Armando
Luna Roa
El hombre
que amaba a todo el mundo
★Armando Luna Roa (ca. 1950). FOTO: Archivo Fotográfico y Fílmico del Chocó.
“Veo aquí a todo un pueblo congregado ante los despojos humanos de este amigo tan querido y me pregunto: ¿por qué todo el mundo quería a Armando Luna? La respuesta salta espontánea como era su sonrisa: porque Armando Luna amaba a todo el mundo”. Senén Mosquera Lozano, Intervención en el sepelio de Armando Luna Roa. Noviembre de 1961.
El pasado 1° de enero se cumplió el 107° aniversario del nacimiento en Condoto del egregio intelectual y educador chocoano Armando Luna Roa, quien era rector del histórico Colegio Carrasquilla de Quibdó (que en el 2025 cumple 120 años de existencia) cuando allí se graduaron los primeros bachilleres, en 1948.[1]
Fundadores
Armando Luna Roa, quien falleció en Quibdó el 18 de noviembre de 1961, cuando apenas iba a cumplir 44 años, forma parte de la brillante generación de primeros chocoanos, hombres y mujeres, que se graduaron como profesionales de la educación y -a partir de la creación de la Intendencia Nacional del Chocó, especialmente desde la década de 1930- trabajaron con denuedo por la universalización de la educación pública en la región; mediante la creación y organización de los colegios intendenciales, la consolidación del bachillerato completo en el Colegio Carrasquilla y el comienzo de la formación de maestros en la Normal de Varones de Quibdó, y la consiguiente multiplicación de escuelas públicas urbanas y rurales a todo lo largo y ancho del territorio regional, hasta cuyos confines fueron llegando las maestras y los maestros oriundos del propio Chocó.
De dicha generación de educadores e intelectuales hicieron parte Rogerio Velásquez Murillo, Nicolás Rojas Mena, Marcos Maturana Chaverra, Ramiro Álvarez Cuesta, Saulo Sánchez Córdoba, Vicente Ferrer Serna y Nicolás Castro Aluma, entre otros. Igualmente, un grupo de educadoras que terminarían siendo las pioneras de la irrupción de la mujer chocoana en la escena pública y las adelantadas del magisterio rural en los ríos, montes y caseríos del remoto y profundo Chocó de entonces: Tulia Moya Guerrero, Edelmira Cañadas, Julia Sánchez, Clara Rosa Perea, Tita Quejada, Visitación Murillo, Teresa Campos, Digna Asprilla, Josefina Rodríguez, Carmen Isabel Andrade, Eyda Castro Aluma, María Dualiby Maluf, Judith Ferrer, Margarita Ferrer Cuesta, Leonor Londoño y María Ezequiela Urrutia, son algunas de ellas.[2]
Estos hombres y estas mujeres, a quienes la historia regional debe un capítulo completo, son los fundadores de la educación pública accesible a todos los sectores sociales de la población chocoana. Con su trabajo y dedicación, ellas y ellos materializaron los sueños de César Conto de convertir la educación en un derecho para todos: “la educación popular, sin tributos al escolasticismo, libre, laica, científica”, como lo expresó Conto hace un siglo en su Testamento Político; y materializaron la promesa de Diego Luis de cambiar los delantales de la servidumbre por los diplomas del bachillerato y el magisterio.
Las políticas educativas de los gobiernos de la República Liberal y el trabajo regional de Adán Arriaga Andrade como Intendente Nacional y de su director de Educación, Vicente Barrios Ferrer, favorecieron este hito trascendental e histórico del desarrollo del Chocó, que fue posible gracias a la labor de profesionales chocoanos como Armando Luna Roa y sus coetáneos, muchos de ellos beneficiarios del programa de becas del Gobierno Nacional y la Intendencia del Chocó, establecido en la región desde comienzos del siglo XX.
Licenciados
Armando Luna Roa pertenece a una sucesión insigne de colombianos que se formaron en la Escuela Normal Superior de Tunja, germen de los programas de estudios superiores de educación en Colombia y precursora de la Universidad Pedagógica y Tecnológica. Bajo la tutela académica de la Universidad Nacional de Colombia, la Normal Superior graduó valiosas promociones de institutores, maestros superiores y licenciados, con diversos énfasis (sociología, antropología, geografía). Graduado como Institutor, en 1941, y en 1942 como Licenciado en Ciencias Sociales y Económicas, con énfasis en Sociología, Armando Luna Roa compartió aulas con Virginia Gutiérrez de Pineda y Luis Duque Gómez, quienes posteriormente -luego de sus estudios en el Instituto Etnológico Nacional- serían colegas de otro chocoano, Rogerio Velásquez Murillo, en la gesta del desarrollo de la antropología en Colombia.
