lunes, 13 de septiembre de 2021

Recuerdos de la Normal (II)

 Recuerdos de la Normal (II)

Mosaico de la primera promoción de Maestros-Bachilleres
y Escudo de la Normal de Quibdó. Fotos: El Guarengue.

La Escuela Normal Superior de Quibdó, que comenzó labores en 1936, es una de las siete instituciones educativas de su género que existen en el Chocó y una de las 137 que existen en Colombia[1]. Su edificio original es un diseño del famoso arquitecto colombiano Alberto Wills Ferro, el mismo que diseñó la Biblioteca Nacional de Colombia. La construcción de la Normal y del antiguo edificio del Banco de la República, este último a cargo de la firma barranquillera Cornelissen & Salcedo, en 1937, marca una transición de Quibdó hacia la arquitectura moderna y racionalista, según lo ha explicado ampliamente el arquitecto e historiador Luis Fernando González Escobar[2].

Aunque muchos de sus egresados no volvimos a saber prácticamente nada de ella, por lo menos por parte de su personal directivo, docente y administrativo, e incluso el mosaico conmemorativo de nuestra graduación como Primeros Maestros-Bachilleres, elaborado por uno de los artistas del salón (José Mosley Tréllez Moreno), desapareció hace algunos años sin que nadie diera razón de él; nunca hemos dejado de sentirnos orgullosos de haber estudiado en esta inolvidable institución, en cuyos salones, patios, canchas y claustros pasamos once años de nuestras vidas, orientados por maestras y maestros de grata y admirable memoria, encabezados por Don Arnulfo Herrera Lenis como Director de la Escuela Anexa y por Don Jorge Valencia Díaz como Rector de la Normal.

Para la lluvia o el sol, Don Jorge Valencia Díaz siempre andaba con su paraguas negro, así como era frecuente que usara corbata con sus camisas de manga corta de colores claros, sus pantalones bien planchados, sus zapatos negros siempre lustrosos y su sonrisa amable con todos los estudiantes, a quienes solía saludar por el nombre o apellido, o con el apelativo de "Joven". Su firma de perfecto y elegante trazo, de caligrafía clara y legible, era una especie de símbolo de la dignidad con la que Don Jorge ejercía su cargo y la majestad que al mismo le daba.

Membrete de la papelería de la Normal de los años 1970 y firma del Rector, Don Jorge Valencia Díaz,
quien aparece en la foto con Rafael Bolaños Henao, en Nuquí, en marzo de 2020.
Collage de El Guarengue. Foto: cortesía de Rafael Bolaños H.

Solamente una vez, y por razones que más válidas no podrían ser, Don Jorge se puso casi bravo con nosotros y en su amplia y ordenada oficina de la Rectoría, ubicada en la esquina suroriental del segundo piso del magnífico edificio del colegio, nos reprendió y nos pidió explicaciones, principalmente a Rafael Bolaños Henao (Nabuco) y a mí, porque nos había dado por liderar una protesta en contra de la supuesta expropiación de la cancha de fútbol, de la que sería objeto la Normal. Cursábamos Sexto (el Once de hoy). Recientemente habíamos regresado de las vacaciones de mitad de año, con lo cual estábamos a menos de seis meses de nuestra graduación. Algunas informaciones transmitidas por Ecos del Atrato y Brisas del Citará, las dos emisoras que en Quibdó todos oíamos, sumadas a comentarios oídos a algunos adultos, nos llevaron a concluir que aquella cancha, a la que ya le habían construido la gradería occidental, unas cabinas para periodistas y una rústica pista de atletismo, para los Primeros Juegos Deportivos del Litoral Pacífico, que se habían celebrado exitosamente hacía dos años, se la iban a quitar a la Normal e iba a ser propiedad de Coldeportes o del Departamento o del Municipio. Así que nos quedaríamos sin la cancha de toda la vida, sin dónde jugar fútbol y sin dónde tener clases de educación física; y a la Normal le quitarían injustamente algo que le pertenecía, sin entregarle nada a cambio, sin ninguna contraprestación económica. Contra eso, amenazando con hacer un “paro escalonado” hasta no volver a clases, y solicitando una indemnización económica para la Normal, nos manifestamos a través de un montón de carteles hechos en cuartos y octavos de cartulina, y en el lado limpio de hojas usadas del mimeógrafo del colegio, que pegamos en todas las columnas y paredes de los claustros del primer piso un viernes en la tarde, antes de irnos a la casa. Después de suspendernos durante tres días, mediante una orden comunicada el lunes por el Profesor Luis Carlos Mayo y Córdoba, Prefecto de Disciplina, y el Capellán del colegio y profesor de Religión, Padre Rodrigo Maya Yepes, a unos cuantos nos hicieron comparecer en la Rectoría, y allí nos dijeron que si no abandonábamos esa idea del paro y no despegábamos esos carteles y no ofrecíamos disculpas por la protesta y no venían nuestros acudientes a una reunión, nos cancelarían la matrícula, avisarían a todas las normales de Colombia para que en ninguna nos recibieran y así no nos pudiéramos graduar ni este año ni nunca.

