lunes, 11 de febrero de 2019


Agua pasó por aquí…

Orilla del Atrato en el malecón de Quibdó. Foto: Julio César U. H. Enero 2019.

“Si el hombre es un gesto / el agua es la historia.
Si el hombre es un sueño / el agua es el rumbo.
Si el hombre es un pueblo / el agua es el mundo.
Si el hombre es recuerdo / el agua es memoria.
Si el hombre está vivo / el agua es la vida.
Si el hombre es un niño / el agua es París.
Si el hombre la pisa / el agua salpica.
Cuídala / como cuida ella de ti”.

Joan Manuel Serrat. El hombre y el agua (fragmento)[1]

Muere lentamente, año tras año, El Caraño. Resignado llega hasta el vetusto puente de Huapango, arrastrando en su corriente descompuesta y cansina neveras podridas, colchones antiguos, rotos y manchados, una combinación exánime de todas las formas de plástico y detritus, amén de la indolencia de quienes lo habitan.

Ahogada por el apremio de centenares de construcciones de todo material, tipo y estrato, que en un dos por tres cambiaron para siempre el paisaje, extendieron a Medrano y a Quibdó casi hasta Yuto, y la dejaron convertida en un simple punto de referencia; La Cascorva desapareció, sin que la conocieran los hijos de quienes en sus aguas tranquilas nos bañamos cuando niños.

Playa de verano. Enero 2019.
Foto: Julio César U. H.
Todavía éramos niños cuando nos enteramos y no lo podíamos creer: no podíamos creer, no nos cabía en la cabeza, que ese río en el que nos refrescábamos antes de seguir caminando hacia Guayabal, con ese fabuloso puente de tablones de madera que -¡oh, magia!- podía con el peso de un carro; fuera el mismo que veíamos cuando pasábamos por La Troje, el mismo que por sus milagrosas propiedades hacía posible que la gente durara hasta cien años o más en ese corregimiento de gente alta, espigada, afable y sonriente en donde había nacido el poeta de la chocoanidad, Miguel Antonio Caicedo Mena. Hoy no podemos creer que Duatá ya no sea tan río como era in illo tempore, que toda la vida que vivía a lo largo y a lo ancho, a lo alto y a lo profundo de su curso haya muerto estragada, asolada, envenenada por una codicia maligna que nada tiene que ver con el canto rítmico y dorado de las viejas bateas de aquella gente que duraba un siglo.

Nos quedamos sin saber dónde nacía y dónde desembocaba Los Luises, en cuyas playitas de cascajo, piedras grandes y arena las lavanderas, como Nicolasa, La Vieja, abrían y ponían a secar a cielo abierto, a puro sol, la ropa de sus clientes; al igual que nosotros, cuando los veranos pavorosos de principios y mediados de año no dejaban otra opción, íbamos con nuestras mamás también a lavar ropa desde por la mañana hasta por la tarde y ahí, en un fogón de cuatro o cinco piedras, hacíamos arroz y le clavábamos queso y una lata de sardinas, que nos daban las fuerzas para poder cargar, al regreso, el peso bruto de los baldes repletos de ropa aún mojada. Vimos su agonía de quebrada desvalida, las últimas cuatro o cinco veces que fuimos en son de baño, en cada una de las cuales encontramos más y más casas casi metidas en sus orillas devastadas, más y más basuras, aguas puercas y desechos de todas las clases, formas y tamaños, derramados por doquier; aunque subimos más y más, aguas arriba, no pudimos encontrar el agua de su cuerpo, pues por todas partes se había convertido en una corriente tan exigua que a duras penas podía correr y con tan mal aspecto que no daban ganas de meter ni la mirada.

