lunes, 19 de septiembre de 2022

 Cuarenta mil almas y diez mil caimanes

Mapa oficial de la Intendencia Nacional del Chocó, 1907.

Es lunes. En el puerto platanero de Quibdó quedan todavía algunas canoas ranchadas en donde han pernoctado bogas y campesinos que llegaron en la madrugada del sábado para el mercado semanal de la ciudad. Aún quedan dos semanas del mes de marzo de este año de 1930, que tan inope se ha ido tornando debido a la enorme crisis económica del mundo, cuyos estragos han alcanzado a la Intendencia Nacional del Chocó. Dentro de un mes exactamente, el 17 de abril, será jueves santo, primer día del triduo pascual de este año. Dentro de unos quince o veinte días, poco antes de que comience la semana santa, Abraham Hauad demandará al municipio de Condoto ante el juez primero del circuito provincial del San Juan, doctor Sergio Abadía Arango. El comerciante turco reclama el reconocimiento económico de una serie de órdenes de pago que ha comprado hasta por la mitad de su precio a distintos contratistas y empleados públicos, quienes no tuvieron otra salida ante la precariedad actual de su situación económica.

Hay conmoción por todas partes de la Intendencia. Desde Bogotá, el representante a la Cámara Reinaldo Valencia sostiene que el Chocó va camino a la ruina y, en Quibdó, su amigo y contertulio, Lisandro Mosquera Lozano, califica como desconsoladora la situación de privaciones, hambre y desolación que se vive en la provincia del San Juan, de donde acaba de regresar luego de larga estadía como empleado intendencial. El Intendente Nacional, Jorge Valencia Lozano, ha ordenado esta mañana la suspensión definitiva y hasta nueva orden de todos los trabajos en las obras públicas que en el momento se adelantan en la ciudad capital, entre ellas la construcción de la casa de gobierno o palacio intendencial, y la apertura de servicios del Hospital San Francisco de Asís, cuya construcción básica está prácticamente terminada. Están exhaustas las arcas de la Intendencia y la deuda por concepto del servicio público se incrementa cada día. Así que, según lo explica el Intendente, la medida es preventiva de males peores y ha sido tomada para afrontar una situación fiscal que él considera pavorosa y frente a la cual le han pedido desde Bogotá que tenga paciencia. Paciencia a la cual él le ha sumado su característica responsabilidad.

Un mes atrás, el domingo 9 de febrero de 1930, se realizaron las elecciones presidenciales en toda Colombia. El triunfo del liberal boyacense Enrique Olaya Herrera puso fin a la hegemonía conservadora de casi medio siglo en el poder. El poeta payanés Guillermo Valencia (conservador) y el General Alfredo Vásquez Cobo (disidente conservador), por más de 120 mil y más de 150 mil votos de diferencia, respectivamente, fueron los derrotados. En el Chocó, únicamente en El Carmen de Atrato y en Tadó no triunfó el candidato liberal. En El Carmen, los resultados fueron: 107 votos por Valencia contra solamente 32 por Olaya y 12 por Ospina; en Tadó ganó Vásquez Cobo, con 634 votos, frente a 462 de Olaya Herrera y 20 de Valencia. De resto, Olaya Herrera barrió literalmente en las urnas chocoanas. En Quibdó, por ejemplo, Valencia obtuvo 93 votos, contra 1.187 del candidato liberal y 173 del disidente conservador, quien incluso también le ganó a Valencia en Bagadó, Istmina, Tadó, Nóvita y Sipí. En estos dos últimos y en el municipio de Baudó, Valencia obtuvo cero votos. En resumen, de la votación total de 7.173 votos en el Chocó, solo el 8% correspondió al conservador Valencia; Vásquez Cobo lo duplicó, con el 17%; y Olaya Herrera obtuvo una abultada mayoría de 5.381 votos (75%) y es ahora el nuevo presidente, con quien se inaugurará el periodo conocido como la República Liberal, que tantos cambios traerá al país en todos los aspectos.

