lunes, 10 de octubre de 2022

 Quibdó,
Sueño y realidad arquitectónica

-Luis Fernando González Escobar 
y Fernando Orozco-

Portada de la publicación de Fernando Orozco M.
y Luis Fernando González Escobar.
 1994.
FOTO: El Guarengue.

Presentamos en El Guarengue fragmentos relevantes de la publicación que bajo este título fue realizada hace casi 30 años por los investigadores de la Universidad Nacional de Colombia Fernando Orozco M., Profesor, y Luis Fernando González Escobar, arquitectos ambos; en un momento en el que González -hoy doctorado en Historia y uno de los investigadores que más conocimiento ha producido en las tres últimas décadas sobre la formación social de la región chocoana desde la perspectiva arquitectónica y sociocultural- había culminado un trabajo auspiciado por el Instituto Colombiano de Cultura, Colcultura, titulado Patrimonio Arquitectónico de Quibdó en la primera mitad del siglo XX (1992), que se convertiría en el primero de una serie de maravillosos libros sobre estos temas y estas realidades de la chocoanidad.

González había llegado a Quibdó como parte del equipo de trabajo del Plan de mejoramiento de la microcuenca La Yesca, para el cual CODECHOCÓ (en ese entonces Corporación Nacional para el Desarrollo del Chocó) había contratado al Centro de Estudios del Hábitat Popular, CEHAP, hoy Escuela del Hábitat, de la Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín. Desde el principio, con ojo certero y avizor, Luis Fernando identificó los vacíos y carencias de material investigativo y documental acerca de la evolución arquitectónica y urbana de Quibdó, escenario en el cual halló de inmediato una vocación ineludible y vital que lo vincularía para siempre a la tierra chocoana, a su gente y a su patrimonio.

La publicación de Orozco y González fue originalmente el folleto o catálogo de presentación de una exposición fotográfica y textual titulada también “Quibdó, sueño y realidad arquitectónica”, que se llevó a cabo en 1994 en el auditorio del Banco de la República, cuya Área Cultural en Quibdó auspició y editó el trabajo, y cuyo Departamento Editorial tuvo a cargo la impresión y producción del folleto.

A falta de huellas materiales o vestigios de su arquitectura colonial, la investigación de Luis Fernando González, compilada en este trabajo conjunto con Fernando Orozco, da cuenta de las evidencias halladas sobre el devenir social y cultural, urbano y arquitectónico del asentamiento llamado Quibdó en la segunda mitad del siglo XIX y a lo largo del siglo XX, cuya primera mitad será definitiva en la configuración histórica de toda la región chocoana y en el proceso de construcción de ciudad por parte de diversos sectores de una sociedad en proceso de construcción de su identidad y de un proyecto político regional.

El establecimiento de rutas regulares de navegación para el transporte de carga y pasajeros entre Cartagena y Quibdó, a través del río Atrato, como en la época colonial; y el temprano desarrollo de la aeronavegación comercial mediante los hidroaviones de la SCADTA, que también encuentran en el Atrato su puerto de llegada; son dos acontecimientos que contribuirán a que Quibdó establezca una conexión y una relación permanentes con el mundo, un tanto más sólida que la que sostenía con la lejana Colombia andina, a la cual poco acceso tenía por ausencia de vías expeditas, aunque de ella dependiera en materia política a partir de la creación del Chocó como Intendencia Nacional, desde 1907, y hasta 1947, cuando la región accederá a la categoría política y administrativa de Departamento, manteniendo a Quibdó como su capital.

