José Gregorio Rivas Cruz
—BAJAMEUNO—
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Evocación de Bajameuno, con Meta-AI. Edición: El Guarengue. |
Nóvita
José Gregorio Rivas Cruz nació a finales de la década
de 1930 en Nóvita, uno de los puntos cardinales de la geografía del despojo del
más grande y duradero enclave minero de la colonia española en el Chocó, solamente
superado en ignominia y desastre por el de la Chocó Pacífico en Andagoya y
Condoto. Allí en Nóvita, en tiempos del dominio de la corona española y hasta
bien entrado el siglo XX, nacían intelectuales y potentados, presidentes y
ministros, cuya cuna se atribuía por lo general a Popayán y Cali, que eran las urbes
incipientes donde se asentaban los rancios poderes de aquella lejana corona que
cobraba los réditos del enclave mientras soñaba con las grandes haciendas de
cañaverales infinitos, las ciudades blancas y el teatro de dolor de las semanas
santas, en el cual no cabían -ni siquiera como parte del decorado- las
aflicciones, suplicios y padecimientos de la mano de obra esclavizada que
sustentaba su ominosa prosperidad y su aristocrática fe.
Condoto
En
su juventud, José Gregorio Rivas Cruz vivió en Condoto, que para entonces era
aún una especie de Macondo sin gitanos, adonde -al abrigo del poder casi
omnímodo de las dragas de la empresa minera estadounidense Chocó Pacífico- llegaban
nacionales y extranjeros de todas las procedencias, lenguas, acentos y
ciudadanías, para unirse al boom generado por la descomunal riqueza de metales
preciosos de los ríos San Juan, Condoto, Opogodó, y su extensa red de
tributarios y quebradas.
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Delia y Manuel Zapata Olivella (IDARTES, Exposición virtual MZO), Oscar Salamandra (Jorge Mario Múnera) y Madolia de Diego (Vicky Ospina). |
Flauta travesera
La
flauta alegre y melodiosa de José Gregorio Rivas Cruz, que él interpretaba maravillosamente
cuando los Zapata Olivella lo conocieron en medio de la escoria de aquella
engañosa prosperidad de Condoto, era una flauta de carrizo, una flauta
travesera, hecha de guaduilla o bambú, de las que sirvieron como base melódica
de las primeras chirimías de la región, y que fueron posteriormente
reemplazadas “por dos instrumentos cultos europeos, llegados al Chocó en época
relativamente reciente: el clarinete y el fliscorno barítono. A los que se
agregan la «tambora» y un par de platillos de lámina de hierro, de fabricación
local, por cierto”[1].
En su memoria de músico innato, Rivas Cruz parecía guardar un portafolio
completo de partituras de la música regional de entonces. En sus
interpretaciones no solamente era capaz de improvisar a placer, en los tiempos
y con las alturas de sonido que a bien tuviera; sino que, además, era capaz de
registrar con su flauta cualquier melodía nueva que oyera, como si toda la vida
la hubiera estado tocando.
Quibdó
Por razones diversas, que tienen que ver básicamente con la configuración instrumental final del grupo de artistas seleccionado y reducido en número, a la hora de emprender la aventura de recorrer Europa y Asia, José Gregorio Rivas Cruz no formó parte de aquella nómina viajera al exterior, coordinada por Manuel y Delia Zapata Olivella; aunque sí integró un sexteto de música regional que los Zapata Olivella promocionaron en varias ciudades del país… Pero, ¡qué carajos!, así no hubiera viajado al exterior, como sí lo hicieron Madolia, Salamandra y Julio Rentería; José Gregorio Rivas Cruz ya estaba en Quibdó y decidió quedarse allí, a vivir del trabajo material, pero sin olvidar ni dejar de cultivar su arte.