En este nuevo escenario, que incluye un incremento significativo del número de votantes en todo el país, han puesto sus esperanzas de progreso los liberales chocoanos, gran parte de ellos gente del pueblo raso, como los campesinos a quienes se les están madurando decenas de raciones de plátanos que no alcanzaron a venderse el sábado, día de mercado en el puerto platanero, a la orilla del río Atrato. Ya han dormido dos noches seguidas ahí mismo, en sus canoas ranchadas, de modo que no pueden seguir esperando. Así que venden lo que pueden a precio de huevo y regalan el resto a parientes y conocidos, para poder regresar a sus orillas de siempre, no sea que se les vaya la semana aquí en Quibdó, esperando lo que no va a llegar tan pronto como ellos quisieran: un precio mejor, tanto para su plátano y demás productos, como para la sal, el querosín, el árnica y otras dos o tres cosas indispensables que alcanzaron a comprar con los reales que consiguieron con las ventas.

Olaya Herrera y López Pumarejo en el ámbito nacional,
Valencia Lozano y Arriaga Andrade en el ámbito regional,
estuvieron entre los primeros artífices del cambio en el Chocó,
a partir de la década de 1930.
FOTOS: Licencia Creative Commons Wikipedia.
Archivo Fotográfico y Fílmico del Chocó.

“Cerca de la mitad de la población campesina, es decir, 40.000 escombros humanos que agonizan, roídos por el pian y la miseria, sobre el suelo más rico de Colombia, exigen la inmediata intervención del Estado”, escribirá cinco años después Adán Arriaga Andrade, el patricio liberal, padre del derecho laboral colombiano, quien fue también uno de los mejores administradores de la Intendencia Nacional del Chocó[1]. A las carencias estructurales en educación, salud e ingresos, el pueblo chocoano hubo de sumarle los variados males provenientes de la crisis económica mundial del año 1929, que seguirían vigentes por algunos años más, aunque no a todos los sectores de la región los afectarán por igual.

Mientras despiden masivamente a sus obreros o los obligan a trabajar sin paga durante el tiempo que los capataces dictaminen, las empresas mineras extranjeras, como la Chocó Pacífico en Istmina, Andagoya y Condoto, terminarán de raspar prolijamente con sus dragas -como se raspan de un caldero los restos del crujiente arroz pegado- las orillas y los lechos de los ríos hasta agotar las existencias de metales preciosos en las cantidades que para ellas resultan atractivas y rentables, y dejarle el cascote y la desesperanza a los mineros de batea y almocafre.

Mientras los campesinos entresacan uno que otro palo para sus casas y enseres, y cultivan día a día lo que el sábado llevarán al mercado de Quibdó, de las selvas chocoanas, especialmente del Medio y Bajo Atrato, continuarán saliendo maderas finas y productos no maderables, como tagua, balata, ipecacuana y quina. Igualmente, miles de animales de monte morirán torturados por sus verdugos extranjeros, a quienes les interesa exclusivamente su piel, altamente cotizada en los mercados internacionales de la fatuidad marroquinera. De hecho, este lunes 17 de marzo de 1930, están de paso por Quibdó los alemanes Otto Benz y Frank Keep, quienes vienen de Atrato abajo y llevan rumbo hacia el río Baudó, “para continuar en su empresa de cacería de caimanes”, como lo narra una nota del periódico ABC, que los entrevista con un entusiasmo digno de mejor causa, para que ellos relaten sus sórdidas tácticas de caza, mediante las cuales, en 1929 lograron exportar cerca de 10.000 pieles, es decir, mataron cerca de 10.000 caimanes.