Dichos acontecimientos marcarán la historia de este sueño en medio de la selva -que es Quibdó- como acertadamente lo nombran y nos lo muestran Orozco y González en este trabajo admirable, que fue quizás uno de los primeros resúmenes históricos de nuestro ascenso y apogeo como ciudad y como región en el siglo XX; y también de nuestro ocaso histórico, que empezó como un declive económico y terminó en una estruendosa decadencia política: declive y decadencia que coadyuvaron a nuestra actual y nunca del todo lamentada tragedia social. La lectura o relectura de este trabajo quizá logre sustraernos de la crudeza de nuestra realidad presente -incluyendo el adefesio arquitectónico y constructivo en el cual fue convertida toda la ciudad- y nos brinde nuevamente reflexiones y pistas sobre lo que fuimos, para imaginar lo que aún podríamos ser; como hace casi tres décadas, cuando el texto fue originalmente publicado.[1]

Julio César Uribe Hermocillo

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Quibdó, Sueño y realidad arquitectónica
-Luis Fernando González Escobar y Fernando Orozco-

PRESENTACIÓN

En el siglo XX es cuando se concretan y se esfuman gran parte de las aspiraciones de la población y de la región chocoana. La exposición y este catálogo pretenden, por lo tanto, al dar cuenta de los hechos arquitectónicos y urbanos más notables de este período, trazar una historia de esta región. Los pobladores de otras ciudades descubrirán en esta relación particular, cómo su historia regional se expresa y se conserva así mismo en su propio patrimonio, que es importante conservar.

El fenómeno cultural de Quibdó en el presente siglo puede acotarse en tres momentos claves que se enmarcan con acontecimientos políticos, económicos y físico-ambientales.

Un primer momento, entre 1907 y 1916 aproximadamente, es el de la unificación chocoana. Sus antecedentes se encuentran en épocas anteriores, pero sólo se concretan a comienzos del siglo con la creación de la intendencia como hecho político más importante.

El segundo momento llega hasta los años treinta y se caracterizó por la materialización de las empresas económicas, culturales y religiosas, así como por la presencia de signos y símbolos urbanos más estables. Obras de arquitectura religiosa, pública o privada, con acentos republicanos y vernáculos, proliferan en el paisaje urbano.

El tercer período arranca de los años treinta y se remonta hasta los años cincuenta y sesenta. Inicialmente surgen propuestas arquitectónicas nacidas de la modernidad: edificios como la Normal de Varones, la vieja sede del Banco de la República y el Edificio Nacional, hoy desaparecido, son buenos ejemplos del diálogo entre lo tradicional y lo moderno. En materia política, la creación del Departamento del Chocó, en 1947, sella las aspiraciones ideológicas de los prohombres quibdoseños y de la población en general.

En un segundo momento de esta etapa comienza a desdibujarse toda la fisonomía urbana por la acción de los factores adversos como el incendio de 1966 y la implementación de modelos que no guardan relación con el medio físico y social. Quibdó, como todas las ciudades capitales, ve desaparecer gran parte de sus áreas representativas como patrimonio cultural. No obstante, el valor expresivo, significacional y social, de los monumentos existentes en Quibdó en la actualidad, está a la altura de los más representativos del país. Por ello y por ser fieles testimonios de lo unido por una cultura, merecen protegerse adecuadamente.

EL SUEÑO DE LA MODERNIDAD, LAS BASES

El despertar del siglo XX sienta las bases del sueño de la modernidad en la capital chocoana. Varios acontecimientos marcaron el inicio de esta tendencia que se extendió entre la clase dirigente de la época, determinando tanto la arquitectura como la vida ciudadana.

En el orden político, la creación de la intendencia del Chocó mediante el Decreto 1347 de 1906, hecho realidad en 1907, señaló para la región un nuevo orden administrativo. Las provincias del San Juan y del Atrato formaron un solo ente jurisdiccional, dejando atrás la dependencia del Cauca, aunque con subordinación político-administrativa de Bogotá. Bajo esta situación se iniciaron una serie de obras intendenciales, especialmente en el ramo de las obras públicas, como fueron el camino hacia Antioquia, el saneamiento ambiental de Quibdó -con la desecación de pantanos- y la dotación de sedes institucionales inexistentes hasta entonces.