El
simposio
Tres
años después de su encuentro con Manuel y Delia, José Gregorio Rivas Cruz hizo
migas musicales con Rucas, Rubén Castro Torrijos, uno de los tipos más
simpáticos, inteligentes y chocoanos que haya nacido en Quibdó; un músico y
compositor que le dio vida a Juana Blandón, Amira Waldo y María La O, y también
a Alfonso Andrade, El rey del río, en cuyo galandro “ya cayó Tomasa, cayó
Teresa, cayó Saray, cayó Magdalena, cayó Epitacia, cayó Ana Inés, ya cayo
Felipa, cayó Florencia, cayó Soleá … Y te está poniendo a vos la carnada, véalo
veanvé”. De modo que, habiéndose incorporado a un conjunto musical conformado y
auspiciado por Rucas, con el que le daría varias vueltas a ciudades principales
de Colombia, el virtuoso flautista José Gregorio Rivas Cruz fue uno de los
músicos que participó en la velada cultural inaugural del Simposio Americano
sobre Zonas Húmedas Tropicales, patrocinado por la Unesco, que sesionó en
Quibdó del 19 al 30 de marzo de 1958, con la organización e impulso del
naturalista colombiano Enrique Pérez Arbeláez y el científico alemán Ernesto
Guhl; y con la participación de un nutrido grupo de científicos nacionales y
extranjeros de talla mundial. Un evento en el que, además, se reconocerían por
vez primera las dotes artísticas de un jovencito llamado Balbino Arriaga Ariza,
quien, sin cumplir veinte años y sin educación artística formal, había
ilustrado en todos los aspectos (dibujos, mapas, planos, cuadros estadísticos,
portada y portadillas internas) la aplaudida monografía del Chocó, que al
comienzo del simposio había presentado al mundo otro de los Castro Torrijos:
Rodolfo (Fillo), quien ejercía como secretario general del simposio, por designación
del gobernador del Chocó, Miguel Ángel Arcos.[2]
Cotero y polinero
Cuarenta
años después de su encuentro con los Zapata Olivella, que no lo llevó por los
caminos del mundo, pero sí contribuyó a que fuera reconocido como un flautista
excelso, José Gregorio Rivas Cruz le contó a un periodista del diario El Tiempo,
de Bogotá, de dónde había salido el apodo con el que desde principios de 1960 hasta
su muerte sería reconocido, más que por su nombre. “…Recién llegado a la
capital chocoana se le medía a cualquier actividad. Se dedicaba a cargar y
descargar madera y también a descargar los bultos de comida que traían los
camiones desde Medellín. Su apodo lo debe a un día en que se echó dos bultos de
arroz al hombro, y como no pudo con el peso, a los gritos le pedía a uno de sus
compañeros: ¡Bajame uno! ¡Bajame uno!”[3],
un grito de auxilio de dos palabras que contraídas terminaron en una sola como
distintivo, apelativo, sobrenombre y apodo que serviría como título para la
canción que hace 30 años le dedicara Jairo Varela: BAJAMEUNO.
