26/05/2025

Un crimen de lesa afrocolombianidad. 
En memoria de KUNTA KINTE:
Eulides Blandón García 


“Kunta estaba convencido de que la violencia no era alternativa en los momentos actuales. El trabajo de concientización y organización era prioritario. Kunta jamás conspiró contra nadie. Fue un genuino luchador cívico”.[1]

FOTOS: Periódico Citará, 1993.

Hoy, cuando el cada vez más deteriorado Parque Centenario, de Quibdó, pareciera albergar las ruinas de la Historia del Chocó, ante los ojos de todo el mundo, sin que autoridad ni institución alguna diga o haga algo respecto de tal ignominia patrimonial; uno no puede menos que recordar que el primer y único uso comercial digno de este espacio antonomástico de la chocoanidad se lo dio Eulides Blandón García, quien instaló en la esquina suroriental del parque un quiosco donde él mismo atendía una librería, revistería, distribuidora de periódicos locales, regionales y nacionales, provisto de una greca para la venta de café; amén de un conversadero sinigual sobre la realidad nacional y la realidad regional del Chocó y del Pacífico, con énfasis en los temas de las comunidades negras de allí y de toda Colombia.

Kunta Kinte

Hijo del patriarca conservador chocoano Jeremías Blandón Castro y de la señora Aureliana García, Eulides nació en Bagadó, el poblado mayor de la culta, elocuente y docta estirpe del torrentoso Andágueda, el 5 de diciembre de 1949.[2] Durante por lo menos los últimos 10 años de su vida, consiguió que todo el mundo lo conociera como Kunta Kinte, en homenaje al protagonista de la maravillosa y precursora historia, contada por Alex Haley, de una familia africana que, desde el siglo 18 hasta el 20, padece la diáspora forzada hacia América, transita por el oprobio de la esclavitud y vive paso a paso cada uno de los hitos emancipatorios de una nación teóricamente fundada en la libertad, pero siglo a siglo cada vez más lejana de dicho ideal.

El título #1 de la colección BEST SELLERS, de la Editorial Oveja Negra, publicado en Colombia en 1984, fue RAÍCES, de Alex Haley. Roots: The Saga of an American Family, era su título original en inglés y había sido publicado en 1976 en los Estados Unidos. Esta novela, monumental para quienes la leímos cuando apenas comenzábamos la universidad, tenía como protagonista a Kunta Kinte, un personaje sinigual, que se consolidó hasta niveles heroicos cuando -a comienzos de la década de 1980- RTI Televisión trajo a Colombia la serie estadounidense de ABC (1977) basada en el libro, la cual se había convertido en sonoro e inesperado éxito internacional.

Ocho capítulos, que actualmente podría uno ver en una sentada de fin de semana en las plataformas de streaming, pero que entonces se transmitían semana a semana los domingos, conformaban la serie. En Quibdó, donde aún no era nada buena la señal de televisión, las transmisiones semanales de Raíces fueron motivo de apresuramientos y carreras entre uno y otro televisor, de uno u otro vecindario, cada domingo, para no perderse ni un segundo de tan maravillosa producción. Lágrimas, estupor, rabia, y en el fondo -sin que uno ni siquiera lo supiera- conciencia, trajo a nuestras vidas Raíces, la serie de TV, cuya fabulosa historia y cuyos fabulosos actores nos transportaron hasta las más indignas páginas de la historia de la humanidad. Algo invaluable a tan temprana edad. Como invaluable fue la figura de Eulides Blandón transmutado en Kunta Kinte.

Militancias

Kunta nació -lo cuenta Ventura Díaz Ceballos- “en el Cabezón de Los Maturanas, un lugar paradisíaco, ubicado al margen derecho del río Andágueda, en la confluencia con la quebrada de El Trúntago”.[3] Su infancia transcurrió a orillas de aquellas turbulentas corrientes donde el viajero experimenta la desventura del aluvión y la pavura del remolino de unas aguas tan espléndidas y cristalinas, frescas e imponentes, como sobrecogedoras e inescrutables.

En la conciencia de sus orígenes, nacieron y crecieron las raíces del compromiso social, político y étnico de Eulides Blandón García, Kunta Kinte. Y así transitó por todos los escenarios posibles del ejercicio político, desde los más convencionales, como los concejos municipales, hasta las organizaciones comunitarias y populares, y los movimientos políticos de masas, el Movimiento Nacional Cimarrón y la Alianza Democrática M-19.

En el centro, a la izquierda del orador con el micrófono, que es Marco Tobías Cuesta (QEPD), aparece Eulides Blandón García, Kunta Kinte, en una de las manifestaciones con las que cada día comenzaban las protestas del Paro Cívico departamental del Choco, de 1987; en el atrio de la Catedral San Francisco de Asís, en Quibdó. FOTO: Archivo fotográfico y fílmico del Chocó.

Su papel en la organización y desarrollo del paro cívico de 1987 en Quibdó es significativo. No solamente porque, junto a Marco Tobías Cuesta, Jesús Lozano Asprilla, José María Valencia Barco, Eduardo Henry Salas y Mercedes Moya Moreno, Kunta fue parte de su planeación y organización; sino porque, políticamente visionario como era, fue él quien aproximó el movimiento cívico a la floreciente causa campesina y étnica que caminaba y navegaba por los montes y las aguas de las comunidades negras del Atrato medio. Su presencia en el Foro de Buchadó, en junio de 1987, a dos semanas de concluido el paro cívico, fue deslumbrante para los campesinos atrateños, que comenzaban a foguearse en la palestra regional y nacional, y que habían sentido ya el desprecio de la intelectualidad universitaria y urbana de Quibdó, incluida la izquierda. Kunta, por el contrario, brindó su inteligencia, su energía y su simpatía a este evento fundacional de la entonces menospreciada causa de las luchas de las comunidades negras del Chocó y de Colombia, que conducirían a la Ley 70 de 1993. Un evento en donde, por primera vez, la institucionalidad pública regional y nacional terminó reconociendo la existencia de las comunidades negras como sujetos históricos con derecho al manejo comunitario de los bosques y a la protección de sus territorios ancestralmente ocupados y poseídos desde hacía por lo menos siglo y medio de poblamiento libre del Atrato.

“Llenemos de contenido político nuestra negritud”

La consigna de Eulides Blandón García, Kunta Kinte, “llenemos de contenido político nuestra negritud” resumió su propuesta de “estrategia para la lucha política de todos los afrocolombianos”. Una estrategia tan sencilla como profunda, que consistía básicamente, como lo resumió Ventura Díaz Ceballos, en “dejar a un lado el espontaneísmo y elevar la lucha a los niveles más altos de la política. Superar la lucha meramente reivindicativa económica y apuntar al poder autónomo de las comunidades negras. Buscar los elementos comunes que unan el accionar de los pueblos negros en Colombia y América para transformarlos en una plataforma política. Rescatar el sentido humanístico de la política como “el arte de hacer amigos” y administrar la cosa pública en beneficio del público”.[4]

De la “tigritud” de Wole Soyinka a las “tigritudes” de Kunta Kinte

Lector aplicado e inteligente de historia, economía, política y literatura, Eulides Blandón García, Kunta Kinte, halló inspiración política en una idea del escritor, poeta, dramaturgo y académico nigeriano, de estirpe yoruba, Wole Soyinka, quien apenas tenía 52 años cuando le fue otorgado el Premio Nobel de Literatura, en 1986: “El Premio Nobel de Literatura de este año es para el escritor africano Wole Soyinka, de Nigeria. Con poco más de cincuenta años, cuenta con una extensa y variada producción literaria y se encuentra en la flor de la vida como escritor”, expresó la Academia sueca en el comunicado de prensa donde anunció la designación.[5]