También en lo político se destacó el fusilamiento de Manuel Saturio Valencia, el último fusilado colombiano, ocurrido en Quibdó el 7 de mayo de 1907. Históricamente este hecho marca el inicio de los cambio sociales e interraciales en el Chocó, especialmente en su capital. La muerte del incendiario de Quibdó fue interpretada y asumida de forma muy diversa por distintos sectores de población, a lo largo del siglo XX; fundamental será su repercusión en el impulso social de la población negra hasta desplazar del manejo político-administrativo a las antiguas elites de dirigentes.

En términos culturales, el gobierno de Rafael Reyes incentivó la prensa con la introducción de una moderna imprenta, encomendada al manizaleño Carlos A. Orrego, impresor y maestro, quien ha sido considerado como el padre del periodismo chocoano. Pero, quizás el fenómeno cultural más importante de comienzos de siglo fue la llegada, el 14 de febrero de 1909, de los misioneros Claretianos. Con ellos se dio inicio a la Prefectura Apostólica del Chocó, creada el 28 de abril de 1908, según disposición del concordato del siglo XIX. Algunos de estos misioneros se dedicaron a actividades culturales como la música, el teatro y la arquitectura, destacándose entre ellos el Padre Nicolás Medrano y el Hermano Vicente Galicia.

Izquierda: Colegio Carrasquilla y Escuela Modelo (hoy Palacio Municipal). Derecha: Casa Bechara (Carrera 4ª x Calle 24) y Casa Castro (Carrera 1ª x Calle 30). Imágenes tomadas de la publicación original de Orozco y González (1994).

LA IDENTIDAD CHOCOANA

Los nuevos grupos económicos y sociales que, desde el decenio del ochenta del siglo XIX, hicieron su entrada al Chocó por el bajo y medio Atrato hasta llegar a Quibdó, lo hicieron silenciosamente. Su interés estuvo centrado en el manejo del comercio y la explotación maderera, agrícola, ganadera y minera.

Para los dos primeros decenios del siglo XX, los sirio-libaneses Meluk, Abuchar y Bechara, entre otros, fueron los dueños de las principales casas comerciales. De la unión de estos inmigrantes con los nativos chocoanos surgió además otro grupo social que se fue destacando en el campo intelectual, al reclamar su propio espacio en la creación de la identidad chocoana. Este conglomerado, más liberal de pensamiento que sus antecesores, fue abriendo una brecha en las ideas anquilosadas de la aristocracia dominante hasta comienzos de siglo.

Es destacable también, el ascenso social de los comerciantes negros que habían hecho fortuna en la minería y entraron de lleno a participar de las actividades comerciales. De este sector surgiría la nueva clase dirigente chocoana, aliada con los hijos de los inmigrantes.

La consolidación de la prensa desempeñó un papel fundamental en lo que se denominó la democratización de la cultura en Quibdó. Con la imprenta intendencial proliferaron las publicaciones, que llegaron a su clímax en el republicanismo, cuando surgieron alrededor de ocho periódicos. La prensa fue así el hilo conductor que introdujo la ansiedad modernista, la poesía, la novela, el cine y el automóvil. El mundo y su estremecedora guerra fueron vividos y seguidos a través del periódico A.B.C., fundado por Reinaldo Valencia, que sin lugar a dudas fue la radiografía de Quibdó entre 1913 y 1944, cuando desaparece.

En 1916, como consecuencia de la primera guerra mundial y de la revolución bolchevique, descendió la producción de platino en los montes Urales: el Chocó se convirtió en el mayor productor mundial de este mineral. Los altos precios concretaron en parte los sueños de progreso que se venían incubando. Crece la economía, aumenta la navegación fluvial a vapor, se fundan pequeñas empresas de gaseosas, pastas, jabones, muebles, hielo, etc. y surgen algunas empresas agroindustriales, como el ingenio de Sautatá.

El precio del platino le permitió al Chocó, y a Quibdó en particular, incorporarse en igualdad o en mejores condiciones a la dinámica de la economía nacional, que entonces se fundamentaba en los mercados regionales. Este hecho favoreció a las ciudades del Caribe y a las ubicadas en las arterias fluviales que conectaban con el mismo, como es el caso de Quibdó.

