El San Pacho de Rogerio Velásquez
Las fiestas de San Pacho documentadas por Rogerio Velásquez hace 63 años constan, en esencia, de los mismos componentes que en la actualidad, y su salvaguarda es parte sustancial del reconocimiento patrimonial mundial. Dicha estructura organizativa y ritual data del año 1926, cuando se conmemoraban 700 años de la muerte de San Francisco de Asís; efemérides que sirvió de motivo para que el misionero claretiano Nicolás Medrano y grupos de vecinos y líderes de los nacientes barrios de Quibdó, entre los que se contaban Azarías Valencia, Balbino Arriaga y Julio Perea Quesada, dieran comienzo a un proceso de consolidación organizativa de la celebración popular en homenaje al santo de Asís como patrono de Quibdó.
Esta especie de estandarización de la fiesta tomó como base las formas vecinales preexistentes de organización de la misma e introdujo -a instancias del misionero Medrano- elementos festivos o carnavalescos de origen español, que fueron adaptados a la estética, a la usanza y a la cultura local. De esa época datan algunos de los componentes fundamentales del esquema ritual y ceremonial de la celebración de las Fiestas de San Francisco de Asís o San Pacho, en Quibdó, en los que se integran elementos religiosos y devocionales con elementos seculares o laicos de la festividad; tales como la asignación de un día a cada barrio, las carrozas alegóricas o disfraces, los monumentos o altares religiosos o arcos que se preparan para la procesión solemne del 4 de octubre, las alboradas y desayunos franciscanos con los que comienza el día de cada barrio, las comparsas barriales organizadas por vecinos y amigos, y las desaparecidas vacalocas. Datan también de aquel periodo los llamados Gozos Franciscanos, una pieza de música sacra cuya riqueza coral y musical colma las calles, esquinas y barrios de Quibdó en la madrugada del 4 de octubre, durante la llamada Procesión de Gozos, con la que se da comienzo al día oficial de la festividad de San Francisco de Asís, que es de memoria obligatoria en el canon litúrgico católico.
Producto de un diligente trabajo investigativo durante los años 1957 a 1959, el artículo “La Fiesta de San Francisco de Asís en Quibdó”, como todos los que escribió y publicó Rogerio Velásquez durante su fructífera vida profesional, es una valiosa y pionera contribución al registro histórico, etnográfico, sociológico y documental de acontecimientos culturales de alta significación en la vida de las comunidades negras de Colombia, de cuyo estudio y conocimiento es él uno de los pioneros en las ciencias sociales y humanas del país.
Por su extraordinario valor documental, a propósito de la celebración por estos días de las Fiestas de San Pacho, en Quibdó; ofrecemos a los lectores de El Guarengue los principales acápites del texto de Rogerio Velásquez, como una manera de hacer memoria y como una contribución al enriquecimiento de la cultura sanpachera de los sanpacheros de hoy.
Julio César U. H.
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La Fiesta de San Francisco de
Asís en Quibdó
Rogerio Velásquez
Revista Colombiana de Folclore, 1960
COMIENZOS DE LA FESTIVIDAD [2]
El 4 de septiembre de cada año, a las doce de la noche, se da el aviso colectivo de que la fiesta se avecina. La manera escogida para noticiar a los católicos es la de disparar, desde todos los ángulos del pueblo, cohetes y pedreros, con el escándalo de gentes que gritan y cantan con la chirimía a la cabeza. Esta forma de alistarse para los eventos patronales nació en 1929, con motivo del centenario del Santo, y se conserva y practica por orgullo local.
La concurrencia, ingiriendo bebidas, inicia un recorrido por los diversos barrios, que esperan el tumulto. En las casas de los jefes de cada uno de aquéllos, los músicos, sin esperar otra gratificación que algunas copas de aguardiente, ejecutan piezas antiguas, como bundes y bambucos. Descortesía que resiente es la de pasar de largo por las habitaciones de los cabecillas sin hacer lo que se ha dicho. Sólo la Banda de Música de San Francisco, única en la ciudad, tiene el privilegio de cruzar los arrabales sin detenerse en ninguna parte.
Cuando los ejecutantes se dispersan, se forman murgas parciales que amanecen cantando y bailando en las calles o en casas amigas. En este regocijo, como en otros que veremos, no cooperan ni participan hombres de la raza blanca.
DIVISION DEL
TRABAJO
A fin de que la festividad alcance mayor esplendor y animación, Quibdó, para el tiempo de San Francisco, aparece dividido en barrios o sectores. La idea data de 1929, y, con la aceptación unánime, se partió el poblado en trozos que emulan y luchan por ser los primeros en la fiesta. La disputa ha servido para que las actividades sean más complicadas y las diversiones más amplias y numerosas.
