarga, pastosa, que él se estaba tragando ahora trabajosamente... Tuvo entonces la noción clara de que en todo el día solamente había tragado un pocillo de café negro... ¿Y ayer? ¿Qué había comido ayer? Nada. Exactamente, había almorzado cada cual con un pedazo de plátano asado, sin tomarse una gota de agua de panela. ¿Dónde estaba Dios? ¿Por qué Dios no se compadecía de ellos, y les dejaba algo a la entrada de la puerta? ¿Por qué no venía Dios una mañana, o una noche, y les dejaba un poco de arroz y plátano, o unos dos pesos siquiera en la cocina?”.[4] La orilla del Atrato, en Quibdó, atestigua lo desgarrador de este dolor colectivo, social, familiar, individual, del cual Irra es víctima, y de la ausencia de respuestas no solamente divinas a las preguntas del muchacho. En el cielo, invisibles, brillan las estrellas a las que se asemeja este sino lacerante y desolador.

Arnoldo Palacios (Las estrellas son negras, La selva y la lluvia), Rogerio Velásquez (Las memorias del odio) y Carlos Arturo Caicedo Licona (Glosa paseada bajo el fuego y la lluvia, La guerra de Manuel Brico Cuesta) son los autores del pentateuco de la literatura chocoana. FOTOS: Archivo El Guarengue.
Saturio

Como si la tragedia de Irra tuviera continuidad hacia adelante y hacia atrás, en Las memorias del odio, el condenado a muerte que se sabe sin redención califica su triste infancia: “Yo era un abandonado social, un hijo de la raza maldita, hecho para el sol, para la sed, para tener esperanzas rotas, para el calvario y la muerte. Había nacido para el martirio y la necesidad sin pausas, para el sucederse de los sufrimientos”.[5] Rogerio Velásquez Murillo, cuando nadie se interesaba en un acontecimiento en el que después tanta gente puso sus ojos, llevó a la literatura uno de los tantos pedacitos que le hacían falta a la historia reciente del Chocó. “Con esta novela, Quibdó recuperó un eslabón perdido de su pasado”, anota el profesor José Antonio Caicedo Ortiz en el prólogo a la edición de Las memorias del odio publicada en mayo de 2024 por la Universidad del Cauca.[6] 

“Yo nací bueno, puedo asegurarlo. Vine al mundo limpio, con el alma vacía de cosas que me trajeran al patíbulo”[7], declara en su relato de infancia, en el que hace un completo repaso de todas y cada una de las múltiples expresiones de la ruindad del poder dominante. Y cuando se aproxima la hora del cadalso, enjuta su alma hasta la aridez, proclama con pesadumbre existencial: “¿Por qué ahora me hablan de deber, de patria, de humanidad, de familia, si conmigo no hubo obligaciones, ni familia, ni patria, ni nada en los comienzos de mi carrera?”[8] Es la voz del reo M.S.V., iniciales con las que firma la dedicatoria de sus “Papeles del último fusilado de Colombia”, que al igual que el título del libro -Las memorias del odio- resumen en pocas palabras el sentido profundo del relato: “A mi hija Rosa y a los que nacen procesados”.

Petronio y Enesilda

Todo, sin embargo, podría no ser así para siempre. De la estirpe de Caimacán, de Irra y de Saturio, son Petronio Rentería y Enesilda Cuesta, quienes traerán al mundo un hijo santo y un mesías negro hecho de madrugadas y crepúsculos, de aguaceros y de soles, de crecientes y de incendios. Petronio Rentería es portador y símbolo de la simiente eterna de todos los linajes del universo narrativo de Glosa paseada bajo el fuego y la lluvia, varón elegido por La Providencia para engendrar -sin que importe la extemporaneidad de ese momento de su vida- su hijo sexagésimo primero, el mesías que habrá de salvar a este universo, y a todos los linajes que lo habitan, de los estragos de una lucha de apocalíptico final. Enesilda Cuesta es la fuente de la vida, dueña y señora de la fecundidad de este universo de selva y de río, de manglares y mar, paridora de treinta hijos suyos y cómplice de un número igual de hijos ajenos. Padre y madre del Santo Benito, el precursor del mesías, el del milagro salvador de todos los pescados de una subienda completa, el que avisa de los males que existen al otro lado del mundo. Padre y madre, también, de ese hijo extemporáneo cuya concepción solamente fue posible por obra y gracia del designio de La Providencia y de la eficaz ayuda de un botánico de San Basilio de Palenque, de la potencia de los insumos animales y vegetales obtenidos en los pantanos del Darién y de la plena conciencia de un pueblo entero que se dedica de tiempo completo a resucitar las virtudes empreñadoras del varón Petronio y las amatorias y fecundas virtudes de la hembra Enesilda… 