QUIBDÓ LA CIUDAD AMABLE

Quibdó, bautizada por la prensa extranjera como "ciudad amable" en razón de la cordialidad con la cual se acogía a los visitantes, recibió un flujo externo que varió los hábitos y costumbres de sus pobladores.

Procedentes de Europa y Estados Unidos llegaban los alimentos y los bienes de consumo, y antes que estos, los poetas, los novelistas y otros personajes. Por ello, no se hacía raro que las ideas desbordaran lo coloquial y la fragilidad formal de la población, para reclamar nuevos elementos que recordaran al menos los lejanos parajes civilizados.

Después del telégrafo y de la prensa en 1907, llegaron el cine en 1914, la luz eléctrica entre 1913 y 1920, el automóvil en 1921 y el hidroavión en 1923. Con ellos, el mundo estaba más cerca. Se acortaron las distancias y se agilizaron las comunicaciones, formando así parte del universo civilizado: desde el "claro en la selva" los chocoano eran ciudadano del mundo.

El gusto por lo francés y lo europeo fue incorporado en la vida diaria: la gestualidad, el vestir, el dialogar, etc., estaban cargados de amaneramiento exótico. Este hecho se vio reflejado en las famosas tertulias, denominadas "Rendez-vouz", como práctica del diálogo inteligente en bares de la ciudad.

PENSAMIENTO Y DESARROLLO URBANO

La concepción racional de la ciudad era en medio de la selva una contraposición al caos circundante: fue imperativo ordenarla de acuerdo con las nuevas exigencias.

El espacio público y las calles tomaron otra dimensión al incorporar nuevas actividades. La recreación, antes circunscrita a la vivienda, se convirtió en acto social que requirió una escenografía urbana. Los lugares fundamentales de la nueva vida social de Quibdó fueron entonces la plaza Centenario y la quebrada la Yesca y, entre estos dos, la calle como elemento conector. La plaza, herencia colonial sin elemento significacional alguno, pasó a ser el parque, como escenario de múltiples rituales de la vida republicana, enmarcados por las rejas, por los árboles y por la presencia del templete que acogía la banda de músicos. La retreta fue la disculpa para mostrarse, para la galantería y el amor festivo. Para cumplir este ritual alrededor del parque, era necesario vestirse según los dictámenes de la última moda, así fuera confeccionada en el taller de Ruperto Asprilla que mantenía "la última moda de París".

El espacio público como elemento nucleador e identificatorio de los nuevos aires de chocoanidad se expresó en cinco parques para los inicios del decenio de los años treinta: el parque Benjamín Herrera, el Jorge Isaacs, la Plaza Tomás Pérez, el parque César Conto y el parque Centenario. En este último se implantó el templete a César Conto en 1923, notable por ser el primero en recrear elementos de la historia chocoana. En año posteriores se completó el amoblamiento con nuevos elementos, como el obelisco erigido en honor de los padres de la patria o el monumento que honró la memoria de Diego Luis Córdoba.

La calle, de ser un simple conector vial, alcanzó la dimensión de alameda o avenida. Entonces fueron famosas la Alameda Reyes (por Rafael Reyes) y la Alameda Istmina o avenida Boyacá. Estas calles en tierra fueron arborizadas con árboles simbólicos como el ciprés, durante la marcha del árbol de 1919. En otros casos, como en la Alameda Istmina, se colocaron columnas neoclásicas a lo largo del recorrido.

A partir de las nuevas vías, la ciudad se expandió al Oriente y al Norte. En 1924 se propuso el plan de urbanización del barrio norte, como una especie de suburbio para las nuevas elites, los comerciantes.

Más que la expansión urbana, la connotación simbólica de este hecho significó el triunfo de la ciudad sobre las condiciones adversas del territorio, pues para edificar hubo de hacerse el suelo desecando pantanos y abriendo selva.

