lunes, 2 de septiembre de 2024

 Biblioteca de la Chocoanidad: 
lumbre y hogar de la literatura regional

Autores chocoanos como Rogerio Velásquez y Miguel A. Caicedo, y algunos libros de su autoría, como estos, formarían parte de una Biblioteca de la Chocoanidad. FOTOS: Archivo El Guarengue.
Se conmemoraron, el viernes 30 de agosto, 105 años del nacimiento del poeta, escritor, educador, memorioso y prolífico relator chocoano Miguel A. Caicedo Mena, nacido el último sábado de agosto de 1919 en el corregimiento quibdoseño de La Troje, un poblado proverbial y famoso por la longevidad de su gente, atribuida a la prodigiosa composición de las aguas que lo recorren y lo bañan.

Como siempre, una vez más, tan significativo aniversario nos llega como seguramente nos llegará, en abril de 2025, la conmemoración de los 30 años de la muerte del Maestro Caicedo…: sin que podamos disponer ampliamente de su extensa obra, que comprende más de 30 publicaciones impresas y un centenar de poesías costumbristas grabadas en su propia voz en Radio Universidad del Chocó y difundidas en una decena de casetes; ya que estas publicaciones solamente se encuentran –aunque de modo parcial y escaso– en colecciones particulares y entre los olvidados anaqueles de una que otra biblioteca de los colegios grandes de Quibdó y de la Universidad del Chocó; en donde no existe una cátedra en su homenaje y con su nombre, no existen planes de reedición de sus obras impresas y de digitalización de sus poesías; ni siquiera ahora que la UTCH ha adoptado como eslogan su condición interétnica, intercultural y biodiversa.

Un deber cultural

Es por ello que, desde El Guarengue-Relatos del Chocó profundo, hemos insistido –y lo vamos a seguir haciendo hasta cuando sea necesario– en plantear como una urgencia patrimonial del Chocó la constitución y puesta en marcha de un fondo o colección editorial de autores chocoanos, una Biblioteca de la Chocoanidad, a través de la cual se reediten y rescaten para el presente, y para el futuro se resguarden y preserven, las obras hoy desperdigadas, poco conocidas e ignotas, de tantos autores de la región que siguen siendo más mentados que leídos.

Es un deber cultural reiterarlo, a ver si algún día en alguna parte la idea tiene eco y es acogida como una contribución al bien cultural común de la región; pues, engtre otras cosas, solamente así las nuevas generaciones regionales, a las que tanto se menciona para endilgarles su desconocimiento de la tradición y del pasado de la región, podrán disponer de fuentes literarias y documentales en donde nutrir su intelecto y su gusto y su alma en relación con dicho pasado, dicha tradición y la multiplicidad de perspectivas de un conjunto representativo de autores que se podrían reeditar, con una estructuración apropiada de la colección, una identidad editorial bien lograda y memorable, ediciones dignas y asequibles, y una curaduría rigurosa, seria y comprometida con las letras y las glorias de la región.

Dos esfuerzos valiosos

Escasos esfuerzos se han hecho para subsanar el déficit o vacío de publicación y promoción de autores y obras literarias del Chocó, aún en la misma región, donde las políticas culturales relacionadas con el libro son prácticamente inexistentes y donde ni siquiera han existido librerías y hasta hace poco tiempo no existía una biblioteca pública mínimamente dotada.[1] Dos iniciativas merecen reconocimiento por el papel que en su momento cumplieron en la escena regional, una de la UTCH y otra de la Diócesis de Quibdó.

Es significativo el aporte que hizo en sus orígenes y primeros años, entre 1972 y 1990, la Universidad Tecnológica del Chocó Diego Luis Córdoba, con la publicación de varios títulos de autores como Miguel A. Caicedo y César E. Rivas Lara, entre otros, a través de su oficina de Extensión Cultural y de su establecimiento comercial Gráficas Universitarias del Chocó. Eran ediciones rústicas, de un tiraje entre 200 y 300 ejemplares, que se distribuían principalmente en Quibdó; y de las cuales hoy quedan pocos ejemplares en bibliotecas particulares, ejemplares estos que, en la mayoría de los casos son los únicos existentes.

