lunes, 12 de julio de 2021

Estampas quibdoseñas

 Estampas quibdoseñas

Quibdó a comienzo de la década de 1930. Fotos tomadas del informe "Bodas de plata misionales de la Congregación de Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María en el Chocó 1909 – 1934". Quibdó, 14 de febrero de 1934. 228 páginas.

La década de 1930 está comenzando. El regocijo generalizado de la pausa de fin de año ha terminado en Quibdó. Los distintos puertos de la orilla del río recobran su característica efervescencia en la ciudad que se levanta en medio de una selva tan distante de Colombia como cercana a los mercados europeos y norteamericanos, con los que mantiene conexión regular mediante el transporte marítimo y fluvial, a través del Río Atrato y del Mar Caribe, con Cartagena como puerta de entrada del mundo hacia la Intendencia del Chocó.

Capitales y fortunas de empresarios del Gran Cauca, de Cartagena y de Barranquilla, así como de turcos y gringos de todas las procedencias, sustentan el auge económico que viven la ciudad y la región. La extraordinariamente rentable explotación de la riqueza aurífera y el boom mundial del platino, el decrecimiento de cuya producción en los Montes Urales abrió el camino a los aluviones de los ríos Opogodó, Condoto y San Juan, en la antigua Provincia de Nóvita, ahora Provincia del San Juan, es una de las fuentes de dichos capitales. La no menos rentable y desmedida explotación de maderas finas, pieles de animales para la industria marroquinera, y la extracción de materia prima para desarrollos industriales de todo tipo a partir de productos no maderables del bosque, como quina, tagua, chicle o balata e ipecacuana, a lo largo y ancho de las inmensas selvas desde el Darién hasta el Baudó, son otra de las jugosas fuentes de dichos capitales. Una tercera fuente de ganancias y utilidades complementa la riqueza de dichas fortunas: el desarrollo de los sectores comercial y de servicios, principalmente en Quibdó, por su condición de capital de la Intendencia y eje de la política y la economía de la región chocoana.

Según descripción de Andrés Fernando Villa, intelectual oriundo de Neguá, quien escribía en ABC con el seudónimo de Aristo Velarde, en 1933 el perímetro urbano de Quibdó está conformado por los barrios “la Yesquita (Bebaracito, Pacurita y Chipi-Chupe), la Yesca Grande (Chambacú, Panamá y Caicedo y Cuero), Belén de Judea (Chicharronal y el sitio de Betecito), Alameda Reyes (Boca de Cangrejo, Munguidocito, Tres Brincos y Pantanito), Barrio Norte (Roma), Barrio La Carretera (la carretera interoceánica hoy llamada Avenida Istmina), Barrio del Centro: que es el núcleo de las calles y carreras donde se ejercitan las actividades comerciales. La ciudad está dividida en la actualidad en 13 calles y 9 carreras, sin tener en cuenta las de algunos barrios insuficientemente demarcados…”[1]

Provenientes de Europa y de los Estados Unidos, transportados en modernos barcos que salen de la Bahía de las Ánimas en Cartagena, viajan hasta las manos y los paladares de las élites quibdoseñas finos licores ingleses, españoles, alemanes y norteamericanos, pasabocas, golosinas y toda suerte de alimentos procesados y envasados, de origen animal y vegetal, que se beben y comen en veladas familiares y de amigos; ya sea en las amplias salas o en los pomposos comedores de las casas de fina arquitectura en madera o en los salones sociales, como el Salón Colombia, de los Hermanos Zúñiga, y el Club Quibdó, presidido por don Lisandro Mosquera Lozano y don Vicente Ferrer Torrijos; lugares estos inspirados en la más rancia tradición de los clubes de cachacos bogotanos, de los pubs londinenses y de los cafés y cantinas de la socialité parisina.

De la misma procedencia y a través de la misma ruta, llegaban también los driles y dacrones, linos y organdíes, opales y popelinas, al igual que los paños ingleses, entre otras telas con las que sastres y modistas locales confeccionaban los trajes de hombres y mujeres de la sociedad quibdoseña; una actividad, oficio o profesión cuya importancia llegó a tanto que sastres y modistas se convirtieron en parte esencial de la vida para los círculos sociales dominantes de aquella población cercana a los 30.000 habitantes, conformada entonces por 7 barrios. De hecho, los servicios de sastrería, principalmente las promociones referentes a las facilidades de pago, a la finura de la materia prima y a la autenticidad de su procedencia, son promocionados en ABC, el famoso y leído diario quibdoseño a través del cual quedó documentada gran parte de la vida del Quibdó de aquella época.