PENSAMIENTO Y DESARROLLO ARQUITECTÓNICO

Quibdó heredó del siglo XIX una arquitectura en madera que fue enriquecida en los primeros decenios del siglo XX. Su limitado repertorio formal fue aumentando con la capacidad económica de sus moradores.

Las casonas de la calle primera, por ejemplo, mostraban amplios salones con pinturas que simulaban cortinajes, columnas y cielorrasos del siglo XIX. En las fachadas se incorporaron frontones y portales de madera y balcones cada vez más vistosos, dotados de rejas metálicas importadas.

Los comerciantes negros en ascenso y el pueblo en general adoptaron también de diferentes maneras estos lenguajes, tratando de rivalizar con las minorías blancas y mulatas.

Los adalides de la renovación arquitectónica trataron de impedir la construcción de casas pajizas, pues era inconcebible que, al lado de las casas modernas y en momentos en los cuales el alumbrado público estaba por instalarse, se permitieran edificaciones de baja calidad. La ideología del cambio y la modernidad exigió que los dirigentes implantaran sobre el tejido urbano edificaciones gubernamentales que fuesen representativas de esta nueva ideología. Más allá del hecho funcional se debían buscar formas simbólicas que dignificaran el nuevo paisaje urbano.

Las ideas estaban claras y los materiales en cierta forma también eran conocidos. El cemento, por ejemplo. se introdujo desde 1916, y entre 1922 y 1923 ya se habían pavimentado la calle de la Paz, hoy carrera primera y la calle segunda. Se habían constituido también las llamadas "fábricas de piedra artificial" o prefabricados de concreto.

El Hospital San Francisco de Asís (izquierda), además de su llamativa y funcional arquitectura, fue en su momento un modelo de atención de la salud pública de los quibdoseños y chocoanos. La navegación a vapor entre Cartagena y Quibdó fue fundamental para el desarrollo urbano, cultural, arquitectónico y económico de la ciudad y la región. Imágenes tomadas de la publicación original de Orozco y González (1994).

LA ARQUITECTURA INSTITUCIONAL Y LOS SÍMBOLOS URBANOS

La administración quiso suplir la ausencia de sedes institucionales mediante la construcción, a comienzos del siglo, de un vasto programa de edificaciones públicas. A partir de 1908 y sucesivamente se erigieron el mercado, el matadero, la casa consistorial, la cárcel y posteriormente el hospital. Pero la gran mayoría de estos edificios fueron construidos en madera y sin ninguna trascendencia simbólica para la comunidad, con excepción quizás de la casa consistorial o casa de gobierno, por lo cual pasaron inadvertidas.

Las edificaciones que dieron rienda suelta a las aspiraciones más cosmopolitas y europeizantes de la población vendrían con la penitenciaría y la Escuela Modelo. Ambas obras fueron concebidas en un lenguaje historicista, con acentos neoclásicos, por el ingeniero catalán Luis Llach Llostera. Fueron iniciadas en forma paralela en 1923, bajo la dirección constructiva del mismo Llach, llegando a convertirse en las primeras edificaciones construidas totalmente en concreto, hacia 1926.

Con el diseño en este mismo año de los pilonos egipcios de acceso al cementerio de San José, por parte del mismo Llach, se abrió para los moradores el sueño historicista, plasmado en la novela Quibdó (1925).

La educación participó también de este sueño historicista con el edificio destinado para el colegio Carrasquilla, construido como un homenaje a Ricardo Carrasquilla, prohombre quibdoseño, en el centenario de su nacimiento. Esta obra, iniciada en 1926, tardó en construirse 16 años.

En 1930, después del incendio de la sede de la Prefectura Apostólica, se encargó un nuevo diseño al ingeniero Luis Llach. Este realizó un proyecto a partir de un patio en claustro, con claras influencias mediterráneas. Esta obra, notable por su calidad espacial y finura en los detalles, fue encomendada al Hermano Claretiano Vicente Galicia, quien inicia labores en 1931, las cuales son concluidas en 1942 por una firma barranquillera.

