1711
Murrí
No están nunca solos
También hay indios cimarrones. Para encerrarlos bajo el control de
frailes y capitanes, se fundan cárceles como el recién nacido pueblo de Murrí,
en la región del Chocó.
Aquí llegaron hace tiempo las inmensas canoas de blancas alas,
buscando los ríos de oro que bajan de la cordillera; y desde entonces andan
huyendo los indios. Una infinidad de espíritus los acompaña peregrinando por la
selva y los ríos.
El hechicero conoce las voces que llaman a los espíritus. Para curar
a los enfermos, sopla su concha de caracol hacia las frondas donde habitan el
pecarí, el pájaro del paraíso y el pez que canta. Para enfermar a los sanos,
les mete en un pulmón la mariposa de la muerte. El hechicero sabe que no hay
tierra, agua ni aire vacíos de espíritus en las comarcas del Chocó.
Palenque de San Basilio
El
rey negro, el
santo blanco
y su santa mujer
Hace más de un siglo, el negro Domingo
Bioho se fugó de las galeras de Cartagena de Indias y fue rey guerrero de la
ciénaga. Huestes de perros y arcabuceros lo persiguieron y le dieron caza y
varias veces Domingo fue ahorcado. En varios días de gran aplauso, Domingo fue
arrastrado por las calles de Cartagena, amarrado a la cola de una mula, y
varias veces le cortaron el pene y lo clavaron en alta pica. Sus cazadores
fueron premiados con sucesivas mercedes de tierras y varias veces les dieron
títulos de marqueses; pero en los palenques cimarrones del canal del Dique o
del bajo Cauca, Domingo Bioho reina y ríe con su inconfundible cara pintada.
Los negros libres viven en estado de
alerta, entrenados para pelear desde que nacen y protegidos por barrancos y
despeñaderos y hondos fosos de púas venenosas. El más importante de los
palenques de esta región, que existe y resiste desde hace un siglo, tendrá
nombre de santo. Se llamará San Basilio, porque pronto llegará su efigie desde
el río Magdalena. San Basilio será el primer blanco autorizado a entrar. Vendrá
con mitra y bastón de mando y traerá una iglesita de madera con mucho milagro
adentro. No se asustará del escándalo de la desnudez ni hablará jamás con voz
de amo. Los cimarrones le ofrecerán casa y mujer. Le conseguirán una santa
hembra, Catalina, para que en el otro mundo Dios no le dé por esposa una burra
y para que juntos se disfruten en esta tierra mientras estén.
1865
Washington
Homenaje
¿Cuántos negros han sido ahorcados por
robar un pantalón o mirar a los ojos a una mujer blanca? ¿Cómo se llamaban los
esclavos que hace más de un siglo incendiaron Nueva York? ¿Cuántos blancos han
seguido las huellas de Elijah Lovejoy, cuya imprenta fue arrojada por dos veces
al río y que murió asesinado en Illinois, sin que nadie fuera por ello
perseguido ni castigado? La historia de la abolición de la esclavitud en los
Estados Unidos ha tenido infinitos protagonistas, negros y blancos. Como estos:
* John Russwurm y Samuel Cornish, que hicieron
el primer periódico de los negros, y Theodore Weld, que fundó el primer centro
de enseñanza superior que admitió mujeres y negros.
* Daniel Payne, que logró mantener abierta
durante seis años su escuela para negros en Charleston, y Prudence Crandall,
maestra cuáquera de Connecticut, que por recibir en su escuela a una niña negra
perdió a sus alumnas blancas y fue insultada, apedreada y encarcelada; y hubo
cenizas donde su escuela había estado.
* Gabriel Prosser, que buscó la libertad para
sus hermanos en Virginia y encontró la horca para él, y David Walker, por cuya
cabeza pagaban diez mil dólares las autoridades de Georgia, y que andaba por
los caminos anunciando que matar a un hombre que te está arrancando la vida es
como beber agua cuando tienes sed, y que eso dijo hasta que desapareció o fue
desaparecido.
* Nat Turner, que en un eclipse de sol vio
escrita la señal de que los últimos serían los primeros y se volvió loco de
furia asesina, y John Brown, barba de cazador, ojos en llamas, que asaltó una
armería de Virginia y desde un depósito de locomotoras plantó batalla a los
infantes de marina y después se negó a que su abogado lo declarara loco y
caminó dignamente hacia la horca.
* William Lloyd Garrison, fanático enemigo de
los ladrones de hombres, que fue paseado por las calles de Boston con una soga
al cuello, y Henry Garnet, que en el templo predicó que peca contra Dios el
esclavo resignado, y Henry Ward Beecher, clérigo de Brooklyn, que dijo que en
ciertos casos un rifle puede ser más útil que la Biblia, por lo que las armas
enviadas a los esclavos del sur pasaron a llamarse biblias de Beecher.
* Harriet Beecher Stowe, en cuya cabaña del
tío Tom muchos blancos fueron incorporados a la causa, y Frances Harper, poeta,
que encontró las palabras necesarias para maldecir al poder y al dinero, y
Solomon Northup, esclavo de Louisiana que pudo difundir el testimonio de la
vida en las plantaciones de algodón desde que suena el cuerno antes del alba.
* Frederick Douglass, esclavo fugitivo de
Maryland, que en Nueva York convirtió en acta de acusación el pregón del Día de
la Independencia y proclamó que la libertad y la igualdad sonaban a hueca
parodia.
* Harriet Tubman, campesina analfabeta, que
organizó la fuga de más de trescientos esclavos por el camino de la estrella
polar hacia Canadá.
[1] En: Memoria del fuego II. Las caras y las máscaras. Siglo XXI
editores. Decimocuarta edición (cuarta de España), junio de 1990. 270 pp.
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