En la actualidad, la ciudad cuenta con ocho grandes divisiones que son: Cristo Rey, El Silencio, César Conto, San Francisco, El Pandeyuca, La Yesquita, La Yesca Grande y Alameda Reyes, que responden, por su orden, a la alegría y catolicidad de los siguientes días: 26, 27, 28, 29 y 30 de septiembre; 1°, 2, y 3 de octubre. El día 4 corresponde a la Junta Central. Para lo anterior, cada barrio está obligado a mantener disfraz, clavar altar y poner arcos, a propiciar juegos populares el día que le corresponde la novena, arreglar las calles por donde habrá de pasar la procesión del 4, y también a brindar atenciones de bebida y comida al conjunto musical que lo recorra.
En la escogencia de este personal se deslizan, a veces, católicos fríos o enemigos soslayados de la curia. Se designan así, a sabiendas de su tibieza o eclecticismo, cuando pueden aportar ideas nuevas en la composición de una carroza, de un disfraz, regalar dinero u objetos necesarios. Bien que la elección es democrática, sin política de partido ni de razas, los dirigentes de hoy son, en su gran mayoría, negros, y, entre éstos, de baja extracción social, pobres y sin estudios universitarios.
Incumbe a los dirigentes de los barrios: recoger limosnas voluntarias, en cualquier tiempo y de cualquier cosa; imponer las cuotas familiares y personales, que oscilan entre tres y cinco pesos; recibir la cuarta parte del producido de los carnavales infantiles y las ofrendas que se hacen al santo del barrio; disponer tómbolas, cantinas y bailes, en los que se pagan diez centavos por cada pieza que se baile, etc., etc. Hay que advertir que las rifas de objetos o animales que se hacen para aumentar los fondos, no son supervigiladas por la autoridad ni pagan impuestos, ni la mesa directiva da recibo de ninguna clase por los aportes que recibe.
Los barrios gastan en pago de vísperas, novenas y misas; en construcciones de arcos y altares; en disfraces; en desayunos de músicos y de personas notables del barrio; en programas; en vacalocas; en guarapo, chicha y aguardiente; en voladores y cohetes, pólvora, estandartes, gallardetes, cintas y flores.
Ya en la ejecución, cada individuo cumple con su deber. Las mujeres hacen cadenas de papel, gallardetes, flores; cocinan y arreglan las calles con muchachos y hombres; colaboran en tómbolas y cantinas, hacen rifas y son parejas de los bailes. Los hombres se dedican a labrar arcos de madera, a preparar altares, y a músicos. Otros trabajan en disfraces, vacalocas o integran comparsas que danzan en las calles; aquéllos son directores de los juegos populares que van desde el boxeo hasta las carreras de caballos, bicicletas y encostalados; éstos preparan la vara de premio o el cerdo ensebado; los demás son mandaderos, tipógrafos de cartelones y programas. Cada quien lucha por su barrio para que se luzca en el torneo.
La Junta Central es el organismo superior de la fiesta. Formada por un miembro de cada barrio y presidida por el párroco, se concreta a coordinar lo por hacer en cuanto a ortodoxia se refiere. Su intromisión en la barriada se hace sentir cuando hay desorden o irrespeto al culto o a las buenas costumbres. En estos casos, su voz es un axioma.
Se procura fondo elaborando una lista de contribuyentes, que hace circular en hojas volantes en la segunda quincena de septiembre. Incluye allí a comerciantes y familias residentes en las carreras primera, segunda y parte de la tercera que no obedecen a la llamada de los barrios. Los concurrentes, en el año de 1957, quedaron divididos así:
Primera categoría: Padres Misioneros; Gobernador; casas comerciales mayoritarias de la localidad; Lotería del Chocó; empresas de transportes y los grandes contratistas con la Nación y el Departamento. Estos contribuyentes fueron quince, señalados con cuotas de treinta pesos cada uno.[3]
La segunda categoría estuvo compuesta por almacenes, tiendas, farmacias, graneros, médicos, teatros, hoteles, cafés, heladerías, panaderías, carnicerías, oficiales de la policía y del ejército, motoveleros en puerto, etc. Esta lista, que subió a más de cien nombres, pagó una cuota de veinte pesos por empresa, médico, barco o institución.
La tercera categoría la formaron los empleados de los Bancos, Caja Agraria, Zona Agropecuaria, Campaña Antimalárica y Antipiánica, empleados menores de la Gobernación, Carreteras Nacionales, Municipio, Higiene Departamental, Contraloría, Auditoría, etc. A éstos se les cobraron diez pesos per cápita. Se dispuso cobrar a cada mujer de la ciudad un peso de cuota, pero no se hizo efectivo.