“¿Qué número de caimanes calcula usted, Míster Benz, que se hayan destruido por los cazadores?”, pregunta el cronista del diario ABC, de Quibdó. “A ciencia cierta no puedo precisar. En estas labores se hallan empeñados muchos habitantes del Bajo Atrato, y mientras una parte trabaja, por ejemplo, en la ciénaga de Tadía, la otra se encuentra diseminada en las demás, que como usted sabe, son muchísimas. En la ciénaga del Limón, se mataban de 30 a 40 animales por noche, entre los individuos que trabajamos allí. Esto duró por varias semanas. En la llamada La Honda, una de las más grandes del Atrato, se cazaron, también entre todos los que estábamos en cacería, algo más de 600”; responden con satisfacción los alemanes, a quienes ABC despide con inusitado entusiasmo: “Dimos un estrecho apretón a estos dos hombres de buena voluntad, que se dedican día y noche al trabajo, y les manifestamos nuestros agradecimientos por los datos que dejamos transcritos”[2]. En el mes que acaba de pasar, febrero de 1930, calculan los alemanes que mataron 900 caimanes.

Cuatro días antes, en Condoto, se lleva a cabo una reunión de liberales “con el objeto de acordar el obsequio de una tarjeta de oro al doctor Enrique Olaya Herrera, por su resonante triunfo en el debate presidencial”[3]. Este hecho da una idea del tamaño de las esperanzas que, en medio de la crisis, han suscitado en el Chocó las promesas liberales de cambio, que se materializarán en los significativos avances de la tierra chocoana, en el curso de dos décadas, cuyo comienzo se debe -justo es reconocerlo- al gobierno de  “Concentración nacional”, de Olaya Herrera, bajo el lema “Hagamos de Colombia un pueblo grande”, y al gobierno de la “Revolución en marcha”, de Alfonso López Pumarejo.

El acceso a educación superior de buena calidad -financiada por el Estado- para los abundantes talentos regionales marcará positivamente el devenir de la comarca, que de la mano de sus propios hijos alcanzará su sueño de progreso y autonomía, cifrado en la obtención de la categoría política de departamento. El mejoramiento e incremento de la oferta e infraestructura de educación primaria y secundaria de carácter público y gratuito en la región contribuirá a la democratización de la vida ciudadana, a la ruptura de barreras de exclusión y al acceso de las mujeres a escenarios diferentes al matrimonio y el hogar. La inauguración del primer hospital que mereció tal nombre en el Chocó, el hoy decadente San Francisco de Asís, traerá consigo ejemplares campañas de salubridad en todos los rincones de la región, mediante las cuales se erradicarán endemias y epidemias, disminuyendo significativamente las periódicas mortandades en los campos del Chocó. Amplios y eficientes programas de apoyo a la agricultura y a la producción en las zonas rurales, dirigidos por agrónomos y técnicos que recorren el territorio chocoano, contribuirán al mejoramiento de las economías locales y a la estabilización del mercado regional. Una fábrica oficial de licores y una lotería de beneficencia incrementarán los caudales propios del nuevo departamento. La infraestructura de la región alcanzará puntos de auge hasta entonces impensables, incluyendo edificios públicos dignos, trazado y pavimentación de calles, la primera carretera hacia el interior del país, plantas eléctricas, servicios telegráficos y el primer acueducto de Quibdó… 

Estos y otros acontecimientos de verdadera gobernanza le darán sustento a la esperanza. Buenos tiempos han llegado y permanecerán hasta que dure -como emblema del liderazgo regional y distintivo del servicio público- el compromiso con la propia tierra y la propia gente, a través del ejercicio profesional idóneo, digno y honrado.


[1] El texto completo de Arriaga Andrade fue materia de un artículo de El Guarengue: Como si hoy fuera ayer. Los problemas del Chocó según Adán Arriaga Andrade, que puede leerse en: https://miguarengue.blogspot.com/2020/03/como-si-hoy-fuera-ayer-los-problemas.html

[2] ABC, Quibdó, 17 de marzo de 1930. Edición Nº 2157. La cacería de caimanes en el Atrato ha dado magníficos resultados. En La Honda se pescaron 600. Diez mil pieles se exportaron en 1929.

[3] ABC, Quibdó, 13 de marzo de 1930. Tarjeta de oro para el Presidente Olaya Herrera.

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