lunes, 17 de diciembre de 2018

Omnipresencia y multifuncionalidad
del Queso costeño en la cocina chocoana.


Aunque no es posible establecer fechas precisas al respecto, lo que sí se sabe sobre el particular es que el queso costeño, junto con la carne salada (que en las tiendas de Quibdó se llamó carne caleña hasta los años 60 del siglo pasado), constituían el componente proteico de la remesa alimentaria de los españoles y, posteriormente, de sus herederos y descendientes de Popayán, Cali y Antioquia; en los reales de minas de las cuencas alta y media de los ríos Atrato y San Juan, en la entonces Provincia, después Gobernación e Intendencia, y actualmente Departamento del Chocó, desde mediados del siglo XIX hasta principios del siglo XX.

Los señores y amos, sus capataces y sirvientes de confianza eran quienes incluían en su alimentación la carne caleña y el queso costeño. Los esclavos y, abolida la esclavitud, los libertos y manumisos que integraron las cuadrillas de los enclaves, no tenían más opción alimentaria que una dieta basada en carbohidratos. Así que consumían algunas variedades silvestres de batata (mafafa, rascadera, malanga, bore, etc.), yuca y posteriormente musáceas (variedades de plátano y banano verdes), cocidas, casi siempre sin sal, pues este condimento también era exclusivo de los mandamases, quienes sólo ocasionalmente lo compartían con sus inferiores. La eventual proteína de los esclavos y de los mineros libres era carne de monte o pescado, que obtenían mediante la cacería y la pesca furtivas, nocturnas o dominicales.

Plaza de Quibdó. 
Acuarela de Manuel María Paz (1853).
Tomada de Biblioteca Digital Mundial (WDL), 
Proveniente del sur, entrando por el delta del río San Juan, llegaba a la región la carne desecada y altamente salada con grumos abundantes y visibles de sal gruesa, en cortes de baja calidad, nada magros y muy grasos: la ya mencionada carne caleña. Del norte, bordeando el litoral Caribe y entrando por las bocas del río Atrato, a través del Golfo de Urabá, llegaba a la región, en bloques de aproximadamente una arroba (25 lb), el queso costeño, cuya costra mugrienta y enmohecida daba cuenta de los avatares del largo viaje y de las poco cuidadosas condiciones de su transporte. 

Los fines de semana, en los entables mineros se descansaba medio día o a veces el domingo entero. Ese día, los señores y dueños contabilizaban la producción semanal para registrarla y enviarla a los centros poblados como Quibdó, desde donde sería enviada a las urbes coloniales y posteriormente a España, vía Cartagena de Indias. Cuando las lavadas diarias de cascajo en los canalones y zambullideros[1], en los pequeños túneles u hoyos (guaches), habían dado frutos luengos de oro y otros metales preciosos, en ocasiones, uno que otro domingo, los capataces y los dueños compartían porciones de carne y de queso con los mineros, quienes no dudaron en elevar ambos alimentos a la categoría de manjares especiales y exclusivos, dado el carácter extraordinario y ocasional del regalo alimenticio.

Pueblo de Sipí o San Agustín. 
Acuarela de Manuel María Paz (1853).
Tomada de Biblioteca Digital Mundial (WDL),
en: https://dl.wdl.org/9062.png
Con el paso de los años, abolida la esclavitud y venidos a menos los enclaves mineros coloniales y neorrepublicanos de los ríos Cajón, Tamaná y Sipí, Condoto y San Juan, Andágueda, Cabí, Quito, Bebará, Bebaramá, Neguá y Atrato; los mineros negros de las antiguas cuadrillas de cada enclave dieron inicio a un proceso autónomo de poblamiento de la región, que incluyó concepciones y estructuras simbólicas, familiares, sociales, de parentesco, religiosas, festivas y productivas, así como prácticas artísticas, narrativas y gastronómicas. En ese contexto, el queso costeño entró definitivamente a formar parte clave de la dieta alimenticia de estos pobladores libres, que ya podían adquirirlo con el producido de la venta o el intercambio de excedentes agrícolas, de pesca y de cacería, y del oro que extraían artesanalmente para su propio beneficio; en mercados como el de Quibdó, al cual llegaban los sábados al amanecer, en sus grandes canoas ranchadas.

