La selva de Lesly Mucutuy
★Putumayo. Foto: María del Pilar Ramírez, WWF. |
Colombia ocupa cerca del 1% de la superficie de la Tierra y alberga cerca del 10% de la fauna y flora del planeta. Esto la hace una de las 12 naciones megadiversas del mundo. Igualmente, Colombia es el país con mayor diversidad de aves y de orquídeas en el mundo, con el segundo mayor registro de especies de árboles, después de Brasil. Colombia es tercero en diversidad de reptiles y cuarto en clases de mamíferos. Colombia posee la mitad de los páramos del mundo: casi 3 millones de hectáreas. El 20% de nuestro territorio son humedales, que ocupan más de 30 millones de hectáreas. Y nuestros bosques ocupan más de 59 millones de hectáreas, equivalentes al 53% del territorio nacional[1].
Colombia es, pues, –obviamente, mucho antes de que esta característica terminara convertida en eslogan gubernamental– una potencia mundial de la vida; por su reconocida y magnificente riqueza en biodiversidad; por el munífico esplendor con el que nace y se multiplica la vida por estos lares, cada segundo, desde que el mundo es mundo, en las selvas y en los ecosistemas espléndidos de la Amazonía, la Orinoquía, las montañas y valles de los Andes y las tierras bajas del Pacífico y el Chocó Biogeográfico.
La selva, esta selva colombiana, es hogar y morada, hábitat y nicho de centenares de formas de vida. Esta selva es también referente consuetudinario, secular y ancestral de millones de connacionales, para quienes desde siempre ha sido fuente de sentido vital, de producción simbólica y material, de alimento y de medicina, de esparcimiento y contemplación, de conocimiento y sabiduría, de historia y de tradición. La selva es, en fin, el núcleo del territorio de las comunidades y pueblos étnicos que en ella habitan; es entraña, corazón y esencia de la identidad compartida desde antiguo, que está cifrada en los lenguajes del agua, de los árboles, de los animales y de cuanto ser vivo -por minúsculo e invisible que sea- cohabita con las poblaciones humanas en este inmenso reservorio del ADN de nuestra especie y de nuestras sociedades.
Para los pueblos étnicos de Colombia que allí han vivido desde el más lejano antaño, la selva es literalmente su hogar; no “la selva oscura que los acecha sin piedad”, ni “la selva inhóspita que los acoge”, como lo escribió, en un relato periodístico sobre las tres niñas y el niño perdidos en las selvas del Guaviare y el Caquetá –publicado el 18 de mayo en El Colombiano, de Medellín– una periodista que –por lo visto– pareciera no haber visitado nunca, ni siquiera, el Jardín Botánico Joaquín Antonio Uribe, de su ciudad, o por lo menos no pareciera haber leído los letreros explicativos de la selva que acompañan las muestras de flora tropical de ese lugar[2].
El relato de la periodista de El Colombiano es casi una pieza de terror, repleto de lugares comunes y frases de cajón sobre los peligros derivados de la inhospitalidad de la selva; pero, ella no fue la única que de este modo relató esta historia. Durante los 40 días que duraron desaparecidos los cuatro niños indígenas sobrevivientes del accidente de una avioneta que viajaba entre Araracuara y San José del Guaviare, toda la prensa nacional –escrita, hablada, televisada– abundó en calificativos aterradores para resaltar e implantar en la percepción de sus audiencias la errónea idea de que la selva, que es el hábitat y hogar de millones de ciudadanos colombianos pertenecientes a pueblos étnicos, es por definición una fuente de riesgo y peligro para la vida. Y no –como en realidad es, precisamente– una fuente de vida gracias a la cual aún están con vida los pueblos étnicos de Colombia y los cuatro niños cuya aparición o hallazgo estamos celebrando con júbilo, como un triunfo de la vida, desde este viernes 9 de junio al anochecer.
La selva de Lesly Jacobombaire Mucutuy no es la selva que los periodistas de Colombia le pintaron a sus lectores, oyentes y televidentes, para que se perdieran en ella. Lesly es una niña de 13 años, hija de madre y de padre indígenas, nieta de indígenas, bisnieta, tataranieta, chozna y más, de indígenas de la etnia uitoto, muinane o murui, cuya existencia se remonta a la prehistoria de la Amazonía colombiana. El histórico heroísmo de hermanita mayor de Lesly hizo posible que su hermanito y sus dos hermanitas, una de ellas recién nacida hacía menos de un año cuando ocurrió el accidente, contaran en todo momento con lo necesario para sobrevivir durante los cuarenta días en los que deambularon a través de la selva. Buscando rumbos que les permitieran llegar a algún lugar poblado, quizás en ningún momento fueron plenamente conscientes del significado de la muerte de su mamá en aquella avioneta de la que caminando se alejaban.
En su fabulosa descripción del Atrato Medio, en el Chocó, en 1961, el extraordinario antropólogo Rogerio Velásquez, precursor de los estudios etnográficos afrocolombianos, describió así las habilidades, capacidades y conocimientos de un púber o preadolescente afrochocoano de esa región: “A los doce años, el muchacho atrateño es una ligera enciclopedia rural. Ha aprendido a vadear corrientes, a conocer los pasos del tigre o del zorro, a señalar plantas venenosas o curativas, a conducirse en una socola o pesca, a construir ranchos, a determinar los cambios del tiempo, a comprar y a vender. En su haber están los nombres de las avispas, pájaros, árboles maderables, víboras. Este muchacho así preparado es un bordón del hogar…[3].
