lunes, 17 de febrero de 2020


Sofi
Tomada de Twitter: @SofiGomezU
La semana pasada, le sacaron al sol del patio de Twitter una docena de trinos vulgarmente racistas, que publicó hace 9 y 10 años. Son ¡tan racistas! que provocan algo de náusea ontológica. Tan racistas son que escandalizan incluso a los racistas encubiertos, esos que dicen que no lo son porque hasta tienen un amigo negro.

Es joven y a muchos hombres les parece bonita. Puede aguantar la respiración durante 5 minutos, mientras baja en el mar a una profundidad cercana a los 100 metros y vuelve a subir a la superficie, en la práctica de un deporte que se llama Apnea, en el cual ha superado 3 records mundiales. Ha viajado bastante, en ejercicio de su actividad deportiva, por muchos lugares del mundo. Estudió en una universidad. Y se graduó: es Ingeniera Civil.

Hace un par de años, por obra y gracia de la admiración que provocan sus hazañas deportivas, en un deporte poco común en el país, y porque –como mencioné antes– a muchos les parece muy bonita, se ganó el favor de tuiteros colombianos famosos, cuyos aplausos en forma de trinos o tuits fueron el camino, expedito y de primera, a través del cual se convirtió en una TweetStar. Ascendida a ese pedestal, se le empezó a celebrar todo lo que decía, todo lo que mostraba, todo lo que contaba, todo lo que publicaba. Y así, quien en Twitter se arroba como SofiGomezU y tiene de perfil y de fondo un par de hermosas fotografías, se tomó a pecho su condición de TweetStar. Y, prevalida de este lugar, otro de sus lugares de privilegio, dice cuanto se le ocurre, sin que nadie le diga nada en contrario, pues –por lo general– son aplausos lo que recibe.

Pero, ahora, la semana pasada, los aplausos –por lo menos desde un sector de tuiteros– cesaron. Y dieron paso a las críticas, a los insultos, a los agravios y ofensas, al ultraje y al improperio, a la burla; en tonos elevados por la rabia, por la dignidad herida, por la afrenta sufrida, por la sed vindicativa de justicia. Todo ello en respuesta a esa docena de trinos vulgarmente racistas, que esta TweetStar publicó hace 9 y 10 años y que son tan racistas; pero, ¡tan racistas!, que provocan náusea ontológica y escandalizan incluso a los racistas encubiertos, esos que dicen que no lo son porque hasta tienen un amigo negro.

Entonces ella lloró, en un video que dura 45 segundos. Un video que pudo dejar de hacer, pues lo que ahí dice –con todo y lo desaliñada y en lágrimas bañada que aparece– no alcanza a ser en realidad una disculpa ni –muchísimo menos– una petición de perdón. Al igual que la frase del tuit que lo acompaña y la del tuit de supuesta disculpa que publicó un día antes.

Hubo quienes, invocando la reconciliación y la paz que necesita el país –que en otros casos poco o nada les importa– corrieron a responderle el tuit con amplias y generosas frases de perdón. Hubo quienes dijeron, en sus respuestas, que había que comprenderla porque era muy joven cuando escribió las bestialidades esas. Hubo quienes aceptaron que el racismo es una especie de etapa de la vida, como la pubertad o la adolescencia, o algo así como uno de los síntomas transitorios de dichas etapas, el acné o el cambio de voz.

Y así, sucesivamente, por mayoría tuitera, le fueron restando importancia al tamaño enorme, al detestable significado y a las implicaciones profundas de la agresión racista cometida por la racista agresora a quien los tuiteros, de cariño, llaman Sofi.

Huellas. JCUH, 2017.

Consortes
Si sumamos los 32 departamentos y los 1.103 municipios que tiene Colombia, en el país hay 1.135 gestoras y gestores sociales, el rebuscado nombre con el que desde hace unos años se empezó a denominar a las esposas de los alcaldes y de los gobernadores (antiguamente conocidas como primeras damas) y a los esposos de las alcaldesas y gobernadoras, cuyo nombre anterior siempre fue un enredo, por llanas razones patriarcales, pues nunca pudieron ponerse de acuerdo en una denominación que satisficiera simultáneamente la corrección política e idiomática y la masculinidad. Primeros hombres, primeros caballeros, primeros esposos, etcétera, todo un batiburrillo que no hacía más que dar risa por su evocación de la más decadente realeza, que premia a los consortes fijándoles puesto y honores, como si ser esposo fuera un cargo en la vida; y como si, por el solo hecho de ser la consorte o el consorte del o de la gobernante, esa mujer o ese hombre adquirieran alguna categoría especial; cuando no, no adquieren ninguna, pues a quien eligieron fue a su esposa o a su esposo, no a quien ocupe el sitial de consorte. Y este sitial, per se, obviamente no le confiere dignidad alguna de gobierno a quien lo ostenta, ni le da autorización para andar suplantando a cuanto integrante del gabinete de gobierno se le antoje, ni para andar viajando –con dineros públicos– por donde se le ocurra. Así en el país –hasta en las regiones más pobres– haya hecho carrera esta fatuidad.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Sus comentarios son siempre bienvenidos. Gracias.