Pero, quizás, harán falta más que un santo y un mesías para conjurar lo que pareciera un cruce inextricable de la suerte de todo un pueblo, propiciado por los brujos de Viro-Viro, que esperan la ofrenda propicia que pueda revertirlo: “…y pensar que alguna vez tuvimos abrigo con qué cubrir la desnudez, hasta que nos extraviamos sin vigor ni reino, por caminos donde no hay luz ni senda; y, atraídos cual serpientes por la sonaja de las panderetas, nos arrastramos cada vez más pálidos, sin nada vivificante, esperando, siempre esperando, que en otros cielos, otros dioses, armen la almadía en que flote sin riesgo esta raza, mientras cicatrizan sus quemaduras expuestas al sirimiri del agua”[9]; es la sentencia final -augural- de la Glosa de Licona. 

La guerra de los mil ríos

Que todo nos llega tarde, incluso la paz de los fusiles, y que el centralismo y el bipartidismo nos enmarañaron la vida hasta el absurdo más extremo, parecieran decirnos los liberales chocoanos que pelean todas las batallas en La guerra de Manuel Brico Cuesta [10]una breve y sustanciosa novela en la que Carlos Arturo Caicedo Licona le muestra al lector las múltiples conexiones y caminos del entramado de agua de los ríos y quebradas, que son las vías ancestrales de aquel territorio lejano y aislado de la nación: el Chocó; y, en el bastidor de su arte literario, los borda con precisión y colorido hasta conseguir que el lector los vea con sus propios ojos, a través de las florituras de la narración.

Narra Licona también los senderos y caminos terrestres que,  a través de las entrañas del monte y desde las goteras del Quibdó de entonces, conducen a todas partes: a las tierras de Guayabal y de Neguá, y desde allí a las de Ichó, a las entrañas de Tutunendo y a las vicisitudes de Munguirrí, en el camino de mulas hacia El Carmen de Atrato; también a las comarcas de Cabí y a las del río Quito, con su lucero nocturnal, que tutela la entrada de sus afluentes aguas a las del Atrato.

Allí, justo allí, en dicho escenario, moviéndose a través de trochas y caminos culebreros, por las planicies y el lomerío de Bebará y Bebaramá adentro, es donde el héroe de la novela continúa batallando en un momento en el que los jefes supremos de los partidos (liberal y conservador) han decretado el fin de la Guerra de los Mil días, una decisión tremenda, de la cual él no ha sido enterado. Mientras en Quibdó, el 10 de diciembre de 1902, desfilan -juntos, pero no revueltos- los liberales por el lado izquierdo y los conservadores por el derecho de la calle primera del pueblo; Carlos Quinto Abadía en el Baudó y en Bebaramá Manuel Brico Cuesta continúan alzados en armas... Manuel Brico Cuesta “murió aquí en Beté el día 5 de mayo de 1924, rodeado de más de treinta hijos y ciento cincuenta nietos, sin contar los que estaban en camino, que salieron atraídos con la noticia de su agonía en estos vericuetos”.[11] Nunca salió del monte a sumarse a los coros que vitoreaban la paz de los sepulcros y el silencio transitorio de los fusiles. Todo nos llega tarde, inclusive las noticias de la paz.

Cinco relatos épicos

Así como en la biblia, uno de los libros de mayor valor literario de la humanidad, Génesis, Éxodo, Levítico, Números, Deuteronomio, no son recetarios morales o manuales de comportamiento, ni compilaciones de frases célebres para escoger al azar y aplicar cada día al amaño moralizante del lector; las cinco novelas que conforman el pentateuco de la literatura chocoana no son discursos ni repertorios de consignas de carácter político, racial o social. Son, en todos los casos, narraciones vívidas, de alta calidad y valor literario, construidas por sus autores a partir de una realidad que no por cruda deja de ser bella, la del pueblo chocoano, y de paso la de aquella Colombia indiferente, distante y alejada de esta esquina estratégica de su geografía humana y política, que tanto le aporta a su riqueza y a su diversidad biológica, étnica y cultural.

Bellavista. FOTO: Jesús Abad Colorado.