Draga en el río Quito, afluente del Atrato. Foto: Julio César U. H. Enero 2019.
Vaciadas sus entrañas de cuanta piedra, arena, cascajo, balastro, oro y asociados contenían, por las insaciables cucharas de las retroexcavadoras, de las mariapalitos, de las dragas y minidragas, de los buldóceres, y por los potentes chorros de las motobombas que desintegraban sus orillas con agua de su propio cauce, La Platina fue languideciendo hasta desvanecerse en escorrentías extrañas y en arideces incurables. Así quedamos para siempre huérfanos de la frescura y la diversidad de las honduras de sus charcos de baño; y de la comodidad de sus playas arenosas, en donde –salvo sean los tábanos- uno podía, entre otras cosas, dormir siestas memorables después del partido de fútbol de rigor, con balón de caucho, o después del infaltable arroz clavao o del tarro de Lecherita, cualquiera de los dos con acompañamiento de agua tomada de la quebrada en el propio cuenco de las manos.

Ha pasado mucha agua de La Yesca por debajo de los puentes de Las Margaritas y de García Gómez. El primero fue construido por la Sociedad de Mejoras Públicas hacia 1940 y costó $10.000; el segundo, bautizado así en homenaje a Gregorio García Gómez, Intendente del Chocó entre 1934 y 1936, fue construido durante el gobierno del Intendente Dionisio Echeverry Ferrer[2], en 1941, con un costo de $14.000[3]. Igualmente, mucha agua de La Aurora ha afluido en el cauce de La Yesca. Pero, tanto las aguas de La Yesca como las aguas de su principal afluente hace muchísimos años, hace más de media vida, dejaron de ser aptas para alguna cosa que no sea causar problemas de salud pública y reflejar el deterioro del medio ambiente.

Río Cabí, fuente abastecedora del acueducto de Quibdó.
Foto: Fundación Beteguma.
El río Cabí, un hijo del Atrato que también se muere[4], es el título de una nota publicada por el reconocido periodista Gonzalo Díaz Cañadas, amplio conocedor de esta problemática como activista ambiental de la Fundación Beteguma[5], ONG que durante 20 años ha defendido la vida del Río Cabí como un bien público, entre otras causas ambientales, cívicas y culturales. La nota hace un recuento de las acciones de Beteguma en pro del río Cabí y cuenta con detalles cómo el “Tribunal Contencioso Administrativo del Chocó abrió incidente de desacato contra [la] Alcaldía de Quibdó, CODECHOCÓ, Aguas del Atrato EPM y EPQ, por incumplimiento de [una] Acción Popular por la conservación del río Cabí y el manejo de aguas residuales cerca de la bocatoma del acueducto[6]; pues “14 años después de una acción popular interpuesta para evitar su deterioro, el afluente es una cloaca de donde toman el agua para el acueducto de Quibdó[7].

No existe, en los últimos 50 años, un gobierno nacional que no le haya prometido al Chocó solucionar sus gravísimos problemas de acceso al servicio de agua potable. Sucesivamente, como respuesta obligatoria a cada uno de los paros cívicos del Chocó o como recurrente promesa vana de campaña electoral, cada gobierno nacional y cada político nacional, regional y local se han comprometido públicamente a dotar a Quibdó de un verdadero acueducto, tanto en calidad como en cantidad y frecuencia de la prestación del servicio. Desde el buen Barco, que incluso era ingeniero, a quien se le ocurrió que bastaba echarle un poco de cloro a los miles de metros cúbicos de agua procedentes de la copiosa hidrografía chocoana y del proverbial y diluvial régimen regional de lluvias; hasta el gobierno de Santos, que a través de su flamante y pantallero vicepresidente promocionó, publicitó, dio por hecho e inauguró un acueducto en Quibdó que, según él y su séquito público-privado, provee agua potable durante 24 horas; cosa esta que, obviamente, de toda obviedad, no es cierta.