Wole Soyinka 1986 y 2005.
FOTOS: The Nobel Foundation y Festival de Poesía de Medellín.
En una entrevista de televisión para el canal Showtime, refiriéndose a la situación de los países del continente africano y a la influencia que en su liberación tuvo el movimiento francés de la negritud, dos de cuyos fundadores fueron Aimé Césaire y Léopold Sédar Senghor; el Nobel Soyinka acuñó una frase que rápidamente hizo carrera: “el tigre no proclama su tigritud cuando salta sobre su presa”, con la cual relativizaba las proclamas de identidad o pertenencia racial que no estuvieran acompañadas de acciones concretas de reivindicación y ejercicio de derechos. En el año 2005, en una entrevista hecha por el poeta colombiano Juan Manuel Roca, mientras participaba en un festival de poesía en Medellín, el Premio Nobel Wole Soyinka explicó el sentido y el contexto de su frase: “Decíamos que la filosofía de la negritud necesitaba ser fortalecida por la acción de la negritud, lo que iba a permear la cultura, la política, los programas económicos, de manera total el renacimiento de las naciones africanas… Para resumir, lo que nosotros entendimos fue que la negritud era un fenómeno histórico, un instrumento de acepción de la identidad que necesitaban los negros francófonos como respuesta a esa necesidad de convertirse en negros franceses, porque el colonialismo francés fue diferente al colonialismo británico. Los franceses querían convertir a los africanos en francesitos y francesitas, así que la negritud fue un instrumento histórico inevitable y en la medida en que comprendimos esto, comenzamos a unir los extremos, los de la negritud, la tigritud y lo que estaba en medio empezó a desaparecer”. [6]

Propugnando por una acción política decidida, unitaria, concreta, Kunta Kinte, creó entonces la Fundación Cultural Tigritudes, cuando estaba recién desvinculado del Movimiento Nacional Cimarrón, entre 1985 y 1986. La inspiración de Wole Soyinka fue la que resumió en su consigna de que había que llenar de contenido político la negritud; lo cual abarcaba no solamente las necesarias proclamas de principios e ideario, sino que también se extendía a la construcción conceptual y política de la propia identidad afrocolombiana y afrochocoana; así como a la recuperación, documentación, difusión y apropiación de las expresiones culturales propias, entre otras estrategias. De hecho, él mismo, cuando iba a las zonas rurales, recogía material de la tradición oral de las comunidades; como las grabaciones de alabaos que hizo de una noche de velorio en Muchichí, actualmente corregimiento del municipio de Bagadó, con las cuales nos explicó a Gonzalo de la Torre y a mí su planteamiento sobre la diferencia de tonalidades y coros entre el canto andaguedeño y el canto atrateño. Tales acciones, convertidas en programas comunitarios, deberían ser la base, decía Kunta, de la más feroz lucha antirracista por los derechos de la gente negra del Chocó y de Colombia. El tigre no podía seguir proclamando su tigritud, debía saltar sobre la presa.

Nunca más

No fue fácil la vida de Eulides Blandón García, Kunta Kinte. Compleja desde su niñez, valiente desde su juventud. A pulso, como se dice, Kunta consiguió estudiar unos cuantos semestres de Economía, en la Universidad del Valle, y allí dio comienzo a sus búsquedas políticas y a sus aventuras comerciales de puro y llano rebusque. Aventuras estas que no tenían otro fin que la supervivencia, pero que -con su sonrisa más optimista y la gala de su verbo- Kunta presentaba como pequeñas empresas (hoy las llamarían emprendimientos), gran parte de las cuales llegaban a su fin cuando el surtido terminaba en las manos y en los bolsillos vacíos de sus clientes más necesitados.

Su trasegar político y su militancia le costaron la vida. Kunta Kinte “fue desaparecido un 5 de enero de 1991, en un viaje entre Buenaventura y Cali, nunca se conoció su paradero final”.[7] Nunca más lo volvimos a ver y la mayoría de sus contertulios, amigos y compañeros de charlas y reuniones, de sueños comunes y lecturas compartidas, ni siquiera recordamos la última conversación, el último saludo, el último libro del cual hablamos, la última idea compartida sobre la causa que nos unía… Fue un crimen de Estado. En ello coinciden su biógrafo y amigo Ventura Díaz Ceballos, al igual que todas las fuentes en donde se registra el injusto final de su existencia, trunca a los 42 años que había cumplido hacía un mes cuando los señores de la muerte cometieron ese crimen de lesa afrocolombianidad… “¿Cuándo vuelve el desaparecido? / Cada vez que lo trae el pensamiento / ¿Cómo se le habla al desaparecido? / Con la emoción apretando por dentro”.

Publicación del Acuerdo de Buchadó, firmado en junio de 1987 entre la Asociación Campesina Integral del Atrato, ACIA, Codechocó, el DNP y el proyecto DIAR. La firma de Kunta Kinte (Eulides Blandón García), como representante del Movimiento Cívico, aparece en la fila 5 de la segunda columna, al lado de la de Juan de Dios Mosquera, del Movimiento Cimarrón. FOTO: Archivo El Guarengue.


[1] Periódico Citará N° 12-octubre noviembre 1993. Pág. 5. Sin autor.

[2] En algunas publicaciones aparece 1951 como el año de nacimiento de Eulides Blandón García. Aquí hemos tomado el dato publicado por Ventura Díaz Ceballos.

[3] Ventura Díaz Ceballos (Q.E.P.D.). EULIDES BLANDÓN GARCÍA, KUNTA KINTE 1949-1991. En: HISTORIA PERSONAJES AFROCOLOMBIANOS. 29 de enero de 2022. https://historiapersonajesafro.blogspot.com/2022/

[4] Ibidem.

[5] “This year’s Nobel Prize in literature goes to an African writer, Wole Soyinka from Nigeria. Now in his early fifties, he has a large and richly varied literary production behind him and is in his prime as an author. Swedish Academy. The Permanent Secretary. Press release. October 1986. https://www.nobelprize.org/prizes/literature/1986/press-release/

[6] Juan Manuel Roca. Entre la tigritud y la presa. Conversación con Wole Soyinka. Junio 2005.https://www.festivaldepoesiademedellin.org/es/Revista/ultimas_ediciones/73/soyinka.htm

[7] Ventura Díaz Ceballos (Q.E.P.D.). EULIDES BLANDÓN GARCÍA, KUNTA KINTE 1949-1991. En: HISTORIA PERSONAJES AFROCOLOMBIANOS. 29 de enero de 2022. https://historiapersonajesafro.blogspot.com/2022/

19/05/2025

 Manuel Saturio Valencia, 
el último fusilado en Colombia: 
¿mártir racial o perseguido político? 


-Comentario y prólogo
sobre el nuevo libro de José E. Mosquera-

Imagen de la cubierta y contraportada del libro de José E. Mosquera sobre Manuel Saturio Valencia, y retratos del autor tomados de sus cuentas de Facebook y WhatsApp.

Comentario

Manuel Saturio Valencia fue el último fusilado en Colombia, en el marco de la vigencia legal de la pena de muerte. Su fusilamiento, el 7 de mayo de 1907, en un patíbulo instalado en Quibdó para dar cumplimiento a la sentencia que lo condenó por el delito de incendio premeditado en circunstancias agravantes, se convirtió en un hito de la historia regional del Chocó y de la historia sociojurídica de Colombia; especialmente a partir de las publicaciones de Miguel A. Caicedo, Rogerio Velásquez, Teresa Martínez de Varela, Manuel Zapata Olivella, Rafael Perea Chalá, César E. Rivas Lara, Claudia Leal, Peter Wade y Marvin A. Lewis, que se extienden a lo largo de la segunda mitad del siglo XX.

Estas publicaciones, disímiles entre sí, están inevitablemente unidas por el interés común de establecer el mayor número de verdades sobre un acontecimiento tan oportuno como propicio para tejer los primeros lazos de identidad común en torno a las luchas contra el racismo en el Chocó; a la manera de un mito fundacional cuyo hilo narrativo se estructura alrededor de dichas luchas -siendo la de Saturio la primera- como artífices de una nueva región, agenciada por sujetos históricos antes invalidados por las estructuras excluyentes del poder nacional, regional y local.