La Junta tiene un Tesorero responsable que maneja los fondos en la Caja de Crédito Industrial y Minero. Da recibos, y los exige. Cobra el aporte del Departamento, que ha venido siendo de 1.500 pesos desde hace tres años. Al finalizar la fiesta, el Tesorero rinde cuentas a la Junta, la que ordena entregar, con las formalidades legales, a la curia la mitad del sobrante para la catedral en construcción.
Los gastos principales de la Junta se reducen a pólvora y cohetes, arreglo del templo y andas, en oficios sagrados del 4 de octubre, en sermones ocurridos durante el novenario, en impresión del programa general, en la misa exequial por el descanso de los fieles franciscanos, en gratificación a la banda de San Francisco y murgas locales.
[…]
LAS NOVENAS
Ya se dijo que cada barrio tiene a su cargo un día de la festividad. Para cumplir este deber saca programa de lo que pretende realizar, todo al son de música, cohetes, tragos y juegos populares, bailes y tómbolas y palo ensebado. Los programas son, en líneas generales, como este:
“5.30 a. m. Alborada de alegría para
anunciar a la ciudad la hora de rendir los cultos al milagroso de Asís.
6 a. m. Solemne misa
diaconada por cuenta de los habitantes del barrio.
12 m. Paseo por la
banda y las murgas de los barrios. Pólvora manufacturada y recorrido de un
atrayente disfraz que presentarán los habitantes del barrio.
6.45 p.m. Jubilosa invitación, al son
de música y campanas, para la concurrencia de los fieles al segundo día de la
novena del iluminado de Asís. Canto de motetes, segunda prédica del orador
sagrado y vísperas del barrio.
8 p. m. Derroche de música,
fuegos artificiales y furiosas vacalocas haciendo el escándalo jubiloso del
pueblo".
En los volantes se estampan sentencias líricas, consejos o ruegos que invitan a la piedad y al recogimiento: "No hay vida de tan alta belleza como tu vida, ni hay muerte de tan alta dulzura como tu muerte". "Nadie se ensoberbezca, antes gloríese en la Cruz del Señor". "San Francisco lo abandonó todo por amor a Jesucristo, ¿por qué no lo hemos de hacer nosotros también?".
Pero consideremos
algunos aspectos de estos programas:
Los disfraces. Se confeccionan con algunas semanas
de anticipación y congregan la curiosidad ambiente por las críticas que
envuelven. Con ellos se habla mal del Gobierno, de los políticos, se reviven
escenas familiares, costumbres típicas de la región, se evocan oficios antiguos
o se exaltan motivos de animales. Caimanes, gatos, negros, diablos, son los
predilectos del público, que se solaza con ellos.
[…]
Las vacalocas. Después del rezo, y quemados los cohetes que se traen de Cali o Medellín, se inicia la faena del toreo de las vacalocas. Pueden ser varias a la vez. Para entonces el pueblo estará en las calles, con su alegría de niño. Esta armazón de palos forrados con encerados, cuernos humeantes y cola de ramas de limón, que carga un hombre que corre, aceza, se para un momento y embiste después, que produce sustos y templa los nervios, cuesta a los fiesteros de veinte a treinta pesos en brea, sebo de res, costales y encerados, guaduas y alambre. Cuando el que la porta se detiene, le cantan los músicos o el público:
Si el torito fuera
de oro,
y los cachos de
aguardiente.
me volviera
toreador...
¡Qué toreador tan
valiente!
Entonces vuelve a salir disparado hacia arriba o hacia abajo, sorbiéndose los vientos, incendiando la noche...
[…]
Desayunos. Después de la misa se sirve el
desayuno para los músicos y personas de valía del sector que está en la fiesta.
En mesa común con la directiva, se sirven las viandas, que se reducen, por lo
general, a pasteles, ensaladas, pan, mantequilla, café con leche, tamales de
gallina, carne compuesta, empanadas, costilla de cerdo frita…
[…]
Terminada la comida, la música continúa sonando de casa en casa, no ya de los más viejos ni de los más entusiastas, sino de todos aquellos que puedan dar a los ejecutantes algo para beber.
[…]
DIA 4
Las actividades de este día son las más intensas. Desde las tres de la mañana, si hace buen tiempo, comienza el pueblo a viajar a la iglesia con el objeto de rezar el Rosario y salir después por las calles a cantar los gozos de San Francisco. Esta procesión, sin asistencia del sacerdote, resulta ser una mezcla confusa de hombres, mujeres y niños que cantan y rezan, hablan y ríen, gritan, enamoran y beben al compás de la música.
Desde el 26 de septiembre hasta la fecha los gozos andan de boca en boca. Se elevan al final de cada novena, en la procesión del 4, en las cantinas, etc. Letra y música pertenecen al Reverendo Padre Nicolás Medrano, C.M.F., y son de esta manera:
¡Gloria! ¡Gloria!