Igualmente, fue valioso el trabajo editorial de la Diócesis de Quibdó, desarrollado entre 1986 y 2000, con fondos de un proyecto de desarrollo rural patrocinado por Misereor; mediante el cual publicó, entre otros, trabajos indigenistas de Mauricio Pardo (El convite de los espíritus, sobre el jaibanismo y la espiritualidad embera) y Jesús Flórez (Cruz o Jai Tuma, que es una completa historia del Internado Indígena de Aguasal); así como la primera antología del Poeta del Pueblo, Isnel Alecio Mosquera Rentería (Canto a mi pueblo). Sin ser de lujo, estas publicaciones contaron con ediciones bien cuidadas, ilustraciones y fotografías originales, y una preocupación reconocible por el diseño, a cargo en ese entonces de Adolfo Gamboa Valencia y Virgilio Bueno Rubio, quienes también se encargaron, durante buena parte del tiempo, de la impresión de los libros, en el taller de Gráficas La Aurora, en los sótanos del Convento de Quibdó.

Editorial “el propio bolsillo”

Estos tres libros de Carlos Arturo Caicedo Licona también formarían parte, entre otros, de una Biblioteca de la Chocoanidad. FOTOS: archivo El Guarengue.

Ante la imposibilidad de esas dos iniciativas editoriales para acoger la mayor parte o la totalidad de la obra inédita de autores chocoanos o sobre temas chocoanos, y de reeditar obras valiosas escasamente conocidas; es obvio que un buen número de títulos y autores no tuvieron acceso o cabida en las mismas. De ahí que, simultáneamente con ellas, la autofinanciación de las publicaciones se convirtió en una práctica frecuente de los escritores de la región, quienes sumaban a sus propios recursos económicos los aportes hechos por comerciantes y entidades; al igual que recurrían a ediciones rústicas, en editoriales de bajo costo, entre las cuales hizo carrera Editorial Lealon, de Medellín.

Los aportes de la Fábrica de Licores del Chocó y de la Lotería del Chocó, ambas desaparecidas, cofinanciaron varias publicaciones en esa época, a cambio solamente de una mención en los libros publicados y de un número pactado de ejemplares para distribución por parte de estas entidades. Por ejemplo, Glosa paseada bajo el fuego y la lluvia, de Carlos Arturo Caicedo Licona, que puede considerarse -junto a Las estrellas son negras, de Arnoldo Palacios- la novela más importante de la literatura contemporánea del Chocó, pudo ser publicada gracias al auspicio de la Fábrica de Licores del Chocó, siendo gerente Jorge Rivas Lara. A este patrocinio se sumaron, por un lado, la contribución económica de una docena de comerciantes de Quibdó, cuyos nombres son listados al final de la publicación: Epifanio Álvarez C., William Gaviria López, Gilberto Cano, Calixto Castillo B., Hermanos Rivera, Manuel y Ramón Parra, Edgardo Trujillo, Pedro Abdo García, Rafael Ramírez y Rafael Moncada; y, por otro lado, los recursos del propio bolsillo del autor, derivados de su sueldo de profesor universitario.

Un vacío evidente

Aunque en los últimos 30 años, principalmente por efecto del boom institucional de la etnicidad negra, generado por la expedición de la Constitución Política de 1991 y la Ley 70 de 1993 o Ley de Comunidades Negras, y de las políticas públicas derivadas de estos dos hitos jurídico-políticos, se ha incrementado en general la presencia de escritores y poetas del Pacífico en la escena pública nacional, así como un incremento de la publicación de sus obras; con los escritores chocoanos no ha ocurrido igual y, por el contrario, se vive una situación paradójica: si alguien quisiera hacerlo, es casi imposible difundir la valiosa obra de autores como Miguel A. Caicedo, Carlos Arturo Caicedo Licona y César E. Rivas Lara, porque editorialmente su obra prácticamente no existe; ya que no volvió a ser publicada, de algunos títulos no se consiguen ejemplares, y otros son muy escasos y bastante difíciles de obtener. Ello a pesar de que su reconocimiento se ha incrementado por el estudio que de sus trabajos se ha hecho en programas académicos universitarios, tanto nacionales como extranjeros.

Y es que en Colombia, aun con el boom mencionado, no ha sido habitual la publicación de autores, autoras y textos originarios del Chocó, con excepción de aquellos escritores cuya vida transcurrió fuera de la región y accedieron previamente al reconocimiento, y a veces a la fama, por su participación destacada en círculos artísticos nacionales e internacionales; como es el emblemático caso de Arnoldo Palacios y de su novela Las estrellas son negras, así como de su obra periodística, su autobiografía y sus demás producciones, reconocidas y publicadas, incluso por instituciones públicas, después de su trayectoria por Europa, su vida en París y su establecimiento en la campiña francesa...