Epopeyas, leyendas, novelas, mitos y piezas de oralitura, Las estrellas son negras, La selva y la lluvia, Las memorias del odio, Glosa paseada bajo el fuego y la lluvia, La guerra de Manuel Brico Cuesta; estas cinco novelas son, sin duda alguna, relatos épicos de la chocoanidad. O su “Antiguo Testamento”, como escribió otro gran intelectual chocoano, Daniel Valois Arce, en su presentación de contraportada a la primera edición de la Glosa de Licona, en 1982; donde hizo notar con precisión de exégeta algo que podría aplicarse también a las otras cuatro novelas de este pentateuco de la literatura chocoana: que los personajes de la Glosa “son el agua primordial, el relámpago nunciativo del trueno, los diluvios pluviométricos y la tempestad sobrecogedora. Sobre todo, la Noche, esa noche definitiva de la selva chocoana, sin pasado, ni presente, ni futuro, esa Noche absoluta”.[12]



[1] Introducción al Pentateuco. Serie Palabra Misión. Publicaciones Claretianas, Madrid, 1993. ISBN 84-7966-060-0. 14 pp. Pág. 3.

[2] Memorias del Odio es la única obra de ficción de Rogerio Velásquez, quien aparte de sus artículos ytextos de investigación, también escribía poesía.

[3] Arnoldo Palacios. La selva y la lluvia. Intermedio Editores, 2010. Consultado en línea en la Biblioteca Digital de Bogotá. 25 al 28 de septiembre de 2024.

[4] Arnoldo Palacios. Las estrellas son negras. Biblioteca de Literatura Afrocolombiana. Ministerio de Cultura, 2010. 174 pp. Pág. 34.

[5] Rogerio Velásquez. Las memorias del odio. Colcultura-Biblioteca del Darién, volumen 3. 1993. 93 pp. Pág. 27.

[6] Rogerio Velásquez Murillo. Las memorias del odio. Tercera edición, Popayán: Editorial Universidad del Cauca, 2024. 126 páginas. Pág. 10.

[7] Ibidem. Pág. 43.

[8] Ibidem. Pág. 87.

[9] Carlos Arturo Caicedo Licona. Glosa paseada bajo el fuego y la lluvia. 1ª edición, noviembre de 1982. Editorial Lealon. 99 páginas. Pág. 98-99.

[10] Carlos Arturo Caicedo Licona. La Guerra de Manuel Brico Cuesta. Medellín, Editorial Lealon, 1984. 64 pp.

N. B. El libro completo tiene 79 páginas; pero, en realidad, son 64 las que ocupa el relato de Carlos Arturo. Las restantes, bajo el nombre de “Segunda parte-CAMPEÓN DE SUEÑOS” pertenecen a dos relatos de su hermano Pedro Adán Caicedo Licona.

[11] Ibidem. Pág. 57.

[12] Carlos Arturo Caicedo Licona. Glosa paseada bajo el fuego y la lluvia. Obra citada. Presentación de contraportada, por Daniel Valois Arce.

3 comentarios:

  1. Mi apreciado hermano: su publicación la interpreto como si usted insinuara que solo las novelas son literatura. Obvio, sé que no es esa su percepción. Sin embargo, entonces debe haber precisión al respecto. Porque ni modo de que no haya más publicaciones que merezcan ser consideradas como brillantes, en géneros distintos: cuento, poesía… Por ejemplo, obras de Carlos Truque, Hugo Salazar Valdés, Óscar Collazos, Miguel A. Caicedo, César Rivas Lara, Amalialú Posso Figueroa y pare de contar.

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. Apreciado Nicolás: respeto tu interpretación, aunque en principio no la comparto, pues he releído el texto y no hallo la confusión que señalas. Sin embargo, no desdeño tu observación y en unos días volveré al texto para verificar nuevamente la situación… Por otra parte, puedes leer en El Guarengue varios artículos sobre mi propuesta de una Biblioteca de la Chocoanidad y allí te darás cuenta que -como tú mismo lo dices- no es mi percepción excluir otros géneros distintos a la novela. De todos los autores que señalas, con excepción de Collazos y Amalialú, he escrito más de una referencia en diversos artículos sobre literatura chocoana en El Guarengue. Usando el buscador del blog podrías ubicarlos.
      Gracias por leer El Guarengue. Me alegra saber de ti.

      Borrar
  2. Jovencito, cada vez te admiro más por ese estilo tan especial que tienen tus escritos que los hace siempre tan interesantes. GTG

    ResponderBorrar

Sus comentarios son siempre bienvenidos. Gracias.