El queso, antes exclusivo de los señores y dueños de los antiguos entables mineros, pasó a ser un ingrediente cotidiano, recurrente, multifuncional, omnipresente, en la alimentación de los nuevos y libres pobladores de este territorio tan exuberante como ignoto, hecho de agua y biodiversidad, minerales y selva, aguaceros diluviales e ilusiones. Tan inmenso escenario, casi infinito, ofrecía a estos nuevos ciudadanos posibilidades tangibles de experimentar una vida propia, lo más lejos posible de sus antiguos amos y patrones, guardando distancias con esa entidad confusa, difusa y distante que era para ellos la naciente estructura estatal del orden nacional y regional, que aún no les reconocía formal ni realmente su ciudadanía. Asunto no de poca monta, la comida formó parte de este nuevo ámbito existencial, de esta nueva vida, de esta nueva sociedad local, de esta nueva cultura. Así que, desde entonces y hasta ahora, el queso costeño ha estado presente, de tantas formas y con tantas funciones como recetas y platos crearon, en los desayunos, en los almuerzos y en las cenas, en las meriendas, en los pasabocas, en los tentempiés y fiambres de labor, de las comunidades y pueblos del Chocó.

Queso costeño frito con tajadas
de plátano verde frito. Foto cortesía
de Rafael Bolaños Henao, Quibdó.
En los desayunos o en las cenas, el queso costeño acompaña al plátano, verde o maduro, con más frecuencia verde que maduro; cocido o asado o frito el plátano (en tajadas tipo monedas o en patacones o pampadas) y el queso crudo en trozos rectangulares o rallado finamente hasta volverlo polvo, o frito, o brevemente cocido o pasado por agua hirviendo, que puede ser la misma en donde se cocinaron los bananos o los plátanos. Esta exquisitez puede ir más allá todavía, cuando el queso rallado es espolvoreado sobre un puré de plátano suavizado con aceite, manteca, margarina o mantequilla y a veces sazonado con un hogao de cebollas y ajo, en un plato que hasta mediados del siglo XX se conocía popularmente como jujú o fufú y que también se puede hacer reemplazando el plátano verde por banano verde, al estilo de lo que en la zona bananera de Ciénaga y Santa Marta y alrededores llaman cayeye, así como llaman guineo al banano verde.

También son desayunos o cenas los amasijos presentados como pandeyucas, masas fritas, runchas (especie de almojábanas de maíz), arepas y palitos, en donde el queso mezclado y consustanciado con las masas de trigo o maíz da sabor y textura al producto y entusiasmo al comensal; del mismo modo que lo hace, rayado, frito o en trozos crudos, cuando acompaña cada bocado de los envueltos de maíz (envueltos de choclo) o de masa simple (similares al bollo limpio del Caribe).
1) Envuelto de choclo con queso, 2) sopa de queso y 3) masafritas (amasijo de harina de trigo con queso costeño rallado).
El queso costeño preside la sopa de queso del almuerzo, que se prepara con fideos o con cualquier pasta pequeña (tornillitos, corbatines, letras, estrellitas, caracoles o conchitas, etc.). A esta sopa, además de las verduras chocoanas de condimento (cilantro, poleo y albahaca de huerto casero o azotea[2]), se le echa papa cortada en cubos, cebolla larga, tomate, cebolla cabezona roja y, al final de la cocción, el queso cortado en cubos medianos o pequeños, como valor proteico y como reemplazo parcial o total de la sal de condimento. Los espaguetis, que también se usan en los almuerzos, se cocinan y se mezclan profusamente con un guiso copioso, que incluye bija o achiote; cuando se sirven, cada porción se espolvorea con abundante queso costeño rallado, que el comensal revuelve con los espaguetis, para obtener cuando los come una sensación esponjosa, memorable y novedosa en el paladar.

En otra de sus versiones, la sopa de queso incluye plátano en tajadas tipo moneditas o en patacones o pampadas, en lugar de los fideos u otras pastas. Incluso, al término de la cocción, puede llevar un par de huevos que se cocinarán con los hervores finales del caldo. En los últimos tiempos, hay quienes también al final le incluyen una lata de atún, en agua o en aceite, a esta versión sin pastas de la sopa o a la modalidad antes descrita, con pastas. Todo puede cambiar, menos la presencia del queso, que le aporta el gusto y el sentido a esta sopa tan común como la lluvia en las tierras chocoanas.

