Sopa de letras
Foto e ilustración: JCUH. |
En el comienzo del año escolar,
un cuento de
Julio César Uribe Hermocillo
Cuando las letras vivían solas, cada una por su lado, la A sólo podía decir su propio nombre y
nada más, con la E sólo se decía E,
al igual que I con la I, O con la O y U con la U.
Igual le pasaba a la Be,
que era solamente un apretujamiento sordo de labios y de dientes; y a la Ce, que no pasaba de ser un ruido entre
el paladar y la lengua, parecido al ruido de la Ka, y ambos ruidos como de llave de agua abierta cuando no hay agua
en las tuberías del acueducto y el aire ocupa su lugar.
La De vivía
resignada a su monocorde vibración interdental, como la Efe a su resoplido de los dientes superiores sobre el labio
inferior de la boca.
Un anuncio de que el agua estaba llegando a la tubería e
iba a salir por la llave era la Ge,
como la Jota era un simple respiro,
sin mayor aspiración unas veces, espirando en la boca abierta otras veces.
A la Ele la
aburría su palatal zumbido de lengua pegada, que se repetía dos veces en la Elle hasta transformarse en un
moscardón sonoro entre los dientes apretados asomándose por la boca
entreabierta, casi igualito al de la Ye
cuando así sonaba en lugar de parecerse a la I, como lo hacía a veces; o en un
sonoro y mojado amasijo arrevesado de lengua y saliva detrás de los dientes
superiores.
La Eme aún no
era la de mamá y servía solamente para intentar imitar el mugido de las vacas,
con los labios pegados y enrollados hacia adentro; mientras que la Ene salía de la lengua pegada a la
parte anterior del paladar, usando a la boca entreabierta como caja de
resonancia para que se oyera su mugido más delgado, como de ternero huérfano.
Igual soledad vivía la Eñe,
ensimismada en su grave condición nasal de sonido vacío; como la Pe en su explosión de labios
despegándose y la Cu en su ignota
similitud de golpe seco.
La Ere, solita
en el mundo, era una sola vibración lingual, que cuando se repetía sin cesar se
duplicaba gemela en la Erre, con una
vibración de motor viejo y simple. Mientras que la Ese era un silbido de aire, huérfano de música, y la Te una súbita explosión un poco sorda
de la lengua escondida detrás de los dientes de arriba.
Era la Ve una
vibración solitaria a la que aún no le había nacido su gemela, porque la Ve Doble no existía y por eso ni se
sabía que se llamaba así o que también se llamaría Doble U, cuando encontrara su cibernauta y triple oficio, muchos
siglos después.
La Equis tenía
una vida limitada a juntar la Ka y la Ese para poder sonar, aunque ninguna de
las tres lo supiera; como no sabía la Zeta
que unas veces era como una Ese y otras, cuando la lengua se iba hacia atrás,
se emparentaba, aunque de lejos, con la Efe.
Así vivían, así sonaban, así se aburrían, las letras en esa
época, literalmente solitarias, cada una en lo suyo e ignorante de las demás.
Tan solitaria y vacía era su vida, que parecían no tener alma, sólo el cuerpo
sonoro con el cual vagaban por ahí en las gargantas de la gente.
Las menos aburridas eran las vocales, porque su sonora vida
solitaria era menos complicada que las de las consonantes, que ni siquiera
sabían que eran consonantes, como las vocales ignoraban que poseían tal
condición. La Hache era a la que
peor le iba, porque ni siquiera podía dar constancia de su existencia, muda por
ahí.
Hasta que una noche tormentosa, cuando un rayo todo azul
descuajó un árbol florecido de marañón, en la mitad de una selva dormida a la
orilla de un río descomunal como la soledad de las letras, cuando todo ser vivo
se sintió urgido de refugio y protección, la O cayó, cuan redonda era, en el
interior de un hueco en donde sólo parecía haberse escondido el silencio; pero,
dentro del cual se encontraba la Hache, más muda que de costumbre, por el
susto. La O y la Hache, aunque no se conocían, se abrazaron por instinto, para
protegerse del miedo y de la lluvia, para abrigar su desamparo en la mitad de
esa noche en la que el cielo se pronunciaba contundente. ¡Oh!, sonó su abrazo y
ese descubrimiento las tranquilizó.
-
Oh
–y se dieron cuenta de que la una hacía sonar a la otra y la sacaba de su
mutismo y de su anonimato.
-
Oh,
oh, oh, se la pasaron repitiendo durante más de siete rayos, quinientos
milímetros de aguacero y dieciocho truenos escandalosos, en ese bajío inmenso
del mundo recién nacido, abrazadas para que el frío no les entumeciera el
descubrimiento.
La A, que andaba perdida y totalmente aterida, mojada hasta
la cima montañosa de su figura longilínea, pisó en falso y cayó al hueco.
Asustadas, la O y la Hache deshicieron su abrazo. La A, entonces, cayó sobre la
Hache y el contacto sonó ¡Ah!, y el susto de la inesperada presencia se convirtió
en juego de inmediato: Ah, ah, ah, un rato. Oh, oh, oh, otro rato. Un rato Oh,
otro rato Ah. Ah. Oh. Oh. Ah...
Y así, divertidas estaban en medio de la tronamenta, cuando
una nueva visitante, resbalada de la misma manera que la A, cayó
intempestivamente sobre ésta. Era la E.
-
¡Eah!
–sonaron juntas y juntas se alegraron.
-
¡Ahé!
-se alegraron juntas de una nueva manera, empapada su sonoridad renovada.
