lunes, 24 de agosto de 2020


3 textos de Eduardo Galeano[1]

1711
Murrí 
No están nunca solos

También hay indios cimarrones. Para encerrarlos bajo el control de frailes y capitanes, se fundan cárceles como el recién nacido pueblo de Murrí, en la región del Chocó.

Aquí llegaron hace tiempo las inmensas canoas de blancas alas, buscando los ríos de oro que bajan de la cordillera; y desde entonces andan huyendo los indios. Una infinidad de espíritus los acompaña peregrinando por la selva y los ríos.

El hechicero conoce las voces que llaman a los espíritus. Para curar a los enfermos, sopla su concha de caracol hacia las frondas donde habitan el pecarí, el pájaro del paraíso y el pez que canta. Para enfermar a los sanos, les mete en un pulmón la mariposa de la muerte. El hechicero sabe que no hay tierra, agua ni aire vacíos de espíritus en las comarcas del Chocó.


1711
Palenque de San Basilio 
El rey negro, el santo blanco 
y su santa mujer

Hace más de un siglo, el negro Domingo Bioho se fugó de las galeras de Cartagena de Indias y fue rey guerrero de la ciénaga. Huestes de perros y arcabuceros lo persiguieron y le dieron caza y varias veces Domingo fue ahorcado. En varios días de gran aplauso, Domingo fue arrastrado por las calles de Cartagena, amarrado a la cola de una mula, y varias veces le cortaron el pene y lo clavaron en alta pica. Sus cazadores fueron premiados con sucesivas mercedes de tierras y varias veces les dieron títulos de marqueses; pero en los palenques cimarrones del canal del Dique o del bajo Cauca, Domingo Bioho reina y ríe con su inconfundible cara pintada.

Los negros libres viven en estado de alerta, entrenados para pelear desde que nacen y protegidos por barrancos y despeñaderos y hondos fosos de púas venenosas. El más importante de los palenques de esta región, que existe y resiste desde hace un siglo, tendrá nombre de santo. Se llamará San Basilio, porque pronto llegará su efigie desde el río Magdalena. San Basilio será el primer blanco autorizado a entrar. Vendrá con mitra y bastón de mando y traerá una iglesita de madera con mucho milagro adentro. No se asustará del escándalo de la desnudez ni hablará jamás con voz de amo. Los cimarrones le ofrecerán casa y mujer. Le conseguirán una santa hembra, Catalina, para que en el otro mundo Dios no le dé por esposa una burra y para que juntos se disfruten en esta tierra mientras estén.


Foto: Julio César U. H.

1865
Washington
Homenaje

¿Cuántos negros han sido ahorcados por robar un pantalón o mirar a los ojos a una mujer blanca? ¿Cómo se llamaban los esclavos que hace más de un siglo incendiaron Nueva York? ¿Cuántos blancos han seguido las huellas de Elijah Lovejoy, cuya imprenta fue arrojada por dos veces al río y que murió asesinado en Illinois, sin que nadie fuera por ello perseguido ni castigado? La historia de la abolición de la esclavitud en los Estados Unidos ha tenido infinitos protagonistas, negros y blancos. Como estos:

John Russwurm y Samuel Cornish, que hicieron el primer periódico de los negros, y Theodore Weld, que fundó el primer centro de enseñanza superior que admitió mujeres y negros.

Daniel Payne, que logró mantener abierta durante seis años su escuela para negros en Charleston, y Prudence Crandall, maestra cuáquera de Connecticut, que por recibir en su escuela a una niña negra perdió a sus alumnas blancas y fue insultada, apedreada y encarcelada; y hubo cenizas donde su escuela había estado.

Gabriel Prosser, que buscó la libertad para sus hermanos en Virginia y encontró la horca para él, y David Walker, por cuya cabeza pagaban diez mil dólares las autoridades de Georgia, y que andaba por los caminos anunciando que matar a un hombre que te está arrancando la vida es como beber agua cuando tienes sed, y que eso dijo hasta que desapareció o fue desaparecido.

* Nat Turner, que en un eclipse de sol vio escrita la señal de que los últimos serían los primeros y se volvió loco de furia asesina, y John Brown, barba de cazador, ojos en llamas, que asaltó una armería de Virginia y desde un depósito de locomotoras plantó batalla a los infantes de marina y después se negó a que su abogado lo declarara loco y caminó dignamente hacia la horca.

William Lloyd Garrison, fanático enemigo de los ladrones de hombres, que fue paseado por las calles de Boston con una soga al cuello, y Henry Garnet, que en el templo predicó que peca contra Dios el esclavo resignado, y Henry Ward Beecher, clérigo de Brooklyn, que dijo que en ciertos casos un rifle puede ser más útil que la Biblia, por lo que las armas enviadas a los esclavos del sur pasaron a llamarse biblias de Beecher.

Harriet Beecher Stowe, en cuya cabaña del tío Tom muchos blancos fueron incorporados a la causa, y Frances Harper, poeta, que encontró las palabras necesarias para maldecir al poder y al dinero, y Solomon Northup, esclavo de Louisiana que pudo difundir el testimonio de la vida en las plantaciones de algodón desde que suena el cuerno antes del alba.

Frederick Douglass, esclavo fugitivo de Maryland, que en Nueva York convirtió en acta de acusación el pregón del Día de la Independencia y proclamó que la libertad y la igualdad sonaban a hueca parodia.

Harriet Tubman, campesina analfabeta, que organizó la fuga de más de trescientos esclavos por el camino de la estrella polar hacia Canadá.





[1] En: Memoria del fuego II. Las caras y las máscaras. Siglo XXI editores. Decimocuarta edición (cuarta de España), junio de 1990. 270 pp.

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