Inaugurado en 1942, cuando todavía gobernar era beneficiar a la gente sin sacar tajadas adicionales y subrepticias por fuera del sueldo; con un sistema proyectado para unas 15.000 almas, el acueducto de Quibdó empezó a ser insuficiente, por el crecimiento intensivo de la ciudad a partir de la segunda mitad del siglo XX. Desde entonces, se transformó en una ficción política donde el actor principal e invisible para los políticos es el río Cabí; cuyas aguas otrora limpias, frescas, agradables, le dieron de beber a la ciudad a través de aquella primera versión del acueducto, que las subía por bombeo desde La Playita hasta el tanque de almacenamiento, del cual descendía por gravedad hacia las casas entonces bonitas de la ciudad, hoy desaparecidas, vilmente reemplazadas por toda clase de adefesios, esperpentos y cuchitriles comerciales.

La ubicación de la draga impide ver la desembocadura del río Cabí al Atrato.
Foto: Julio César U. H. Enero 2019.
Así, durante más de tres cuartos de siglo, a Cabí solamente se lo ha mirado desde la perspectiva ficcional de la política, como un elemento más del conjunto necesario para la infraestructura de un acueducto. Mientras tanto, todo lo que realmente es Cabí, cuerpo de agua, fuente hídrica, microcuenca, paisaje, bioma, conjunto de ecosistemas, hotspot de biodiversidad, ha sido despojado paulatinamente -árbol a árbol, pez a pez, gota a gota- de su capacidad de sustentar y propagar la vida en todas sus expresiones. Convertido en procaz alcantarillado, en basurero infame, en víctima inerme de toda suerte de máquinas posesas, sórdidas, movidas por leviatanes obsesionados por un brillo que solamente debería brillar en la sencilla concavidad de las bateas; Cabí pervive porque la vida es terca, mas no porque a quienes de él se lucran, incluyendo a los que hoy usurpan su nombre para bautizar centros comerciales, les interese su suerte o les preocupe su porvenir.

Desgraciadamente, melancólicamente, impunemente, sucesivamente, diariamente, irremediablemente, ante nuestros ojos cómplices, fenece la vida también en Quito, Tanando y Samurindó, Bebará y Bebaramá; en el gran río de los antiguos darienitas, citaráes y chocóes, el de Guasebá y Quibdó: el Atrato, majestuoso por la cadencia sosegada de sus aguas y no por el estrépito de su corriente; y en unas once o doce docenas más de ríos, quebradas, charcos y charcas, caños, nacimientos, encharcazones, pozas y pozos y hasta Ciénegas o ciénagas de este paraíso del agua, de este sistema circulatorio de la vida y de la esperanza, de esta red vial y vital que es el sistema hidrográfico del Chocó.

Draga en la desembocadura del río Quito en el Atrato. Quibdó.
Foto: Julio César U. H. Enero 2019.
Ahora mismo, por obra y gracia de la presunción de infalibilidad de una empresa sin dios ni ley, sacralizada por sus propietarios grandilocuentes y sus omnipotentes dueños políticos, reverenciada e idolatrada cual deidad auxiliadora por sus feligreses y paisanos; Colombia está perdiendo su segundo más importante río, un hermanito mayor del Atrato, el que le sigue al Magdalena, tal como lo hemos visto en vivo y en directo, estupefactos, atónitos, turulatos y alelados, por televisión: “El río Cauca, portentoso, que desde lejos parecía tener la fuerza suficiente para revolcar el mundo, ya no está. Desapareció el color de siempre: pantanoso, café, oscuro. Ahora es un agua clara, verdosa y mansa, una quebrada. Algunos peces luchan por sobrevivir en las piedras y los pescadores, manicruzados, ven ese río extraño que ahora les envían desde Hidroituango como si fuera un animal muerto[8].

El Cauca de Hidroituango. Puerto Valdivia, Valdivia-Antioquia.
Foto: Guillermo Ossa, El Tiempo.
Largas y sinuosas cicatrices serán los lechos inertes de lo que antes fueron ríos, dolorosamente talladas en la piel de los valles y las planicies, los cañones y los lomeríos, como huellas sedientas de la vida en los mejores tiempos idos.

