lunes, 5 de octubre de 2020

San Pacho


A orillas del río Atrato, en Quibdó, Chocó, Colombia, esquina noroccidental de Sudamérica, a casi 10.000 kilómetros de distancia de Asís (Italia) si el viaje se hiciera en línea recta; se celebra desde hace casi cuatro siglos una fiesta patronal en homenaje a San Francisco de Asís, a quien -para confirmar su adopción popular- se le conoce también como San Pacho. San Pacho llama también el pueblo, genéricamente, al conjunto de rituales de carácter religioso, artístico y festivo que constituyen esta fiesta anual, que desde el año 2012 forma parte de la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, de la Unesco.
 
San Pacho está en la esencia del ser chocoano, particularmente del ser quibdoseño. Por ello, ser San-Pachero es la mejor forma anual que el pueblo quibdoseño ha encontrado de hacer más buena y llevadera la vida. Y ser Franciscano es proclamarse hermano de los demás y tratarlos como tal, así muchas veces solamente sea de palabra y durante el tiempo que dura la fiesta.
 
Desde la orilla del Atrato, Miguel Antonio Caicedo Mena, el insigne Poeta de la Chocoanidad, resumió en setenta y dos versos lo que el santo y la fiesta significan para Quibdó y su gente. Desde Roma, a 180 kilómetros de Asís, en el primer caso, y desde la propia tumba de San Francisco de Asís, en el segundo caso, el Papa Francisco, quien del santo tomó su nombre pontifical, nos ha enseñado sobre el significado de la ecología integral de quien escribió el primer poema en lengua italiana (el famoso Cántico de las criaturas) y sobre su profunda concepción del amor fraterno, el compromiso con la justicia, con la paz y con los pobres.
 
A propósito de la fiesta de San Francisco de Asís (4 de octubre), quien hace 800 años vivió y pregonó con palabras tan sencillas como revolucionarias el amor a la Humanidad y a la Naturaleza, con todas sus consecuencias y más allá del discurso llano, El Guarengue les ofrece el poema La gran fiesta patronal, de Miguel A. Caicedo; y los apartes directamente dedicados por el Papa Francisco a San Francisco de Asís en sus encíclicas Laudato si’, sobre el Cuidado de la Casa Común (24 de mayo de 2015), y Fratelli tutti, sobre la fraternidad social (3 de octubre de 2020).
 
Es una invitación a la reflexión sobre los alcances del espíritu franciscano del que tanto nos preciamos los quibdoseños.


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La gran Fiesta Patronal
Miguel A. Caicedo

San Francisco de Asís, il poverello,
a quien tanto venera el pueblo entero,
es para nos la bendición del cielo,
defensor sinigual, buen compañero.
Permitidme que rápido os explique
que Francisco Briceño esta ciudad fundó
y en su honor para el santo y el cacique
la llamó San Francisco de Quibdó.
Luego la fe creció desmesurada,
después de aquel incendio del Convento,
cuando la gente muy desesperada
tuvo una gran idea de momento
y por sublime inspiración divina,
en una acción que resultó genial,
a San Francisco puso en una esquina
allá cerquita de la Catedral
y antes de que la llama lo atacara,
en forma inusitada, extraña o rara,
el viento sur se agigantó valiente
y demostrando un inmenso poderío
hizo del fuego una columna ardiente,
la convirtió en un arco y la clavó en el río.

En alabanza del Todopoderoso
el poblado, la selva, el agua, el agro,
en un estado excepcional, gozoso,
vieron la realidad de ese milagro;
porque fue el cielo el que de esa manera
al pueblo triste le tendió la mano
y evitó la desgracia de la ciudad entera,
que amó ya mucho más al Gran Hermano.

Y desde entonces, mejor dicho, de antaño,
testimonio de amor intenso fue
la fiesta que celebra cada año
el pueblo lleno de esperanza y fe.
Maravillosa es la celebración
que acrecienta el espíritu cristiano
que nos lleva con alma y corazón
a la veneración del sacro hermano.
Treinta días de goces populares.
Todos los barrios de la capital,
con sus disfraces espectaculares,
en un extraordinario carnaval,
compiten en comparsas y mensajes
que en el ánimo encienden la esperanza
diseñada por crítica y paisajes,
entre cánticos, himnos y alabanzas.