Aunque no se trata de una competencia estéril para ver quién tiene menos, hay sí que decir, para efectos contextuales, que lo anteriormente afirmado para el caso del Chocó no ocurre en la misma medida con las producciones literarias ni con los autores del Litoral Pacífico de Nariño, Cauca y Valle del Cauca; los cuales han recibido mayores apoyos –así pudieran considerarse todavía insuficientes– de las gobernaciones departamentales y de las universidades públicas regionales: Universidad de Nariño, Universidad del Cauca y Universidad del Valle, respectivamente; amén de su inclusión en algunas colecciones de universidades de fuera de la región, como la Universidad de Antioquia y la Universidad Nacional de Colombia, además de Colcultura, en su época, y del posterior Ministerio de Cultura.

Por lo menos una veintena de autores/as y un centenar de títulos podrían conformar, de partida, una Biblioteca de la Chocoanidad. FOTOS: Archivo El Guarengue.

Existe, pues, una situación particular de vacío o déficit de conocimiento, difusión y publicación de la producción literaria del Chocó en Colombia. Esta situación induce a que en el país se piense con bastante frecuencia que en el Chocó no hay producción intelectual y literaria adicional a la de los autores publicados en las colecciones mencionadas; e induce a que se crea que la obra de dichos autores se limita estrictamente a los títulos publicados, así como su vida y su chocoanidad estaría circunscrita a las breves reseñas de solapa, muchas veces con datos biográficos incompletos o imprecisos; con excepción de los sesudos textos producidos para las ediciones de la Biblioteca de Literatura Afrocolombiana.

Dos bibliotecas precursoras

La Biblioteca de Literatura Afrocolombiana del Ministerio de Cultura (2008-2010) incluyó autores chocoanos, lo cual es loable por el rescate que hizo de ellos y la relevancia que al publicarlos les dio. Pero, su inclusión se dio en la misma lógica que la de Arnoldo Palacios: gran parte de su vida transcurrió fuera del Chocó y cobraron importancia porque se forjaron una historia en escenarios intelectuales reconocidos y por los estudios literarios que, alrededor de su figura y su obra, se han adelantado en universidades nacionales y extranjeras. Es el caso de Carlos Arturo Truque (Vivan los compañeros), Hugo Salazar Valdés (Antología íntima) y Gregorio Sánchez Gómez (La bruja de las minas); cuyas valiosas obras aún no son suficientemente conocidas y quizás lo serían menos si su vida hubiera transcurrido totalmente en el Chocó.

El antropólogo, investigador y escritor Rogerio Velásquez, una selección de cuyos trabajos fue publicada en dicha biblioteca, constituye una excepción a lo dicho. Con su propio esfuerzo y por su propia iniciativa, y desde el propio Chocó, donde vivía, Velásquez logró posicionar sus trabajos antropológicos -desde mediados del siglo XX- en el ámbito académico nacional, tanto por su calidad investigativa, como por la riqueza de sus contenidos y las virtudes de su estilo literario. La calidad de sus trabajos y la introducción de los estudios de comunidades negras del Pacífico en la antropología nacional le abrieron las puertas de publicaciones especializadas, como las revistas de la Universidad de Antioquia y de la Universidad del Cauca, donde Velásquez estudió. Estas publicaciones acogieron sus artículos con respeto y satisfacción, al igual que la Revista Colombiana de Folclor, en la cual publicó la mayor parte de sus trabajos.

La preeminencia académica de Rogerio Velásquez, un precursor de los estudios negros en Colombia, le abrió otras puertas editoriales a su producción literaria e investigativa, dentro de la cual han sido destacadas en el ámbito nacional la novela Memorias del odio, sobre Manuel Saturio Valencia, y El Chocó en la Independencia de Colombia, su trabajo pionero y clásico en el campo de la etnohistoria y de la Historia regional. Sin embargo, no existe una antología o selección de sus múltiples artículos sobre la cultura y la gente del Pacífico y en especial del Chocó, los cuales, aunque en conjunto son material valioso para la comprensión del devenir de esta región; siguen dispersos en publicaciones antiguas a las que no siempre la gente puede acceder.