Atrato. FOTO: León Darío Peláez |
Como este muchacho negro, descrito por Rogerio Velásquez
hace más de medio siglo, con sus conocimientos, habilidades y
capacidades, Lesly Jacobombaire Mucutuy (13 años) hizo
posible el milagro de la prolongación de la existencia de su hermanita de 9
años, Soleiny Jacobombaire Mucutuy; de su hermanito de 4
años, Tien Noriel Ranoque Mucutuy, y de su hermanita
bebé, Cristin Neriman Ranoque Mucutuy, que allá en la selva vivió su primer cumpleaños.
El periodismo colombiano tuvo la oportunidad de narrar la selva del país, de relatar la vida de su gente, de mostrársela al país y al mundo. Pero, no lo hizo. En su cada vez más profunda superficialidad, los telenoticieros, los periódicos y los noticieros radiales de Colombia eligieron -como siempre, y sobre todo cuando de gente común y corriente se trata- el fácil y abyecto camino de convertir en exóticas la vida y las costumbres, incluso la tristeza, de las familias y de los pueblos indígenas inmersos en esta dolorosa tragedia que, por fortuna, tuvo un final feliz. Y de presentar como algo folclórico, curioso, raro, todo aquello que les sonara diferente, desde la lengua vernácula hablada por la abuela de los niños Mucutuy -a quien los periodistas de micrófono en mano y sonrisita condescendiente ponían a traducir o a decir o desdecir-, hasta la presencia de indígenas en el operativo de búsqueda organizado por el gobierno colombiano a través del ejército nacional.
Araracuara. FOTO: León Darío Peláez. |
[1] WWF Colombia. 22 de mayo-Día Internacional de la Diversidad Biológica. Instagram: wwf_colombia
[2] El Colombiano, 18 de mayo de 2023. Falsa esperanza: los niños en Guaviare siguen perdidos en medio de la selva. Por Paulina Mesa.
[3] Velásquez, Rogerio. Apuntes socioeconómicos del Atrato medio. Revista Colombiana de Antropología, Volumen 10, 1961. Pp. 158-225.
En: https://revistas.icanh.gov.co/index.php/rca/article/view/1643/1217
Que desaparezca el periodismo cosmético, superficial y amañado. Que renazca en los periodistas la idea de ser objetivos y aprovechen cada oportunidad para servir a la comunidad que intervienen, en beneficio de lo simple, real y práctico, alejados de la subjetividad alienante, racista e indiferente, de acuerdo de quién se traten sus relatos.
ResponderBorrarEso es lo que necesitamos periodistas éticos y responsables
BorrarTotalmente cierto 👌
BorrarExcelente fotografía de lo que realmente son nuestras selvas colombianas
ResponderBorrarExcelente artículo. Digno de difusión nacional. Felicitaciones Julio César Uribe
ResponderBorrarworthy of international dissemination -- I say, as a German.
BorrarGracias por enseñar tanto, admitado Julio.
ResponderBorrarSaludos , buen escrito "buhonería narrativa" ????
ResponderBorrarQué profundidad y claridad de conceptos. Que orgullo por ser de esta tierra. Hoy en una casa de recreo en el Cauca vimos una familia de cucaracheros todo el día alimentando los polluelos, había además barranqueras, mírlas, torcazas, carriquiesrascones, Ibis, iguazas, muchas más aves y deambulando más de 15 guatines. Riqueza única aquí descrita en su mágico comentario.
ResponderBorrarExcelente articulo, una mirada justa de lo que es en realidad nuestra selva amazónica y lo que son sus habitantes, gente que desde muy niños adquieren un conocimiento de su entorno que es digno de admiracion!
ResponderBorrarSu excelente descripción nos devuelve dignidad y confianza. Este capítulo de la odisea de los niños es motivo de orgullo para Colombia y en especial,los valientes pueblos de la Amazonia.
ResponderBorrarGracias Señor Julio cesar por ayudarnos a realizar una comprensión más profunda del Amazonas y su contexto rico en diversidad natural. Este tipo de narrativas cada vez urgen más para conocer más de cerca la complejidad de nuestras tierras y sus gentes, que infortunadamente el sensacionalismo mediático tergiversa tanto, claramente por sus intereses de poder.
ResponderBorrarCordial saludo.
ResponderBorrarÁvidos de un periodismo que nos ayude a todos, a entender tanta complejidad humana. Estoy totalmente de acuerdo con Julio Cesar: se perdió la divina oportunidad de hacer una narrativa diferente a la que vimos y escuchamos, una narrativa de otras formas de vida al interior de ecosistemas que no entienden sino quienes lo habitan, la maravilloosa diversidad y la extrema belleza de la biodiversa selva.
También me preocupa que a una selva virgen, aunque por un motivo loable como es el de buscar a los niños, se haya llegado con la basura que generamos las ciudades, muy seguramente con el ánimo de hacerle llegar a los niños alimento no se tuvo en cuenta hacerlo llegar en un material de fácil degradación diferente al dañino plastico...¡cuanta basura quedaría alli! marcando la triste degradación a la que estamos sometidos los humanos en la ciudad.
Y que decir de lo que se viene develando en el tejido familiar .entre padre, abuelos, tíos, relaciones confusas nada diferente a lo que vivimos los degradados humanos de ciudad.
Gracias Julio Cesar por un artículo para pensar, por la belleza como lo abordas.