In memoriam
Jorge Iván Castaño Rubio:
el Obispo que renovó la Iglesia
de Quibdó
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FOTO: Misioneros Claretianos Colombia - Venezuela |
“Con este querido pueblo negro y también indígena viví
los mejores años de mi episcopado. […] Con el pueblo que Dios me dio aprendí a
redescubrir el sentido de la vida y de la muerte. Y aunque algunas de sus
tradiciones pueden y deben ser iluminadas por el Evangelio, debo reconocer que
al haber convivido con su gente tantos años muchos esquemas de mi cabeza
cambiaron o se enriquecieron con los valores de un pueblo noble y creyente. […]
Cuando en el año 1983 fui nombrado obispo, puse en mi escudo episcopal el texto
de Isaías, asumido por Jesús, según nos cuenta el evangelista Lucas:
“Evangelizare pauperibus misit me”. El señor me envió a evangelizar los pobres.
Hoy, tendría que escribir: “El Señor me envió a ser evangelizado por los
pobres”. Jorge Iván Castaño Rubio, 2001.
En la noche del jueves
1° de mayo de 2025, falleció en Medellín Monseñor Jorge Iván Castaño Rubio,
quien fuera Obispo de Quibdó durante 18 años, primero como Vicario
Apostólico entre el 6 de junio de 1983 y el 30 de abril de 1990, y después -a partir
de esta última fecha, en la cual Juan Pablo II elevó el vicariato a la
categoría de diócesis- como primer obispo diocesano, cargo que ejercería hasta
el 16 de febrero de 2001, cuando fue nombrado Obispo Auxiliar de la
Arquidiócesis de Medellín, en donde ejerció hasta su retiro forzoso por razones
de edad, el 25 de noviembre de 2010, cuando su renuncia fue aceptada por el
papa Benedicto XVI.
Renovación eclesial
Jorge Iván Castaño
Rubio (Montebello-Antioquia, 25 de noviembre de 1935) ejerció las dos terceras
partes de su episcopado en la jurisdicción eclesiástica de Quibdó, y trajo consigo
-hasta estos lares del Atrato- las novedades del Concilio Vaticano II y de las
conferencias episcopales latinoamericanas de Medellín (1968) y Puebla (1979).
Antes de su llegada, el Vicariato Apostólico de Quibdó, marcado por el talante
del obispo Pedro Grau Arola, prácticamente solo había acogido las novedades
eclesiásticas formales, como la celebración de misa y sacramentos bajo los
nuevos esquemas rituales, donde el celebrante ya no estaría de espaldas a la
gente y todos los ritos se celebrarían en lengua vernácula (español, en nuestro caso) y no en latín. Mientras que documentos trascendentales emanados del
Concilio, como la Constitución Pastoral “Gaudium et Spes. Sobre la
Iglesia en el mundo actual”, promulgada por Pablo VI al cierre del concilio, el
7 de diciembre de 1965; casi veinte años después, no pasaban de ser simples
temas de conversación entre unos pocos sacerdotes locales, uno de los cuales, el
padre Rodrigo Maya Yepes, que había sido ordenado por Pablo VI en 1968, sí adelantaba
una gran labor de difusión de la nueva doctrina pastoral y social de la iglesia
entre los estudiantes de la Normal Superior de Quibdó y entre los grupos apostólicos de su
parroquia.
Sin embargo, y aún a
riesgo de la profunda molestia del obispo Grau Arola; desde 1979, en Beté, zona
del Medio Atrato, un misionero solitario, con su equipo de trabajo conformado
por un grupo de mujeres, del movimiento de Seglares Claretianas, había empezado
a llevar a la práctica las nuevas formas de ser iglesia promulgadas por el
Vaticano II y los documentos de Medellín y Puebla, especialmente en cuanto a la
opción preferencial por los pobres y la promoción de nuevas formas de
participación intraeclesial. Se trataba del misionero claretiano chocoano
Gonzalo de la Torre, quien había sido superior provincial de Jorge Iván
Castaño, así como este había sido su superior provincial, en la congregación
claretiana; de modo que su encuentro, ahora en la misma iglesia local, en el
mismo territorio y con la misma gente, produciría no pocos y provechosos frutos
para el futuro del Vicariato, de la Diócesis, de la Misión claretiana del Medio
Atrato, y particularmente de la historia de las comunidades negras y los
pueblos indígenas del Chocó.