Sin ambages, el periodista e investigador chocoano, atrateño, José E. Mosquera, aborda la magnitud de este acontecimiento, su significado y su carácter referencial (desde ciertas perspectivas, reverencial); para ponerlo en el que considera su punto justo, basado en el análisis de documentación sociojurídica, histórica y política que presenta en el libro. En la contraportada del mismo, cuya publicación ha anunciado hace pocos días para -también- dentro de pocos días, José E. resume así la perspectiva de su trabajo investigativo y analítico:

“Manuel Saturio Valencia no fue a la Guerra de los Mil días a defender los intereses del pueblo negro, ni cambios en beneficio de los negros. Fue a la guerra a defender el poder de la hegemonía conservadora. No fue un revolucionario con ideas socialistas, ni un hombre de ideas políticas anarquistas. Fue un auténtico líder político conservador, un consumado defensor de las fuerzas políticas más oscurantistas y reaccionarias de aquella época en Colombia.

 

Su fusilamiento fue un crimen de Estado. La dictadura de Rafael Reyes orquestó un complot político para llevarlo al patíbulo, con el propósito de mandar un mensaje político a las fuerzas opositoras en la región de cero tolerancia con la violencia y con actos que atentaran contra la paz pública. Por eso en el proceso de captura, juzgamiento y condena a la pena de muerte de Manuel Saturio se violó el debido proceso, la Constitución y el Código Penal.

 

La versión de que lo mataron por ser un hombre negro fue una estrategia de desinformación para ocultar que su fusilamiento fue una decisión política de la dictadura para atemorizar a las fuerzas políticas opositoras del régimen personalista y arbitrario que había implantado en Colombia.

Hace más de una década, en un artículo publicado en El Espectador el 20 de mayo de 2013, José E. Mosquera ya había empezado a construir los planteamientos que ahora publica en su libro. “El 7 de mayo se cumplieron 106 años del fusilamiento del “poeta” Manuel Saturio Valencia. La importancia de este pintoresco personaje radica en el hecho que por ser el último colombiano condenado a la pena de muerte se lo ha convertido en icono y mártir de la lucha racial en contra de la opresión “blanca” en Colombia. Su fusilamiento fue un acontecimiento político en el cual el acusado aceptó su culpabilidad. Sin embargo, por conveniencias políticas e ideológicas, se le ha dado una connotación racialista, hasta convertirlo en un mártir de la lucha racial en Colombia”[1].

José E. Mosquera lleva, pues, unos cuantos años relativizando asertos que a fuer de su extraordinario poder simbólico se han convertido en verdades más o menos indiscutibles. “Cada autor ha idealizado a Saturio y ha hecho de él una interpretación de acuerdo con sus propias convicciones políticas e ideológicas… La historia sobre la vida y la trayectoria de Manuel Saturio Valencia se ha estructurado a través de muchas versiones históricas ficticias; de manera que debe ser examinada con otros enfoques más realistas, con más rigor investigativo y con más acervos documentales…”; expresa José E., llanamente y con una franqueza personal y profesional que uno agradece por su enorme valor para los debates sobre un tema tan trascendental y sentido dentro de la historia del Chocó.

Tales debates no se harán esperar, en cuanto esté en circulación y sea leído el libro de José E. Mosquera, cuyo título compuesto apunta a no dejar por fuera de la primera impresión del lector su más genuina intención: “Manuel Saturio Valencia, el último fusilado en Colombia: ¿mártir racial o perseguido político? Una víctima de la dictadura de Rafael Reyes” … De modo que después no se diga del libro ni de su autor lo que ni el uno ni el otro dijeron o pretendieron decir…

En este mismo sentido, he escrito, con la mayor concisión y responsabilidad, el prólogo del libro, a solicitud de José E. Mosquera.

Julio César U. H., mayo 2025

Prólogo

El trabajo recogido en este libro es un aporte sustancial al debate siempre vigente acerca del significado real de la figura de Manuel Saturio Valencia (MSV) en la Historia del Chocó y de Colombia. Directo, a veces crudo, pero siempre intelectualmente honesto, José E. Mosquera parte de preguntarse si MSV fue realmente un mártir de la lucha racial en el Chocó o es más bien un falso mesías creado a partir de la idealización que de él se ha hecho “para glorificarlo más allá de sus justas dimensiones” y elevarlo “a la categoría de ser sobrenatural”.

Por obra y gracia de una conjunción de factores y de autores, a partir de la segunda mitad del siglo pasado, MSV emergió y se fue posicionando como símbolo y figura mítica de las reivindicaciones sociorraciales del pueblo negro del Chocó y como paladín de su defensa, en más de una ocasión con demasía de hipérbole y escasez de sustento histórico. En ese sentido -y este es un tema central cuya veracidad es abordada en este libro-, a MSV se le han atribuido todo tipo de hazañas, incluso logros y acciones que nunca protagonizó, tales como haber sido el primer funcionario judicial negro en América y haber participado en la Guerra de los Mil días como combatiente en pro de la causa negra; cuando la realidad es que -como lo muestra detalladamente José E. Mosquera en el texto-, si bien Manuel Saturio Valencia efectivamente participó de modo destacado en ese conflicto armado interpartidista (liberales vs. conservadores), lo hizo como militante activo y beligerante del conservatismo, para defender la vigencia de la más rancia hegemonía conservadora, cuyo derrocamiento o permanencia en el poder fue el factor preponderante de origen de esta guerra, en cuyo desarrollo poco o nada tuvieron que ver los asuntos raciales.

Dichos asuntos, si bien existían y pesaban en la base de la pirámide de la desigualdad de aquel Chocó básicamente rural y de aquel Quibdó que se estaba configurando como el espacio urbano de referencia para el contacto de la región con el Caribe y el mundo; no fueron los que motivaron la participación de MSV en la guerra, como queda claro en el texto. “Manuel Saturio Valencia no fue a la guerra a defender ninguna causa del pueblo negro, ni cambios en beneficio de los negros, fue a defender la hegemonía conservadora en el poder…”, sostiene categóricamente José E. Mosquera.

De hecho, es claro que aquel Chocó institucionalmente naciente como entidad política y administrativa del periodo republicano de Colombia, a principios del siglo XX, alcanzaría sus primeras glorias y obtendría sus primeros logros, dentro de lo que hoy llamaríamos justicia racial, en el momento en el que la hegemonía conservadora -defendida por MSV- da paso a la república liberal contra la que él peleó, y cuyos aportes a la universalización de la educación pública abrirán para siempre las puertas de la Ilustración a quienes hasta entonces nunca habían tenido acceso democrático a este derecho.

Abordar la figura de Manuel Saturio Valencia desde una perspectiva crítica, confrontando abiertamente -y con fundamentos históricos- “leyendas y ficciones” en torno a su vida y trayectoria, como lo hace José E. en este libro, es un aporte de inestimable valor al enriquecimiento de esta importante página de la Historia del Chocó y a la renovación, franqueza y rigurosidad necesarias en los debates acerca del surgimiento de la conciencia regional, racial, social y territorial del pueblo del Chocó, a partir del hito de la creación de la Intendencia Nacional.

Todo lo anterior, y esta es una virtud del libro de José E., sin menoscabar la figura de Manuel Saturio Valencia, sin restarle importancia; aunque sí desmontándolo del pedestal de la ficción, para situarlo en la palestra de la realidad histórica.

Julio César Uribe Hermocillo
Abril 2025



[1] José E. Mosquera. Manuel Saturio Valencia ¿Mártir o mesías de la lucha racial en Colombia? El Espectador, 20 de mayo de 2013. 

https://www.elespectador.com/colombia/mas-regiones/manuel-saturio-valencia-martir-o-mesias-de-la-lucha-racial-en-colombia-article-423077/

12/05/2025

 Chonto Abigaíl Serna Arriaga 
El cimarrón epistemológico

CHONTO. Archivo El Guarengue.

