El ejemplo de Yolanda
**Collage Viva La Ciudadanía. Semanario virtual. Octubre 2016. |
Yolanda Cerón Delgado fue asesinada en Tumaco, al mediodía del 19 de septiembre de 2001, en el atrio de la iglesia de Nuestra Señora de La Merced, en el Parque Nariño. La orden de su asesinato, vil como el que más, fue dada por un comandante paramilitar que se hacía llamar Pablo Sevillano, quien confesó su atrocidad 20 años después, ante la Comisión de la Verdad, en una audiencia de reconocimiento de responsabilidades llevada a cabo en el municipio de Rionegro, al oriente del departamento de Antioquia, el 25 de junio del año pasado.
Allí se hicieron presentes para testimoniar su dolor, su admiración y su reconocimiento a Yolanda, dos de sus compañeros más cercanos y frecuentes de andanzas organizativas y luchas comunitarias: Ángel María Estacio y María Valeria Mina, con quienes Yolanda trabajó en el fortalecimiento y consolidación de la Asociación Campesina del río Patía Grande, sus Brazos y la Ensenada de Tumaco, ACAPA, desde finales de la década de 1980. En nombre de su gente de los municipios de Mosquera, Francisco Pizarro y Tumaco, él en versos, ella en canto, ambos con el alma bañada en lágrimas, rememoraron la trayectoria de Yolanda y su compromiso incondicional con la causa y el proceso que conduciría a estas comunidades a la obtención del título colectivo de sus territorios, en el marco de la Ley 70 de 1993, en virtud de la cual su organización se consolidaría como uno de los consejos comunitarios más representativos de las comunidades negras de la región.
Yolanda había informado a las autoridades civiles, a los militares de la Armada y a la policía de Tumaco que esto iba a suceder. Ante la duda sistemática y la despiadada conseja de que sus denuncias carecían de fundamento, Yolanda atendió la rastrera exigencia de que les entregara a los militares las pruebas de que la estaban amenazando y de que su muerte era inminente. En un detallado memorial les entregó las evidencias de su fatídica e irracional condena a muerte y puso de presente la indudable connivencia entre militares y paramilitares en Tumaco y sus alrededores. Sin miramientos ni vacilaciones, sin tapujos, Yolanda escribió y escribió, en su oficina de la Pastoral Social de la Diócesis de Tumaco, adonde había llegado con la humildad característica de su ser y de su congregación religiosa: la Orden de la Compañía de María Nuestra Señora, conocida como La Enseñanza, fundada en 1.607 por Juana de Lestonnac (1556-1640), quien era sobrina de Montaigne. Una congregación a la cual Yolanda se sentía totalmente orgullosa de pertenecer, y de la cual -siempre- lamentó haberse tenido que retirar, con la misma sinceridad y grandeza de espíritu con la cual a ella un día ingresó.
Yolanda misma fue hasta la Armada, en Tumaco, hasta la Alcaldía, hasta la Policía, hasta cuanta oficina le dijeron que fuera, y radicó la comunicación que había escrito con sus dedos volando sobre el teclado del computador, casi a la misma velocidad de su mente prodigiosa. Cuando la escribió, estaba pensando en su papá, que tanto la había querido en la vida. Estaba pensado en la gente de la Playa de Salahonda, que con tanto amor la había acogido sin medida. Estaba pensando en sus hermanas de La Enseñanza, a quienes tanta sororidad les debía. Estaba pensando en una nueva forma de amor, inédita hasta hace pocos años para ella… A los pocos días de que su caso, denuncia incluida, fuera tratado en uno de esos tristemente célebres e inocuos consejos de seguridad, en donde un militar tuvo la desfachatez de afirmar que el escrito parecía obra de la guerrilla, Yolanda fue asesinada, al mediodía de aquel 19 de septiembre de 2001, cuando salía de la oficina a buscar su almuerzo.
