Hasta que la dignidad se haga costumbre
Homenaje de la Senadora María José Pizarro a su padre. FOTO: Twitter @PizarroMariaJo |
Por eso, daba aún más gusto ver las caras de la gente en el acto de posesión presidencial de ayer en la Plaza de Bolívar de Bogotá. Era conmovedor ver tanta gente emocionada, sinceramente emocionada, por estar ahí asistiendo a esa ceremonia, así fuera de lejos, en la mitad de una multitud, con hambre y sin siquiera agua para tomar, pues con nada de comer o de beber dejaban ingresar al lugar. Sentían alegría. Y su alegría era genuina. Y era genuina porque nacía de la esperanza en el futuro, de la esperanza de que, por primera vez, alguien en el puesto de presidente se preocupara realmente por ellos, ellas, sus familias, sus barrios, sus comunidades, sus problemas. Y una vicepresidenta fuera parecida a ellas y ellos, por su procedencia, por su identidad, por su historia, por su compromiso y por su transparencia. Auténtica era la alegría que allí reinaba, entre tanta gente que, en su mayoría, había llegado desde antes del mediodía. O en la que se reunió en los parques y plazas de los alrededores, para disfrutar de las presentaciones artísticas previas a la ceremonia, que después verían en las pantallas gigantes dispuestas para la transmisión de televisión.
De esa alegría, de esa esperanza de futuro, estaban hechos los gritos coreados por la multitud: “¡Sí se pudo, sí se pudo, sí se pudo!”. “¡Petro, amigo, el pueblo está contigo!”. “¡Alerta, alerta, alerta, que camina la lucha de los pueblos de América Latina!”. Gritos estos que, a modo de consignas, pero esta vez no de reclamo airado, sino de jubilosa celebración, le daban al acto de toma de posesión presidencial de Colombia un aire de tumultuosa manifestación política, de concurrido plantón de los nadies y las nadies en torno a una victoria que sentían como suya. Lo cual, justo es decirlo, compromete aún más al nuevo gobierno con la gente de lo que pudiera comprometerlo el juramento que el nuevo presidente hizo ante el “ciudadano senador” que preside el Congreso Nacional: el infaltable Roy Barreras, quién lo creyera.
Además de la alegría, auténtica y genuina, una buena cantidad de detalles hicieron significativo y memorable aquel acto. No hubo alfombras rojas. Para nadie. Ni siquiera para Petro y su familia. Tampoco para los invitados especiales y protocolarios. Entre estos invitados, además del sastre femenino y del traje sobre medidas o el esmoquin masculino, había toda clase de pintas, una diversidad antes impensable, de la cual formaron parte los bonitos atuendos de la vicepresidenta, Francia Márquez, y de David Racero, presidente de la Cámara, ambos diseñados y cosidos por talento afrocolombiano.
Afrodescendientes e indígenas conformaban gran parte del público general. También del grupo de invitados especiales y de participantes de primer plano en la ceremonia. La Maestra Betty Garcés, soprano afrocolombiana, oriunda de Buenaventura, interpretó -como era de esperarse, de modo magistral- el Himno Nacional. Stephany Perlaza, joven periodista afro, caleña, y Martha Rentería, comunicadora indígena del Putumayo, condujeron la transmisión oficial previa a la ceremonia de posesión presidencial. La Maestra Teresita Gómez, pionera en el país de la presencia afrodescendiente en los estudios de conservatorio y en la interpretación profesional de música clásica, no solamente actuó como pianista principal de las sinfónicas que interpretaron el Himno Nacional; también llenó con su limpia ejecución de “Hacia el calvario”, pieza popular de la música andina colombiana, compuesta por el inmortal Carlos Vieco y que hizo famosa el célebre doctor Alfonso Ortiz Tirado; y del Nocturno en mi bemol mayor, de Chopin, el crudo e incómodo momento de receso obligado, mientras llegaba a la tarima la espada de Simón Bolívar, que bien podía haber estado ahí de no ser por la poquedad del pueril y lúgubre Duque, ahora expresidente, para bien del país.
En la imposición a Petro de la banda presidencial, y aunque el protocolo manda que lo haga únicamente el presidente del Congreso Nacional, tomó parte la Senadora María José Pizarro, quien llegó ataviada con una chaqueta que llevaba tejida la imagen de su padre acompañada de la leyenda: que la lucha por la paz no nos cueste la vida. Sus entrañables lágrimas de emoción resumen medio siglo de historia de nuestra nación. “Venga esa mano, país”, daban ganas de decir. “¡Palabra que sí!”
“Invitados de honor: Arnulfo Muñoz, pescador de Honda (Tolima); Katherine Gil, líder juvenil de Quibdó (Chocó); Kelly Garcés, barrendera del aseo de la ciudad de Medellín; Rigoberto López, campesino cafetero de Anserma (Caldas); Iván de Jesús Londoño, silletero, de flores, de Santa Helena (Antioquia); Genoveva Palacios, vendedora ambulante en el departamento del Chocó”[1]. Así, uno a uno, una por una, los incluyó Petro en los saludos protocolarios de su primer discurso como Presidente de Colombia, cuando apenas había saludado a los dignatarios del Congreso (Racero y Barreras) y a la plana mayor de presidentes de otros países, y antes de saludar a los demás invitados internacionales y a la plana mayor del ámbito nacional. En las casas de estos invitados de honor había pernoctado Petro durante la campaña electoral y con ellos había compartido unas horas de vida cotidiana. No cabían de la emoción los saludados, ahora revestidos de honor como invitados. No cabían de la emoción los miles de nadies que abarrotaban la Plaza de Bolívar: sentían que su lugar había cambiado. El efecto simbólico del gesto se había consumado.
Minutos antes, Francia Elena Márquez Mina había añadido al convencional y protocolario “sí juro” un poco más de una docena de palabras para darle su propio sentido al juramento formal como Vicepresidenta de Colombia: “…también juro ante mis ancestros y ancestras, hasta que la dignidad se haga costumbre”, proclamó con emocionada firmeza. La ovación del público general no se hizo esperar. En primer plano de la escena política nacional estaba aconteciendo una performance recordatoria de nuestra condición multiétnica y pluricultural, protagonizada por la misma mujer negra a quien con saña racista, clasista y machista zahirieron durante la campaña electoral ignorantes de toda laya, hasta connotadas personalidades de la política y el periodismo. Una lección de dignidad: nunca antes una juramentación vicepresidencial había tenido tanta importancia ni había sido tan celebrada por tanta gente del común en todos los rincones de Colombia.
Juramentación de Francia Márquez-Foto AFP/El País (España) |
Si Gustavo Petro le hubiera dado a Francia Márquez la oportunidad
de hablar en el acto oficial en el que se posesionó como Presidente de Colombia
y la juramentó a ella como Vicepresidenta, habría incorporado un símbolo más,
igualmente poderoso, a la enorme riqueza simbólica de la ceremonia y a la
inmensa alegría con la que esta fue vivida por la gente común y corriente que
colmó más de la mitad de la Plaza de Bolívar, en Bogotá, y a millones de
colombianos que siguieron la transmisión de televisión; este 7 de agosto de
2022, que por tantas razones será especialmente recordado en la historia
política nacional.
[1] Discurso del Presidente Gustavo Petro: https://www.youtube.com/watch?v=qCfpGx7sZXc
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