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Los obispos Grau Arola y Castaño Rubio acompañados de seminaristas mayores y sacerdotes del Vicariato de Quibdó. 1984 FOTO: Cortesía Padre Napo. |
Una declaración
histórica
En 1983, las empresas
madereras que ya habían depredado los bosques de cativo del Bajo Atrato
empezaron a hacer inventarios forestales en los bosques del Medio Atrato, como
parte de su empeño por conseguir un permiso de explotación en esta nueva área
del Chocó. Ese mismo año, como comienzo del trabajo pastoral del nuevo Obispo,
Jorge Iván Castaño Rubio, el Vicariato Apostólico de Quibdó -uno de cuyos
equipos misioneros trabajaba con comunidades que tenían por morada ancestral aquellos
codiciados bosques- proclamó públicamente las bases de su Plan de Pastoral; las
cuales se resumían en su opción fundamental por la vida, bien fundamental en
cuya defensa -según la histórica declaración- la Iglesia asumía un decidido
compromiso con los pobres y oprimidos, con una evangelización liberadora, con
las comunidades eclesiales de base y las organizaciones comunitarias de base, con
la defensa de los recursos naturales y con una iglesia inculturada. La
coincidencia de estos dos disímiles hechos -el intento depredador de la
industria maderera y la promulgación del Plan de Pastoral del Vicariato- condujo
a las comunidades campesinas del Medio Atrato a movilizarse intensamente en pro
de generar su propio proceso organizativo, que desembocaría en la creación -en
1987- de la Asociación Campesina Integral del Atrato, ACIA, que junto a sus
pares: ACABA (Asociación Campesina del Baudó) y ACADESAN (Asociación Campesina
del San Juan), trabajarían conjuntamente para lograr la inclusión del Artículo Transitorio
55 en la Constitución Política de 1991 y la expedición de la Ley 70 de 1993, piezas jurídicas
pioneras en cuanto al reconocimiento de las comunidades negras como sujetos
históricos de derecho en el ordenamiento legal de Colombia.
500 años después
Así, entre 1987 y 1993,
con la aprobación y puesta en marcha del Plan de Pastoral del Vicariato
Apostólico de Quibdó y sus opciones pastorales, no hubo templo ni casa cural,
salón de reuniones ni escuela a cargo de la iglesia que no fuera puesto al
servicio de la causa de reivindicación del pueblo afrochocoano; mientras se
mantenía el apoyo decidido a la creación, ampliación y saneamiento de
resguardos indígenas, el fortalecimiento de la que entonces era su única
organización regional, la OREWA, y la reconversión de los internados indígenas en
centros de educación bilingüe y posteriormente de etnoeducación o educación
propia… Los pueblos étnicos del Chocó habían encontrado en la iglesia, quinientos
años después, una aliada inmejorable.
En curso de dichas
luchas, y como muestra del talante del Obispo Jorge Iván, se produjo un hecho
insólito, que quizás sea inédito en la historia de la iglesia universal. A
solicitud de los líderes de las nacientes organizaciones étnicas afrochocoanas,
el obispo les dio permiso a las comunidades para que se tomaran la Catedral San
Francisco de Asís, de Quibdó, durante los días que fueran necesarios, como
parte de una protesta destinada a presionar a los constituyentes de 1991 para
que incluyeran en el nuevo texto constitucional de Colombia el reconocimiento
de los derechos étnicos y territoriales de las comunidades negras del país, que incluía también la toma de la Alcaldía de Quibdó y de las oficinas del Incora. Su única
condición fue el respeto irrestricto de los ocupantes hacia los símbolos
sagrados y el orden y aseo necesarios para el propio bien de la gente y del
templo.
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Catedral de Quibdó. Marzo 2025. FOTO: Julio César U. H. |
Los enemigos del movimiento étnico, especialmente aquellos grupos
anclados en la iglesia preconciliar, los mismos que habían llegado al extremo
de quejarse ante la Nunciatura Apostólica porque el obispo Jorge Iván había
traído a Quibdó al pintor sacro vivo de mayor reconocimiento universal,
Maximino Cerezo Barredo, para que en un tríptico mural en el ábside de dicha
catedral plasmara la historia de la evangelización en América Latina; elevaron
sus voces en contra no solamente de las reivindicaciones étnicas y territoriales
de la Asociación Campesina Integral del Atrato, ACIA, sino también en contra
del apoyo que la nueva estructura pastoral del vicariato le daba a esta
organización y a todo el movimiento. El poeta de la chocoanidad, Miguel A.