Igualmente, el queso costeño, desboronado en trocitos con los dedos, se agrega al final de diferentes preparaciones de caldos, sancochos o sopas de carne de cerdo y de res, de pollo y de pescado, frescas, secas, saladas o ahumadas, o en todas las presentaciones cuando se trata de ocasiones especiales o festivas. Dentro de esta gama, son verdaderas maravillas culinarias de la chocoanidad los caldos de queso con pescados de río propios de la región, como el guacuco[3], el bocachico[4], el dentón[5], el charre[6], el bagre[7] y la doncella[8] y algunas especies de pescados de mar. Todas estas exquisiteces se consumen preferiblemente al almuerzo, aunque también pueden servirse como cena; así como al desayuno o a la cena se sirve una variedad de ellas denominada tapao, que es un caldo más seco, sin llegar a ser un guiso, con aliños y plátano verde, y que se cocina más al vapor que en los hervores del agua. Del hecho de cubrirlo con las tapas de las ollas, hoy, y con las hojas de plátano o de bijao, ayer, procede el nombre del tapao. Obviamente, también incluye boronas de queso, que son incorporadas casi al final de la cocción y que le comunican una sutil exquisitez a la ya de por sí suave carne del pescado y al bastimento que lo acompaña.


Tapao de pescado.
Otra verdadera joya gastronómica de la cocina chocoana, asociada al queso costeño, es el emblemático arroz clavado, un arroz blanco, frito, al cual se le clavan trozos de queso durante la última cocción, cuando el grano ha abierto, y después de haberlo volteado para que se termine de cocer uniformemente. La consistencia suave y cauchuda del queso se queda para siempre en la memoria de cualquier paladar que acceda a esta delicia. Cuando al mismo arroz blanco acabado de cocinar y todavía humeante, en lugar del queso clavado, se le espolvorea en cada plato una porción generosa de queso costeño finamente rallado; se obtiene otro sabroso resultado, que hasta hace un tiempo se conocía localmente como arroz con Fab.

Una variedad del arroz clavado, sofisticada mediante la incorporación de trozos de longaniza chocoana, es el arroz con longaniza, un sueño de sabor, color y aroma de sutil ahumado, que cualquier chocoano, de ahora o de antes, quiere siempre vivir, degustar, soñar, como si el mundo culinario pronto se fuera a acabar.

Memorable también es el que podríamos considerar como el risotto chocoano, que se llama Atollao y es un arroz mojado, aunque no tanto como para que sea totalmente sopa. Este incluye, además de carne caleña, papa en cubos pequeños y –cómo no- el infaltable queso costeño, el cual es incorporado al final de la cocción, para que no se desbarate y para que balancee el nivel de sal de la preparación. El atollao sin la carne es tan frecuente como con ella y, en ocasiones, la carne es reemplazada por trozos de callo.

Pastel chocoano acompañado de queso frito.
Foto cortesía de Rafael Bolaños Henao, Quibdó.
Es convidado el queso costeño, frito o crudo, en compañía de unas tajaditas de plátano frito bien delgadas y crujientes, a la hora de entronizar en el paladar esa otra sacralidad gastronómica de tan apetitosa cocina: el pastel chocoano, arroz abundantemente aliñado y coloreado con bija o achiote, al cual se le mezclan trozos de repollo, zanahoria, habichuela y papa, y unas cuantas alcaparras por porción; y así preparado se dispone en hojas de bijao, en porciones de aproximadamente 200 g, coronando la porción con una presa de pollo o carne de cerdo (las cuales han sido previamente adobadas o marinadas con abundante aliño, hasta por 2 o 3 días), antes de envolver y cerrar el pastel o tamal, amarrarlo y dejarlo listo para su cocción. Los pasteles chocoanos se deben cocinar en ollas muy grandes de agua hirviendo, durante aproximadamente 90 minutos, momento en el que se sacan para invertir su orden en la olla: los de abajo para arriba y los de arriba para abajo, dejándolos cocinar por 30-45 minutos más.

Un pastel bien envuelto y amarrado con el ajuste preciso garantiza un arroz suelto o volado, no ñongado o mazacotudo, y una carne suave a los dientes y gustosa a la boca. Todo un manjar de las cocinas chocoanas, cuyo culmen se alcanza acompañándolo, como antes deleitosamente se indicó, con plátano frito y queso costeño; y –para algunos comensales- salpicando la incitante mezcla, servida en un plato o en las mismas hojas del envoltorio en el que se cocinó, con unas cuantas gotas de ají picante.

Brochetas de queso frito, patacones y salchichón.
Foto cortesía de Rafael Bolaños Henao, Quibdó.
Cuando de tomar aguardiente se trata, también el queso es convidado. La picada de queso costeño (en cubos pequeñitos) bañado en zumo de limón, o adicionándole tomate y cebolla bien picados, o atún en aceite, o salchichas (fritas o crudas), o salchichón (crudo o frito), es clásica en los andenes o en las salas de las casas quibdoseñas como acompañante y pasante de los tragos de aguardiente. También frito o crudo y solo, en cubos pequeños, es bienvenido el queso al momento de estos drinks, que también son frecuentemente acompañados por pequeños trozos de pescado de mar o tercios de bocachico, ambos fritos hasta que estén bien tostados.

