¡Gracias, Chabela!
Chabela se murió este jueves 16 de marzo de 2023, en Quibdó,
la ciudad donde había nacido. Su papá fue el insigne músico Rafael Ayala
-ampliamente conocido como RAYALA- a quien por lo menos tres generaciones de
quibdoseños recuerdan por su destreza y maestría en la interpretación del
violín y de la bandola, que no eran los únicos instrumentos que tocaba, pero sí
los más exclusivos de los que interpretaba. Su mamá fue la egregia maestra
Edelmira Cañadas, a quien por lo menos tres generaciones recuerdan como quien
les enseñó a leer y escribir, y quien formó parte del excelso grupo de mujeres
chocoanas que -en tiempos de la Intendencia Nacional del Chocó- fueron becadas
para estudiar pedagogía en Bogotá y Popayán, y marcaron un hito en la historia
de la educación de la mujer en la región, hacia la tercera década del siglo XX.
Gilma Isabel Ayala Cañadas era el nombre completo de Chabela. La conocí cuando ya ella era una señora casada y yo aún estaba en la mitad del colegio. Sabía de su parentela por las historias quibdoseñas de mi mamá, que además era amiga de Rayala y de la Seño Edelmira. Igualmente, como casi todo el mundo en Quibdó, sabía cuál era su casa familiar, ahí en la carrera 7ª, entre calles 28 y 29, en una cuadra residencial -adyacente al Colegio Carrasquilla- donde había patios con árboles frutales y yerbas medicinales; ocupada en la actualidad -como casi toda la ciudad- por una barahúnda de negocios y locales comerciales: un bailadero, una licorería, una cantina, un taller automotriz y una cafetería. Esa casa, de andén elevado, con una escalera de ingreso de dos peldaños en la mitad, era de paredes altas levantadas en ladrillos de cemento, techo de zinc a dos aguas y cielorraso de madeflex, con dos ventanas de vidrieras y protector de hierro, una a cada lado de la puerta de entrada. Desde la calle, al pasar, uno podía ver la sala de la casa, con su piso reluciente de mosaicos o baldosas de colores alternados y con un juego de muebles alrededor de una mesa de centro, arriba de la cual, desde el techo, pendía una lámpara de cristales. Allí, o a veces en el andén, eran frecuentes las veladas con amigos de la familia, muchos de ellos músicos, en su mayoría guitarristas; quienes, con el papá de Chabela en el violín o en la bandola, y algún percusionista o maraquero, se extasiaban en maravillosos conciertos caseros, cuyo repertorio incluía música chocoana, sones y boleros, así como piezas melódicas, algunas de ellas de música andina colombiana, en las que Rayala se fajaba extasiado como si estuviera en una serenata de salón o en un concierto en el proscenio del Teatro César Conto o en el salón de baile del Hotel Citará, en Quibdó, o en el Teatro Colón, de Bogotá.
Una década después de haber terminado el colegio, luego de cuatro años de trabajo en El Carmen de Atrato y de mi grado en la UPB en Medellín; el Vicariato Apostólico de Quibdó me contrató para que diseñara y pusiera en marcha su departamento de comunicación social. Con el obispo Jorge Iván Castaño Rubio y los misioneros claretianos, encabezados por Gonzalo de la Torre, el Vicariato era la primera entidad que en el Chocó tenía claro que la comunicación institucional no se trataba de sosos boletines de prensa para promocionar su imagen o la de quienes la dirigían.
Entonces, en curso de ese trabajo, volví a ver a Chabela. Esta vez como empleada de Radio Universidad del Chocó, que funcionaba en una casa grande de cemento, con antejardín y patio, en la calle 29 entre carreras sexta y séptima, en el sector conocido como El Playón, en el barrio César Conto de Quibdó. Allí, en una sala amplia, que era la primera oficina de aquellas instalaciones, sentada frente a una máquina de escribir eléctrica, estaba Chabela cuando me la presentó el profesor Alfonso Mosquera; con quien yo había ido a hablar para concretar la posibilidad de transmitir a través de esta emisora un programa semanal del Vicariato, que yo produciría y que -si así me lo permitían- sería grabado en sus estudios y se transmitiría los domingos a las 7 de la mañana. El profesor Mosquera Córdoba, una de las mejores voces que ha habido en la radio chocoana, por su frescura y calidez, dicción y naturalidad, accedió a mis solicitudes y generosamente me ofreció toda su colaboración para el desarrollo de mi trabajo allí. Chabela me ofreció tinto y agua, además de su colaboración en lo que estuviera a su alcance. Desde ese día, saludar a Chabela antes de entrar al estudio de grabación se convirtió en agradable e infaltable costumbre semanal.
Así, en 1988, comenzó la producción y emisión del programa radial “Iglesia: pueblo y compromiso”, en cuya primera etapa me acompañó como voz femenina la profesora universitaria Luz Stella Useche de Del Valle, hasta mediados de 1989. Grabábamos los jueves, en cinta de carrete grande, que después sería copiada a un casete de 60 minutos, para que yo pudiera entregar la grabación, los viernes, a las emisoras Ecos del Atrato y La Voz del Chocó, en las que también se emitía el programa -los domingos a las 7 de la mañana- al igual que en Radio Universidad del Chocó. Harold Ortega Fernández y Aldemar Valencia Murillo eran los técnicos de sonido a cuyo cargo estaba la grabación del programa. Con el paso del tiempo, Nicolás Arce Valencia y Carlos Arturo Buenaños Palacios se encargaron también de esta labor.