Finalmente, nos fue bien, mejor de lo que pudo haber sido. Ante la promesa de disciplinarnos y aconductarnos, que hicieron nuestras mamás en la reunión, Don Jorge les informó que nos iban a perdonar porque siempre habíamos sido buenos estudiantes, así que ni siquiera nos iban a poner matrícula condicional, como lo pedían de modo insistente algunos profesores; pero, que sí nos iban a suspender por otros dos días y nosotros teníamos que asumir las consecuencias de la inasistencia a clases, poniéndonos al día por nuestra propia cuenta y repitiendo las prácticas pedagógicas que esa semana nos tocaran. Sin rabia alguna, con el respeto y la nobleza que siempre le conocimos, Don Jorge nos dijo que nunca volviéramos a actuar sin pensar y preguntar antes, y nos explicó que no era cierto que a la Normal le fueran a quitar la cancha, que los normalistas podríamos seguir usándola como siempre y que, en cualquier caso, si la cancha se llegara a convertir en el Estadio de Quibdó, habría algún tipo de acuerdo entre el gobierno y la Normal. Nunca supimos qué pasó después. Y ya no le podemos preguntar a Don Jorge, porque ya no está, se fue en octubre del año pasado y ahora mora en la eternidad.

Los meses pasaron después de aquella fallida protesta. A instancias de quien fuera nuestro Profesor de Historia Moderna y Contemporánea de América (así se llamaba la materia) y nuestro Director de Grupo durante cuatro años, de 3º a 6º, el inolvidable Gonzalo Moreno Lemos, seguimos juiciosos haciendo rifas y tómbolas, bailes con cuota y pequeñas contribuciones económicas individuales cada semana, con el propósito de incrementar un fondo económico destinado a celebrar lo más dignamente posible nuestro grado y a hacer el mosaico recordatorio, que implicaba no solamente pagar por las fotografías de cada estudiante y cada profesor, sino además correr con los gastos de ejecución de la obra en madera de Triplex, con pinturas de los colores verde y amarillo de la Normal y bajo el diseño elaborado por el mismo artista, es decir, Mosley. Además, el profesor Gonzalo se empeñó en que cada uno tuviera una copia de la fotografías tamaño documento usada para el mosaico, con su respectivo negativo, así como una fotografía laminada del mosaico y una del diploma, todas en blanco y negro, que muchos del grupo aún conservan. El dinero recolectado nos alcanzó para una comida de fiesta, una copa de vino barato y unos cuantos tragos de Platino, en una celebración a la que asistimos en compañía de nuestras mamás y algunos papás, y que hicimos en la casa de Melquisedec Moreno Mosquera, en el barrio El Silencio, en cuya cocina -bajo la coordinación de Mamá Pacha, la abuela de Melqui- nuestras propias y muy felices mamás prepararon la comida y algunos pasabocas.

En la ceremonia de grado nos acompañaron todos los que habían sido nuestros maestros, quienes en su mayoría estaban tan contentos como nosotros. Allí estaba el profesor Plinio Palacios Muriel, quien fue el maestro de ceremonias de la ocasión, y quien había sido nuestro profesor de Castellano, Redacción y Ortografía, en primero y segundo, y de Español en tercero; nos había enseñado a declamar las poesías El Renacuajo Paseador (El hijo de Rana, Rin Rin Renacuajo / salió esta mañana muy tieso y muy majo...) y ¿Cuál? (Cuál ha de ser, Dios Mío, cuál ha de ser / Yo al esposo miré y él me miró…) y nos había puesto a leer el libro que eligiéramos de la biblioteca para un trabajo final del curso tercero. Margot Salge, la bibliotecaria, me insistió para que no eligiera Así hablaba Zaratustra y me ofreció otras opciones menos rebuscadas; pero, la juventud suele ser terca.

