lunes, 1 de agosto de 2022

 Emil Nauffal Dualiby

* Del libro Grandes del Chocó y cortesía Gonzalo Díaz Cañadas.

Emil Nauffal Dualiby se las sabía todas en materia de política nacional. Minutos antes de que la televisión, en ese entonces totalmente pública y en blanco y negro, diera a conocer en la transmisión oficial de la posesión presidencial los nombres de quienes integraban el gabinete ministerial del nuevo presidente de Colombia, Alfonso López Michelsen; ya Emil, papel y lapicero en una mano y en la otra una copa de aguardiente reluciente y transparente, nos había anticipado la nómina casi completa, ahí en la sala de la casa, donde departía con mi mamá y mi papá, donde tantos días y noches achicaron aguardiente Platino con o sin guitarra para que él cantara Cabaretera y otros cuantos boleros y algunas canciones chocoanas que se sabía. A mí me encantaba verlo ahí, hablando de todo, contando chistes, burlándose de cuanta cosa se les ocurría a los tres, conversando del viejo Chocó, de política nacional o regional, de amores y desamores, de boleros o de tangos, de guarachas o de sones. El humor de Emil era un pozo sin fondo. Yo era el mandadero oficial de estas reuniones, el comeviejo o metido-a-grande al que le permitían estar ahí como uno más, pero atento siempre a lo que necesitaran: un vaso o una copa o un plato de la cocina, cigarrillos o aguardiente de la tienda, queso o limón o cebolla o tomate para las picadas o pasantes.

Emil Nauffal Dualiby era una mente brillante, como su incipiente calvicie de cuarentón o sus gruesos lentes de miope cegatón. Ignoro cómo llegó a ser la estrella que fue en el periodismo regional del Chocó, en Ecos del Atrato, la emisora en la que todos los quibdoseños lo oímos con gusto y devoción durante gran parte de la década de 1970. Emil hacía en su totalidad, íntegro, desde la consecución de la información hasta su redacción y locución, uno de los mejores noticieros que haya tenido la radio chocoana, quizás equiparado únicamente por el de esa otra maravilla de nuestro antiguo periodismo que era el Mono Díaz. Escuchar aquel noticiero de Emil dejaba la sensación, al final, de quedar totalmente y muy bien informado, así como de haber oído un noticiero de verdad, profesional, digno de cualquier emisora del ámbito nacional, en tiempos en los que la radio -en todo el país- reinaba por encima de los otros medios en materia de inmediatez y actualidad noticiosa. Incluso cuando estaba evidentemente enguayabado, tanto que hasta se le notaba en la dicción enredada, Emil era todo un profesional del periodismo y la locución.

Emil tenía una creatividad inagotable para convertir en noticia de interés cosas que de origen no lo eran, como el viaje de un parlamentario o gobernante chocoano, así fuera de vacaciones. O la visita, así fuera de cortesía, de cualquier personaje nacional -político o no- a la tierra chocoana. A los artistas también los convertía en noticia, más allá de su presentación en el coliseo, como lo hizo en su momento con Alci Acosta, a quien entrevistó en medio de la barahúnda de su concierto. Y como lo hizo también con Leonor González Mina, La Negra Grande de Colombia, a quien rescató del tumultuoso bochinche según el cual ella era hija de una señora de Cértegui que la había abandonado y que por ese motivo había terminado adoptada y criada por otra familia, que no era la suya, por allá en un pueblo del Valle del Cauca llamado Robles. Emil, primero, reprodujo la corrinchera especie sobre La Negra Grande; pero, al otro día, la entrevistó, para que ella pusiera las cosas en su sitio, con una voz que al principio sonaba molesta, pero que en la charla con Emil fue derivando hacia la sonrisa divertida ante semejante ocurrencia.

La admirable agudeza y la natural habilidad que Emil Nauffal Dualiby tenía para entrevistar a los personajes, famosos o no, convertían cada entrevista en un momento de cercanía del oyente de la emisora con los entrevistados. Quizás lo lograba por su tremenda memoria histórica, por lo ilustrado y culto que era en diversas materias, las cuales incluían el arte y la literatura. Esta virtud de Emil lo llevaría a aportar a la radio chocoana un hito singular en el plano cultural: un programa de poesía en las noches de los sábados, en el cual -además de la selección de poemas y poetas- él mismo, el propio Emil, interpretaba, leía y declamaba las poesías seleccionadas. Allí, a esa hora, los muchachos de la época que oíamos radio, escuchamos por primera vez los poemas de Dora Castellanos, Meira Delmar y Teresa Martínez de Varela, y supimos que Luz Colombia Zarkanchenko de González, una de las pioneras de la participación de las mujeres chocoanas en política, era también poeta. Gracias, Emil. Allí, en ese espacio radial casi inverosímil, también fue de las primeras veces en las que oímos amplificadas por el poder de la emisora e igualmente en la voz de Emil Nauffal Dualiby, poesías costumbristas del Maestro Miguel A. Caicedo Mena, poeta de la chocoanidad, como El perrito rabón, que Emil interpretaba con gracia magistral.