Hoy, 21 años después del horrendo crimen de Yolanda Cerón Delgado, que durante un tiempo paralizó de miedo a las comunidades y a la iglesia de Tumaco, es bastante frecuente, hasta convertirla en lugar común, citar como síntesis del legado de Yolanda una frase que ella pronunció en una entrevista durante el acto de entrega del título colectivo del territorio de comunidades negras a la ACAPA, el 29 de agosto del año 2.000, en la vereda La Playa, del Municipio de Salahonda, cuyo nombre oficial es Francisco Pizarro; quizás por la inexistencia de otros registros completos de sus palabras, intervenciones, enseñanzas y charlas durante su activa vida misionera, religiosa, de liderazgo social y de defensa de los derechos humanos. “El principal mensaje es que no se desanimen, que sigan adelante, que el trabajo apenas empieza”, fue la frase de Yolanda, grabada para la posteridad como parte de una entrevista que ella concede en ese momento y en la cual resume el proceso de obtención de aquel título colectivo del que ella -así nunca lo reconociera, como corresponde a su infinita modestia- fue artífice y motor; al igual que fue artífice e inspiradora de significativos cambios en el enfoque y las acciones pastorales del Vicariato Apostólico, posteriormente diócesis, de Tumaco. “Fueron las mismas comunidades las que trabajaron, las que lucharon, las que elaboraron su historia, su censo, sus prácticas tradicionales de producción. En síntesis, fueron las comunidades las protagonistas de este proceso de unidad, de organización, hacia la construcción de un futuro mejor para ellas y para sus hijos”. Así resumió Yolanda el proceso, en la entrevista mencionada, ese martes 29 de agosto de hace 22 años, un año antes de su triste muerte.[1]
Desde su llegada al Vicariato Apostólico de Tumaco, a mediados de la década de 1980, para integrarse a la misión que las religiosas de La Enseñanza tenían en La Playa de Salahonda, Yolanda trajo nuevos vientos a su congregación. Aunque era tímida por naturaleza, entabló rápidamente una conexión especial con mujeres del lugar que empezaron a encontrar en ella a una amiga cercana y a una interlocutora sobre temas de preocupación comunitaria, una persona realmente y vivamente interesada en su vida cotidiana, en su presente y en su futuro, en sus historias, en su familia, en los secretos de estas mares y estos montes, de estas orillas y estas playas, varios de cuyos asentamientos datan de hace más de cuatro siglos. Así que pronto Yolanda se hizo a un lugar entre la gente y fue acogida plenamente en la vida comunitaria y en el trabajo pastoral de sus hermanas de congregación. Martina Granja, Mercedes Yepes, Teotista Alarcón, María Valeria Mina, Ángel María Estacio y Juan Carlos Angulo, quien la conoció siendo un niño de escuela primaria, son algunas de las personas con las que Yolanda se amistó y fraternizó para siempre y con quienes -entre decenas más de líderes y lideresas del Patía Grande- construyó paso a paso el proceso organizativo de las comunidades, reunido en ACAPA.
El Padre José Ricardo Cruel Angulo, un sacerdote que conoció a Yolanda desde su llegada al entonces Vicariato Apostólico, sintetizó así su aporte al trabajo de esta iglesia local: “La Diócesis de Tumaco venía en un trabajo importante de pastoral; pero, a través de esta espiritualidad, este compromiso de Yolanda, la diócesis empieza a ver otros horizontes, empieza a asumir las culturas que están dentro de su territorio como muy importantes y las empieza a asumir como propias, en el sentido de ponerse de su lado, de acompañarlas en sus procesos de reivindicación de sus derechos”[2]. Por su parte, el obispo emérito de Tumaco, Gustavo Girón Higuita, quien dirigió los destinos pastorales de esta jurisdicción como Vicariato y como Diócesis, reconoció también el papel de Yolanda en la renovación del trabajo eclesial: “Fue ella realmente una de las propulsoras mayores en nuestra diócesis de este trabajo de favorecer las comunidades negras y apoyarlas. Ella sentía muy en su corazón la suerte de todas estas comunidades”.[3]
A través de su evidente y genuino compromiso en defensa de la vida, de su ejemplar humildad y de su capacidad inagotable para estudiar y comprender la realidad social de las comunidades, Yolanda se ganó paulatinamente la confianza del clero local y de los misioneros de la Orden de Carmelitas Descalzos, a la cual también pertenecía el obispo Girón Higuita. Sus propuestas e ideas empezaron a calar en la visión pastoral de esta iglesia, lo cual se tradujo en apoyos cada vez mayores al proceso de comunidades negras en la región. De fondo estaba la noción de espiritualidad de Yolanda: “Espiritualidad es también esa forma de ser, de pensar, de vivir y de comprometernos por la que hemos optado y con la que queremos contribuir a la construcción de la nueva sociedad en el día a día. Es el sentido que le damos a lo que hacemos, incluso a los errores”, escribió Yolanda en una nota personal, de su puño y letra, en junio de 1994. Este párrafo también la sintetiza.
“Sin la presencia de la Hermana Yolanda, yo no veo reparación posible. Porque la Hermana significaba mucho para nosotros. Para mí la reparación más importante que nos podrían hacer las personas que mataron a la Hermana sería garantizarnos todos los derechos por los cuales nosotros hemos venido luchando”, expresó Juan Carlos Angulo, dirigente histórico de ACAPA, quien desde los ocho años de edad compartió el proceso organizativo con Yolanda, en un homenaje en el décimo aniversario de la muerte de esta mujer ejemplar.
Veintiún años después de su muerte, la vida de Yolanda Cerón Delgado es y seguirá siendo un ejemplo de autenticidad, compromiso y valentía en la defensa de la vida y los derechos de la gente del Pacífico afrocolombiano.
[1] La
breve entrevista a Yolanda Cerón está incluida en un video en homenaje a su
vida, producido por la Diócesis de Tumaco en el año 2011. "El trabajo
apenas empieza", es su título y puede verse en: https://www.youtube.com/watch?v=70XTvlszlxU
[2] "El trabajo apenas empieza". Video homenaje a Yolanda Cerón. Diócesis de Tumaco, 2011. En: https://www.youtube.com/watch?v=70XTvlszlxU
[3] Ibidem.