Al segundo piso de la casa, cuya puerta de entrada rara vez estaba cerrada y cuando lo estaba no lo estaba, pues simplemente estaba entornada, conducían unas escaleras breves y ruidosas por el desajuste de los años. Por lo menos cinco ventanas grandes, con vista a todos los puntos cardinales, se abrían hacia la ciudad. Hacia el sur, la Calle de las Águilas, la antigua cabecera del pueblo y el mercado orillero de los sábados. Hacia el norte, los vestigios extintos de Tambodó, la calle del Pandeyuca y la de Munguidocito. Hacia el oriente, pasando por el andén de la casa donde Guabina componía las sombrillas y paraguas de todo Quibdó, se prolongaba plena la calle central de la Yesca Grande, la 24, que remataba en el puente de García Gómez y se perdía por el camino hacia Istmina. Y hacia el occidente, el Ocho Pisos, a unos cuantos pasos del malecón, de la orilla del río Atrato, de sus atardeceres y de su curso parsimonioso, premonitorio e inatajable hacia los montes donde nació una buena parte de la historia de la reivindicación de los derechos de las comunidades negras del Chocó y de Colombia.

La casa de todos

En esa casa construida a la usanza del viejo Quibdó, con piso y paredes de tabla y techo de zinc, desde la cual podía trazarse una diagonal perfecta hasta la inmensa casa gris donde quedaron durante años sin fin el almacén de los Bechara y el de Martín Henao; vivía Abigaíl Serna Arriaga, quien decidió un día -y así lo hizo-  añadir a su nombre de la cédula de ciudadanía el sobrenombre con el que todo el mundo en el pueblo lo conocía, para pasar a llamarse oficialmente Chonto Abigaíl Serna Arriaga, nacido en Quibdó el 27 de julio de 1949 y fallecido el 29 de enero de 2013.

En esa casa, en la Carrera 4ª #24-07 (2° piso) del barrio Yesca Grande de la ciudad de Quibdó, capital del departamento del Chocó, funcionó durante los dos últimos años de la vida de Chonto el Palenque Creativo del Conocimiento Afrochocoano, PCCA, uno de sus más grandes sueños pedagógicos. Allí mismo, durante su primera semana de existencia administrativa, funcionó el Instituto de Investigaciones Ambientales del Pacífico, IIAP; y durante varios meses tuvo su sede el representante nacional provisional de los beneficiarios de las becas de comunidades negras, un programa cuya creación fue una alegre novedad institucional para la juventud chocoana.

Igualmente, en aquella casa –donde se llevó a cabo una buena parte de la concepción de la Asociación Campesina del Baudó, ACABA, posteriormente Consejo Comunitario General del río Baudó y sus Afluentes– funcionó una oficina de esta histórica organización, durante por lo menos ocho años… Y así, sucesivamente, desde principios de la década de 1980, hasta bien entrado el siglo XXI, en esa casa emblemática -en donde también despuntaron grandes músicos y deportistas, mamagallistas y sanpacheros- se discutieron los grandes tópicos y las diversas expresiones reivindicativas del pueblo negro del Chocó. Chonto había decidido, desde los primeros días de sus andanzas docentes y sus militancias étnicas, ponerla al servicio de la causa afrochocoana, afrocolombiana, afroamericana. De modo que el funcionamiento de instituciones y organizaciones formales y de invenciones de Chonto como el Palenque Creativo, no fue más que la continuidad oficial de lo que ya era un hecho: el segundo piso de esa casa era de propiedad colectiva cuando de adelantar actividades en pro de la causa se trataba.

Urambas

Chonto soñaba que en aquel palenque (el PCCA) se realizara cada semana, los viernes, una uramba[1], es decir, una minga de conocimiento, una juntanza (Chonto ya usaba esta palabra hace más de 30 años), una reunión de contertulios y compañeros de lucha, de ideales; donde se estudiaran y se debatieran los temas estratégicos de la recién nacida causa de los derechos étnicos y territoriales de las comunidades negras del Chocó y de Colombia; además de los tópicos históricos universales, continentales y nacionales que nos ilustraran a todos acerca de por qué con estas comunidades y, en especial en nuestra región y en nuestra ciudad, había sucedido lo que había sucedido: “Es triste ser un esclavizado, pero es más triste no saber por qué”, pregonaba el hombre.

Chonto fue uno de los primeros líderes y pensadores afrochocoanos que trasladó las consignas del también naciente Movimiento Nacional Cimarrón a las aspiraciones locales de los campesinos del Atrato, del San Juan y del Baudó. Por ello, Chonto quería institucionalizar lo que ya era una costumbre en su casa de toda la vida: el diálogo permanente, constante, comprometido, sobre los temas que a todos los contertulios interesaban, más allá de la habladera de paja o de la botadera de corriente. Y a eso fue a lo que llamó PCCA, un sueño que sus amigos, interlocutores y compañeros de luchas celebramos siempre, porque sabíamos que era una especie de estandarización -a lo chontiano- de lo que Chonto había hecho toda la vida: hablar, dialogar, reflexionar, estudiar, descubrir, intuir, proclamar... Más de una persona en Quibdó oyó hablar por primera vez de Frantz Fanon, de Angela Davis, de Manuel Zapata Olivella, de Malcolm X, de Martin Luther King, de Bobby Seale, de Stokely Carmichael, de Patrice Lumumba, de Nelson Mandela, entre otros artífices de tantas y tan significativas revoluciones, por la boca de Chonto, un hombre, un maestro, un líder, que se tomó en serio el estudio de las ciencias sociales (era Licenciado de la UTCH en esta área) al servicio de la causa educativa del pueblo afrochocoano; y que desde su labor docente comenzó a principios de la década de 1980 a poner de presente en el escenario educativo, en instituciones educativas de municipios como Nuquí y Acandí, estos temas que en aquellos tiempo casi nadie tocaba.

Manumisión

Así, por ejemplo, Chonto fue el primer intelectual afrochocoano que, previo estudio minucioso de los intríngulis de la manumisión y de la abolición en Colombia, objetó las glorias absolutas que se le atribuían a estos hitos jurídicos del nacimiento de la afrocolombianidad libre. “La libertad por manumisión es una moral perversa, resultado de una vulgar transacción mercantil entre una persona jurídica (Estado) y una persona natural (tenedor de esclavos), siendo el bien mueble transado el esclavo – negro”[2]; pregonó y escribió Chonto, quien, como lo anotó Jaime Arocha: “con palabras encendidas, tomaba la vocería de su gente para objetar las indemnizaciones que Sergio Arboleda y demás amos de la aristocracia blanca recibían por la mano de obra esclavizada que la abolición les arrebataba”.[3]

Cimarronismo epistemológico

1-Rudecindo Castro Hinestroza, líder histórico del Movimiento Cimarrón, de ACABA y del movimiento social afrocolombiano, primer director del IIAP; amigo, compañero de luchas y cómplice intelectual de Chonto Abigaíl Serna Arriaga. FOTO: “Calle caliente. Memorias de un cimarrón contemporáneo”. 2-La Casa de Chonto, en tiempos de la Constituyente de 1991. FOTO: Periódico Citará.

Como lo dejó consignado en la propaganda política de su campaña al Concejo Municipal de Quibdó para el periodo 2012-2016, que adelantó durante su último año de vida y cuya aspiración electoral no cuajó, Chonto,ocho (8) años antes de la Ley 70/93 venía reivindicando, dentro de la cátedra docente y fuera de ella, el Cimarronismo Epistemológico como ideología política en las Comunidades Afrocolombianas”[4].

Lector y estudioso dedicado, ratón de biblioteca que husmeaba hasta encontrar textos cuyas referencias había visto en el último que estuviera leyendo, Chonto se sobrepuso a la precariedad bibliográfica generalizada de Quibdó; y encontró siempre la manera de hacerse a textos trascendentales para su formación como maestro e intelectual afrochocoano. Así, el pensamiento complejo, del francés Edgar Morin, entre otros textos, alimentó su construcción conceptual del cimarronismo epistemológico, que propondría como método de reflexión y trabajo de las comunidades negras e indígenas del Pacífico colombiano, y desde el cual se autodefiniría en el plano intelectual de su liderazgo y su activismo.