Con su cariño de siempre, con el mismo con el que nos enseñó Geografía, con su sonrisa amplia, su cara radiante, su vestido colorido y un turbante o pañoleta roja, ahí estaba también la querida Maestra Enriqueta Chalá de Perea Aluma. Luz Amparo Mosquera, nuestra profesora de Introducción a las Ciencias, de Biología y de Química, estaba también ahí, con los rezagos de acento bogotano que aún le quedaban, pues de la capital había llegado con título de Licenciada y después de varios años de trabajo, y con una actitud férrea que en realidad ocultaba una mujer de espíritu juvenil, alegre y divertida, así nos amenazara a ratos con “clavarnos” a todos “un 1 estilo chance”, es decir, una raya descendente desde el primer nombre de la lista hasta el último alumno, indicando que la calificación de todos era 1, como lo hacían los chanceros para indicar en las casillas del talonario que la apuesta de todos los números era de 1 peso.

Tirso Quesada Martínez, quien nos enseñó inglés con English this way y New concept English for Colombia, desde 3º hasta 6º; y Guillermo Murillo Rentería, quien entre clase y clase de Educación Idiomática nos enseñaba a dibujar las letras en alfabeto gótico; ambos en ese momento esforzados estudiantes pioneros del programa de Licenciatura en Idiomas de la Universidad Tecnológica del Chocó, también estaban ahí en la ceremonia de nuestro grado, compartiendo sonrientes y dicharacheros con nosotros.

Así mismo, estuvieron en nuestro grado El Tigre, Luis Carlos Mayo y Córdoba, Prefecto de Disciplina; Don Camilo Caicedo, nuestro profesor de Metodología y Técnicas de la Educación; Libardo Mosquera H., profesor de Administración Educativa, famoso por las rifas que nunca se hacían y los emprendimientos cuyo resultado uno nunca veía; Francisco Caicedo Matute, profesor de Fundamentos y Técnicas de la Educación y posteriormente Coordinador de Prácticas Pedagógicas en reemplazo de la muy querida y respetable Maestra Imelba Valencia de Valencia; el Profesor José Renán Chamorro, de Biología Animal; el Profesor Héctor Moya Guerrero, de Comportamiento y Salud; el profesor Pacho Díaz (Francisco Díaz Bello), de Psicología Educativa y de Filosofía e Historia de la Educación; el profesor Wilson Leudo, de Trigonometría; y el Padre Rodrigo Maya Yepes, inolvidable por la novedad de sus materiales didácticos en clase de Religión, los cuales incluían programas de diapositivas o filminas sobre diversos temas, y radiodramas como los de la serie “El Padre Vicente, Diario de un cura de barrio”, de autoría de Mario Kaplún (1923-1998), famoso maestro, escritor, teórico de la comunicación, quien desde la perspectiva educativa de Paulo Freire impulsó el concepto de comunicación transformadora en la radio popular y educativa de América Latina (https://radioteca.net/audioseries/el-padre-vicente-diario-de-un-cura-de-barrio/); mediante estos materiales y las reflexiones que con ellos suscitaba en nosotros, el Padre Maya nos introdujo en las novedades de la cuestión social y el humanismo que a la iglesia habían llegado con el Concilio Vaticano II.

Allí estuvo también Envenenao, el profesor Jesús Cuesta Porras, apasionado, frenético y bravucón en el tablero de enseñanza de Física y de Análisis Matemático, quien en un arranque de enojo con nosotros nos dejó una vez más de 50 problemas de los libros de Física de Acosta y de Quiroga para entregarlos resueltos al otro día; lo cual logramos hacer trabajando divididos en cuatro subgrupos, hasta la media noche, en unos salones del colegio Cañizales que nos permitió usar el papá de nuestro compañero William Asprilla Salcedo, Don Cirilo Asprilla, quien trabajaba como celador de ese colegio. Es justo añadir que, en un arranque de entusiasmo, también Envenenao nos puso 10 de calificación en un bimestre a los cinco primeros que resolvimos un problema de dos trenes que salían de puntos opuestos A y B y en el cual se trataba de hallar, entre otras cosas, el punto de un plano donde se encontrarían y el tiempo que gastarían en encontrarse.