Y, luego, esa nutrida procesión,
que una cosa es contar y otra es el verla,
y darse cuenta por observación
que no hay calle que pueda contenerla.
Entonces nadie piensa ya en los charcos,
ni en tantos huecos, ni en calor, ni nada,
y recorren con él todos los arcos,
sin quitar de su rostro la mirada.
Muy bella es esa gran demostración
de amor y fe al santo cada día
y ese ejemplo tan fiel de adoración
rebosante de paz y de alegría.

Pero, tiene también su lado así,
como dijo el amigo de la tienda;
quedan tantas preñadas por ahí
como lo afirman que deja la subienda.
Y la creencia ha hecho de ese vicio
una réplica del becerro de oro
y lo juzga del santo beneficio
sin pensar en conciencia ni decoro.
Aseguran que el santo, muy propicio,
alcanza cada año del divinal tesoro
la gran resurrección. Dice la gente
que es algo que ya tiene comprobado
que vuelven a nacer en el siguiente
todos los que murieron el pasado.

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San Francisco de Asís
-Apartes de la Carta Encíclica Laudato Si’
del Papa Francisco sobre El cuidado de la Casa Común-[1]

10. No quiero desarrollar esta encíclica sin acudir a un modelo bello que puede motivarnos. Tomé su nombre como guía y como inspiración en el momento de mi elección como Obispo de Roma. Creo que Francisco es el ejemplo por excelencia del cuidado de lo que es débil y de una ecología integral, vivida con alegría y autenticidad. Es el santo patrono de todos los que estudian y trabajan en torno a la ecología, amado también por muchos que no son cristianos. Él manifestó una atención particular hacia la creación de Dios y hacia los más pobres y abandonados. Amaba y era amado por su alegría, su entrega generosa, su corazón universal. Era un místico y un peregrino que vivía con simplicidad y en una maravillosa armonía con Dios, con los otros, con la naturaleza y consigo mismo. En él se advierte hasta qué punto son inseparables la preocupación por la naturaleza, la justicia con los pobres, el compromiso con la sociedad y la paz interior.

11. Su testimonio nos muestra también que una ecología integral requiere apertura hacia categorías que trascienden el lenguaje de las matemáticas o de la biología y nos conectan con la esencia de lo humano. Así como sucede cuando nos enamoramos de una persona, cada vez que él miraba el sol, la luna o los más pequeños animales, su reacción era cantar, incorporando en su alabanza a las demás criaturas. Él entraba en comunicación con todo lo creado, y hasta predicaba a las flores «invitándolas a alabar al Señor, como si gozaran del don de la razón».[2] Su reacción era mucho más que una valoración intelectual o un cálculo económico, porque para él cualquier criatura era una hermana, unida a él con lazos de cariño. Por eso se sentía llamado a cuidar todo lo que existe. Su discípulo san Buenaventura decía de él que, «lleno de la mayor ternura al considerar el origen común de todas las cosas, daba a todas las criaturas, por más despreciables que parecieran, el dulce nombre de hermanas »[3]. Esta convicción no puede ser despreciada como un romanticismo irracional, porque tiene consecuencias en las opciones que determinan nuestro comportamiento. Si nos acercamos a la naturaleza y al ambiente sin esta apertura al estupor y a la maravilla, si ya no hablamos el lenguaje de la fraternidad y de la belleza en nuestra relación con el mundo, nuestras actitudes serán las del dominador, del consumidor o del mero explotador de recursos, incapaz de poner un límite a sus intereses inmediatos. En cambio, si nos sentimos íntimamente unidos a todo lo que existe, la sobriedad y el cuidado brotarán de modo espontáneo. La pobreza y la austeridad de san Francisco no eran un ascetismo meramente exterior, sino algo más radical: una renuncia a convertir la realidad en mero objeto de uso y de dominio.

12. Por otra parte, san Francisco, fiel a la Escritura, nos propone reconocer la naturaleza como un espléndido libro en el cual Dios nos habla y nos refleja algo de su hermosura y de su bondad: «A través de la grandeza y de la belleza de las criaturas, se conoce por analogía al autor» (Sb 13,5), y «su eterna potencia y divinidad se hacen visibles para la inteligencia a través de sus obras desde la creación del mundo» (Rm 1,20). Por eso, él pedía que en el convento siempre se dejara una parte del huerto sin cultivar, para que crecieran las hierbas silvestres, de manera que quienes las admiraran pudieran elevar su pensamiento a Dios, autor de tanta belleza.[4] El mundo es algo más que un problema a resolver, es un misterio gozoso que contemplamos con jubilosa alabanza.