Así, por ejemplo, sobre la nueva oferta comercial del reconocido sastre Gorgonio Palacios Asprilla y bajo el título “Club de vestidos de Gorgonio Palacios A.”, ABC informa el martes 21 de octubre de 1930, en su edición Nº 2297, que “al ínfimo costo de diez centavos el número, ha abierto un club de vestidos de dril, hechos sobre medida, la sastrería del señor Gorgonio Palacios A. El señor Palacios trata con esta reforma de proporcionar las mayores facilidades y ventajas al público. Además, puede hacer vestidos pagables por cuotas anticipadas, semanales, ya de dril o de paño”.

Paulatinamente, la modistería para las damas también se consolida en Quibdó. Ejercido por mujeres desde sus propias casas, a mediados de la década este oficio ha alcanzado una posición equiparable al de la sastrería, de modo que la entrega a tiempo de los vestidos de las señoras y señoritas, por parte de las modistas y costureras, asegura la puntualidad y esplendor de las fiestas y reuniones familiares y sociales. Luego de más de un año de intensa labor promocional, en 1935, la Singer Sewing Machine Company ha establecido en el comercio quibdoseño la distribución de las máquinas de coser Singer, de manivela o de pedal, y sus repuestos e insumos, entre las modistas de la época, como las hermanas García Rodríguez, Flora Valdés y Leticia Díaz Bello, quienes diseñaban y confeccionaban vestidos femeninos para toda ocasión, inspiradas en los diseños que aparecían en los figurines de las revistas francesas, mexicanas, argentinas y norteamericanas, que también llegaban a la ciudad, los cuales adaptaban atendiendo a su ingenio, al gusto de sus clientas y a la disponibilidad de los materiales.

Las promociones comerciales de este próspero mercado vienen también desde fuera. El jueves 15 de noviembre de 1934, Aerodespachos Rey anuncia desde Cali, mediante aviso en ABC (edición 2913), una oferta especial de navidad para sus clientes del Chocó, consistente en que despacharán en avioneta -durante los meses de noviembre y diciembre- “vestidos de paño colores azul o negro, tres (3) piezas, hechos sobre medidas y libres de todo gasto, por la suma de $40, para entregar en Quibdó, Istmina, Tadó o Condoto”. El aviso subraya: “nuestros paños son ingleses de excelente calidad y nuestros sastres diplomados”. Informa que “con el pedido y las medidas debe remesarse la suma de $30 para pagar saldo a la entrega de la obra”. Y advierte claramente: “no respondemos por medidas mal tomadas”.

En un ilustrativo y valioso artículo publicado hace cuatro años en el periódico Universo Centro, de Medellín, Fernando Mora Meléndez nos ofrece un atractivo resumen de tan inusitado esplendor de Quibdó a principios del siglo XX:

“A pesar de que en las primeras décadas del veinte, desde el gobierno de Rafael Reyes, Chocó era considerado solo una intendencia, con el carácter marginal que este título le imponía, en la práctica estaba más conectado con el mundo que Medellín. Desde el siglo XIX ya había imprenta en Quibdó, y se publicaban periódicos como Ecos del Atrato o la revista Chocó.


Mientras la red de carreteras y la del ferrocarril apenas comenzaban en el país, los viajes fluviales eran obligatorios para ingresar desde el Caribe al interior, por el Atrato...


Para ilustrar estos contrastes, basta pensar que traer un piano hasta Antioquia implicaba transportarlo por el Magdalena hasta Puerto Berrío, luego en tren hasta el Nare, hacer transbordo en mulas hasta el Nus, y luego retomar los rieles hasta la Villa de la Candelaria. Así, una capital como Medellín era una periferia al lado de Quibdó, que tenía el acceso expedito y albergaba cada vez más gente de toda laya y condición”[2].

Además de todo lo anterior, en materia de administración y gobierno de la Intendencia esta década no podía haber comenzado con mejores augurios. En un artículo publicado en El Colombiano, de Medellín, y reproducido por ABC, de Quibdó, el sábado 1º de marzo de 1930, el prestigioso educador quibdoseño Matías Bustamante Mesa, quien fuera profesor y rector del Colegio Carrasquilla, presenta una especie de balance sobre la gestión del Intendente Nacional: 

“El gobierno del doctor Valencia Lozano, es una opinión casi unánime, ha sido el mejor que ha tenido la Intendencia. Durante esta administración se ha dado un impulso muy considerable a la carretera Quibdó-Bolívar (Antioquia), hasta construir doce kilómetros de ella; se inauguró un hospital en Quibdó construido integralmente por el gobierno del doctor Valencia Lozano, que es una obra verdaderamente hermosa y muy pocas ciudades de Colombia la tienen igual; dio al servicio un famoso cementerio en la misma capital; se instalaron plantas eléctricas en Quibdó, Carmen de Atrato, Istmina, Condoto y Tadó; se acometió la colonización de la costa del Pacífico chocoano, empresa que el joven gobernante considera como de suma importancia para la república; se ha dado comienzo al edificio del colegio del Carrasquilla y se reedificó el palacio de gobierno transformándolo en un edificio de tres pisos. 