Perros
En
la última década del siglo XX, por razones prácticas de la vida, luego de haber
sido cotero y polinero de los camiones que a cambio de los víveres y demás
mercancías que traían para el comercio quibdoseño se devolvían cargados de
maderas finas con rumbo hacia Antioquia; José Gregorio Rivas Cruz, ahora sí
BAJAMEUNO, cambió de oficio. Se convirtió en vendedor de perros, en una
jardinera del malecón de Quibdó, bajo la sombra de un árbol, a cuyo tronco
amarraba una especie de inofensiva jauría, integrada por cazadores de orejas
largas, gozques y callejeros, que comerciantes carmeleños y paisas le dejaban
en comisión, para que los vendiera a los campesinos del Atrato y a los
citadinos de Quibdó, a cambio de un porcentaje por ventas. “Pese a que
Bajameuno domina su arte musical, practicarlo le representa ingresos mucho
menores que su oficio de vendedor. Por eso hace casi ocho años le mermó el
ritmo a su actividad de músico... Aunque le cuesta mucho conseguir la plata
para sobrevivir, pues los perros son traídos por sus dueños desde Antioquia y
sólo le corresponde un mínimo porcentaje, dice que va a continuar con su
actividad porque ya es demasiado tarde para cambiar de oficio. ¿Abandonar la
música? Nooo, no se puede, yo la llevo dentro”.[4]
In memoriam
El antiguo semanario Chocó 7 días, el que circulaba impreso los viernes y decenas de muchachos voceaban desde las primeras horas del día por las calles y barrios de Quibdó, en su edición N° 426 - noviembre 7 al 13 de 2003, registró la muerte de BAJAMEUNO, en su sección de Cultura y Farándula, en aquel entonces a cargo del también ya fallecido Eugenio Perea García, en cuya sucinta y diciente nota se leía:
Falleció José Gregorio Rivas Cruz (Bajameuno)
El pasado miércoles 22 de octubre falleció en
Quibdó, después de una penosa enfermedad, el músico José Gregorio Rivas Cruz,
conocido popularmente como Bajameuno.[5]
Bajameuno, además de vender en el Malecón de
Quibdó perros traídos de Bolívar (Antioquia), oficio con el que se ganaba la
vida, también fue un reconocido flautista que integró el grupo de Rubén Castro
Torrijos; creó "La Timba" con Choquín y Totío (ya fallecidos),
acompañó a Delia Zapata Olivella y su grupo folclórico a giras nacionales e
internacionales y al lado de "La Mana", Madolia de Diego, con quien
recorrió gran parte de Colombia, fue designado para representar al Chocó con su
grupo 'El Sexteto de Bajameuno' en Popayán y en el concurso nacional del CREA
en Bogotá.
La Asociación Folclórica Ciudad Quibdó y la
parroquia San Francisco de Asís, en cabeza del padre Jesús María Urán,
convocaron a los artistas chocoanos a una misa en su honor el pasado 1° de
noviembre en la catedral, con motivo de su último novenario, donde se entonaron
alabaos, hubo palabras de reconocimiento; mientras un grupo improvisado con
flauta, bongo, tambora y maracas amenizaba con nostalgia las canciones que lo
inmortalizaron. Paz en su tumba.[6]
Niche
Ocho años antes de la muerte de Bajameuno, a propósito de la inclusión de una canción de Jairo Varela en homenaje a este insigne músico popular del Chocó, en el disco del Grupo Niche Huellas del Pasado, el periódico Citará[7] publicó en su sección de Opinión una emotiva nota, casi una proclama, firmada por Jesús Elías Córdoba Valencia, fechada en Quibdó en enero de 1995 y titulada “«Bajameuno» un canto al hombre de la tierra”, en la cual se leía, entre otras cosas: “Bajameuno es el sobrenombre con el que se conoció en Quibdó y con el que los mayores de treinta recordamos a un hombre a quien la cotidianidad convirtió en personaje; al margen de su nombre de pila, que a estas alturas ya no importa, pues no ingresó al mundo de los personajes por la ruta de la formalidad, sino por el camino de la realidad… Ese Bajameuno, quien para algunos era simplemente un polinero…, para otros no fue más que un cambambero que se bebía la noche quibdoseña en cada hueco de su flauta”.[8]
Concierto
de PVC
Unas maracas de totumo o mate, una tambora de cuero de tatabro y su flauta travesera de carrizo, guaduilla o bambú, fueron durante muchos años los instrumentos con los que BAJAMEUNO, cual flautista de Hamelín, y compañeros suyos de interpretación musical, como Nicomedes Córdoba Londoño, conseguían que recuas de muchachitos y ensartas de jóvenes y adultos siguieran sus retretas callejeras, con estaciones en todo andén, cantina o tienda donde hubiera un trago de cortesía para esas manos cansadas de percutir y para esa garganta reseca de tanto sacarle a la flauta todos los sonidos de toda la vida. Al final de sus tiempos, como dijeron algunos mamagallistas de Quibdó, sin que ello redujera en nada la enorme admiración que sentían por su talento, BAJAMEUNO ofrecía cada día un «Concierto de PVC», una alusión a su flauta de entonces, que él consideraba más firme y duradera.