El Papa Francisco firma la Encíclica Fratelli tutti, el sábado 3 de octubre, en la tumba de San Francisco de Asís.
Twitter: @Pontifex_es

 Apartes iniciales de la Carta Encíclica Fratelli tutti

del Papa Francisco sobre la fraternidad 

y la amistad social[5]

 
1. «Fratelli tutti»[6], escribía san Francisco de Asís para dirigirse a todos los hermanos y las hermanas, y proponerles una forma de vida con sabor a Evangelio. De esos consejos quiero destacar uno donde invita a un amor que va más allá de las barreras de la geografía y del espacio. Allí declara feliz a quien ame al otro «tanto a su hermano cuando está lejos de él como cuando está junto a él».[7] Con estas pocas y sencillas palabras expresó lo esencial de una fraternidad abierta, que permite reconocer, valorar y amar a cada persona más allá de la cercanía física, más allá del lugar del universo donde haya nacido o donde habite.

2. Este santo del amor fraterno, de la sencillez y de la alegría, que me inspiró a escribir la encíclica Laudato si’, vuelve a motivarme para dedicar esta nueva encíclica a la fraternidad y a la amistad social. Porque san Francisco, que se sentía hermano del sol, del mar y del viento, se sabía todavía más unido a los que eran de su propia carne. Sembró paz por todas partes y caminó cerca de los pobres, de los abandonados, de los enfermos, de los descartados, de los últimos.

Sin fronteras

3. Hay un episodio de su vida que nos muestra su corazón sin confines, capaz de ir más allá de las distancias de procedencia, nacionalidad, color o religión. Es su visita al Sultán Malik-el-Kamil, en Egipto, que significó para él un gran esfuerzo debido a su pobreza, a los pocos recursos que tenía, a la distancia y a las diferencias de idioma, cultura y religión. Este viaje, en aquel momento histórico marcado por las cruzadas, mostraba aún más la grandeza del amor tan amplio que quería vivir, deseoso de abrazar a todos. La fidelidad a su Señor era proporcional a su amor a los hermanos y a las hermanas. Sin desconocer las dificultades y peligros, san Francisco fue al encuentro del Sultán con la misma actitud que pedía a sus discípulos: que sin negar su identidad, cuando fueran «entre sarracenos y otros infieles […] no promuevan disputas ni controversias, sino que estén sometidos a toda humana criatura por Dios».[8] En aquel contexto era un pedido extraordinario. Nos impresiona que ochocientos años atrás Francisco invitara a evitar toda forma de agresión o contienda y también a vivir un humilde y fraterno “sometimiento”, incluso ante quienes no compartían su fe.

4. Él no hacía la guerra dialéctica imponiendo doctrinas, sino que comunicaba el amor de Dios. Había entendido que «Dios es amor, y el que permanece en el amor permanece en Dios» (1 Jn 4,16). De ese modo fue un padre fecundo que despertó el sueño de una sociedad fraterna, porque «sólo el hombre que acepta acercarse a otros seres en su movimiento propio, no para retenerlos en el suyo, sino para ayudarles a ser más ellos mismos, se hace realmente padre»[9]En aquel mundo plagado de torreones de vigilancia y de murallas protectoras, las ciudades vivían guerras sangrientas entre familias poderosas, al mismo tiempo que crecían las zonas miserables de las periferias excluidas. Allí Francisco acogió la verdadera paz en su interior, se liberó de todo deseo de dominio sobre los demás, se hizo uno de los últimos y buscó vivir en armonía con todos. Él ha motivado estas páginas.





[1] Tipografía Vaticana. 24 de mayo de 2015. 192 pp. Pág. 9-12. Los numerales de los párrafos son los que tienen en el documento original.

[2] Tomás de Celano, Vida primera de San Francisco, XXIX, 81: FF 460.

[3] Legenda maior, VIII, 6: FF 1145.

[4] Cf. Tomás de Celano, Vida segunda de San Francisco, CXXIV, 165: FF 750.

[5] Libreria Editrice Vaticana. 3 de octubre de 2020. 97 pp. Pág. 1-2. Los numerales de los párrafos son los que tienen en el documento original.

[6] Admoniciones, 6, 1: Fonti Francescane (FF) 155; cf. Escritos. Biografías. Documentos de la época, ed. Bac, Madrid 2011, 94.

[7] Ibid., 25: FF 175; cf. ibíd., p. 99.

[8] S. Francisco de Asís, Regla no bulada de los hermanos menores, 16, 3.6: FF 42-43; cf. ibíd., 120.

[9]
Eloi Leclerc, O.F.M., Exilio y ternura, ed. Marova, Madrid 1987, 205.

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