Con la misma diligencia y capacidad con las que hacía el noticiero, una vez que este terminaba, al filo de la una y media de la tarde, cuando en las calles de Quibdó reverberaba el sol sobre el asfalto recientemente aplicado, sancochándolo hasta punto de melcocha; la voz de Emil Nauffal Dualiby reaparecía en un programa de publicidad política pagada del Partido Conservador, de media hora de duración. “Mi partido glorioso / mi partido azul Conservador / su bandera victoriosa / con Bolívar el Libertador”, cantaba un coro bastante bueno al comienzo y final del programa y como cortina musical entre una y otra nota de las que leía Emil, esta vez con voz de tribuno, de militante, como lo era, de dicho partido, al cual, la verdad, lo acercaba únicamente su filiación nominal, pues su pensamiento era el de todo un liberal.

La chispa de Emil Nauffal Dualiby era incandescente e inextinguible. No había momento en el que no se le ocurriera un gracejo absolutamente divertido, una salida insólita y burbujeante de risas. “Esa lengua tuya, Emil, por Dios”, le decía mi mamá muerta de risa y él igualmente muerto de risa le contestaba: “Ay, Teresita, cuál lengua, no me calumniés…”. Los domingos en la mañana, especialmente en festividades como el Día del Padre o el Día de la Madre, o en días diferentes, pero de fiestas patrias, cuando aún no existían los lunes festivos de la llamada Ley Emiliani; Emil desenguayababa frente al micrófono de Ecos del Atrato, animando un programa de complacencias musicales, que entre una y otra canción enriquecía con sus ocurrencias, que por lo general concebía directamente para sus amistades, a quienes aludía o no por sus nombres, según el tamaño de la invención que hiciera. Una vez dijo que mi mamá estaba regalando pasteles chocoanos, que los primeros cinco oyentes que llamaran podían arrimar hasta la casa y reclamar de a dos cada uno. Y otra vez, conociendo los gustos musicales individuales y compartidos de ambos, se dedicó a poner canciones que supuestamente mi mamá le dedicaba a mi papá y viceversa, pero con unas frases de doble sentido que solamente ellos entendían, aunque a cualquiera mucha risa le producían.

Emil Nauffal Dualiby nació en Quibdó, en junio de 1934, aunque buena parte de su juventud transcurrió en Istmina. De hecho, mucha gente pensó siempre que era istmineño, cosa que él no desmentía ni corregía. Su papá era un turco, sirio-libanés, de aquellos de la oleada migrante a Colombia de principios del siglo XX: Manuel Nauffal Chejbda, se llamaba. Su mamá era Eyda Dualiby Perea. No tengo claro, casi nadie a quien le he preguntado, cuándo y dónde fue que Emil murió. Ni una foto en la supuestamente infinita Internet fue posible conseguir.

También en Cali pasó Emil varios años y allí fue empleado, como Contador juramentado, en varias empresas, como Croydon, Fleischmann e Ingenio Central Castilla. Su ingreso a la radio se dio en las emisoras La Voz de Cali y Radio Pacífico[1]. Quizás de allá venía cuando llegó a Quibdó y durante casi una década brilló, literalmente con la propia luz de su inteligencia y su ingenio, en la radio quibdoseña y posteriormente en Istmina y en Tadó. Gracias, Emil Nauffal Dualiby, por toda la alegría y demás que nos diste a los quibdoseños de la época, incluidos los niños, en tu paso por Ecos del Atrato, en los 1.400 de nuestro histórico dial.


[1] Estos pocos datos biográficos son tomados de: Inmigrantes a Colombia. Personajes extranjeros llegados a Colombia, de Luis Álvaro Gallo Martínez. Bogotá D.C., abril de 2011. ISBN 978-958-44-5711-0.

1 comentario:

  1. Soy Zahyde Nauffal, hija de Emil Nauffal Dualiby. Y siii mi Padre fué un gran locutor y agradezco que hayan publicado su biografía. Ese era mi Padre, y muchas otras cosas, pero era brillante y yo en particular lo admiraba mucjo. Gracias, mil gracias por traerlo devuelta después dectanto tiempo. Dios los bendiga.

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