Deberes de Chocoanidad
Además de suspirar cuando a nuestra
mente llegan –líquidas, cristalinas, refrescantes, ensoñadoras, montunas, selváticas,
risueñas y gráciles- la imagen y la palabra Tutunendo… Además de cocinar, cada vez que podemos
y estemos donde estemos, los alimentos propicios para el ser y la nostalgia de
la identidad... Además de lamentar que los pueblos en los que nacimos hayan sido
absorbidos por ese advenedizo monstruo tragaldabas de la tradición, que todo lo
convierte en cuchitril comercial... Además de no perder la costumbre de silbar
canciones que nos gustan, así nos miren raro en las calles de las
urbes del interior del país en donde terminamos habitando... Además de seguir
llamando interior del país a todo lo
que queda al occidente de la Cordillera Occidental, sin saber por qué lo
llamamos así... Además de seguir delirando por la gravedad opaca del bombardino
y por los mágicos arpegios largos del clarinete y por la reciedumbre del golpe del mazo sobre el templado cuero del bombo y por la estridencia de los platillos y los repiques del requinto
de la chirimía chocoana… Además de seguir creyendo que algún día “la resignación de tu corazón se agotará y el
día llegará de tu redención”... Además de tararear, casi siempre sin motivo
y en el momento menos pensado, “tus
ojazos como el sol de la mañana, tus palabras, tu mirar, tu sonreír, enmarcaron
tus encantos de chocoana y explicaron el afán de mi existir”… Además de seguir creyendo que a la
orilla del Atrato en Quibdó acontecen los crepúsculos más bonitos de todo el
planeta Tierra y que es en estas tierras donde mejor se baila en todo el
universo... Además de explicarle a todo el que se nos atraviesa cuáles son
nuestros males, por qué es que nos pasa lo que nos pasa, por qué la pobreza
acosa a nuestra gente hasta la muerte y el desempleo se roba la esperanza del
alma de nuestros hombres y nuestras mujeres... Además de jurarnos
permanentemente que, si de nosotros dependiera y si en nuestras manos estuviera,
eso no sería así…
Además de todo eso y mucho más, hay unas
cuantas acciones -como las siguientes- que son algo así como deberes de chocoanidad que estamos llamados a honrar.
Conocer…
Conocer, leer y comentar los ensayos de
Rogerio Velásquez, para inspirarnos en sus recorridos a través de la vida de lo
que él llamo negredumbre, refiriéndose a la negritud doliente, abandonada,
despreciada por Colombia, desconocida, civilmente inexistente hasta que
llegaron los tiempos electorales y las cedulaciones para dicho fin; la negritud
que habita los tremedales, los ríos cual arterias del sistema vital de la
selva, bajo el gobierno de la Naturaleza, el rayo, la tempestad, la lluvia
eterna, el sol tan majestuoso como candente sobre unas vidas que tienen sentido
porque son vividas colectivamente, en familia extensa, en redes de parentesco,
en comunidades, en grupos, en pluralidad.
Sentarnos…
Sentarnos a escuchar, como en los tiempos
de los cuentos de Tío Tigre y Tío Conejo, en los atarnocheceres frescos o en aquellas noches en las que los diluvios
imparables sosiegan el calor, las poesías de Miguel A. Caicedo, como capítulos
de nuestra propia historia, para encontrarnos allí con la geografía y la
toponimia de la propia tierra, con los ritos y las fiestas, las creencias y los
mitos que forman parte de la identidad; con las estructuras de parentesco,
familiaridad y vecindad, que subrayan sin nombrarlo el carácter colectivo de la
cultura regional; con el abandono y la pobreza, y el sentimiento de exclusión, narrados
sin estridencias, con sentimiento profundo y profunda dignidad; en un marco de
humor al mejor estilo hiperbólico del campesino atrateño, baudoseño o
sanjuaneño y haciendo uso de su castellano antiguo, de su habla peculiar.
