lunes, 21 de diciembre de 2020

 Navidades


Aunque en los últimos años se haya puesto de moda pregonar que la Navidad es algo insustancial, que celebrarla es casi una bobada o que son simples paparruchas, como diría Ebenezer Scrooge, el viejo amargado del Cuento de Navidad, de Charles Dickens; la Navidad sigue siendo una especie de licencia temporal y múltiple para evocar y soñar, celebrar y sentir nostalgia, brindar por la vida y recordar. A quienes aún quieran tomarse esta licencia, y con un afectuoso saludo de Navidad, El Guarengue les ofrece cuatro relatos navideños para compartir con las niñas y los niños que aún esperan que un ser fantástico viaje desde los lugares de la imaginación a traerles regalos en nombre del nacimiento de la vida.

 Leyenda islandesa de los 13 hombrecitos de la Navidad

https://noloseytu.blogspot.com/2017/12/los-13-duendecillos-de-la-navidad.html 

Cuenta la leyenda que en Islandia habitaban hace mucho, mucho tiempo, unos jovencitos muy bajitos llamados jólasveinarnir, a los que les gustaba gastar muchas bromas a los niños, hasta el punto de atemorizarles. Todos ellos eran hermanos, hijos de una ogra, pero cada uno tenía una particularidad. Eso sí, les encantaba esconderse entre las rocas, la nieve o los glaciares.

Los niños tenían auténticas pesadillas y, cada vez que veían a alguno de estos jólasveinarnir o enanitos, salían corriendo a esconderse en sus casas.

Enfadados con esta actitud, los habitantes del lugar decidieron pedir ayuda al rey. Al principio, éste no les escuchó, hasta el día en que sus propios hijos recibieron la burla de estos hombrecitos. Harto de esta situación, decidió castigarles de esta forma: si no querían ser desterrados de por vida de Islandia, debían llevar un regalo a cada niño, un día al año, como recompensa por todo el mal que les habían hecho.

Los hombrecitos, que eran 13, acordaron llevar los regalos antes del 25 de diciembre. Y como eran 13, la Navidad comenzaría trece días antes del día 25. Cada uno de ellos debía recorrer un largo camino hasta la casa de un niño. Pero, como seguían siendo un poco traviesos, además del presente dejaban también una travesura. Además, decidieron que sólo dejarían regalos en forma de juguete, libro o dulce a los niños que se habían portado bien. A los que se habían portado mal, les dejaría... ¡una patata!

Por si eso no fuera poco, también acordaron no renunciar nunca a su carácter travieso y burlón. Durante esas dos semanas previas al 25 de diciembre, los hombrecitos gastarían bromas en cada hogar. Y como son invisibles, podrían hacerlo sin disimulo.

Y así es como, desde entonces, los niños islandeses no reciben la visita de Papá Noel, sino la de 13 Papás Noel o 13 hombrecitos que deciden cada Navidad si dejarán regalo o una patata a los pies del abeto navideño de cada hogar y que de paso gastan alguna que otra broma para dejar constancia de que pasaron por allí.[1]

La Befana, leyenda de Navidad de la 'reina maga' de los niños italianos

https://www.mamalisa.com/
images/song_types/la_befana_song.gif

Cuenta la leyenda que, cuando los Reyes Magos iban hacia Belén para llevarle regalos al Niño Jesús, se extraviaron en el camino, pues perdieron de vista por un momento la brillante estrella que les guiaba, porque unas nubes muy oscuras ocultaron su estela.

Desesperados, los Reyes Magos comenzaron a preguntarle el rumbo a todas las personas que encontraban por el camino. Primero fue un pastor, que no supo contestar. ¿Una estrella?, preguntó extrañado el pastor... ¡Si con estas nubes no se ve ninguna!

Andando por el mismo camino, los Reyes Magos se encontraron con un niño, que tampoco supo contestar a su pregunta: Había una estrella muy brillante en lo alto del cielo, pero hace un rato que dejé de verla y mis papás nunca me dijeron dónde está ese sitio que buscáis... ¿Belén?...

Los Reyes Magos continuaron preguntando a diferentes campesinos del lugar, pero ninguno supo contestar... y justo cuando ya estaban a punto de perder las esperanzas, cuando comenzaban a pensar que estaban realmente perdidos y no llegarían a tiempo de ver al Niño Jesús, se encontraron con una anciana de cabellos blancos y ropa muy oscura: La Befana.

Los niños del lugar le tenían miedo e incluso la llamaban 'bruja Befana', porque siempre estaba sola y andaba con ayuda de una vieja escoba por caminos muy largos y misteriosos. Pues fue justo la anciana Befana la única que les pudo decir a los tres Reyes Magos qué camino seguir hacia Belén, ya que de tanto andar una vez la anciana Befana consiguió llegar hasta Belén.

Para agradecerle su ayuda, los tres Reyes Magos invitaron a la anciana a seguir el viaje con ellos hasta Belén, pero ella rehusó. Más tarde, la anciana Befana, arrepentida de haber dejado pasar la oportunidad de ver al recién nacido, salió en busca de los Reyes Magos, pero ya era tarde, y no consiguió dar con ellos. Fue entonces cuando decidió regalar un dulce a todos los niños que se encontraba en su camino, con la esperanza de que algunos de ellos fuese el Niño Jesús.

