lunes, 9 de septiembre de 2019


Deberes de Chocoanidad
 
Crepúsculo de viernes. Quibdó, agosto 2019.
Foto: Julio César U. H.
Además de suspirar cuando a nuestra mente llegan –líquidas, cristalinas, refrescantes, ensoñadoras, montunas, selváticas, risueñas y gráciles- la imagen y la palabra Tutunendo… Además de cocinar, cada vez que podemos y estemos donde estemos, los alimentos propicios para el ser y la nostalgia de la identidad... Además de lamentar que los pueblos en los que nacimos hayan sido absorbidos por ese advenedizo monstruo tragaldabas de la tradición, que todo lo convierte en cuchitril comercial... Además de no perder la costumbre de silbar canciones que nos gustan, así nos miren raro en las calles de las urbes del interior del país en donde terminamos habitando... Además de seguir llamando interior del país a todo lo que queda al occidente de la Cordillera Occidental, sin saber por qué lo llamamos así... Además de seguir delirando por la gravedad opaca del bombardino y por los mágicos arpegios largos del clarinete y por la reciedumbre del golpe del mazo sobre el templado cuero del bombo y por la estridencia de los platillos y los repiques del requinto de la chirimía chocoana… Además de seguir creyendo que algún día “la resignación de tu corazón se agotará y el día llegará de tu redención”... Además de tararear, casi siempre sin motivo y en el momento menos pensado, “tus ojazos como el sol de la mañana, tus palabras, tu mirar, tu sonreír, enmarcaron tus encantos de chocoana y explicaron el afán de mi existir Además de seguir creyendo que a la orilla del Atrato en Quibdó acontecen los crepúsculos más bonitos de todo el planeta Tierra y que es en estas tierras donde mejor se baila en todo el universo... Además de explicarle a todo el que se nos atraviesa cuáles son nuestros males, por qué es que nos pasa lo que nos pasa, por qué la pobreza acosa a nuestra gente hasta la muerte y el desempleo se roba la esperanza del alma de nuestros hombres y nuestras mujeres... Además de jurarnos permanentemente que, si de nosotros dependiera y si en nuestras manos estuviera, eso no sería así…

Además de todo eso y mucho más, hay unas cuantas acciones -como las siguientes- que son algo así como deberes de chocoanidad que estamos llamados a honrar.

Conocer…
Conocer, leer y comentar los ensayos de Rogerio Velásquez, para inspirarnos en sus recorridos a través de la vida de lo que él llamo negredumbre, refiriéndose a la negritud doliente, abandonada, despreciada por Colombia, desconocida, civilmente inexistente hasta que llegaron los tiempos electorales y las cedulaciones para dicho fin; la negritud que habita los tremedales, los ríos cual arterias del sistema vital de la selva, bajo el gobierno de la Naturaleza, el rayo, la tempestad, la lluvia eterna, el sol tan majestuoso como candente sobre unas vidas que tienen sentido porque son vividas colectivamente, en familia extensa, en redes de parentesco, en comunidades, en grupos, en pluralidad.

Sentarnos…
Sentarnos a escuchar, como en los tiempos de los cuentos de Tío Tigre y Tío Conejo, en los atarnocheceres frescos o en aquellas noches en las que los diluvios imparables sosiegan el calor, las poesías de Miguel A. Caicedo, como capítulos de nuestra propia historia, para encontrarnos allí con la geografía y la toponimia de la propia tierra, con los ritos y las fiestas, las creencias y los mitos que forman parte de la identidad; con las estructuras de parentesco, familiaridad y vecindad, que subrayan sin nombrarlo el carácter colectivo de la cultura regional; con el abandono y la pobreza, y el sentimiento de exclusión, narrados sin estridencias, con sentimiento profundo y profunda dignidad; en un marco de humor al mejor estilo hiperbólico del campesino atrateño, baudoseño o sanjuaneño y haciendo uso de su castellano antiguo, de su habla peculiar.

