Marco Realpe Borja
Hugo Salazar Valdés
Rogerio Velásquez Murillo
–3 poemas, 3 poetas, 3 chocoanos –
*1-Marco Realpe Borja conArmando Orozco Tovar, poeta bogotano de ascendencia chocoana. Foto: Proclama del Cauca. 2-Hugo Salazar Valdés. 3-Rogerio Velásquez. (2 y 3: Archivo El Guarengue). |
“Fundada en 1965 por Manuel Zapata Olivella, la revista Letras Nacionales …se propuso darle voz a los escritores colombianos, al igual que reivindicar un lugar a los indígenas, mestizos y negros en el relato histórico nacional a través de expresiones culturales como la música, el arte, el folclore y el lenguaje. Después de 20 años de actividad incesante nos dejó un legado de 46 números publicados”[1].
Además de un relato de Arnoldo Palacios (Entre nos, hermano) y un extraordinario cuento de Carlos Arturo Truque Asprilla (Sonatina para dos tambores), en aquella histórica edición monográfica de Letras Nacionales, una revista que llegó a ser libro de cabecera de los profesores de literatura de los colegios de bachillerato del país, a quienes se les ofrecía un descuento del 50% en la suscripción; se publicaron tres poemas -de tres chocoanos- que ni entonces ni ahora son los más conocidos.
Los tres poemas de autores chocoanos fueron publicados al lado de poemas hoy clásicos de la literatura afrocolombiana, como los de Jorge Artel, Candelario Obeso, Helcías Martán Góngora, Juan Zapata Olivella, Javier Auqué Lara, Hernando Santos Rodríguez, Alfredo Vanín, José Luis Díaz Granados, y -algo innovador para la época, hace menos de 50 años- un poema de Edelma Zapata Pérez (hija de Manuel Zapata Olivella); y otro de la poeta chocoana Luz Colombia Zarkanchenko Mosquera de González, quien fuera Gobernadora del Chocó y Alcaldesa de Quibdó, y a quien cabe el honor de haber suprimido un adefesio racista que denominaban la fiesta del indio y se celebraba en la semana santa en Quibdó.
Aquí están -en El Guarengue- aquellos tres poemas, significativos e históricos; precedido cada uno de una síntesis de la importancia de su autor, para honra y prez de la literatura afrochocoana y de su lugar en la literatura colombiana y afrocolombiana. De Marco Realpe Borja, Orfeo negro. Salmo de los obreros, de Hugo Salazar Valdés, Y del gran Rogerio Velásquez Murillo, Palabras sobre el hijo.
Orfeo negro
Marco Realpe Borja
Mi madre me parió a la orilla de un río
no tuve médicos ni enfermeras
Me envolvieron el ombligo
con el cuero de una culebra
Y aquí estoy:
Hombres blancos.
Nací junto al río
Y una cauda de caimanes
arrulló mis gemidos
No como vosotros que congeláis la luna
detrás de una ventana.
Porque la luna es el parto
en las oscuras mitades de la noche.
Porque la luna es el vientre
de una mujer en el río.
Me embrujaron los ojos de los venados en la sombra
y fui tras una jauría en el atardecer.
En las manos de un indio los monos aulladores
me despertaron entre los maizales
Mi sangre se balancea
en el pulso de las aguas,
y así nació mi instinto.
Porque soy lo indescifrable entre vosotros
he nutrido mi sangre en las húmedas plumas
de un pájaro multicolor
y traigo un loco almizcle
de la algarabía de los micos.
Pero oídme: ya no tiemblan mis lanzas
como antaño en las selvas del Congo,
ni desfallezco en los atardeceres
que hunden su cola
donde empieza lo verde.
Por mi nariz no cabe todo el viento
que necesito, ni el dilatado espacio.
Ya no danzo ni grito
y menos gesticulo,
porque llevo en mis manos
el certero arpón.
Soy un alba insaciable.
Ansia de un río y magia de mi canto:
Aquí estoy,
Hombres blancos.
Salmo de los obreros
Hugo Salazar Valdés
Morid, obreros del planeta,
caed, esclavos del desastre,
servid de abonos a la tierra
que es el destino de la carne;
hundid los huesos hasta el polvo
y en el silencio de los árboles,
porque en el tiempo que vivimos
otro derecho es un ultraje.
Caed, caed, negras hormigas,
cebado pasto de animales,
foscos murciélagos del día,
coro de tisis galopante,
caed de fiebre y beriberi
en la inconciencia del magnate,
que habla de amor y democracia
y promete nuevas edades
en un futuro fementido
encarcelado por sus llaves.
Morid, lechuzas, perros, sapos,
fétida tribu denigrante;
morid de sed y de miseria
que vuestra vida hay que explotarse,
mientras otros, en los salones,
con aspavientos y donaires,
hacen rodar vuestras migajas
en su alegría desbordante,
porque vosotros, chusma oscura,
sois la canalla despreciable.
Morid, caed, escarabajos,
obreros no: ¡raza de mártires!
caed ahora que mañana
vuestros hijos serán iguales
a vuestros príncipes de hoy
en los estrados populares,
donde una fuerza incorruptible
hará las leyes inviolables.
Han de caer como los ídolos
porque son de barro deleznable
y porque el polvo de los muertos
que se pudrieron bajo el aire
cuajó una masa de centellas
y fieros rayos fulminantes
que viene ahondando en forma sísmica
como los monstruos seculares.
Caed ahora que mañana
seréis la cruz del estandarte
en que se apoya la alegría
de las anchas manos cordiales,
y al nuevo mundo que vendrá,
humanizado, de verdades,
de puro amor, de fe en el hombre,
y en el derrumbe de las cárceles,
cobren fulgor vuestras memorias
en el coro de himnos triunfales.[6]
Palabras sobre el hijo
Rogerio Velásquez
Moreno como arcilla,
limpio como una espada,
cocido por un mundo
que tiene los ardores de una fragua,
libre como el espacio
que cobija tierra de cien patrias,
ha nacido tu hijo
pregón de nuestra raza.
En alto la cabeza
donde la luz del cristianismo canta.
Con un pueblo de herencias en la sangre
que vienen de mi África.
Los dedos retorcidos
como un bosque de anclas.
Con los brazos tendidos
para cruzar los ríos
que siempre van al mar y que se encaran
con el cristal de voces de las algas.
Tu hijo, nuestro hijo,
será un haz de laureles y de lanzas.
Yo lo llevé en las minas y en los mástiles
Bajo los socavones me iba quemando el alma.
En la fiebre del golfo
era procela nave que cruzaba
como joya y espíritu.
Allá en el Cabo Grande,
en Cuba y Panamá, como suspiro
subía a mis palabras.
Con señales mandingas
habló en Barquisimeto
cuando el hombre era flor que se moría
inmóvil, indeciso, con su rabia.
San Martín y Bolívar en tu hijo
encontraron la esencia de sus lágrimas.
Tu hijo es un anillo
de la tristeza de Atahualpa.
Del pensar y el sentir de los araucos
lebreles de candela de las pampas.
En la noche terrible fue alarido
bronco, raudo, feroz como una garra.
Tu hijo en San Mateo quemó el cielo.
Tu hijo que ha nacido
de tu dolor y mis entrañas,
tiró a los aires sus rugidos secos
en el dentado grito de Ipiranga.
Tierra de promisión será tu hijo
como el Baudó que le acompaña.
Equilibrado como las alturas
que se arrodillan en el Aconcagua.
Soñador, en su acción, cantará triste
a los dioses que fueron, en tu habla...
¡América, tu hijo
será una suma de estandartes libres
y la justicia de cien patrias!
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