Al respecto, en uno de sus múltiples y siempre documentados ensayos, los cuales escribía a mano -con grandes dificultades por los estragos que en sus manos provocaba progresivamente la artritis reumatoidea- y después entregaba para transcripción a máquina o en computador, cuando los ordenadores empezaron a ser accesibles en Quibdó; Chonto escribió:

“El cimarronismo epistemológico es una de las tan variadas formas que existen de aplicar o entender el método de pensamiento complejo (Morin, 1990), y lo podemos conceptualizar como un salto dialéctico producto de la contradicción no antagónica entre el cimarronismo histórico vs. cimarronismo contemporáneo o sociológico, que es útil a la humanidad de todos los colores para conocer, entender, comprender y transformar estéticamente su realidad objetiva mirada desde la óptica de la economía política afro-indígena-americana… El cimarronismo epistemológico se define filosóficamente como la dialéctica de pensamiento complejo o pensamiento complejo de la dialéctica. Un ejemplo concreto de la aplicación de este cimarronismo intelectual es la redefinición del término o concepto “CIMARRÓN”, ya que si para la historiografía tradicional y oficial significa hombre, persona o individuo que se fugó de la esclavitud, desde el cimarronismo epistemológico significa hombre refractario a la esclavitud para sí y para los demás”.[5]

La infinita generosidad intelectual de Chonto hizo posible que todo aquel que necesitara una luz, por pequeña o grande que fuera, sobre asuntos referentes a las comunidades negras, la encontrara fácilmente a través de una conversación con él, en aquel segundo piso de aquella casa de aquella esquina de aquel barrio de aquella ciudad, a la que solamente bastaba entrar y subir por las cada vez más desvencijadas escaleras. El cimarronismo epistemológico y la etnoeducación fueron siempre las constantes teóricas de sus conversaciones, que confluían en la identidad étnica y cultural.

Etnoeducación

Periódico Citará N° 1-Marzo 1992

En aquellos efervescentes tiempos en los que Quibdó fue el epicentro del nacimiento y desarrollo de las luchas por los derechos de las comunidades negras de Colombia (1983-1993), Chonto fue una de las primeras personas que planteó seriamente la necesidad de que dichas luchas estuvieran orientadas y fundamentadas en principios científicos, racionales, que aportaran sustentos sólidos a las reivindicaciones de identidad. De ahí nació su planteamiento del cimarronismo epistemológico.

Pregonaba Chonto que la nación chocoana y el Chocó biogeográfico eran una mesa de encuentro histórico, entre comunidades, etnias, intelectuales comprometidos, maestros y maestras, campesinos e indígenas, cuyas cuatro patas eran: Territorio, Identidad, Autodeterminación y Cultura. Y que ello debía reflejarse en la educación. De ahí nació su preocupación sistemática, permanente, por la etnoeducación, que pregonó a los cuatro vientos cuando, además de poco interesada, era escasa la audiencia, y eran pocos los maestros dispuestos a tal trabajo; que posteriormente se convertiría -como Chonto alcanzó a advertirlo- en una de las imposturas más comunes para medrar en ciertos escenarios…

Fue enorme su alegría cuando llegué hasta su casa con la primicia -el mismo día en el que la decisión fue ratificada por el entonces Obispo de Quibdó, Jorge Iván Castaño Rubio- de que en Quibdó se llevaría a cabo, del 23 al 28 de junio de 1991, el 5° Encuentro de Pastoral Afroamericana, 5° EPA, cuya sede para Quibdó habíamos propuesto y obtenido en Limón (Costa Rica), en el 4° EPA, el Padre Napo, Estela Moreno y yo; y que sus temas centrales serían la etnoeducación y la educación popular. 

"Bienvenida sea a esta orilla del Atrato la negramenta de Afroamérica", dijo Chonto sonriente cuando le conté que en el 5° EPA participarían delegaciones de casi todos los países del continente.

Pensamiento chontiano

Durante por lo menos tres décadas de trabajo intelectual, en una búsqueda honesta de verdades que a las ciencias sociales aún les seguían siendo esquivas, Chonto Abigaíl Serna Arriaga alcanzó a construir un corpus respetable y sólido de pensamiento propio, útil para la cimentación de la causa étnica y territorial del pueblo afrochocoano, afrocolombiano, afroamericano; y útil para la necesaria discusión y debate de diversos temas involucrados en la construcción de dicha causa y del movimiento social nacido de ella.

A ese corpus de reflexiones e ideas de Chonto, que no transitó por las usualmente endogámicas ceremonias del escenario académico formal y sus rituales autopromocionales, es al que podemos llamar Pensamiento Chontiano, fundamentado en el Cimarronismo Epistemológico; cuyo propósito básico siempre fue darle profundidad y solidez al movimiento rural de las comunidades negras en el Chocó y Colombia, y suscitar un movimiento intelectual de apoyo y fundamentación, que Chonto se murió sin ver.

Del Pensamiento Chontiano hacen parte sus ensayos sobre la libertad por manumisión y su significado sociopolítico y psicosocial para las comunidades negras del Pacífico colombiano; sus análisis sobre las implicaciones del reconocimiento étnico en el Artículo Transitorio 55 de la Constitución política de Colombia, de 1991, y de la Ley 70 de 1993 o ley de comunidades negras; su idea de “los chocoanos como un viejo grupo étnico invisibilizado”; su “Método de beligerancia (semióticamente = deliberancia estratégica)”, como propuesta para tramitar las discusiones internas y formar facilitadores étnicos asertivos; su propia disquisición -desde el Cimarronismo Epistemológico- sobre el tema que había puesto en boga el Maestro Carlos Arturo Caicedo Licona (Por qué los negros somos así…): “¿por qué las personas negras colectiva e individualmente somos así? Nosotros, a diferencia del profesor Licona, analizamos este problema desde un enfoque inductivo-deductivo dialéctico”. Y su bandera cumbre, que ondeó hasta el final de sus días: el Movimiento Popular Revolucionario por la Independencia del Chocó, RICHO (República Independiente del Chocó), cuya plataforma quedó consignada en el ensayo “50 razones por las cuales los chocoanos debemos educarnos y prepararnos para ser una república independiente”, escrito hace más de veinte años… Y decenas de textos más que habría que recoger del reguero de la internet y de los archivos impresos que aún pudieran existir, al igual que de sus escritos de aquella época en la prensa local de Quibdó (periódicos Chocó 7 días y Citará).

Una compilación decentemente editada, como lo merece el trabajo intelectual de Chonto, que abarca por lo menos tres decenas de artículos publicables, también podría formar parte de la Biblioteca de la Chocoanidad, que desde El Guarengue no nos cansaremos de proponer y de plantear.

“Es preferible aguantar hambre de pie que comer arrodillado”

El periodista quibdoseño Gonzalo Díaz Cañadas escribió aquel 29 de enero de 2013: “Se nos fue esta mañana el amigo y compañero de luchas Chonto Abigaíl Serna Arriaga… Gran amigo, buen chocoano, maestro, etnoeducador, filósofo, pedagogo, Chonto fue un combatiente de primer orden de la causa cimarrona, inconforme, rebelde y contestatario con causa y argumentos… Una pérdida irreparable para el pueblo afropacífico, para su familia y sus amigos. Se nos fue con su filosofía chontiana el último Cimarrón… Contrario a muchos líderes y dirigentes afrocolombianos, nunca se arrodilló, nunca se torció, nunca se rindió…”. 

Chonto con su amigo Jairo Varela. FOTO: Hemeroteca del Chocó. Chonto (de sombrero) con parte de su gallada quibdoseña de toda la vida. FOTO: Facebook.

Es estrictamente cierto lo dicho por Gonzalo sobre Chonto. Me consta. Y me honra haber sido también su amigo y contertulio, en aquellas épocas en las que Chonto Abigaíl nos convenció a todos de que “es preferible aguantar hambre de pie que comer arrodillado”. Mismos tiempos en los que, en una ñapa y una ñapita a sus 50 razones para constituir la República Independiente del Chocó, escribió: “Colombia, en vez de haber sido una buena madre para los chocoanos, lo que ha sido es la peor de las madrastras…” y “la mirada que el Estado colombiano siempre le ha dirigido al Chocó y al Pacífico en general ha sido la de un padrastro que odia al entenado”.