Gloria, gloria a
Francisco cantemos,
nuestro padre
protector.
Sus virtudes
ensalcemos,
gloria, gloria,
alabanza y honor.
Sus virtudes
ensalcemos,
gloria, gloria,
alabanza y honor.
Gloria a
Francisco, cantemos,
nuestro padre
protector,
sus virtudes
ensalcemos,
gloria, alabanza y
honor.
Gloria, alabanza y
honor.
Gloria, alabanza y
honor.
El arreglo del templo y la estatua corresponden, casi siempre, a las Hermanas de la Presentación, acompañadas de profesoras y alumnas del Instituto Pedagógico. Para el primero están las mejores galas, y para el Santo, una vez quitado el polvo con agua bendita y algodón, salen las alhajas de oro ganadas por sus milagros infinitos. En estas ofrendas brilla el collar regalado por el minero Rudesindo Moreno y su compañía, a quienes, hace ya algunos años, Dios mostró, por intercesión de San Francisco, un rico venero que les cambió la fortuna.
Mientras unos comulgan u oyen misa con orquesta y orfeón, los colegios tocan cornetas y los barrios disparan cohetes y cañones. Cuando esto ocurre, devotos de todas las edades y sexos, dispersos en las calles, ciegan pozos y clavan cadenas de papel, paran altares en mesas y construyen arcos ingeniosos, izan banderas blancas con una cruz encarnada en el centro, trabajan las garlopas, labran los cepillos, abren huecos los barretones y las palas, relampaguean los machetes. Entre tanto ir y venir de gentes y de cosas, el observador no encuentra con un blanco que coopere en la faena. Sin que lo digan los informantes, los de color saben que esta es su fiesta, de la misma manera que la de Corpus Christi y el Corazón de Jesús son las fechas clásicas de los descendientes de los europeos.
Terminada la misa, ocurren las novenas individuales, el pago de mandas, los minutos con Jesús Sacramentado, triduos y rezos de estaciones. Los actores de estas cosas son siempre alfabetos. Los campesinos pasan a la casa cural a asentar partidas de bautismo, a pagar responsos, a cancelar misas nuevas para el Santo o los difuntos, a pedir agua bendita o a conseguir escapulario, a exponer querellas matrimoniales o a pedir consejos, a acusar a los vecinos o a bendecir una imagen, a pedir una fórmula para espantar de la finca al diablo o los animales dañinos. Regados por el pueblo están los otros probando el aguardiente, hablando de negocios, comprando o vendiendo, pagando deudas atrasadas o enganchándose como peones en la semana que comienza.
No asisten a la procesión, pero sí a los oficios divinos de la mañana, las autoridades administrativas, judiciales y militares. Hace escolta un grupo de policiales. Junto a éstos, adelante y atrás, van los colegios, escuelas, comisiones especiales de las congregaciones del Carmen, Corazón de María y Jesús, y el público en general. Llaman la atención los estandartes de los barrios, los pabellones de las sociedades, las bandas de guerra de los planteles educativos, las banderas de cada sector del pueblo, la algarabía de la música.
Este viaje dura más de cuatro horas. En él se puede apreciar la querencia que se le profesa al patrono. A su paso hay llantos en las casas y las calles, flores y perfumes. En los altares de la barriada se coloca la imagen y se cantan los gozos por toda la concurrencia. No detener la efigie del celebrado en uno de estos altares, así sea el más humilde, provoca reclamos a la curia, conversaciones desagradables, insultos y rencores.
De regreso al
atrio, el orador sagrado pronuncia la arenga final en la que alaba, además del
Bienaventurado, las realizaciones del conjunto. Dispersado el tumulto,
continúan los bailes familiares, los cines y cantinas excitando los sentidos
como en cualquier otro día.
[…]
[1] Velásquez Murillo, Rogerio. 1960. “La Fiesta de San Francisco de Asís en Quibdó”. Revista Colombiana de Folklore, volumen 4, 1960. Pp. 16-37. https://www.bibliotecadigitaldebogota.gov.co/resources/2910695/
[2] Ídem. Ibidem.
[3] Para
tener un punto de comparación, nótese que el Decreto 2214 de 1956 (septiembre
07), por el cual se fija el salario mínimo diario en los Departamentos a partir
del 1° de octubre de ese año, estableció para el Chocó un salario mínimo rural
general de $3.00; y un salario mínimo urbano e industrial de entre $3.00 y
$4.00, según el patrimonio del patrono o la empresa. NOTA no incluida en el
texto original.
Julio Cesar. Con tu agradable relato escrito hablando de cada detalle sobre las fiestas de San Pacho, uno se siente viviéndolas personalmente. Felicitaciones!
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