Pensar…
Pensar seriamente, sin menoscabo alguno de la admiración que sentimos por el Maestro Miguel Vicente Garrido, ni del cariño que le profesamos, ni de la honra, el orgullo y la gratitud que su obra musical y su talento nos inspiran, y evitando caer en debates distractores e infructuosos acerca de lo irrespetuoso que a algunos les parecerá el solo hecho de pensar en esto; que ya va siendo hora de que reconsideremos la pertinencia simbólica del Himno del Chocó que con tanta convicción cantamos[1]. (i) Porque no es justo que tributo rindamos a gente cuya oriundez chocoana hemos tenido que rogar y casi disputar, a gente de indudable ascendencia esclavista, integrantes de familias que atesoraron sus fortunas en entables mineros y grandes haciendas, a gente que –no nos digamos mentiras- no son los hijos más gloriosos de esta tierra, ni son intelectuales sin par… (ii) Y porque no es congruente con ningún sueño de desarrollo propio y autónomo, desde la perspectiva del ser de la chocoanidad, cantarle –en tono de oferta para los modelos económicos extractivos y de enclave- a las riquezas minerales de este territorio, a la virginidad de sus selvas, a los megaproyectos de canales interoceánicos, etc., por el prurito obsecuente de congraciarnos con Colombia a partir del ofrecimiento de nuestras riquezas, para acceder –ya sabemos a qué precio- al título de tierra más rica de nuestra rica nación(iii) Estas narrativas y estos imaginarios de vencidos frente a vencedores, con lenguajes coloniales implícitos y subordinaciones casi voluntarias frente a las hegemonías de clase y raza, geografía y cultura, historia y economía, poco contribuyen a la dignidad de la chocoanidad; como tampoco contribuye en nada la recurrencia de resaltar, en banderas y escudos municipales del Chocó, la madera de la selva, el oro y el platino, como los símbolos del ser local, a través del infaltable amarillo y el gris que de la bandera departamental enhorabuena fue cambiado por el azul de la multitud de aguas que discurren por estas tierras. Como si el resumen y síntesis de una historia tan compleja como la de esta región fueran, precisamente, los elementos que motivaron su triste camino desde la Colonia española.

Reflexionar…
La Yesca en el Barrio La Yesquita.
Quibdó, agosto 2019.
Foto: Julio César U. H.
Reflexionar acerca de nuestra connivencia con la excluyente política nacional cuando damos cabida a esas entelequias distractoras que ahora llaman emprendimientos, que nos ofrecen –a sabiendas de que no lo son- como solución al escandaloso desempleo que campea en la región; trasladando así, del modo más cínico, a la sufriente gente que día a día se la juega para no morir en el intento de sobrevivir en medio de su extrema y escandalosa precariedad, la obligación y la responsabilidad de generar sus propios ingresos, de inventarse su propio empleo; cuando todos sabemos que garantizar el acceso a trabajo decente y al ejercicio pleno de los derechos forma parte –por definición- de las principales obligaciones de un Estado social de Derecho.

Analizar…
Analizar detenidamente cuál debe ser, ahora, el papel de las agencias internacionales de cooperación al desarrollo y los países que benévolamente han aportado a paliar el desgarrador drama de las víctimas del conflicto armado en el Chocó, tendiéndoles la mano que en la mayor parte de los últimos 25 años el Estado colombiano no les ha tendido; para dilucidar si no es ya el momento de que su mirada compasiva y humanitaria hacia la gente, por su condición de víctimas del conflicto armado, se transforme en una mirada hacia la gente como sujeto de desarrollo, en su propio y legítimo territorio, desde su propia perspectiva y desde su propia identidad.

Cielo quibdoseño desde el Parque Manuel Mosquera Garcés.
Agosto 2019. Foto: Julio César U. H.
Conocer, sentarnos, pensar, reflexionar, analizar, son también deberes de chocoanidad. Lo es también apersonarnos de la misión de salvaguardar las fiestas de San Pacho, conteniendo, por ejemplo, esa avalancha anual de importación acrítica de elementos escénicos y estéticos de otros carnavales, como el de Barranquilla o el de Pasto, por muy bonitos o lujosos que estos sean. Y protegerlas de perversiones como la autodenominada economía naranja, discurso hueco, oferta vana, casi consigna, sin fundamento real, que repiten como loros los funcionarios cercanos al presidente designado, a falta de algo serio qué decir en el campo de la cultura.




[1] La letra del Himno puede leerse aquí: http://www.choco.gov.co/departamento/nuestro-himno

5 comentarios:

  1. Julio Cesar, muy buena entrada. De acuerdo con la mayoría del escrito. Sobre algunas de estas cosas ya he venido pensando y discutiendo con amigos cercanos, especialmente la pertinencia del himno del Chocó y la gloria que se le da a personajes que muy bien describes en tu escrito. Muy bien. Agradezco mucho este y los otros escritos que sacas. Muy valiosos y pertinentes.

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    1. Gracias. Saben que estoy a sus órdenes para que reflexionemos juntos sobre estos aspectos trascendentales de nuestra región; siempre con espíritu constructivo. Cuenten conmigo.

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  2. Excelente, gracias por enseñarnos, lo que no sabemos de la magia del Chocó

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