[1] Uramba: unión, juntanza, minga. La uramba es una unión o minga. En este caso, una juntanza para hablar de impactos y resistencias de las comunidades negras, afrocolombianas, raizales y palanqueras, durante el conflicto armado colombiano.

Comisión de la Verdad. https://web.comisiondelaverdad.co/actualidad/noticias/uramba-union-juntanza-minga

[2] Chonto Abigaíl Serna Arriaga. Las Comunidades Negras del Pacífico Colombiano frente a la libertad por Manumisión desde la perspectiva del Cimarronismo Epistemológico. 1991.

[3] Jaime Arocha. Angolas y no Sergios. Credencial, mayo 2021.

[4] En: POR QUÉ VOTAR POR CHONTO AL CONCEJO MUNICIPAL DE QUIBDÓ. MARQUE EN EL TARJETÓN EL “AMARILLO POLLITO”. Nº 4. 2011.

[5] Chonto Abigaíl Serna Arriaga. Las Comunidades Negras del Pacífico Colombiano frente a la libertad por Manumisión desde la perspectiva del Cimarronismo Epistemológico. 1991.

05/05/2025

 In memoriam 
Jorge Iván Castaño Rubio: 
el Obispo que renovó la Iglesia de Quibdó

FOTO: Misioneros Claretianos Colombia - Venezuela

“Con este querido pueblo negro y también indígena viví los mejores años de mi episcopado. […] Con el pueblo que Dios me dio aprendí a redescubrir el sentido de la vida y de la muerte. Y aunque algunas de sus tradiciones pueden y deben ser iluminadas por el Evangelio, debo reconocer que al haber convivido con su gente tantos años muchos esquemas de mi cabeza cambiaron o se enriquecieron con los valores de un pueblo noble y creyente. […] Cuando en el año 1983 fui nombrado obispo, puse en mi escudo episcopal el texto de Isaías, asumido por Jesús, según nos cuenta el evangelista Lucas: “Evangelizare pauperibus misit me”. El señor me envió a evangelizar los pobres. Hoy, tendría que escribir: “El Señor me envió a ser evangelizado por los pobres”. Jorge Iván Castaño Rubio, 2001.[1]

En la noche del jueves 1° de mayo de 2025, falleció en Medellín Monseñor Jorge Iván Castaño Rubio, quien fuera Obispo de Quibdó durante 18 años, primero como Vicario Apostólico entre el 6 de junio de 1983 y el 30 de abril de 1990, y después -a partir de esta última fecha, en la cual Juan Pablo II elevó el vicariato a la categoría de diócesis- como primer obispo diocesano, cargo que ejercería hasta el 16 de febrero de 2001, cuando fue nombrado Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de Medellín, en donde ejerció hasta su retiro forzoso por razones de edad, el 25 de noviembre de 2010, cuando su renuncia fue aceptada por el papa Benedicto XVI.

Renovación eclesial

Jorge Iván Castaño Rubio (Montebello-Antioquia, 25 de noviembre de 1935) ejerció las dos terceras partes de su episcopado en la jurisdicción eclesiástica de Quibdó, y trajo consigo -hasta estos lares del Atrato- las novedades del Concilio Vaticano II y de las conferencias episcopales latinoamericanas de Medellín (1968) y Puebla (1979). Antes de su llegada, el Vicariato Apostólico de Quibdó, marcado por el talante del obispo Pedro Grau Arola, prácticamente solo había acogido las novedades eclesiásticas formales, como la celebración de misa y sacramentos bajo los nuevos esquemas rituales, donde el celebrante ya no estaría de espaldas a la gente y todos los ritos se celebrarían en lengua vernácula (español, en nuestro caso) y no en latín. Mientras que documentos trascendentales emanados del Concilio, como la Constitución Pastoral “Gaudium et Spes. Sobre la Iglesia en el mundo actual”, promulgada por Pablo VI al cierre del concilio, el 7 de diciembre de 1965; casi veinte años después, no pasaban de ser simples temas de conversación entre unos pocos sacerdotes locales, uno de los cuales, el padre Rodrigo Maya Yepes, que había sido ordenado por Pablo VI en 1968, sí adelantaba una gran labor de difusión de la nueva doctrina pastoral y social de la iglesia entre los estudiantes de la Normal Superior de Quibdó y entre los grupos apostólicos de su parroquia.

Sin embargo, y aún a riesgo de la profunda molestia del obispo Grau Arola; desde 1979, en Beté, zona del Medio Atrato, un misionero solitario, con su equipo de trabajo conformado por un grupo de mujeres, del movimiento de Seglares Claretianas, había empezado a llevar a la práctica las nuevas formas de ser iglesia promulgadas por el Vaticano II y los documentos de Medellín y Puebla, especialmente en cuanto a la opción preferencial por los pobres y la promoción de nuevas formas de participación intraeclesial. Se trataba del misionero claretiano chocoano Gonzalo de la Torre, quien había sido superior provincial de Jorge Iván Castaño, así como este había sido su superior provincial, en la congregación claretiana; de modo que su encuentro, ahora en la misma iglesia local, en el mismo territorio y con la misma gente, produciría no pocos y provechosos frutos para el futuro del Vicariato, de la Diócesis, de la Misión claretiana del Medio Atrato, y particularmente de la historia de las comunidades negras y los pueblos indígenas del Chocó.

Los obispos Grau Arola y Castaño Rubio
acompañados de seminaristas mayores 
y sacerdotes del Vicariato de Quibdó. 1984
FOTO: Cortesía Padre Napo.

Una declaración histórica

En 1983, las empresas madereras que ya habían depredado los bosques de cativo del Bajo Atrato empezaron a hacer inventarios forestales en los bosques del Medio Atrato, como parte de su empeño por conseguir un permiso de explotación en esta nueva área del Chocó. Ese mismo año, como comienzo del trabajo pastoral del nuevo Obispo, Jorge Iván Castaño Rubio, el Vicariato Apostólico de Quibdó -uno de cuyos equipos misioneros trabajaba con comunidades que tenían por morada ancestral aquellos codiciados bosques- proclamó públicamente las bases de su Plan de Pastoral; las cuales se resumían en su opción fundamental por la vida, bien fundamental en cuya defensa -según la histórica declaración- la Iglesia asumía un decidido compromiso con los pobres y oprimidos, con una evangelización liberadora, con las comunidades eclesiales de base y las organizaciones comunitarias de base, con la defensa de los recursos naturales y con una iglesia inculturada. La coincidencia de estos dos disímiles hechos -el intento depredador de la industria maderera y la promulgación del Plan de Pastoral del Vicariato- condujo a las comunidades campesinas del Medio Atrato a movilizarse intensamente en pro de generar su propio proceso organizativo, que desembocaría en la creación -en 1987- de la Asociación Campesina Integral del Atrato, ACIA, que junto a sus pares: ACABA (Asociación Campesina del Baudó) y ACADESAN (Asociación Campesina del San Juan), trabajarían conjuntamente para lograr la inclusión del Artículo Transitorio 55 en la Constitución Política de 1991 y la expedición de la Ley 70 de 1993, piezas jurídicas pioneras en cuanto al reconocimiento de las comunidades negras como sujetos históricos de derecho en el ordenamiento legal de Colombia.

500 años después

Así, entre 1987 y 1993, con la aprobación y puesta en marcha del Plan de Pastoral del Vicariato Apostólico de Quibdó y sus opciones pastorales, no hubo templo ni casa cural, salón de reuniones ni escuela a cargo de la iglesia que no fuera puesto al servicio de la causa de reivindicación del pueblo afrochocoano; mientras se mantenía el apoyo decidido a la creación, ampliación y saneamiento de resguardos indígenas, el fortalecimiento de la que entonces era su única organización regional, la OREWA, y la reconversión de los internados indígenas en centros de educación bilingüe y posteriormente de etnoeducación o educación propia… Los pueblos étnicos del Chocó habían encontrado en la iglesia, quinientos años después, una aliada inmejorable.

