lunes, 20 de mayo de 2019


Fatuidad e Indignidad
“Como dicen los italianos (expertos en crisis políticas), 
el enredo actual es grave, pero no es serio”.
Alejandro Gaviria, Director del Centro ODS para América Latina y el Caribe, Exministro de Salud.[1]


Imágenes 1 y 2: Revista Semana, Edición N° 1933, 19 al 26 de mayo de 2019.
Imagen 3: Twitter.

Fatuidad
Mostrando los dientes. Bufando. Conteniendo la saliva acumulada, a punto de escapársele por las comisuras de los labios. Manoteando de más. Casi gritando. Con ira, desespero y furia en los ojos, como cualquier fanático de la secta que lo puso en su insólito cargo y no con la majestad de un Presidente de la República. Así se pronunció Duque en la noche del pasado 15 de mayo. Recurrió al subterfugio de una declaración grabada, sibilinamente escogida en lugar de una alocución televisada en directo. Calculadores y perdularios como son, su jefe supremo (sátrapa de la secta) y el primer anillo de su servidumbre le prohibieron dirigirse al país en vivo, conscientes de la escasa cantidad de verdad que contendría su discurso, lo cual los expondría a ser nuevamente vapuleados por la razón, triunfante sobre sus delirios y su insania; y a una nueva y literal demolición ética, en la réplica de la Oposición, que ahora no pueden evitar, porque la ley los obliga a permitirla; así se crean los más machitos, los más poderosos, los dueños del país, presumiendo obcecadamente de su burda condición de prosélitos, fanáticos y militantes de la tenebrosa secta de la eterna presidencia.

Con la fatuidad propia de esa ralea siniestra, repitiendo el parlamento prescrito por el orate que es su jefe supremo, y sin parar mientes ni siquiera en el hecho de que ostenta el cargo de Presidente, Duque menospreció, subvaloró, desconoció, minimizó y caricaturizó la sentencia de la JEP (Jurisdicción Especial para la Paz) sobre la aplicación de la garantía de no extradición a favor de un desmovilizado, exguerrillero y firmante del Acuerdo de Paz; se dolió de la renuncia de un fiscal de dudosa reputación y de raudo escape, pero de solícita complicidad con el régimen; bramó amenazas de todo tipo; juró venganzas implícitas y explícitas; declaró que pasaría por encima de la sentencia de esta alta corte de justicia; barrió y trapeó el piso de las instituciones con ella.

La dosis de cinismo usada por este Diácono Mayor de la secta fue tan alta que le alcanzó para finalizar su obsceno discurso bendiciendo a Colombia; así como lo había comenzado pregonando sin sonrojarse que “el Gobierno Nacional respeta la Constitución y, por ende, la separación de poderes”.[2]


Indignidad
Humberto Martínez Salcedo.
Sabio popular y hasta subversivo, Humberto Martínez Salcedo marcó una época en la historia del humor en Colombia”, anota un artículo de la revista Semana, de febrero de 1986, en el cual rememora cómo el 20 de enero de ese año “se paralizó el tráfico en la Avenida Chile de Bogotá, a las 12:30. La Iglesia de La Porciúncula, que en días de semana apenas si es visitada por un puñado de oficinistas, se vio colmada y las calles aledañas estaban atestadas de gentes de todas las clases sociales que, compungidas, esperaban la salida de un féretro[3]. Era el sepelio del papá del Fiscal. Del mismo Fiscal que, usando de modo pérfido sus heredadas dotes histriónicas, renunció mediante una patética puesta en escena destinada a pasarse por la faja un fallo judicial de la JEP (Jurisdicción Especial para la Paz) y -obviamente- a escabullírsele a la Corte Suprema de Justicia, cuya Sala Plena se reunirá de modo extraordinario el martes 21 de mayo, para tratar varios temas de fondo relacionados con este hijo indigno de su padre y sus impedimentos públicamente conocidos en todos los casos que involucran a los poderes económicos y políticos dominantes del país.

El “…abogado y periodista Humberto Martínez Salcedo, [fue] considerado por muchos como el primer humorista [político] del país y conocido nacionalmente a través de la televisión por personajes como el del "Maestro Salustiano Tapias", en Sábados Felices, o el del "Maestro Taverita", en Don Chinche. Pero el reconocimiento a la figura de Martínez Salcedo no obedece solamente a estas caracterizaciones recientes, sino que se remonta a tres décadas atrás, cuando hacía sus primeras incursiones en la radio. Allí se haría conocer por sus radioperiódicos, en los cuales entre chiste y chanza fustigaba con vehemencia; pero, sin saña, a políticos e instituciones[4].

Personajes de Humberto Martínez Salcedo y publicidad de uno
de sus más famosos programa radiales.

Dueño de una enorme cultura en los campos de la música clásica y popular, de la producción radial, de la escritura de libretos, de la opinión y el análisis político, Humberto Martínez Salcedo era íntegro intelectualmente y personalmente. Con la misma solvencia explicaba detalladamente intríngulis de la historia de la Música y del Derecho, cantaba bambucos, llamaba “Pueblito Viejo” a su finca en Choachí, daba serenatas con su amigo Pedro Nel Martínez, escribía libretos o se tomaba un aguardiente en el modo fondo-blanco. Dueño de una voz versátil y agradable, grabó una buena cantidad de programas culturales en la famosa HJCK e imitó una buena cantidad de personajes en sus espacios radiales de otras emisoras, a través de los cuales se convirtió en el precursor del humor político en Colombia, el cual ejercía con libertad e independencia, pues su integridad y su  ética intachable lo mantuvieron siempre a salvo de las veleidades y las presiones del poder; poder del cual fue víctima a través de sanciones económicas, cierres de espacios radiales y emisoras en las que difundía sus programas.

El Maestro Taverita filosofaba, aconsejaba, razonaba, argumentaba, comentaba, caricaturizaba y hacía morir de la risa, en Don Chinche, desde su aparente decrepitud física de zapatero anciano y adormilado que cada tanto tenía que ajustarse el cinturón, para que no se le cayeran los pantalones. El Maestro Salustiano Tapias, palustre en mano, con su overol manchado de pintura, con su cachucha de propaganda o su gorro de papel periódico doblado por él mismo, no ahorraba epítetos para poner en su sitio a todo aquel que desde el poder osara atentar contra el pueblo a cuyo servicio teóricamente estaba. Media vara no es desplome era una de sus frases de combate como albañil avezado en las artes del rebusque y la presunción de sabiduría en el ramo de la construcción.

Es difícil creer que de un hombre así sea hijo este hombre asá, que –en su más craso error presidencial- nos impuso Juan Manuel Santos como Fiscal.

Humberto Martínez Salcedo, caracterizado como el Maestro Salustiano Tapias,
frente a la máquina en la que escribía sus libretos.


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