Durante esta misma administración se han instalado torres inalámbricas en la capital, y se ha hecho el contrato para el acueducto y alcantarillado de Quibdó, que solo espera a que la nación esté en posibilidades de pagar el auxilio destinado a tan necesaria obra, para realizarlo. Las rentas de la intendencia han sido eficientemente organizadas y fiscalizadas y los fondos públicos manejados con una escrupulosidad como jamás se había visto en el Chocó”.

Pero, por lo visto, no bastaban la opulencia y cierto sibaritismo de los acaudalados agentes del esplendor económico de la ciudad; y no era suficiente el simultáneo esplendor de las inobjetables obras de gobierno del Doctor Jorge Valencia Lozano, cuyas ejecutorias y las de sus coetáneos eran una prueba fehaciente de las capacidades regionales para cortar las amarras de la administración compartida con el poder central instalado en la muy lejana Bogotá. De allí que herederos de aquellos ricos propietarios, así como colegas y contemporáneos de Valencia Lozano, entre ellos su hermano Reinaldo desde el periódico ABC, y una pléyade de muchachos inquietos de la nueva generación, muchos de ellos estudiantes avanzados o ya formados fuera de la región en las mejores universidades públicas del país, incluso con el apoyo del propio gobierno en numerosos casos, venían avanzando en la consolidación de un proyecto sociopolítico regional cifrado en la autonomía del ascenso de la Intendencia a la categoría de Departamento. No estaban nada satisfechos con el tratamiento que la Nación colombiana le daba a la comarca chocoana, que para ellos era la patria chica, el solar nativo, la tierra natal. De allí que Sergio Villa Valencia, en ese momento Alcalde Provincial del Pacífico, entrevistado por ABC, de Quibdó, en enero de 1935, exprese de modo rotundo y terminante un punto de vista compartido por muchos de los nacientes líderes de la nueva chocoanidad:

“…yo no soy de los que en el Chocó creen en las brujas del interés que tenga el resto de Colombia por nosotros, por nuestra suerte: mis 41 años de vida me han enseñado la tristísima lección de que el Chocó es el hijo bastardo de Colombia, así de los ciudadanos del país como del gobierno central. Yo estoy convencido de que, para el gobierno central, el Chocó, nosotros, constituimos una fastidiosa carga. En consecuencia, he llegado tras mucho pensar a la tristísima conclusión de que el Chocó tiene que obrar su propia redención. Ha llegado la hora (para mi es ya llegada) de dejar a un lado sentimientos quijotescos y pensar seriamente en aprestarnos a labrar nuestra propia suerte. La naturaleza sabia y pródiga nos legó un hogar rico más allá de toda concesión para Colombia… Yo propongo sencillamente a mis hermanos del Chocó, a su gobierno, así al actual como a los futuros, el desarrollo de una política intensa y firmemente nacionalista, dentro de la unidad nacional. Es decir, que trabajemos arduamente nosotros los del Chocó por el Chocó y para el Chocó”.

 

(ABC, Edición 2934. Quibdó, 3 de enero de 1935).

La gesta de esta nueva generación de chocoanos, a la que alude Villa Valencia, desembocará en la meta buscada: la creación del Departamento del Chocó, el 3 de noviembre de 1947, como fruto de una labor más conjunta y complementaria que individual o iluminada, y de un trabajo mancomunado y comprometido de ciudadanos, líderes, profesionales y dirigentes de diversas corrientes y tendencias, orígenes y procedencias. No obstante, el esplendor con el que comenzó el siglo XX se irá empañando y eclipsando hasta casi extinguirse junto con las llamas de aquel incendio de triste memoria que asoló la ciudad en 1966.

En uno y otro caso, con esplendor o sin él, dos actores no figurarán en el reparto: por un lado, la negra muchedumbre del pueblo desposeído de derechos y ninguneado por las élites, a la que Rogerio Velásquez llamó Negredumbre; y por el otro, las comunidades indígenas, anónima masa que de ser un dato demográfico no pasa.

Publicidad en el periódico ABC, de Quibdó, a comienzos de la década de 1930. Fotos: Archivo Fotográfico y Fílmico del Chocó.


[1] Aristo Velarde. Periódico ABC, 1933. Citado en: González Escobar, Luis Fernando. QUIBDÓ, Contexto histórico, desarrollo urbano y patrimonio arquitectónico. Centro de publicaciones Universidad Nacional de Colombia Sede Medellín. Primera edición: febrero 2003. 362 pp. Pp. 190-191.

[2] Mora Meléndez, Fernando. Quibdó cosmopolita. Universo Centro N° 88, julio 2017. Consultado en: https://www.universocentro.com/NUMERO88/Quibdocosmopolita.aspx

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