Quibdó 1960
Por Rogerio Velásquez
Así era Quibdó cuando Rogerio Velásquez la describió. Fotos: Fondo Nereo López-Biblioteca Nacional de Colombia, 1957. Misioneros Claretianos, 1962 |
Hace un poco más de 60 años, en el volumen 4 de la Revista Colombiana de Folklore, el investigador chocoano Rogerio Velásquez, pionero de los estudios etnológicos y antropológicos de comunidades negras en Colombia, publicó su artículo “La Fiesta de San Francisco de Asís en Quibdó”, en el que incluye antecedentes, contexto, estructura y dinámica de la que hoy conocemos como Fiesta de San Pacho, que forma parte de la lista de patrimonio universal inmaterial de la humanidad, de la Unesco. Hemos tomado -para los lectores de El Guarengue- la primera parte de ese texto, que él llamó Estampa del Quibdó actual; para que nos deleitemos con su prosa, nos hagamos una idea de cómo era el Quibdó de entonces y pensemos qué cosas de aquel tiempo permanecen en el actual.
ESTAMPA
DEL QUIBDO ACTUAL
La ciudad de San Francisco de Quibdó, capital del Departamento del Chocó, lugar donde se lleva a cabo la celebración que vamos a describir, está situada a la derecha margen del Atrato, a 43 metros de altura sobre el nivel del mar, en terreno amplio y espacioso bañado por el río Cabí y las quebradas de la Yesca y la Yesquita. La extensión habitada es de 83 hectáreas que albergan 9.013 habitantes colombianos y extranjeros, conforme al censo de 1951.
De su fundación no hay datos definitivos. Fray Matías Abad, de quien nos ocuparemos adelante, llegó a ella en 1648, habiéndola tomado como escala de sus operaciones misioneras. Si la tradición señala al minero antioqueño Manuel Cañizales como a uno de sus fundadores, la historia escrita, sin bastante fundamento, registra el nombre de Francisco Berro, colonizador español, como promotor de la edificación. "En 1702, dice la Geografía Económica de Colombia-Chocó, Francisco Berro firma el acta de la población con el nombre de San Francisco de Quibdó", con el que se le conoce actualmente. Del Citará colonial, propiciado por los religiosos jesuitas Francisco de Orta y Pedro de Cáceres, no quedan vestigios talvez por las insurrecciones sucesivas de los noanamáes y lloróes, que la incendiaron varias veces.
El número de casas de habitación se eleva a 1.029, entre las que se destacan algunas de concreto, de elegante y moderna arquitectura. La mayoría de las viviendas son de madera y zinc, o de paja y madera, regadas en doce carreras y quince calles que siguen el trazado de los primeros pobladores. Agua y luz y servicios higiénicos son deficientes hasta el extremo de retrasar las industrias caseras y las públicas.
La población dista de Cartagena 537 kilómetros; de Manizales, 141; de Medellín, 136; de Bogotá, 308; de Neiva, 340; de Cali, 248; de Popayán, 359. Se comunica con el Departamento de Bolívar por el río Atrato, en viaje de cinco días; con Antioquia, por la inconclusa carretera Quibdó-Bolívar, en travesía de doce a quince horas, y con Bogotá, por avión. Para llegar a la costa del Pacífico necesita de los istmos que forman los arroyos que descienden de la serranía del Baudó, y para arribar al San Juan hace uso del río Quito o del Atrato, que empalma con la carretera Yuto-Istmina.
El comercio le llega de Antioquia, Cartagena y Valle del Cauca. Exporta oro y platino, caucho, cueros, madera y frutos de la tierra. El oro enviado al exterior en los años de 1944-1947 ascendió a 171.326 onzas troy, y el platino a 151.465. Las ocupaciones más pronunciadas de los nativos son el comercio menor, la minería y la agricultura, la caza y la pesca, el jornalear y los empleos. Los capitales de consideración, si existen, no pertenecen a chocoanos.
El quibdoseño es pobre. Dedicado a diversos oficios, ve pasar los días en lucha con su bajo nivel de vida, sin que logre un éxito franco en sus empresas transitorias. La familia crecida, las deudas, la falta de empresas serias que ocupen sus brazos y su inteligencia, lo llevan a mariposear en ocasiones en la agricultura, sin técnica ni mercados, en el detallismo comercial, que hace hombres indolentes y haraganes, en la pesca eventual, en la minería aleatoria, en los jornales bajos que se disipan en los garitos, en los empleos públicos que desaparecen cuando menos se piensa. En caza y pesca, minería, agricultura y ganadería se ocupan unas 8.815 personas de todo el Municipio.
El Presupuesto de Rentas y Gastos del Distrito ascendió en 1957 a 261.952.27 pesos colombianos. De ellos correspondieron a Gobierno 104.516; a Hacienda, 82.711; a Educación, 27.010; a Obras Públicas, 27.414; a Contraloría, 14.840; Deudas absorbió 58.893. El número de empleados municipales fue de 64, con sueldos que oscilaron entre 500 y 45 pesos mensuales.
La
educación se expresa en un Colegio Nacional de Bachillerato; dos Escuelas
Normales sostenidas por la Nación, fuera de planteles primarios, de Comercio y
Artes y Oficios. Sin, embargo, el cuadro de analfabetos es el siguiente, según
el censo de 1951:
Imagen tomada de la versión digital del artículo original de Rogerio Velásquez. |
Gracias por este artículo tan ilustrador
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