Es significativo de este período que la gran mayoría de los diseños fueron encargados al ingeniero Llach y que la labor constructiva estuviese a cargo del hermano Vicente Galicia y del maestro Rodolfo Castro Baldrich.

Este ciclo historicista se cierra de manera anacrónica en 1946 cuando se da inicio a la construcción de la catedral San Francisco. Esta obra de poco valor arquitectónico, producto del ingeniero chocoano Oscar Castro, se terminó, aunque no a cabalidad, en 1979.

Todo el proceso que hemos enunciado en Quibdó discurrió paralelamente con el historicismo propio de las ciudades colombianas en los primeros decenios de este siglo. En su evolución dejó en Quibdó un cuerpo arquitectónico no muy numeroso, ni de tan altas calidades estilísticas como en otras ciudades, pero sí representativo de los ímpetus culturales de una región, con algunos ejemplos notables, como es el caso del Palacio Episcopal.

[…]

EL RACIONALISMO, OTRA AVANZADA GUBERNAMENTAL

En 1932, el gobierno central construyó el Edificio Nacional con diseño del arquitecto Rafael Ruiz. Este edificio, si bien mezclaba elementos historicistas con elementos geométricos Art-Decó, fue el punto de partida para una arquitectura racionalista que, manejada desde las oficinas de Bogotá, impulsó el empleo de los conceptos en boga.

Luego fue el Banco de la República quien en 1938 construyó su sede con un claro lenguaje racionalista. Volúmenes de una geometría pura, exenta de cualquier decoración, contrastan con las casas de madera de dos pisos sobre el parque Centenario.

La avanzada continuó el mismo año, con la Escuela Normal de Varones, diseñada por el arquitecto Alberto Wills Ferro, el mismo que diseñó la Biblioteca Nacional. Su propuesta constituyó un proyecto de nuevo lenguaje para la población, con intención de acertar con el medio ambiente a través de su cubierta y patios claustrales. Estas tres edificaciones, de las cuales sobreviven dos, son la impronta racionalista que dejó el gobierno nacional.

Tras de estos ejemplos van otros proyectos, entre los cuales se destaca el de la zona escolar[2], un edificio simple, discreto, pero de un claro manejo de las condiciones medioambientales de la ciudad. Este proyecto del Hermano Galicia, a pesar de los añadidos posteriores, es un buen ejemplo de respeto por la ciudad y el ciudadano.

Ya a finales del decenio de los años cincuenta, cuando el Chocó es departamento, en el gobierno de Gustavo Roja Pinilla se plantean tres proyectos importantes para la ciudad: los denominados ocho pisos, cinco pisos y el hotel Citará. Estas edificaciones, con influencias de Le Corbusier, y especialmente el Ocho pisos, se convertirán en símbolos, no tanto por sus calidades arquitectónicas, como por su condición de referentes espaciales al romper la silueta de la antigua ciudad de máximo tres pisos. Su calificativo de "Ocho pisos" representa la valoración de su importancia en altura, por encima incluso de la catedral.

[…]   


[1] Aunque disponemos de la versión impresa original del folleto, los textos han sido tomados de la versión de dicha publicación digitalizada por la Biblioteca Luis Ángel Arango, en julio de 1994 y publicada posteriormente en la Biblioteca Virtual del Banco de la República: Quibdó, Sueño y realidad arquitectónica. Fernando Orozco M., Luis Fernando González Escobar. Banco de la República, Área Cultural. Exposición, Quibdó, 1994. 36 pp.

https://babel.banrepcultural.org/digital/collection/p17054coll18/id/465/

[2] Se refiere al conjunto arquitectónico conocido popularmente en Quibdó como Barrio Escolar, el cual fue demolido hace unos años, para construir en su lugar uno de esos edificios gigantescos que ahora llaman “megacolegios”.

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