En curso de dichas luchas, y como muestra del talante del Obispo Jorge Iván, se produjo un hecho insólito, que quizás sea inédito en la historia de la iglesia universal. A solicitud de los líderes de las nacientes organizaciones étnicas afrochocoanas, el obispo les dio permiso a las comunidades para que se tomaran la Catedral San Francisco de Asís, de Quibdó, durante los días que fueran necesarios, como parte de una protesta destinada a presionar a los constituyentes de 1991 para que incluyeran en el nuevo texto constitucional de Colombia el reconocimiento de los derechos étnicos y territoriales de las comunidades negras del país, que incluía también la toma de la Alcaldía de Quibdó y de las oficinas del Incora. Su única condición fue el respeto irrestricto de los ocupantes hacia los símbolos sagrados y el orden y aseo necesarios para el propio bien de la gente y del templo. 

Catedral de Quibdó.
Marzo 2025.
FOTO: Julio César U. H.
Los enemigos del movimiento étnico, especialmente aquellos grupos anclados en la iglesia preconciliar, los mismos que habían llegado al extremo de quejarse ante la Nunciatura Apostólica porque el obispo Jorge Iván había traído a Quibdó al pintor sacro vivo de mayor reconocimiento universal, Maximino Cerezo Barredo, para que en un tríptico mural en el ábside de dicha catedral plasmara la historia de la evangelización en América Latina; elevaron sus voces en contra no solamente de las reivindicaciones étnicas y territoriales de la Asociación Campesina Integral del Atrato, ACIA, sino también en contra del apoyo que la nueva estructura pastoral del vicariato le daba a esta organización y a todo el movimiento. 

El poeta de la chocoanidad, Miguel A. Caicedo, terciaría en tan ominosa disputa con un par de poemas históricos sobre la dignidad y la conciencia negra: Llorá, negrito, llorá, y Epístola de San Antonio... Sin embargo, aún en la actualidad, curas y feligreses de la catedral, juntas franciscanas y otros grupos más, se esmeran por mantener ocultos con trapos y telones de burda utilería los tres murales de Cerezo Barredo, como si taparlos borrara la historia que en ellos está plasmada, y sin siquiera fijarse en los daños que año tras año han ocasionado a una obra de arte que en otros contextos es admirada y elogiada como una de las más grandes de la contemporaneidad del arte sacro. Del mismo modo que a la imagen de madera de San Francisco de Asís, que data del siglo XVIII y tiene carácter patrimonial por su categoría de Bien de interés cultural del ámbito nacional, le han adosado un adefesio enmarcado que parece sacado de un devocionario de baratija de ventorrillo callejero o de una página fantasma de Facebook; terminando así de afear y deslucir la escena del altar, el ábside y el presbiterio del templo.

El 5° EPA: etnoeducación y educación popular

Periódico CITARÁ N° 1.
Marzo de 1992.

Otro acontecimiento histórico del episcopado de Jorge Iván Castaño Rubio fue la realización en Quibdó (23-28 de junio de 1991) del 5° Encuentro de Pastoral Afroamericana, que tuvo como tema Hacia un proyecto afroamericano de educación liberadora, en torno al cual se reunieron 220 participantes de iglesias locales de Brasil, Colombia, Costa Rica, Ecuador, Panamá y Venezuela, quienes -a tono con la campaña del Telegrama Negro, que exigía a la Constituyente el reconocimiento étnico de las comunidades negras de Colombia- publicaron y enviaron a las autoridades nacionales el siguiente mensaje:

Al Señor presidente de la República de Colombia, a los Señores presidentes y miembros de la Asamblea Nacional Constituyente de Colombia, a los medios de comunicación y a la opinión pública.

Los 220 participantes en el 5° Encuentro de Pastoral Afroamericana (5°EPA), reunidos en Quibdó-Chocó del 23 al 28 de junio del año en curso, provenientes de las diferentes regiones afroamericanas de Colombia: Nariño, Cauca, Valle, Chocó, Costa Atlántica y del Caribe, respaldados por los hermanos afroamericanos de Costa Rica, Panamá, Brasil, Ecuador y Venezuela, declaramos que: 1. Los afroamericanos nos reconocemos como grupo étnico. 2. Pedimos a la Asamblea Nacional Constituyente que el articulado definitivo sobre territorios étnicos se defina como "TERRITORIOS INDÍGENAS Y AFROAMERICANOS". 3. Lo que solicitamos no es un favor, ni una limosna, sino un acto de justicia histórica en beneficio de los 3.5 millones de afroamericanos desconocidos legalmente y marginados durante 470 años.[2]

“Nuestro interés por todo lo que fue, es y será el pueblo negro en América Latina es vital, no superficial o simplemente folclórico”, proclamó el obispo Jorge Iván en su discurso de inauguración y bienvenida del 5° EPA; un evento cuya reflexión sistemática abría un nuevo camino en el Chocó y Colombia, el de la educación propia, la etnoeducación y la educación popular, como herramientas y procesos de cambio para la construcción de condiciones dignas de vida para las comunidades.

De puertas y ventanas abiertas

Vida, cultura, territorio, organización, el pueblo como sujeto histórico…una nueva perspectiva y una nueva forma de ser iglesia, impensable antes de aquel plan de pastoral promovido por Jorge Iván Castaño Rubio para el Vicariato y la Diócesis de Quibdó. En ese sentido, un mensaje de los integrantes de los equipos evangelizadores del Vicariato, con motivo de los cinco años de episcopado de Jorge Iván, con fecha 21 de agosto de 1988, anotaba: “Al llegar usted como Obispo, encontró una Iglesia donde cada agente de pastoral y cada grupo trabajaban a golpes de intuición, siguiendo los dictados de su conciencia y haciendo lo que cada uno creía que debía hacer para contribuir al bienestar del pueblo chocoano y a su evangelización. Unos acertaban, otros no. Algunos lograban cambios significativos, otros pasaban desapercibidos por falta de claridad y concreción en sus objetivos y en sus acciones”[3].

Escudo episcopal de Jorge Iván Castaño Rubio,
diseñado por Maximino Cerezo Barredo.
Archivo El Guarengue.

Las opciones pastorales y el plan de trabajo promovidos por Jorge Iván como obispo no solamente fueron una ventana abierta, a la manera de lo expresado por el papa Juan XXIII en sus anuncios preliminares acerca de la realización del Concilio Vaticano II, que revolucionaría la iglesia universal: «Quiero abrir las ventanas de la Iglesia para que podamos ver hacia afuera y los fieles puedan ver hacia el interior»; sino que fueron también una apertura paulatina hacia adentro y hacia afuera de las puertas de una iglesia que, si bien había hecho aportes significativos en diversos campos de la vida chocoana, como la educación primaria y secundaria, vivía la mayor parte del tiempo entre las cuatro paredes de sus casas curales, sus oficinas y su “convento”, como se denominó desde siempre a la hasta ese momento inaccesible sede del Vicariato y de la Diócesis. Tal apertura también fue reconocida por los evangelizadores de Quibdó en la comunicación al Obispo Jorge Iván con motivo de los cinco años de su presencia y su trabajo en la región: “La Pastoral integral que usted ha impulsado y apoyado responde cada vez con mayor eficacia a la problemática situación del Chocó, en virtud de la ejecución del Plan de Pastoral y la asunción de la Opción fundamental por la vida, que es el eje del mismo y que se expresa y explicita en las seis opciones: por los pobres y oprimidos, por una evangelización liberadora, por las comunidades eclesiales de base, por las organizaciones populares, por la defensa de los recursos naturales y por una iglesia inculturada. Este conjunto de planteamientos, programas y acciones, que se ha ido consolidando durante los cinco años de su servicio pastoral en el Vicariato de Quibdó, es una muestra de Iglesia viva y actuante, presente y constante, al lado del pueblo aquí y ahora, sin retrocesos ni temores”.[4]

El Obispo Jorge Iván abrió las puertas del “convento” de la Carrera Primera de Quibdó, engalanó los claustros del primer piso del edificio con una colección de obras originales del original pintor Fredy Sánchez Caballero (Rostros de América Latina); acondicionó sus instalaciones y amplios salones para que fueran útiles como oficinas y lugares de reunión y de trabajo para el desarrollo del Plan de pastoral, cuya coordinación y seguimiento hacía personalmente, con el concurso de un Consejo de Pastoral ampliamente representativo de los equipos evangelizadores y de sectores externos a la iglesia, como el sector académico.

