Verano
Malecón de Quibdó, enero 2020. Foto: Julio César U. H. |
La
sensación de derretimiento es permanente. No llueve. La ausencia de la lluvia
se convierte en un tema de conversación recurrente. Enero es quizás el mes más
caliente del año en Quibdó. Son normales las temperaturas entre 29 y 32 grados
Celsius, en promedio. El calor comienza desde bien temprano en la mañana: uno
suda bañándose. Alcanza picos medio infernales al mediodía, que se mantienen
hasta las 5 de la tarde, cuando unas brisas tan escasas como tímidas calman
poco a poco y levemente los hervores del aire, hasta más o menos las 7 de la
noche, cuando nuevamente la temperatura tiende a aumentar, hasta la medianoche,
cuando desciende un poco.
Río Atrato, Quibdó, enero 2020. Foto: Julio César U. H. |
Hay
un incesante ir y venir de gente entre el malecón y la playa del río Atrato,
esa playa que cada Año Nuevo le trae a Quibdó como regalo de Reyes Magos, en el mes de enero. Desde
la media tarde hasta el principio del crepúsculo, en días corrientes, y desde
por la mañana hasta la noche en los fines de semana, van y vienen botes llenos
de gente que busca apagar el incendio del cuerpo con la frescura de las aguas
de la mitad del río, divertirse y comer en ese arenal fabuloso, y hasta lavar
algo de ropa, la cual se secará en poco tiempo bajo la canícula que al mediodía
reverbera sobre la corriente y el espejo de agua del gran lago andante, como
dicen que Humboldt llamó al Atrato, que ahora tiene poco de lago y mucho de
quebrada grande.
Playa del Atrato, en Quibdó, enero 2020. Foto: Julio César U. H. |
Quibdó, enero 2020. Foto: Julio César U. H. |
La
sequía es inevitable, pues, aunque a Quibdó, capital de Departamento, le han prometido
un millar de veces y le han inaugurado por lo menos tres veces un acueducto en los últimos años, el
servicio de este es tan insuficiente y esporádico como las brisas vespertinas
que de vez en cuando lo acarician a uno en las colinas orientales hacia donde desordenadamente
se ha esparcido la ciudad. Las tiendas hacen fortunas con la venta de agua
empacada en bolsas. Más polvo que aire circula en las calles repletas de
rapimotos. Huele a pescado en todo el centro de la ciudad. Huele a todo lo que
uno no quisiera que oliera en el tramo que va desde la calle 20 con carrera 4ª,
en inmediaciones de la plaza oficial de mercado, frente al búnker de la
Fiscalía, hasta donde empieza la nueva etapa del malecón, a todo el frente de
las oficinas de la autoridad ambiental, Codechocó, en plena Carrera Primera. Este
sector es un monumento vivo al desgobierno, a la ausencia de autoridad, a la
falta de planificación y ordenamiento de la ciudad. Este tramo de la vía
principal de Quibdó, la más histórica de la ciudad, cuyos trabajos de
pavimentación aún no han concluido, es controlado por cientos de vendedores de
cuanta cosa legal o ilegal venderse pueda en un mercado público, hasta el punto
de que son ellos quienes cada día deciden si las miles de motocicletas de esta
ciudad, en donde estos vehículos ya no caben, pueden o no circular por una estrecha
franja –a modo de sendero- que es delimitada con arrumes de plátano, con
poncheras repletas de frutas y pescado, con mujeres sentadas en bancos de
madera en los que no les caben las nalgas. Allí el piso permanece mojado, para
que no los ahoguen los hervores del pavimento. Lo remojan con la aguasangre que
queda del destripamiento de los bocachicos y dentones y con los residuos de las
poncheras entre las cuales los exhiben. Unos cuantos patrulleros de policía son
testigos de esta barahúnda, que incluye cuatro fuentes de música a todo el
volumen posible, una docena de andurriales que uno no sabe a dónde conducen,
ventas de biche y de quién sabe cuántas cosas más, cuchitriles que en la noche
se arriendan para guardar el entable de los vendedores y un imparable aroma a
desesperanza y falta de futuro por ausencia de gobierno o, mejor dicho, por
autarquía pura.
La Carrera Primera de Quibdó se convirtió en un inmenso, maloliente y caótico mercado callejero. Quibdó, enero 2020. Foto: Julio César U. H. |
Noche
tras noche, rumban los ventiladores en las casas de Quibdó, repartiendo a
diestra y siniestra aire caliente revuelto con polvo y ruido. No es fácil
dormir. Aún no son las 9 de la noche; pero, más de medio Quibdó está encerrado,
porque alguien lo ordenó –igual que hace 20 años- so pena de muerte. Mientras
uno halla el acomodo necesario para el sueño, en vez de ovejas para contar, le
llegan a la mente la docena de muertos que ha habido en Quibdó en los 20 días
que van del año o el líder social que ha sido asesinado a diario en diferentes
regiones del país en el mismo lapso.
Ojalá
que llueva, es el mantra reiterado durante estos días en Quibdó, porque –si se
cumplieran los cálculos de las cabañuelas- en este pueblo probablemente no volvería a caer una
gota de agua del cielo. Pero, las cabañuelas fallaron: está lloviendo desde anoche y, por lo visto, no va a dejar de llover, por lo menos hasta la media noche de este lunes.
Quibdó, enero 2020. Foto: Julio César U. H. |
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