Desde entonces, todos los niños reciben en navidad un regalo sorpresa o dulce de la anciana Befana, en recuerdo del día en el que nació el Niño Jesús.[2]

La doncella de la nieve, una leyenda de Navidad rusa 

Snegurochka, La doncella de nieve (1899), de Víktor Vasnetsov.
https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/5/5f/Vasnetsov_Snegurochka.jpg. 

En algunas de las zonas más frías de Rusia, Papá Noel no llega cargado de regalos, sino que es Ded Moroz, un anciano muy parecido a Papá Noel, quien reparte los presentes en todos los hogares.

Ded Moroz era un anciano alto, corpulento y con una larguísima barba blanca. Además, era muy bondadoso. Le encantaba contemplar la sonrisa y la carita de felicidad de los niños en Navidad. Un día se le ocurrió que cada final de año cada niño, además de recibir la llegada del año nuevo, también recibiría un regalo. Pero, Ded Moroz era ya muy mayor y era mucho trabajo para él. Así que pidió ayuda a su nieta, Snegúrochka. Ella era una hermosa hada, hija del hada de la primavera y de Frost, señor de la escarcha. Su pelo era blanco y suave como la nieve, y sus ojos tan claros y azules como el cielo cuando no había nubes. Así que un día el anciano le propuso lo siguiente a su nieta:

- Snegúrochka, se me ha ocurrido una idea-, le dijo a la joven.

- Dime abuelo, ¿de qué se trata?

- ¿Qué te parece si por año nuevo dejamos una sorpresa a cada niño? Pero no pueden vernos..., si no, ¡no sería una sorpresa!

- Uy, es mucho trabajo, abuelo, pero... ¡es una idea fantástica! ¡Me gusta!

Así que ese año comenzaron a poner en marcha su idea. Ded Moroz vestía de rojo. Le encantaba llevar una enorme capa roja que le había confeccionado su nieta. Ella vestía de azul. Era su color favorito. El anciano llevaba muchos meses fabricando un trineo de madera y al fin lo tenía preparado. buscó sus mejores troicas (unos caballos típicos de Rusia) y empezaron a recorrer la zona para llevar regalos a los niños.

Desde entonces, el abuelo del frío (como comenzaron a llamar a Ded Moroz) y la doncella de la nieve reparten cada año a todos los niños juguetes y regalos que les hacen, por un día, los niños más felices del planeta.[3]

La historia de Tomte, el gnomo de la Navidad


Cuenta una leyenda muy antigua que en la zona de Escandinavia (Suecia, Finlandia y Noruega), Papá Noel decidió pedir ayuda para repartir los regalos a los niños a un gnomo muy habilidoso, pequeño y saltarín, llamado Tomte. Y esta es su historia.

Tomte vivía tranquilo en su frío hogar escandinavo, escondido en medio de un frondoso bosque. No llegaba al metro de altura y tenía una larga barba blanca. Le encantaba salir de vez en cuando en la época de Navidad, para contemplar la felicidad de las familias.

Y también le gustaba ayudar a los demás sin que le vieran: se encargaba de devolver las ovejas descarriadas a su granja, o de iluminar -con ayuda de sus amigas las luciérnagas- un claro del bosque para que ningún aldeano se perdiera. A Tomte le encantaba ver la cara de felicidad de todos aquellos a los que ayudaba.

Una gélida noche de invierno, Tomte había salido a pasear y de pronto vio a un reno en apuros. Su pata había quedado atrapada entre unas ramas. Le pareció un reno muy extraño: ¡tenía la nariz roja como un tomate! Tomte no se lo pensó dos veces y acudió en su ayuda. Y así fue como de pronto se encontró cara a cara con Papá Noel. Acababa de aterrizar con su trineo y su querido reno Rudolph había introducido sin querer su pata entre unas ramas. Tomte le ayudó a liberar su pata y Papá Noel se quedó pensativo. Llevaba toda la noche repartiendo regalos y estaba cansado. El pequeño gnomo le ofreció a Santa un chocolate caliente. Le invitó a su humilde morada y estuvieron un buen rato compartiendo anécdotas.

A Papá Noel le pareció que Tomte era la persona ideal para ayudarle y decidió que esa noche le acompañara para aprender cómo era su trabajo. A Tomte le encantó. Disfrutó sorteando obstáculos en las casas al dirigirse hacia el árbol de Navidad, andando de puntillas para no despertar a los niños. Le gustó tanto que pidió a Santa dejar los últimos regalos de Navidad. A Papá Noel le pareció bien. Estuvo observando con discreción... Y así fue cómo se dio cuenta de que Tomte era efectivamente el ayudante que estaba buscando. Así que esa misma noche, y sin perder tiempo, Papá Noel ayudó a Tomte a hacerse un trineo. Solo que, al no tener un reno como Rudolph, su trineo no podría volar.

Desde entonces, Papá Noel delega cada año su trabajo a Tomte y este pequeño gnomo es el encargado, gracias a su trineo y a las indicaciones que Papá Noel le dio en su día, de llevar todos los regalos a los niños escandinavos.[4]

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Sus comentarios son siempre bienvenidos. Gracias.