Una mirada regional

Con ese horizonte de trabajo, el Obispo Jorge Iván apoyó y promovió durante su primera década de episcopado los procesos que conducirían al reconocimiento constitucional y legal de la etnicidad de las comunidades negras, su cultura ancestral y la propiedad colectiva de sus territorios, así como los demás derechos reconocidos y consagrados en la Ley 70 de 1993. E influyó en sus colegas de episcopado de los entonces vicariatos de Buenaventura y Tumaco y la entonces prefectura apostólica de Guapi, para que asumieran también la causa de los derechos étnicos y territoriales de las comunidades negras; e incluso consiguió recursos para poner en marcha un programa de coordinación de acciones pastorales entre estas jurisdicciones eclesiásticas, con el propósito de ampliar las perspectivas y obtener una mirada regional del Pacífico étnico de Colombia, sin que se perdiera la especificidad e identidad de cada una de las subregiones.

Pastoral social para el desarrollo local

Todo aquello fue posible con recursos que el Obispo Jorge Iván obtuvo de Misereor, una obra episcopal de la Iglesia católica alemana para la cooperación al desarrollo; que financió durante más de una década un ambicioso y completo programa de pastoral social y desarrollo campesino, que no solamente facilitó la logística y conformación de equipos evangelizadores más integrales y competentes, sino que hizo posible el desarrollo de acciones en áreas de trabajo como alfabetización, educación popular y etnoeducación; salud comunitaria y popular; proyectos económicos comunitarios; comunicación social; y formación permanente de los evangelizadores y líderes comunitarios sin distingos de rango o investidura dentro de la estructura eclesiástica.

Clero afrochocoano

Esta perspectiva de trabajo en torno a la identidad étnica y cultural de las comunidades influyó en el crecimiento de las llamadas vocaciones nativas, es decir, en la presencia de un número cada vez mayor de jóvenes afrochocoanos interesados en ser sacerdotes para unirse a esta causa eclesial tan cercana al pueblo. De modo que cada vez fue menos extraordinario y más común ver la iglesia local del Vicariato y la Diócesis de Quibdó en manos de sacerdotes afrochocoanos oriundos de distintos puntos de la geografía regional.

Derechos humanos

El posicionamiento del Vicariato y, posteriormente, de la Diócesis de Quibdó como una institución al servicio del pueblo chocoano y de la defensa de los derechos humanos es también parte del legado de Monseñor Jorge Iván Castaño Rubio durante sus 18 años de episcopado en el Chocó. Gracias al respeto y el reconocimiento que en ese campo se ganó la iglesia diocesana, fue posible prevenir o evitar -y eso ya es mucho decir- mayores y más horrendas tragedias y crímenes de lesa humanidad en contra de las comunidades, así como atender debidamente las crisis humanitarias que el conflicto armado fue trayendo a la región; mientras simultáneamente se daba continuidad al trabajo de empoderamiento de las organizaciones étnicas como sujetos autónomos de su propia defensa humanitaria y territorial.

Poeta y pintor

Crucifixión.
Pintura de Jorge Iván
Castaño Rubio.

Doctor en Teología, entre otros títulos académicos, el Obispo Jorge Iván era un humanista integral, que del mismo modo que dominaba las ciencias propias de su condición religiosa, sacerdotal y episcopal, se movía con bastante soltura en campos como la literatura nacional, latinoamericana y universal, de la cual era buen lector e incluso crítico; la música clásica y popular; y la pintura sagrada y no sagrada. Además, escribía poesía y pintaba con habilidad y talento, dos dones casi secretos que solamente en ocasiones y a personas especiales revelaba.

Un obispo del pueblo

Aunque su refinamiento y finura en cuanto a modales, expresiones y formas protocolarias, y la pulcritud de su sencillo vestuario, producto de su educación familiar y de su trayectoria por centros educativos y escenarios eclesiales de Europa y América, indicaran lo contrario; el Obispo Jorge Iván tuvo siempre suficiente sensibilidad y empatía con la gente, con las comunidades, con los líderes, hombres, mujeres, con cuyas preocupaciones cotidianas se solidarizaba naturalmente. Fruto de su firme creencia en las verdades del magisterio y la doctrina de la iglesia, en las cuales era todo un experto, y en los imperativos bíblicos, como las bienaventuranzas, el Obispo Jorge Iván se tomaba en serio las consecuencias prácticas de dichas fuentes de su fe y de su ejercicio pastoral; y de allí provenía su enorme capacidad de identificarse con las realidades de los pueblos y comunidades del Chocó, en donde trabajo 18 de sus 27 años de episcopado. Era, pues, de verdad y aunque no lo pareciera, un obispo del pueblo, convencido de que la defensa de la vida y las opciones pastorales que se desprendían de dicho compromiso, y el trabajo pastoral planificado y riguroso, eran el camino correcto para construir el reino de Jesús, la nueva sociedad. De ahí el carácter de compromiso casi sagrado que le dio Jorge Iván a la realización anual de la Asamblea de Pastoral, con participación multitudinaria de todos los equipos de trabajo, y a la reunión mensual del Consejo de Pastoral como organismo de apoyo a su ejercicio episcopal; dos escenarios de profunda alegría y de valiosa diversidad.

Gratitud

Tenían razón sus estudiantes del ITEPAL, Instituto Teológico-Pastoral para América Latina, del CELAM, donde el obispo Castaño Rubio era profesor cuando el papa Juan Pablo II lo nombró Vicario Apostólico de Quibdó. En un mensaje de saludo, con motivo de su nombramiento, le manifestaron: “El espíritu Santo, que a veces se equivoca en estos menesteres de mitras, parece que en tu caso no se equivocó… Tus amigos no estamos tristes porque te vas, ya que al fin y al cabo todos tendremos que levantar la tienda como el beduino. Más bien nos sentimos contentos porque sabemos que una porción de la Iglesia va a estar en buenas manos”.[5]

“…Que sepan los chocoanos que los quiero con toda el alma y que estoy dispuesto a gastar mi vida por hacerles el bien y acercarlos más a Dios. Esa es la misión que me ha dado Jesús; esa es desde hoy mi más grata obligación y tarea”, expresó Jorge Iván Castaño Rubio, en su ceremonia de consagración episcopal, el 6 de agosto de 1983, en la Catedral de Medellín. Es evidente que cumplió con creces su palabra.



[1] Jorge Iván Castaño Rubio: Un pequeño testimonio personal; en su artículo TEOLOGÍA Y VIDA DE LA IGLESIA EN ALGUNOS MOMENTOS SIGNIFICANTES DEL CONTINENTE LATINOAMERICANO, 2001. En: Un Obispo en una época de cambios. La Iglesia del Vaticano II en Quibdó. Jorge Iván Castaño Rubio, cmf. Pensamiento y Obra. Jesús Alfonso Flórez López (editor). Primera edición, 2012. 656 pp. Pág. 427-443.

https://librosypublicaciones.uniclaretiana.edu.co/index.php/Librosypublicaciones/catalog/book/13   

[3] En: Un Obispo en una época de cambios. La Iglesia del Vaticano II en Quibdó. Jorge Iván Castaño Rubio, cmf. Pensamiento y Obra. Jesús Alfonso Flórez López (editor). Primera edición, 2012. 656 pp. Pág. 387.

https://librosypublicaciones.uniclaretiana.edu.co/index.php/Librosypublicaciones/catalog/book/13

[4] Ibidem, pág. 390.

[5] Ibidem, pág. 25.