¡…cate, que no la vi!



[1] Canción del álbum Utopía (1992). Versión completa en: https://www.youtube.com/watch?v=gHaANGaQEyI

[2] Dionisio Echeverry Ferrer es recordado, al igual que Jorge Valencia Lozano, como uno de los mejores gobernantes que ha tenido el Chocó. Era tío de Pedro J. Echeverry Vargas, Pedrín, reconocido periodista, fallecido hace varios años; y de Ricardo Echeverry Vargas, apreciado Profesor del Integrado Femenino, de Quibdó, fallecido hace pocos días.

[3] Datos tomados de: Caicedo, Miguel A. y Luis Fernando González E. La Yesca: Importancia de Siempre. Codechocó. Plan de mejoramiento microcuenca La Yesca. Medellín, mayo 1993. 65 pp. Pp. 57 y 61.

[4] Díaz Cañadas, Gonzalo. “El río Cabí, un hijo del Atrato que también se muere”. 09.02.2019. En: https://www.las2orillas.co/el-rio-cabi-un-hijo-del-atrato-que-tambien-se-muere/

[5] Además de Gonzalo Díaz Cañadas, forman parte de la Fundación Beteguma, entre otros, Douglas Cújar Cañadas, Arquitecto; Darío Cújar Couttin, Ingeniero de Minas; Alvaro Zapata Cano, Periodista; y Rafael Ramírez Restrepo, Abogado, quien ha llevado los procesos jurídicos adelantados por la Fundación en defensa del río Cabí.

[6] Ibidem.

[7] Ibidem.

[8] Rivera Marín, Daniel. Cauca, el poderoso río que el hombre secó. Semana, 07.02.2019. En: https://www.semana.com/nacion/articulo/hidroituango-el-cierre-de-casa-de-maquinas-seco-al-rio-cauca/600377


4 comentarios:

  1. José Domingo Rojas Reyes11 de febrero de 2019, 4:16 p.m.

    Cuando estudiaba en quinto de primaria en la Escuela Anexa a la Normal, el profesor nos decía que el Chocó era en ese entonces, no sé ahora, la segunda región mas lluviosa del mundo.
    "Niños somos privilegiados por la mano de Dios, uds. se aburren porque siempre llueve...y llueve". Palabras mas o palabras menos nos hablaba de las ventajas de esa gran pluviosidad para que nuestro inventario de ríos y quebradas NUNCA SE SECARAN.
    Paradójicamente nuestra riqueza de agua llovida con truenos, rayos, centellas y relámpagos definitivamente no fueron suficientes para preservar nuestros rios. Con gran tristeza y desde la distancia observo anonadado cómo el daño antrópico acabó con nuestras fuentes corrientes de agua.
    Los asentamientos de todo tipo de viviendas que engrosaron múltiples cordones subnormales a orillas de los ríos, la avaricia de mineras voraces, la poca cultura ambiental de nuestras gentes, la insensibilización manifiesta frente a los grandes problemas ambientales, la indiferencia del común y las exiguas políticas ambientalistas por parte de un Estado que abandona a su suerte al pueblo, no solo chocoano sino generalizado en casi todo el Pacífico colombiano terminarán por aniquilar a los otroras grandes ríos y sus afluentes.

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    1. Gracias, José Domingo, por su comentario.

      Tiene usted razón: los modelos de desarrollo inadecuados, que inducen prácticas ambientales nocivas para la Naturaleza, han venido incidiendo en el deterioro del patrimonio hídrico de nuestra región.

      Saludos.

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  2. Buenos días,
    Gracias por regalarnos relatos de tan grata recordación y ponernos alertas frente a la realidad desgraciada de nuestras cuencas

    Manlio Enrique Gamboa Dediego

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    1. Gracias a usted por leerme y por su preocupación por nuestro patrimonio ambiental.

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