Sofi
Tomada de Twitter: @SofiGomezU |
La semana pasada, le sacaron al sol del patio de Twitter una
docena de trinos vulgarmente racistas, que publicó hace 9 y 10 años. Son ¡tan racistas! que
provocan algo de náusea ontológica. Tan racistas son que escandalizan incluso a los
racistas encubiertos, esos que dicen que no lo son porque hasta tienen un amigo
negro.
Es joven y a muchos hombres les parece
bonita. Puede aguantar la respiración durante 5 minutos, mientras baja en el
mar a una profundidad cercana a los 100 metros y vuelve a subir a la
superficie, en la práctica de un deporte que se llama Apnea, en el cual ha
superado 3 records mundiales. Ha viajado bastante, en ejercicio de su actividad
deportiva, por muchos lugares del mundo. Estudió en una universidad. Y se
graduó: es Ingeniera Civil.
Hace un par de años, por obra y gracia de
la admiración que provocan sus hazañas deportivas, en un deporte poco común en
el país, y porque –como mencioné antes– a muchos les parece muy bonita, se ganó
el favor de tuiteros colombianos famosos, cuyos aplausos en forma de trinos o
tuits fueron el camino, expedito y de primera, a través del cual se convirtió
en una TweetStar. Ascendida a ese
pedestal, se le empezó a celebrar todo lo que decía, todo lo que mostraba, todo
lo que contaba, todo lo que publicaba. Y así, quien en Twitter se arroba como SofiGomezU y tiene de perfil
y de fondo un par de hermosas fotografías, se tomó a pecho su condición de TweetStar. Y, prevalida de este lugar,
otro de sus lugares de privilegio, dice cuanto se le ocurre, sin que nadie le
diga nada en contrario, pues –por lo general– son aplausos lo que recibe.
Pero, ahora, la semana pasada, los aplausos
–por lo menos desde un sector de tuiteros– cesaron. Y dieron paso a las
críticas, a los insultos, a los agravios y ofensas, al ultraje y al improperio,
a la burla; en tonos elevados por la rabia, por la dignidad herida, por la
afrenta sufrida, por la sed vindicativa de justicia. Todo ello en respuesta a
esa docena de trinos vulgarmente racistas, que esta TweetStar publicó hace 9 y 10 años y que son tan racistas; pero,
¡tan racistas!, que provocan náusea ontológica y escandalizan incluso a los
racistas encubiertos, esos que dicen que no lo son porque hasta tienen un amigo
negro.
Entonces ella lloró, en un video que dura
45 segundos. Un video que pudo dejar de hacer, pues lo que ahí dice –con todo y
lo desaliñada y en lágrimas bañada que aparece– no alcanza a ser en realidad
una disculpa ni –muchísimo menos– una petición de perdón. Al igual que la frase del tuit que lo acompaña y la del tuit de supuesta disculpa que publicó un día antes.
Hubo quienes, invocando la reconciliación y
la paz que necesita el país –que en otros casos poco o nada les importa– corrieron
a responderle el tuit con amplias y generosas frases de perdón. Hubo quienes
dijeron, en sus respuestas, que había que comprenderla porque era muy joven
cuando escribió las bestialidades esas. Hubo quienes aceptaron que el racismo
es una especie de etapa de la vida, como la pubertad o la adolescencia, o algo
así como uno de los síntomas transitorios de dichas etapas, el acné o el cambio
de voz.
Y así, sucesivamente, por mayoría tuitera, le
fueron restando importancia al tamaño enorme, al detestable significado y a las
implicaciones profundas de la agresión racista cometida por la racista agresora a quien los tuiteros, de cariño, llaman Sofi.
Huellas. JCUH, 2017. |
Consortes
Si sumamos los 32 departamentos y los 1.103
municipios que tiene Colombia, en el país hay 1.135 gestoras y gestores
sociales, el rebuscado nombre con el que desde hace unos años se empezó a
denominar a las esposas de los alcaldes y de los gobernadores (antiguamente
conocidas como primeras damas) y a los esposos de las alcaldesas y
gobernadoras, cuyo nombre anterior siempre fue un enredo, por llanas razones
patriarcales, pues nunca pudieron ponerse de acuerdo en una denominación que
satisficiera simultáneamente la corrección política e idiomática y la
masculinidad. Primeros hombres, primeros caballeros, primeros esposos,
etcétera, todo un batiburrillo que no hacía más que dar risa por su evocación
de la más decadente realeza, que premia a los consortes fijándoles puesto y
honores, como si ser esposo fuera un cargo en la vida; y como si, por el solo
hecho de ser la consorte o el consorte del o de la gobernante, esa mujer o ese
hombre adquirieran alguna categoría especial; cuando no, no adquieren ninguna,
pues a quien eligieron fue a su esposa o a su esposo, no a quien ocupe el
sitial de consorte. Y este sitial, per se, obviamente no le confiere dignidad
alguna de gobierno a quien lo ostenta, ni le da autorización para andar
suplantando a cuanto integrante del gabinete de gobierno se le antoje, ni para
andar viajando –con dineros públicos– por donde se le ocurra. Así en el país
–hasta en las regiones más pobres– haya hecho carrera esta fatuidad.
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