El profesor Edgar Moreno, quien por su enorme paciencia con quienes no entendían a la primera explicación, por su pedagogía tan carente de afanes y rebosante de metodología que convertía la demostración de teoremas en una actividad divertida, por los recursos didácticos que desplegaba con sus cajas de tizas de colores en los dos tableros del salón y por su inmensa capacidad de explicar de varias maneras el mismo concepto, fue el mejor profesor de Aritmética, de Álgebra y de Geometría que hayamos podido tener, también estuvo ahí, en nuestro grado, con su camisa de manga larga, su amable sonrisa y su argolla de oro en la mano derecha.

Estuvieron, por supuesto, Gonzalo Moreno Lemos, mentor satisfecho de nuestro logro y aquel magnífico Rector cuya administración nos correspondió durante todo el periplo normalista:  Don Jorge Valencia Díaz. Era un viernes 2 de diciembre. Emocionadas hasta las lágrimas, la mayoría de nuestras madres sintieron que con nuestro grado en la Normal la vida les había empezado a sonreír.

Dos semanas después, con el respectivo par de estampillas Pro-Desarrollo del Chocó y las firmas de Osías Lozano Díaz como Gobernador y de Eliécer Lemos como Secretario de Educación, en la Gobernación nos devolvieron el diploma ya totalmente válido, pues lo habíamos llevado a registrar, como lo mandaban las normas de la época. Ahora podíamos dedicarnos a buscar trabajo para ayudar a nuestras familias y para empezar a asegurar la posibilidad de estudiar algún día en una universidad, un propósito que todos logramos años después. Más de la mitad eligió permanecer en el magisterio, tanto en el Chocó como en otras regiones del país. De los 25 que ese día nos graduamos, ahora quedamos 22, pues hace muchos años -en un accidente de tránsito- pereció José Ramírez Mosquera y, en el último año, el Covid-19 acabó con la vida de Jesús Alberto Moreno Serna y Jesús Erwin Mosquera Arce. Su recuerdo, el de ellos tres, nos acompañará perennemente, pues terminamos siendo un grupo de hermanos y amigos de la vida, para siempre.

“¡Viva por siempre la Normal / Madre de los institutores / También que vivan eternamente / sus estudiantes y profesores”.

 


[1] En el país únicamente no hay escuelas normales superiores en los departamentos de San Andrés, Guainía y Guaviare.

[2] González Escobar, Luis Fernando. Quibdó, contexto histórico, desarrollo urbano y patrimonio arquitectónico. Centro de publicaciones Universidad Nacional de Colombia Sede Medellín, febrero 2003. 362 pp. Pág. 304-308.

10 comentarios:

  1. Excelente escrito que demuestra la gratitud hacia sus docentes, aquellos formadores quienes les impartieron educación para la vida, lo que ha dejado en usted y sus compañeros huellas para ser hoy personas de bien para Quibdó, el Chocó, Colombia y el mundo.
    Gracias por recordarlos con tanto cariño y aprecio, especialmente a mi padre Guillermo Murillo Rentería.
    Saludos.

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    1. Gracias por su lectura y comentario. Éramos buenos amigos con el Profesor Guillermo. Saludos.

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  2. Julio, tu maravillosa y privilegiada memoria te permite plasmar en forma clara textos coherentes y nostálgicos que nos llevan a evocar un pasado lejano, pero que tú narrativa los hace percibir tan cercanos y actuales.
    Gracias Escuela Normal; gracias, inolvidables profesores

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    1. Gracias, Rafa, hermano y amigo de siempre, uno de los compañeros más inteligentes de ese grupo de la Normal. Me honra que valores este escrito.

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  3. Muchas nostalgias al leer este escrito lleno de sabiduria,conocimiento de causas.
    Feliz de recordar nombres de nuestros brillantes formadores.
    Bendiciones para el escritor.Tuve la oportunidad de conocer y trabajar con chucho que en paz descanse, todo un maestro.
    Que viva por siempre la Normal.

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    1. Gracias por el comentario. Qué bueno que compartamos la buena memoria de aquellos buenos tiempos. Saludos.

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