Y así, una detrás de otra, perdidas de su rumbo solitario
por la majestad terrible de la tempestad imparable, una a una fueron cayendo en
el refugio del hueco todas las letras que corrían desperdigadas y monofónicas
por ahí en la mitad del diluvial aguacero, como si fueran gotas gruesas de su
imparable chorro de catarata celestial.
Ilustración: JCUH. |
En la madrugada, el sonido polifónico de tan tumultuoso
encuentro alcanzaba a sobreponerse al rumor escandaloso de la tormenta
montaraz. Y fue así como la A inauguró el Amor, jubilosa y apasionada, abrazada
a la M de la Magia, a la O de la Ofrenda y a la R de la Risa. La B aprendió a
nombrar la Bondad, con la Ofrenda de la O, con la Niñez de la N, con la
Deferencia doble de la D y con el Amor de la A. La C aprendió a decir Cariño,
abrazada al Amor de la A, a la Risa de la R, a la Ilusión de la I, a la Niñez de la Ñ y a la Ofrenda
de la O.
Y entonces la D dijo Deseo, abrazada doblemente a la tierna
Esperanza de la E y a los Sueños de la S, y musitando una Oración redonda de la
O. Lo cual, mojadas como estaban todas, incitó a la F a nombrar el Frío, con la
Risa temblorosa de la R, con la I tiritando su Ilusión y la O musitando
encogida otra Oración.
La G sintió que debía dar las Gracias por este feliz
encuentro: una Risa congelada de la R, dos veces el Amor aterido de la A, el
Cariño tibio de la C, la Ilusión inefable de la I y un Silencio adormilado de
la S, le ayudaron en tan grato propósito a la G.
Animada por tanta y tan sonora compañía, entre el barro del
refugio que empezaba a inundarse por la lluvia copiosa, la Hache Urdió con la U
una Manta que la M ayudó a nombrar, con los cálidos colores del Amor de la A,
con la Niñez hermosa de la N, repleta de Ilusiones por la I y de Deseo por la
D. Y así juntas, temblando de frío, pero felices, descubrieron y fundaron,
letra por letra, con ternura a la Humanidad; gracias a la mudez superada de la
Hache, feliz como esa lombriz perdida que acababa de encontrar el huequecillo
por donde habría de regresar a su hogar.
- ¡Jajajajá!
–se carcajeó la Jota y les propuso que siguieran Juntas, con la cómplice Unidad de
la U, la Nitidez cómplice de la N niña, invadida de Ternura por la T, de Amor
por la A y de Silencio por la
S. Ante lo cual la K, tímida y asustada por su dificultad
para relacionarse coherentemente con todas las demás letras, con sus dos brazos
abiertos, sólo atinó a decir que aportaba un Kilo de Kiwi para el desayuno de
mañana, ofrecimiento que fue bien recibido y a cuyo perfeccionamiento
contribuyeron la Ilusión de la I, la Luz de la L y una nueva Oración redonda de
la O, vestida con un Kimono, como si fuera para una fiesta de disfraces en
Kuala Lumpur.
- Mañana,
–propuso la M, con ayuda amorosa de la A, de la Ñ con su cara de Ñandú y de la
infaltable y alegre Niñez de la N, de la cual también la Ñ participaba
juguetona, aunque algo tímida por las mismas, aunque menores, razones de la K-
cuando escampe, sigamos juntas, revolviéndonos y mezclándonos.
- ¡Buenísima
idea! –intervino la P, muy sonora ella, con una Pasión hecha con el Amor de la
A, la Sensualidad de la S, la Ilusión de la I, los Ojos de la O y la Nitidez de
la N, iluminadas todas por el centésimo cuadragésimo octavo trueno de la noche,
que estremeció a una airosa palma que cayó fulminada por el rayo, con todo y su
melena de hojas y un racimo de trece cocos biches.
- ¡Queso!
–dijo la Q, blanca y apetitosa desde su redondez adornada con esa colita
coqueta, con Urdimbre de U, Esperanza de E, Silencio de S y aprovechando la
Ocasión que le brindó la O. Queso pondría para el desayuno.
La V ofreció Vida, con sus brazos en alto, Ilusionada por
la I, en estado de Deslumbramiento por influencia de la D y colmada de Amor por
la A, que parecía ella misma, pero al revés y cruzada por la línea del Amor,
que es la única que puede engendrar la Vida.
La W y la X guardaron silencio, a pesar de la amistosa
mirada de las demás letras, que esperaban su pronunciamiento. La H se les juntó
solidaria, sin éxito alguno y tomada de la mano con la K. La Y dijo: ¿Y? La Z
estaba, ya, en ese momento, cuando el bullicio del temporal amainaba y el
firmamento se iluminaba con su limpieza colorida de amanecer, totalmente
dormida, sola, Zzzzzzzzzz.........., sin Zapatos dormida.
Cuando el sol, tímidamente, fue apareciendo, había tanta agua
en el refugio, que literalmente nadaban las letras, polifónicamente revueltas
de todas las maneras posibles, celebrando cada una su propia y colectiva
fiesta. Una Guagua, con G de Guartinaja y de Guatín también, pasó corriendo, toda
mojada, por la mitad del tumulto que en su cueva se había formado, muerta de
sueño y rumbo a su cama, salpicando con sus patas y mirando con sus ojos
inquietos y saltones aquella sopa de letras acabada de hacer en la cocina del
azar de este rincón ignoto del mundo conocido, para que todos los niños y todas
las niñas la degustaran contentos, a partir de ahora, cuando les tocara asistir
al milagro feliz de aprender a leer y a escribir.
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