Pensar…
Pensar seriamente, sin menoscabo alguno de
la admiración que sentimos por el Maestro Miguel Vicente Garrido, ni del cariño
que le profesamos, ni de la honra, el orgullo y la gratitud que su obra musical
y su talento nos inspiran, y evitando caer en debates distractores e
infructuosos acerca de lo irrespetuoso que a algunos les parecerá el solo hecho
de pensar en esto; que ya va siendo hora de que reconsideremos la pertinencia simbólica del Himno del
Chocó que con tanta convicción cantamos[1]. (i) Porque no es justo que tributo rindamos a gente cuya oriundez chocoana hemos
tenido que rogar y casi disputar, a gente de indudable ascendencia esclavista,
integrantes de familias que atesoraron sus fortunas en entables mineros y grandes
haciendas, a gente que –no nos digamos mentiras- no son los hijos más gloriosos
de esta tierra, ni son intelectuales sin par… (ii) Y porque no es congruente con
ningún sueño de desarrollo propio y autónomo, desde la perspectiva del ser de
la chocoanidad, cantarle –en tono de oferta para los modelos económicos
extractivos y de enclave- a las riquezas minerales de este territorio, a la
virginidad de sus selvas, a los megaproyectos de canales interoceánicos, etc.,
por el prurito obsecuente de congraciarnos con Colombia a partir del
ofrecimiento de nuestras riquezas, para acceder –ya sabemos a qué precio- al
título de tierra más rica de nuestra rica
nación… (iii) Estas narrativas y estos imaginarios de vencidos frente a
vencedores, con lenguajes coloniales implícitos y subordinaciones casi
voluntarias frente a las hegemonías de clase y raza, geografía y cultura,
historia y economía, poco contribuyen a la dignidad de la chocoanidad; como
tampoco contribuye en nada la recurrencia de resaltar, en banderas y escudos
municipales del Chocó, la madera de la selva, el oro y el platino, como los
símbolos del ser local, a través del infaltable amarillo y el gris que de la
bandera departamental enhorabuena fue cambiado por el azul de la multitud de
aguas que discurren por estas tierras. Como si el resumen y síntesis de una historia tan compleja como la de esta región fueran, precisamente, los elementos que motivaron su triste camino desde la Colonia española.
Reflexionar…
La Yesca en el Barrio La Yesquita. Quibdó, agosto 2019. Foto: Julio César U. H. |
Reflexionar acerca de nuestra connivencia
con la excluyente política nacional cuando damos cabida a esas entelequias
distractoras que ahora llaman emprendimientos,
que nos ofrecen –a sabiendas de que no lo son- como solución al escandaloso
desempleo que campea en la región; trasladando así, del modo más cínico, a la
sufriente gente que día a día se la juega para no morir en el intento de
sobrevivir en medio de su extrema y escandalosa precariedad, la obligación y la
responsabilidad de generar sus propios ingresos, de inventarse su propio
empleo; cuando todos sabemos que garantizar el acceso a trabajo decente y al
ejercicio pleno de los derechos forma parte –por definición- de las principales
obligaciones de un Estado social de Derecho.
Analizar…
Analizar detenidamente cuál debe ser,
ahora, el papel de las agencias internacionales de cooperación al desarrollo y
los países que benévolamente han aportado a paliar el desgarrador drama de
las víctimas del conflicto armado en el Chocó, tendiéndoles la mano que en la
mayor parte de los últimos 25 años el Estado colombiano no les ha tendido; para
dilucidar si no es ya el momento de que su mirada compasiva y humanitaria hacia
la gente, por su condición de víctimas del conflicto armado, se transforme en
una mirada hacia la gente como sujeto de desarrollo, en su propio y legítimo
territorio, desde su propia perspectiva y desde su propia identidad.
Cielo quibdoseño desde el Parque Manuel Mosquera Garcés. Agosto 2019. Foto: Julio César U. H. |
Conocer, sentarnos, pensar, reflexionar,
analizar, son también deberes de chocoanidad. Lo es también apersonarnos de la misión
de salvaguardar las fiestas de San Pacho, conteniendo, por ejemplo, esa
avalancha anual de importación acrítica de elementos escénicos y estéticos de
otros carnavales, como el de Barranquilla o el de Pasto, por muy bonitos o lujosos que estos sean. Y protegerlas de perversiones como la autodenominada economía naranja, discurso hueco, oferta vana, casi consigna, sin fundamento real, que repiten como loros los funcionarios cercanos al presidente designado, a falta de algo serio qué decir en el campo de la cultura.
Magistral
ResponderBorrar¡Muchas gracias!
BorrarJulio Cesar, muy buena entrada. De acuerdo con la mayoría del escrito. Sobre algunas de estas cosas ya he venido pensando y discutiendo con amigos cercanos, especialmente la pertinencia del himno del Chocó y la gloria que se le da a personajes que muy bien describes en tu escrito. Muy bien. Agradezco mucho este y los otros escritos que sacas. Muy valiosos y pertinentes.
ResponderBorrarGracias. Saben que estoy a sus órdenes para que reflexionemos juntos sobre estos aspectos trascendentales de nuestra región; siempre con espíritu constructivo. Cuenten conmigo.
BorrarExcelente, gracias por enseñarnos, lo que no sabemos de la magia del Chocó
ResponderBorrar