↳Nueve textos
de García
Márquez
sobre la
Navidad↲
Sobre diversos temas y para gustos diversos, estos textos de
Gabo sobre la Navidad son tomados del sitio web del CENTRO GABO:
1. Un regreso impune a la infancia
Es
hora de que los adultos reconozcamos que lo más agradable que tiene la Navidad
es la oportunidad que ella nos brinda para poder regresar, impunemente, a la
época en que el mundo podía echarse a andar con sólo enroscar la cuerda de un
juguete mecánico.
“Juguetes para adultos”. El Heraldo, diciembre
de 1950.
2. Navidad: materialismo sin Dios
Ya nadie se acuerda de Dios en
Navidad. Hay tantos estruendos de cometas y fuegos de artificio, tantas
guirnaldas de focos de colores, tantos pavos inocentes degollados y tantas
angustias de dinero para quedar bien por encima de nuestros recursos reales que
uno se pregunta si a alguien le queda un instante para darse cuenta de que
semejante despelote es para celebrar el cumpleaños de un niño que nació hace
2.000 años en una caballeriza de miseria, a poca distancia de donde había
nacido, unos mil años antes, el rey David. Millones de cristianos creen que ese
niño era Dios encarnado, pero muchos lo celebran como si en realidad no lo
creyeran.
“Estas Navidades
siniestras”. El País, diciembre de 1980.
3. Un amanecer a la medianoche
Los niños, durmiendo con un ojo y
vigilando con otro la sigilosa llegada del Niño Dios, despiertan a medianoche
sobresaltados. Para ellos ha amanecido realmente. Porque para los niños, en la
Nochebuena, el amanecer no es la salida del sol sino la llegada de los
juguetes.
“Juguetes para adultos”. El Heraldo, diciembre
de 1950.
4.
La estética del consumo
Tal vez lo más siniestro de estas
Navidades de consumo sea la estética miserable que trajeron consigo: esas
tarjetas postales indigentes, esas ristras de foquitos de colores, esas
campanitas de vidrio, esas coronas de muérdago colgadas en el umbral, esas
canciones de retrasados mentales que son los villancicos traducidos del inglés;
y tantas otras estupideces gloriosas para las cuales ni siquiera valía la pena
de haber inventado la electricidad.
“Estas Navidades
siniestras”. El País, diciembre de 1980.
5. Navidades que llegan
con retraso
Mientras
sigan llegando tarjetas no es posible admitir que ha pasado la Navidad. Para la
mayoría, tal vez para la casi totalidad de los cristianos, la Navidad es una
fecha con su ambiente y su ángel. Pero para alguien debe ser el recibo de una
tarjeta franqueada en una remota oficina de correos de ultramar y para quien
piense y sienta de ese modo la Navidad no habrá terminado mientras haya
tarjetas atrasadas.
“Navidad en febrero”. El Espectador, febrero de
1955.
6.
Una excusa de viejos para volver a jugar
Las
personas grandes han inventado el veinticinco de diciembre para jugar con los
cachivaches que el Niño Dios ha traído a los pequeños. A las doce de la
Nochebuena, los adultos andan por la casa, midiendo la lenta y esperanzada
respiración de los niños, sin poder contener los deseos de dar un fuerte
redoble de tambor o sentarse a tocar en la sala el caramillo mecánico que ha
permanecido en el armario desde la última quincena.
“Juguetes para adultos”. El Heraldo, diciembre
de 1950.
7. Pesebres que eran nuestros
Lo
más grave de todo es el desastre cultural que estas Navidades pervertidas están
causando en América Latina. Antes, cuando sólo teníamos costumbres heredadas de
España, los pesebres domésticos eran prodigios de imaginación familiar. El niño
Dios era más grande que el buey, las casitas encaramadas en las colinas eran
más grandes que la virgen, y nadie se fijaba en anacronismos: el paisaje de
Belén era completado con un tren de cuerda, con un pato de peluche más grande
que un león que nadaba en el espejo de la sala, o con un agente de tránsito que
dirigía un rebaño de corderos en una esquina de Jerusalén. Encima de todo se
ponía una estrella de papel dorado con una bombilla en el centro, y un rayo de
seda amarilla que había de indicar a los Reyes Magos el camino de la salvación.
El resultado era más bien feo, pero se parecía a nosotros, y desde luego era
mejor que tantos cuadros primitivos mal copiados del aduanero Rousseau.
“Estas Navidades siniestras”. El País, diciembre
de 1980.
8.
Perdiendo la inocencia
La
pérdida de la inocencia me enseñó al mismo tiempo que no era el Niño Dios quien
nos traía los juguetes en la Navidad, pero tuve el cuidado de no decirlo. A los
diez años, mi padre me lo reveló como un secreto de adultos, porque daba por
hecho que lo sabía, y me llevó a las tiendas de la Nochebuena para escoger los
juguetes de mis hermanos. Lo mismo me había sucedido con el misterio del parto
antes de asistir al de Matilde Armenta: me atoraba de risa cuando decían que a
los niños los traía de París una cigüeña.
Vivir para contarla, 2002.
9. Hacia una cultura de
contrabando
Mediante
una operación comercial de proporciones mundiales, que es al mismo tiempo una
devastadora agresión cultural, el niño Dios fue destronado por el Santa Claus
de los gringos y los ingleses, que es el mismo Papa Noël de los franceses, y a
quienes todos conocemos demasiado. Nos llegó con todo: el trineo tirado por un
alce, y el abeto cargado de juguetes bajo una fantástica tempestad de nieve. En
realidad, este usurpador con nariz de cervecero no es otro que el buen san
Nicolás, un santo al que yo quiero mucho porque es el de mi abuelo el coronel,
pero que no tiene nada que ver con la Navidad, y mucho menos con la Nochebuena
tropical de la América Latina. Según la leyenda nórdica, san Nicolás
reconstruyó y revivió a varios escolares que un oso había descuartizado en la
nieve, y por eso le proclamaron el patrón de los niños. Pero su fiesta se
celebra el 6 de diciembre y no el 25. La leyenda se volvió institucional en las
provincias germánicas del Norte a fines del siglo XVIII, junto con el árbol de
los juguetes. Y hace poco más de cien años pasó a Gran Bretaña y Francia. Luego
pasó a Estados Unidos, y éstos nos lo mandaron para América Latina, con toda
una cultura de contrabando: la nieve artificial, las candilejas de colores, el
pavo relleno, y estos quince días de consumismo frenético al que muy pocos nos
atrevemos a escapar.
“Estas Navidades siniestras”. El País, diciembre
de 1980.
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