Nota
final
Treinta
años después de aquel disco de Niche, cuando es imposible hallar grabaciones de
su arte o imágenes de su figura y de su conjunto musical en la supuestamente
infinita Internet, es inevitable pensar que a BAJAMEUNO, como a tantos talentos de
ayer en el Chocó, le hizo falta una oportunidad real para brillar en todo su
esplendor. Con su enorme talento e inspiración como músico, a BAJAMEUNO sí que
le hubiera sonado la flauta.
[1] Pardo Tovar, Andrés. Los cantares tradicionales
del Baudó. Bogotá, D. E., 1960. Universidad Nacional de Colombia. Conservatorio
Nacional de Música. Centro de Estudios Folclóricos y Musicales (Cedefim). 41
pp. Pág. 9.
[2] Detalles sobre el Simposio y sobre Balbino Arriaga Ariza, en El Guarengue: Balbino Arriaga Ariza: “Los colores del Atrato”. 18.03.2024.
https://miguarengue.blogspot.com/2024/03/balbino-arriaga-ariza-los-colores-del.html
[3] BAJAME UNO. El Tiempo, 08 de junio 1995. N.B.: aunque en el escrito de El Tiempo aparece escrito en dos palabras y con tilde en la primera, como si se tratara del pronombre TÚ; en realidad de trata del pronombre VOS, por lo cual no lleva tilde; y las dos palabras se juntaron en una sola: BAJAMEUNO, que pasó a ser el distintivo de este músico popular.
[4] Ídem. Ibidem.
[5] Otras fuentes me informaron que la muerte de Bajameuno ocurrió el 17 de septiembre de 2003.
[6] Chocó 7 días. Edición N° 426, noviembre 7 al 13
de 2003.
https://www.angelfire.com/co/scipion/choco7dias/426/notas_culturales.htm
[7] Periódico Citará. Quibdó-Chocó, N° 20, marzo de 1995. Pág. 5
[8] Ibidem.
Buenos días Julio César, qué bonito recordar a estos ilustres desconocidos músicos, desconocidos para otros, pues nosotros lo disfrutamos en vida; qué pena no tener grabaciones de sus inspiraciones. Saludos.
ResponderBorrarJorge Valencia Valencia
La magistral introducción con una mirada histórico crítica para la revisión del tufo de orgullo con el que muchas personas exhiben la hidalguía noviteña, nos engancha en este excelente recorrido por la vida de "Bajameuno", en tono de homenaje a tan importante personaje de la música en la región.
ResponderBorrarFelicitaciones, Julio César; excelente artículo. No sé por qué me sigue saliendo anónimo el comentario.
BorrarJ. Elías Córdoba Valencia
!oh, que bién¡ Un merecido reconocimiento a la obra y vida de Bajameuno. Lo voy a leer con paciencia y devoción, buscando recuerdos. Gracias Julio César. Bien traídos estos recuerdos.
ResponderBorrarDouglas Cújar
Hola, hermano. Con esta crónica sobre Bajameuno la sacaste del estadio...
ResponderBorrarJosé E. Mosquera
Conocí a BAJAMEUNO. Yo creía que había nacido en Condoto.
ResponderBorrarLo conocí como flautista, polinero y vendedor de perros. Qué desperdicio de un personaje como ese... Lastimosamente esta es una tierra de" vivos y bandidos" salvese quien pueda...
Excelente su investigación... Valiosa pluma.
Pachurí
Qué inmenso placer se siente al encontrar escritos como éste que nutren, con su valioso contenido, el conocimiento de nuestra cultura y permiten el sustento de esa chocoanidad tan arraigada, pero ávida de saberes.
ResponderBorrarEl comentario anterior escrito por JULIA SALAMANDRA M.
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