Allí, en la Normal Superior, Luna Roa fue discípulo de intelectuales como José Francisco Socarrás, el insigne médico que fundó y dirigió esa institución, el geógrafo Pablo Villa y pedagogos de la talla de Manuel José Casas Manrique, Agustín Nieto Caballero y Antonio García, entre otros maestros y condiscípulos que -al abrigo de los gobiernos de la República Liberal- darían lustre a la educación y a las ciencias sociales y humanas en la Colombia contemporánea.
Educador
De regreso a Quibdó, “su primer empleo fue el de Profesor de Sociales en la Escuela Normal para Varones de Quibdó, en 1943”.[3] Su clase de Historia de la Educación fue famosa y apreciada entre las primeras generaciones de normalistas quibdoseños. En 1948 fue rector del Colegio Carrasquilla, de Quibdó, y en 1950 del Colegio Simón Araújo, de Sincelejo. Igualmente, “fue profesor de Filosofía, Pedagogía, Psicología, Historia y Geografía en los principales centros de educación secundaria de Quibdó, donde brilló por su exquisita personalidad y profundos conocimientos, premio a su insaciable sed de estudio y de consagración a la enseñanza”.[4]
“La Historia habrá de juzgar la obra del licenciado Armando Luna como educador… El día llegará en que sus innumerables descendientes espirituales escriban con justicia lo que fue este conquistador de almas para la cultura de esta tierra, que tan mal paga en ocasiones a sus mejores servidores”; expresó su gran amigo Senén Mosquera Lozano, en el panegírico que leyó en el sepelio de Armando Luna Roa, ante una multitud compungida, triste por la partida de uno de sus mejores coterráneos y maestros.
Servidor público
Además de su trayectoria como educador, Armando Luna Roa fue Diputado de la Asamblea departamental y ejerció la Dirección de Educación del Chocó, desde donde trabajó en la consolidación de la educación pública en la región y, preocupado por la delincuencia infantil, creó la Correccional de Tanando, primer centro destinado a la rehabilitación de menores infractores; así como impulsó la difusión de contenidos culturales a través de la emisora La Voz del Chocó.
Se desempeñó también como Síndico de la Beneficencia del Chocó, cargo que ostentaba el día de su fallecimiento, y desde el cual destinó recursos para la posterior construcción del famoso edificio sede de la entidad (el Ocho pisos) y el Teatro César Conto, de Quibdó. Fue corresponsal, durante más de una década, de los periódicos El Espectador y El Tiempo, y colaborador de varias revistas culturales nacionales; así como miembro fundador del Club de Leones de Quibdó.
Pedagogo e investigador
Haciendo honor a su formación académica y a su condición de estudioso permanente de las ciencias sociales, humanas, económicas y de la educación, y de observador sistemático de la realidad de su tierra, Armando Luna Roa dejó -además de una colección de artículos periodísticos publicados en su labor de corresponsal, y de textos y discursos escritos como funcionario y como educador- por lo menos dos libros terminados e inéditos: “La Escuela en el Chocó” y “Breves noticias histórico-geográficas del Departamento del Chocó”. El primero es un completo análisis sobre la institución escolar en la región, el papel de la educación y del maestro en la sociedad, y recomendaciones sobre diversos tópicos pedagógicos, morales sociales acerca de la labor educativa. El segundo es un texto de uso escolar para el conocimiento y la enseñanza de estas materias en los establecimientos educativos, que abarca desde la prehistoria hasta la independencia y la república, con un acápite especial dedicado a las diferentes versiones sobre la fundación de Quibdó.[5]
En su trabajo sobre la escuela en la región, Armando Luna Roa deja claro en su trabajo, de modo enfático, que “la función social de la escuela en el Chocó jamás ha sido una realidad”, pues se limita a la enseñanza rutinaria, con métodos caducos, en lugar de sembrar inquietudes en un pueblo tradicionalmente conformista y que “todavía continúa siendo víctima de iniquidades”.[6]
Con admirable lucidez y sentido histórico, Armando Luna Roa caracteriza el contexto del Chocó de mediados del siglo XX: “El abandono criminal en que ha permanecido esta región, reputada como una de las más ricas del mundo, ha permitido toda clase de abusos, que a diario perpetran las compañías imperialistas que arruinan la riqueza nacional y acaban con el capital humano”.[7]