El queso costeño es, pues, un viajero incesante de muchísimas y muy sápidas rutas de la cocina chocoana; acompañante fiel e inmejorable de un gran número de platos o preparaciones cotidianas y especiales; cómplice siempre disponible del sabor e ingrediente claramente diferenciador de las cocinas del Pacífico Norte (Chocó) y el Pacífico Sur (Valle, Cauca y Nariño), zona esta última donde se usan otros tipos de queso; pero, nunca en las proporciones ni con la frecuencia y abundancia con las que la cocina chocoana usa el queso costeño; producto este que es una herencia colonial de las sabanas y ciudades del Caribe colombiano, con las cuales la región chocoana se conectó, hasta hace muy pocos años, a través de los grandes barcos de madera que partían del Muelle de los Pegasos, en Cartagena, recorrían el Litoral y subían de pueblo en pueblo por el Atrato, hasta atracar en el puerto de Quibdó, ahí en la Carrera Primera.

El queso está siempre ahí, presente, en la alacena o en la nevera, al alcance de las manos, de los dientes, de la boca, del gusto; esperando al comensal devoto que pasa y lo araña, lo mordisquea o lo corta un poco por el solo placer de degustarlo en ocasional refrigerio; o a la cocinera y al cocinero que lo convertirán en cómplice de otros sabores y texturas de la gastronomía regional del Chocó. Y así seguirá siendo, por los siglos de los siglos, ¡amén!, porque el queso costeño, además, sabe que no está solo, que su omnipresencia la comparte con otros dos pilares de la mesa chocoana: el plátano y el arroz, sin los cuales se podría vivir; pero, la vida no sería tan buena, como no es buena la vida sin el queso costeño.




[1] Partes profundas de los ríos de cuyo lecho se extraía cascajo para ser lavado en busca de metales. Hábiles nadadores o buzos, a pulmón libre y sin ninguna protección, usando como lastre para hundirse una piedra de gran peso amarrada a la parte alta de su espalda, se hundían o zambullían y acopiaban material para ser lavado en la orilla por los barequeros o mazamorreros en sus bateas.

[2] La azotea, también llamada zotea (por aféresis fonética simple), es un huerto elevado muy frecuente en los patios o alrededores de las casas campesinas chocoanas, plantado en los restos de canoas viejas o en camas de cultivo confeccionadas en madera. Se construyen elevadas para salvarlas de las crecientes y del picoteo de las aves domésticas (gallinas, patos, pavos). Además de plantas de condimento, se siembran allí plantas aromáticas, ornamentales y medicinales.

[3] El guacuco es un pez de agua dulce que en los pueblos andinos del Magdalena es conocido como cucha o cucho y en los caribeños como coroncoro. Su nombre científico es Hypostomus hondae (Regan, 1912), según se registra en PECES DULCEACUÍCOLAS DEL CHOCÓ BIOGEOGRÁFICO DE COLOMBIA. ©WWF Colombia 2012. Pág. 246. Consultado el 12.12.2018, en: 

[4] Prochilodus magdalenae (Steindachner, 1879). Fuente: PECES DULCEACUÍCOLAS DEL CHOCÓ BIOGEOGRÁFICO DE COLOMBIA. ©WWF Colombia 2012. Op. cit. Pág. 58.

[5] Megaleporinus muyscorum. Fuente: consulta personal a Jesús Alexis Moya Gamboa, Ingeniero Agrónomo.

[6] Pimelodus punctatus (Meek & Hildebrand, 1913). Fuente: PECES DULCEACUÍCOLAS DEL CHOCÓ BIOGEOGRÁFICO DE COLOMBIA. ©WWF Colombia 2012. Op. cit. Pág. 304.

[7] Batrochoglanis transmontanus (Regan, 1913). Fuente: PECES DULCEACUÍCOLAS DEL CHOCÓ BIOGEOGRÁFICO DE COLOMBIA. ©WWF Colombia 2012. Op. cit. Pág. 278.

[8] Ageneiousus pardalis (Lütken, 1874). Fuente: PECES DULCEACUÍCOLAS DEL CHOCÓ BIOGEOGRÁFICO DE COLOMBIA. ©WWF Colombia 2012. Op. cit. Pág. 306.

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