Antes de la Biblioteca de Literatura Afrocolombiana, hace ya más de 30 años, una colección de Colcultura denominada Biblioteca del Darién publicó títulos como Río abajo, de Reinaldo Valencia Lozano; Poesía popular chocoana, de Miguel A. Caicedo; Las memorias del odio, de Rogerio Velásquez; Vivan los compañeros, de Carlos Arturo Truque; entre otros. Y dejó dicho algo fundamental: “no es la intención de este proyecto tapar un hueco; por el contrario, busca enriquecer un vacío con gran calidad literaria. Y además que sirva de consulta a los chocoanos, que hoy en su gran mayoría, ignoran esta sólida tradición cultural”[2]. El periodista y escritor Alfonso Carvajal, quien por cerca de dos años ejerció como corresponsal del diario El Tiempo en el Chocó, fue el coordinador de aquella inolvidable colección.

Recientemente, en 2022, dos autoras chocoanas, Teresa Martínez de Varela (Mi Cristo negro) y Amalialú Posso Figueroa (Mido mi cuarta y me paro en ella), fueron incluidas en la Biblioteca de Escritoras Colombianas, del Ministerio de Cultura.

Una urgencia patrimonial

Es, pues, una tarea perentoria e ineludible, rescatar del olvido y salvar de su inminente desaparición una buena cantidad de obras literarias de autores chocoanos -por lo menos un centenar, para empezar- que, escritas a mano o en máquinas de escribir, en originales corregidos con lápices rojos o lapiceros azules, se vertieron directamente a las galeras o al offset de las imprentas de la época, de modo que sus manuscritos desaparecieron y aquellos textos quedaron para la posteridad única y exclusivamente en aquellas ediciones que son literalmente únicas, pues son libros que nunca fueron reeditados y de los cuales no existen versiones digitales.

Aquellos libros impresos por esa única vez fueron desapareciendo de los anaqueles de las oficinas institucionales de Quibdó y el resto del Chocó, de las bibliotecas de los colegios, de las pequeñas colecciones particulares de maestros y profesionales; hasta llegar al punto en el que nos encontramos hoy, cuando de la mayoría de esos libros quedan tan pocos ejemplares que uno celebra cuando halla uno y lo preserva mediante el recurso espurio de una fotocopia.

Es posible, incluso, que de algunos títulos publicados no queden ejemplares o, por lo menos, no sepamos dónde podría encontrarse alguno. Las inclemencias del tiempo, del clima, del entorno, de la falta de curaduría, han puesto también su cuota de devastación en esta especie de desastre cultural, literario, bibliográfico y patrimonial del Chocó, ignorado sistemáticamente por las instituciones y autoridades locales, regionales y nacionales; y por las entidades culturales y de cooperación internacional, que han excluido de sus intereses y presupuestos a la literatura chocoana, pues privilegian el patrocinio de otras manifestaciones artísticas en las que prácticamente han encasillado en los últimos años al arte y a la cultura de la región.

Nada nos ganamos con vanagloriarnos de Miguel A. Caicedo, si ni siquiera podemos acceder a los más de 30 libros que publicó durante la segunda mitad del siglo XX… Nada nos ganamos enorgulleciéndonos de ser paisanos de Rogerio Velásquez, de Carlos Arturo Caicedo Licona, de Carlos Arturo Truque, de Teresa Martínez de Varela o de Arnoldo Palacios, si el acceso a su obra no es expedito para la comunidad chocoana.

La Biblioteca de la Chocoanidad sería una bella oportunidad para que las viejas y las nuevas generaciones de la región chocoana nos encontráramos alrededor de la lumbre y el hogar de las letras de nuestros escritores y nuestras escritoras, que han narrado la vida y la historia, la tradición y la identidad de las que tanto nos enorgullecemos, pero de las cuales -a veces- poco leemos y conocemos. De paso, sería un modo digno de mostrarle a Colombia esta otra parte -también sustancial- de nuestro patrimonio regional.



[1] Larga vida a la Librería Bagatá, una iniciativa bastante oportuna y un tanto quijotesca de la Corporación Cuenta Chocó-Rogerio Velásquez, y de su director y fundador, Jhonmer Hinestroza Ramírez; librería que fue abierta recientemente en Quibdó, en la Carrera , al frente del Colegio Carrasquilla.

[2] La Biblioteca del Darién. El Tiempo, 22 de abril de 1993.

2 comentarios:

  1. Excelente mirada a un patrimonio que desafortunadamente no alcanza a serlo para el imaginario institucional y académico del Chocó.
    J. Elías Córdoba V.

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  2. La “Red Étnica de Escritores Chocoanos”va tomando fuerza a pesar de la indiferencia de los estamentos gubernamentales. Es así, como se prepara la feria del libro de escritores Chocoanos, para este 18,19 y 20 de septiembre. Todo con aportes de este colectivo.

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