Además del atraso en la educación pública, debido a su reciente expansión en el Chocó, Armando Luna Roa plantea claramente en su obra el grave problema de la desintegración regional producida por el aislamiento interno, que impide el trabajo mancomunado. “…Nuestros pueblos están aislados, sin una conexión que facilite la cooperación de una provincia a otra, de uno a otro municipio. Este aislamiento no les permite mantener un intercambio de ideas, métodos de enseñanza, etc., por lo cual no pueden colaborar en la obra común y necesaria: un Chocó grande”.[8]
En ese sentido, Armando Luna Roa exhorta al magisterio a que tenga en cuenta que “está en nuestras manos la suerte de una porción del territorio patrio, la suerte de un pueblo, de una raza”.[9] Y aboga por pedagogías acordes con estas realidades, así como por la formación permanente y continua del maestro, para que pueda ejercer su trabajo con responsabilidad y conciencia del deber. Su crudo diagnóstico al respecto lo dejó escrito así: “Uno de los males de que adolece el magisterio radica en el total abandono del estudio, en esa indolente despreocupación por los libros… La mayor parte de los maestros que actualmente se encuentran en actividad, con pocas excepciones, están rutinizados y claro que así tiene que ocurrir en una región tan olvidada como es el Chocó”.[10]
Su trabajo “La Escuela en el Chocó” concluye con recomendaciones y consejos sobre algunas cualidades del maestro, como el optimismo y la constancia, el amor a la niñez, que le deben dar fuerzas para no desfallecer en su labor educativa. Y para subsanar las carencias formativas del magisterio, Armando Luna Roa recomienda al Ministerio de Educación que incluya en las bibliotecas escolares material pedagógico en cartillas breves, no en libros voluminosos. Finalmente, el experimentado educador plantea la necesidad de que las autoridades hagan justicia con el magisterio en materia de sus salarios y prestaciones, que para la época no se compadecen con la misión que estos profesionales cumplen en la sociedad.
Portada y contraportada de la recopilación de textos biográficos sobre Armando Luna Roa, publicada por el Maestro Miguel A. Caicedo Mena en agosto de 1993. FOTO: Archivo El Guarengue. |
“Adiós, Armando querido…”
Su amigo Senén Mosquera Lozano, cuya intervención en el sepelio de Armando Luna Roa fue una de las más sentidas y emotivas, resaltó sus virtudes y lamentó su pronta partida: “Hijo modelo, hermano cariñoso y comprensivo, esposo amante e inimitable padre de familia, Armando Luna deja inconcluso su periplo, porque le faltaba mucho por realizar, porque la patria, su familia y sus amigos esperaban mucho más de lo que había hecho, con ser mucho…”.[11] Y remató su estremecedora despedida, en el Cementerio San José, de Quibdó, en noviembre de 1961, con estas palabras: “Adiós, Armando querido, sabes que por mi boca te habla Tadó, ese pueblo que amaste más que si hubiera sido la cuna de tus primeros gestos a la vida, y no podía faltar la voz de ese pueblo tan sincero, que no tiene puerta para las almas nobles como la tuya…”.[12]
Tristes y conmovedoras como pocas, concurridas como las que más, en las honras fúnebres de Armando Luna Roa no hubo ojos que no lloraran su partida, ni corazones que no agradecieran -en el silencio de la tristeza- lo provechosa que fue su corta vida.
[1] Rivas Lara, César E. Reseña histórica del Colegio Carrasquilla, Alma Máter de la cultura chocoana, 115 años: 1905-2020. Léanlo Editores, Medellín, 2020. 361 pp. Pág.117-118
[2] Caicedo
M., Miguel A. Sólidos pilares de la educación chocoana. Mayo de 1992, Editorial
Lealon. 75 pp. Pág. 32-33
[3] Caicedo M., Miguel A. Armando Luna Roa. Editorial Lealon, Medellín, Quibdó, agosto de 1993. 57 pp. Pág. 13.
[4]
Ibidem. Pág. 14.
[5] Caicedo M., Miguel A. Armando Luna Roa. Editorial Lealon, Medellín, Quibdó, agosto de 1993. 57 pp. Pág. 29-43
[6] Luna Roa, Armando. La escuela en el Chocó. Citado por Caicedo M., Miguel A. Armando Luna Roa. Obra citada. Pág. 30.
[7] Ídem. Ibidem.
[8] Ídem. Ibidem.
[9] Ídem. Ibidem.
[10] Ibidem, pág. 37.
[11] Caicedo
M., Miguel A. Armando Luna Roa. Editorial Lealon, Medellín, Quibdó, agosto de
1993. 57 pp. Pág. 20
[12] Ibidem,
pág. 21
Saludos, Julio César: gracias por hacer visible a estos personajes, en estos tiempos, para que la gente de hoy conozca la decencia y rectitud de estos ilustres hombres del Chocó.
ResponderBorrarJorge Valencia Valencia
Excelente reseña de un noble e inteligente caballero Chocoano
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