Comenzando el segundo semestre de 1989, luego de casi cien ediciones del programa, la profesora Useche, hasta entonces voz femenina en la locución y grabación del mismo, no pudo continuar en esta colaboración, por razones personales. Dos o tres grabaciones las hice yo solo, mientras encontrábamos una mujer que compartiera conmigo la presentación del programa. Al profesor Alfonso Mosquera Córdoba y Aldemar Valencia se les ocurrió que la nueva voz femenina de “Iglesia: pueblo y compromiso” podía ser Chabela, con quien hablamos de inmediato y entre los tres la convencimos de que bien podría hacerlo. A partir de entonces y hasta el primer semestre de 1991, Chabela y yo grabamos juntos cada semana -al principio los jueves y durante la última etapa los viernes en la mañana- este programa radial del Vicariato Apostólico de Quibdó.
Por lo menos cincuenta grabaciones de aquel programa radial hicimos juntos Chabela y yo, antes y después de las cuales tomábamos tinto, charlábamos y fumábamos, en su oficina. A ella, y este fue el tema de nuestras primeras conversaciones, la sorprendía que en un programa de la iglesia se hicieran denuncias y análisis que, en más de una ocasión, le parecían riesgosos. Me preguntaba con frecuencia, sobre todo al principio de nuestras grabaciones juntos, si el Obispo oía el programa y si aprobaba sus contenidos; así como le llamaban poderosamente la atención los análisis de textos bíblicos que presentábamos en el programa y cuya fuente era el biblista y misionero claretiano Gonzalo de la Torre, a quien Chabela también -como medio Quibdó- llamaba Gonzalito. Y me pedía que le hablara detalladamente acerca de cuáles eran los propósitos del trabajo organizativo que el Vicariato apoyaba, especialmente el del reconocimiento legal de las comunidades negras como sujetos de derechos y, en particular, lo de la propiedad colectiva del territorio.
Semana tras semana, fuimos transitando el camino de una amistad hecha de pequeñas conversaciones de todo tipo, desde banales hasta profundas, desde baladíes y ajenas hasta importantes y personales, durante las cuales Chabela fue, todo en uno y a la vez, amiga leal y guía, consejera sabia y comprensiva. ¡Gracias, Chabela! El recuerdo de tu amistad, la franqueza de tu sonrisa y la profundidad de tu mirada serán eternos en la memoria de mi alma.
Excelente relato que reconoce la valía y versatilidad de mi vecina por muchos años. Yo también te recuerdo “chabela”. Descansa en Paz.
ResponderBorrarQEPD. Gracias por el comentario
BorrarErddaaa compadre se sobró con esta reseña de esta persona tan especial para tantos chocoanos e imagino de otras latitudes. Chabela... Definitivamente amiga cómo su mamá, la maestra!!!!
ResponderBorrarChabela se merece este tipo de recordaciones, compadre. Saludos.
BorrarValioso reconocimiento a una quibdoseña amable y de actitud educada.
ResponderBorrarMerecidísimo. Gracias, José Lorenzo.
BorrarExcelente despedida para Chabela , mujer de belleza sin par cuál princesa de Abisinia y de una voz de excelsa locutora que armonizó el sonido de las cascadas, las quebradas y los ríos de nuestra tierra. Una rosa roja en tu tumba querida amiga.
ResponderBorrarPedro Romero Arriaga
QEPD Chabela. Romero Arriaga encabeza nuestro club de devotos de ti. Siempre habrá para ti una roja roja y una heliconia atrateña en nuestra memoria...
BorrarExcelente texto sobre una mujer que podía producir cualquier cosa menos indiferencia; una narración con la esencia del viejo Quibdó en la pluma. Gracias Julio Cesar.
ResponderBorrarExcelente el artículo sobre mi prima hermana Chabela. Más que prima hermana, mi hermana Y tiene mucha razon en su descripción, una mujer de belleza serena y de una tranquilidad impresionante para las cosas de la vida que ésta le presentaba, y lo digo con Todo el conocimiento que tuve de ella , pues en nuestra adolescencia conversábamos de diferentes temas cuando iba a mi casa en el Parque Infantil charlábamos de muchos temas mientras yo aplanchaba las cotonas de uno de mis hermanos menores y decía que quería aprender y no comprendía el porqué. No recuerdo haberla escuchado jamás levantar la voz ni renegar de nada ni de nadie ni aún cuando Gamal se fue y partió para otros planos. La miraba y no veia ni una lágrima en sus tranquilos ojos, me impresionó su serenidad,. Siempre te querré prima hermana , hermana Chabela, y en mi mente y en mi corazón recordaré tu hermosa sonrisa de alegría cuándo hace cinco meses fui a Quibdo, y abrazaste a Mi hija Aixa Patricia a Quien no veías desde los tres años de edad .
ResponderBorrarUn abrazo muy fuerte y buen viaje.