Vandumias
*FOTOS: archivo El Guarengue* |
Y es por eso que hay sabores y aromas, consistencias y colores, que se quedaron para siempre en la memoria y forman parte del elenco estelar de la sapidez de nuestras vidas. El deleite cremoso de una pepa de árbol del pan cuya concha retirábamos con los propios dedos. La dulzura refrescante de un tarro de caña de azúcar, dulce o agria, pelada a diente limpio y chupada hasta dejarla convertida en un bagazo mustio. La inefable presencia de un marañón maduro, de sabor tan impecable como la belleza de sus flores tapizando los patios con el mismo color del cielo atrateño en un crepúsculo de verano. El olor impecable y liso del caimito maduro y su sabor pegajoso y lento. El colorido tesoro escondido de las cinco pepas carnosas de un zapote bien maduro y su jugo escurriéndose por la comisura de los labios. La agridulzura de una guayaba biche y la candidez rosada de una guayaba madura deshaciéndose en la boca. Una coronilla aguándonos la boca o un lulo con sal estremeciéndonos la vida. Aquella dulzura única de la que solo se sabe cuando se come piña chocoana. El sabor aterciopelado y blanquecino de la guama, cuyas pepas entreabiertas casi siempre terminaban de aretes, narigueras o uñas postizas en los juegos infantiles. El placer glorioso, amarillo y polvoroso de un chontaduro con sal o con un buen pedazo de panela campesina aliñada.
Pero, no todo eran frutas en el reino infantil de las vandumias de los tiempos idos hace menos tiempo del que podría pensarse. También estaban las delicias que salían de las manos y de las cocinas de las señoras que las vendían en el andén de sus casas o en los recreos de escuelas y colegios o en las canastas y bandejas que recorrían las calles en las manos o sobre las cabezas de sus hijas y sus hijos. De este embrujo misceláneo formaban parte la sosiega de maíz (cancharina, cofio o cuscús, en otras regiones); las cocadas: de panela y coco, asadas, de piña, de papaya; las panelitas de leche y las velitas, los panes dulces y las cucas; las panochas y panderos; los pandeyucas y las runchas; los envueltos de coco, de maduro, de choclo y de sal o de masa simple; los queques y enyucados, los domplines y las donas; las masitas fritas con queso y las hojaldras calientes y crujientes; los pasteles de Taurina a la entrada o salida del Teatro César Conto; las parvas de la panadería La Caucana: pan batido de punta, cubanitos y borrachos; el maní tostado en cucurucho de papel, que en su bicicleta vendía el manisero. O aquellos pequeños banquetes consistentes en tres o cuatro ensartas de sardinas fritas (cocó o rabicolorada), con plátano cocido o en tajadas fritas; o simplemente arroz vacío o arroz con queso clavado y hasta longaniza, de vez en cuando; que se preparaban en las inolvidables bodas, aquellas divertidas reuniones de amigos que en las tardes se juntaban en la cocina de una casa para cocinar lo que resultara del conjunto de ingredientes que entre todos llevaban o compraban… Todo ello acompañado de kolitas caseras y avenas con leche o sin leche, jugos de borojó y lulo, badea y guayaba agria, etcétera, etcétera, de cuanta fruta hubiera, que para eso siempre había.
Nada mal nos habría ido a los quibdoseños de hace medio siglo con la reforma tributaria que actualmente se tramita en el Congreso de Colombia en materia de impuestos a los mecatos y antojos, o vandumias, en la jerga local de la época. De ser aprobada esta sección de la ley propuesta, se impondrían gravámenes a la comida ultraprocesada -también conocida como comida chatarra, por obvias razones de su escasa o nula calidad nutritiva- y a las bebidas azucaradas, aquellas que, además de saborizantes artificiales y agua -casi siempre carbonatada- contienen azúcar añadida o añadido, que de ambas maneras, en masculino y femenino, se puede endulzar hasta el hastío un falso jugo, una gaseosa o menjurjes similares de esos que se convirtieron, para desgracia de la nutrición y la salud del pueblo colombiano, en bebidas más consumidas que el agua o los jugos de frutas de verdad. Igual de bien nos habría ido respecto al gravamen a los plásticos de un solo uso, aquellos que se usan y se tiran a la basura o al río después de que el producto que ellos envuelven es extraído o consumido.
“Recordar es vivir” para sufrir o disfrutar, dependiendo del recuerdo; en este caso es poesía, nos toca el alma con esas descripciones colmadas de sabrosura.
ResponderBorrarExcelente texto.
La sabrosura de las memorias del alma. Gracias por la lectura y el comentario.
ResponderBorrarExcelente tema, como siempre!
ResponderBorrarMuchas gracias hermano por los deliciosos recuerdos tan bien escritos
ResponderBorrarExcelente, sobretodo recordado desde la distancia, lo devuelven a una época linda, sana, de nuestra infancia/adolescencia, a recordar nuestros ancestros y amigos
ResponderBorrarExcelente abordaje de la importancia de la menguada oferta y consumo de alimentos sanos y naturales, y su relación con el territorio a la luz de de la economía frente a temas de orden tributario, que muestra el valor de esa biodiversidad tan escasamente valorada por nuestra instituciónalidad.
ResponderBorrarAfortunadamente ese recorrido por la nostalgia del Quibdó de mis afectos, me copio acompañado del maravilloso olor de un bacao que por estos días engalana mi alacena en espera de turno a las delicias de mi paladar atrateño.
Se me hizo agua la boca, por los buenos tiempos vividos y lo sabroso que he comido. Gracias Julio César por conducirnos a evocar experiencias maravillosas y deliciosas convertidas en poesía, a la vez que nos llevan a analizar de manera crítica temas de actualidad.
ResponderBorrarHermosa lectura recordando nuestros alimentos autóctonos de la región chocoana, gracias por esas hermosas líneas de frutos , platos típicos
ResponderBorrarEl texto es tambén un homenaje a Pacha cuca, quien vendía en los recreos de la Anexa. Bellos recuerdos de nuestra infancia escolar
ResponderBorrarExcelente aporte y valor significativo a lo nuestro, es decir, con esto se aprecia el trabajo de los abuelos quienes han luchado por dejar como legado el amor al campo y a sus deliciosos productos.
ResponderBorrarCada palabra escrita de cualquiera de estas vandumias son como el tintineo de la campana de Pavlov a su perro para hacerlo segregar jugo gástrico y demostrar su teoría de reflejo condicionado. De igual manera, este escrito es una oportunidad para traer a mi memoria olfativa y gustosa las pascuitas de doña Esneda, la de la Caucana, los enyucados de Ana Zoraida Mena y las dos fórmulas refrescantes de la avena de Sara Mayo. Gracias por tus crónicas apreciado Julio Cesar.
ResponderBorrarLascario Alberto Barboza Diaz