lunes, 18 de septiembre de 2023

 Desmemoria

"Nací en los brazos del río Atrato, gracias a mi abuela, partera de mi nacimiento. Mi padre heredó las tierras de mis abuelos. En la ribera no usaban cercas. Cada quien reconocía la propiedad del otro; los viejos resolvían los conflictos que se presentasen. El río era nuestro sustentador y única autopista. Mis padres mantenían relaciones económicas con las comunidades indígenas que vivían en la cabecera del río. Estas en su viaje a Quibdó o a Yuto solían dormir en nuestra casa. La mayor parte del día vivíamos en el río. Mi papá tenía un motor de mina con el que trabajaba en los terrenos de la familia. Nos hacíamos adultos en las faenas diarias: cacería, siembra, corte de colino, pesca, etc. Mi tío José Valencia solía amenizar las noches con cuentos orales de los mayores. Los padrinos eran seres respetados porque eran quienes nos podían rescatar ante la posibilidad de que el diablo o el duende nos llevara monte adentro. Estos conocimientos se remontan a tiempos inmemoriales. Mis padres aprendieron de sus padres y yo de ellos. Les llamamos aquí epistemologías de la manigua y la oralidad es su soporte".

Jhonmer Hinestroza Ramírez. 2022.[1]

 

Memorias y desmemorias. FOTO: Julio César U. H.

Como una vela, de gallarda e intrépida llama recién se enciende, de llama tranquila y firme -a menos que el viento la conmueva- en su discurrir de grande a mediana y de mediana a pequeña; así es la memoria… Como la llama del cabo de una vela, firme, casi inalterable; lenta, enhiesta casi, a no ser por las briznas de una palabra, de un ruido, de un rumor, de una brisa leve; así también es la memoria…

Así, inasible, bella, arrebolada, ardiente, es la memoria. Y por eso, durante más de las tres cuartas partes de la vida, nos resulta fácil recordarlo todo, con excepción -casi- del día de nuestro nacimiento, de aquel alumbramiento que convirtió en madre, por vez primera o por enésima vez, a esa mujer de quien provenimos y a quien tanto de nuestra memoria siempre vamos a deber.

Cuando el cabo de una vela -todos los hemos visto- comienza su declive inevitable, la llama sube, se yergue sobre sí, chisporrotea, se alborota, después se calma, luego se estabiliza. Y el amarillo y el azul y el blanco compiten por sobresalir. Y el diminuto charco de líquida cera, desde donde emana su intensidad, brilla y se transparenta como un lago de suave espejo, móvil espejo de refulgente eternidad. La vela -te acabaste, cabo ’e vela, y ahora ni quien te prenda- ha comenzado a fenecer, así su brillo sea notable. Y refulge y declina su llama, que cada vez más pequeña se hace. Y humea y se quema más rápido que cuando fue encendida y empezó a languidecer.

Hasta que llega un momento, inevitable momento, en el que todos los atributos de la vela: su chisporroteo, sus colores, su llama, su luz, su licuefacción, perecen, se esfuman, se van, se diluyen y fenecen, llegan a su final. Adiós. Su luz, su flama, su calor, su esencia, su brillo, su esplendor, todo, todo, se apaga y se extingue, se desaparece, se va, se esfuma, agoniza y se muere, sucumbe y fallece. Estelas de humo persisten durante algunos instantes, como marcando la precedente existencia de la llama y la luz que ahora se esfuman.

Sí. Así es la memoria, nuestra memoria. Y la memoria de nuestros mayores, que se va diluyendo año tras año, día tras día, mes tras mes, hora tras hora, instante tras instante; sin que nosotros nos demos cuenta, la mayoría de las veces; pues estamos dedicados a vivir nuestras vidas, sin incluirlos a ellos -completamente- en nuestra propia memoria.

La luz se apaga de repente y adviene -plena- la oscuridad. La llama, antes resplandeciente, se menoscaba y se vuelve insignificante, bella en su incandescente final. Huele a humo de cera, de vela, desaparece la luz, el amarillo y el azul y el rojo y el blanco dicen adiós. Se desvanece todo, todo se diluye. La vida entera por un abismo, literalmente insondable, se va, se va. "Era una llama al viento y el viento la apagó". La desmemoria ha llegado y no, ¡no!, no lo podemos evitar, no lo podemos remediar. Se llama Enfermedad de Alzheimer y es un mal calamitoso y trágico, desafortunado y amargo, más que cualquier injuria o castigo que de nuestras madres y de nuestros padres -durante la vida toda- nos haya tocado soportar.

No basta, pues, discursear acerca del valor de la memoria y en los discursos endiosar a los viejos y a las viejas como los memoriosos o portadores de la memoria y la tradición. No basta congraciarse con ellos declarándolos portadores de la memoria y del patrimonio oral, o reconociéndoles atributos de ancestralidad. Es indispensable darles en la práctica su lugar de portadores de tradición, memoria y patrimonio, documentando sus historias de vida, rescatando, valorando y dinamizando espacios de intercambio entre generaciones sobre hitos y momentos claves de la historia y de la tradición familiar, local, comunitaria.

Antes de que ocurra la desmemoria, hay que salvaguardar la memoria oral viva de abuelos y abuelas, tías y tíos, madres y padres, como parte sustancial de la historia local y regional en sociedades y comunidades locales -como las del Pacífico y el Chocó- donde la tradición oral es fundamento de la vida en comunidad y pilar irremplazable del relevo generacional y de la transmisión de la identidad étnica y cultural. Viajando por la memoria de nuestros mayores, de la mano de su voz y sus recuerdos, entenderemos que no podemos seguir recorriendo hoy los caminos de ayer como si fuera la primera vez que son transitados. Entre memorias y desmemorias, así se construye historia.

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“Cada 21 de septiembre, se lleva a cabo la conmemoración internacional del Día del Alzheimer, establecida desde 1994 por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Federación Internacional de Alzheimer, fecha que sin duda nos invita a rememorar, evocar y no olvidar tan latente realidad”.[2]

 

“… Septiembre es el mes en el que nos unimos para concienciar y desafiar el estigma que rodea a la demencia y este año queremos que el Mes Mundial del Alzheimer sea el más significativo de todos. La campaña de este año, "Nunca es demasiado pronto, Nunca es demasiado tarde", se centra en los factores de riesgo y en el papel crucial que desempeña su reducción para evitar, retrasar o incluso prevenir la enfermedad de Alzheimer y otras formas de demencia”[3].



[1] Hinestroza Ramírez, Jhonmer. GENEALOGÍA DE LAS POLÍTICAS EPISTÉMICAS COLONIALES COMO FORMAS DE ESCLAVIZACIÓN DE LAS EPISTEMOLOGÍAS DE LA MANIGUA EN CHOCÓ, COLOMBIA. Trabajo de grado para optar al título de Doctor en Ciencias Sociales. Directora PHD DENISSE ROCA SERVAT. UNIVERSIDAD PONTIFICIA BOLIVARIANA. ESCUELA DE CIENCIAS SOCIALES. DOCTORADO EN CIENCIAS SOCIALES. MEDELLÍN. 2022.

[2] Alzheimer: Una realidad difícil de olvidar. Escuela Colombiana de Rehabilitación, ECR. En: https://www.ecr.edu.co/alzheimer-una-realidad-dificil-de-olvidar (consultado: 15.09.2023).

[3] Paola Barbarino, Directora General Alzheimer's Disease International. Mes Mundial del Alzheimer 2023. Herramientas de la campaña. En: https://www.alzint.org/u/WAM-Toolkit-30082023-ES.pdf (consultado: 16.09.2023).

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