Caicedo, terciaría en tan ominosa disputa con un par de poemas históricos sobre la dignidad y la conciencia negra: Llorá,
negrito, llorá, y Epístola de San Antonio... Sin embargo, aún en la actualidad, curas y feligreses de la catedral, juntas franciscanas y otros grupos más, se esmeran por mantener ocultos con trapos y telones de burda utilería los tres murales de Cerezo Barredo, como si taparlos borrara la historia que en ellos está plasmada, y sin siquiera fijarse en los daños que año tras año han ocasionado a una obra de arte que en otros contextos es admirada y elogiada como una de las más grandes de la contemporaneidad del arte sacro. Del mismo modo que a la imagen de madera de San Francisco de Asís, que data del siglo XVIII y tiene carácter patrimonial por su categoría de Bien de interés cultural del ámbito nacional, le han adosado un adefesio enmarcado que parece sacado de un devocionario de baratija de ventorrillo callejero o de una página fantasma de Facebook; terminando así de afear y deslucir la escena del altar, el ábside y el presbiterio del templo.
El 5° EPA:
etnoeducación y educación popular
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Periódico CITARÁ N° 1. Marzo de 1992. |
Otro acontecimiento
histórico del episcopado de Jorge Iván Castaño Rubio fue la realización en
Quibdó (23-28 de junio de 1991) del 5° Encuentro de Pastoral Afroamericana, que
tuvo como tema Hacia un proyecto afroamericano de educación liberadora, en
torno al cual se reunieron 220 participantes de iglesias locales de Brasil,
Colombia, Costa Rica, Ecuador, Panamá y Venezuela, quienes -a tono con la
campaña del Telegrama Negro, que exigía a la Constituyente el reconocimiento
étnico de las comunidades negras de Colombia- publicaron y enviaron a las
autoridades nacionales el siguiente mensaje:
Al Señor presidente
de la República de Colombia, a los Señores presidentes y miembros de la
Asamblea Nacional Constituyente de Colombia, a los medios de comunicación y a
la opinión pública.
Los 220
participantes en el 5° Encuentro de Pastoral Afroamericana (5°EPA), reunidos en
Quibdó-Chocó del 23 al 28 de junio del año en curso, provenientes de las
diferentes regiones afroamericanas de Colombia: Nariño, Cauca, Valle, Chocó,
Costa Atlántica y del Caribe, respaldados por los hermanos afroamericanos de
Costa Rica, Panamá, Brasil, Ecuador y Venezuela, declaramos que: 1. Los
afroamericanos nos reconocemos como grupo étnico. 2. Pedimos a
la Asamblea Nacional Constituyente que el articulado definitivo sobre
territorios étnicos se defina como "TERRITORIOS INDÍGENAS Y
AFROAMERICANOS". 3. Lo que solicitamos no es un favor, ni
una limosna, sino un acto de justicia histórica en beneficio de los 3.5
millones de afroamericanos desconocidos legalmente y marginados durante 470
años.
“Nuestro interés por
todo lo que fue, es y será el pueblo negro en América Latina es vital, no superficial
o simplemente folclórico”, proclamó el obispo Jorge Iván en su discurso de
inauguración y bienvenida del 5° EPA; un evento cuya reflexión sistemática
abría un nuevo camino en el Chocó y Colombia, el de la educación propia, la etnoeducación
y la educación popular, como herramientas y procesos de cambio para la
construcción de condiciones dignas de vida para las comunidades.
De puertas y ventanas
abiertas
Vida, cultura,
territorio, organización, el pueblo como sujeto histórico…una nueva perspectiva
y una nueva forma de ser iglesia, impensable antes de aquel plan de pastoral
promovido por Jorge Iván Castaño Rubio para el Vicariato y la Diócesis de
Quibdó. En ese sentido, un mensaje de los integrantes de los equipos
evangelizadores del Vicariato, con motivo de los cinco años de episcopado de
Jorge Iván, con fecha 21 de agosto de 1988, anotaba: “Al llegar usted como
Obispo, encontró una Iglesia donde cada agente de pastoral y cada grupo
trabajaban a golpes de intuición, siguiendo los dictados de su conciencia y
haciendo lo que cada uno creía que debía hacer para contribuir al bienestar del
pueblo chocoano y a su evangelización. Unos acertaban, otros no. Algunos
lograban cambios significativos, otros pasaban desapercibidos por falta de
claridad y concreción en sus objetivos y en sus acciones”.
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Escudo episcopal de Jorge Iván Castaño Rubio, diseñado por Maximino Cerezo Barredo. Archivo El Guarengue. |
Las opciones
pastorales y el plan de trabajo promovidos por Jorge Iván como obispo no
solamente fueron una ventana abierta, a la manera de lo expresado por el papa
Juan XXIII en sus anuncios preliminares acerca de la realización del Concilio
Vaticano II, que revolucionaría la iglesia universal: «Quiero
abrir las ventanas de la Iglesia para que podamos ver hacia afuera y los fieles
puedan ver hacia el interior»; sino que fueron también una apertura paulatina
hacia adentro y hacia afuera de las puertas de una iglesia que, si bien había hecho
aportes significativos en diversos campos de la vida chocoana, como la
educación primaria y secundaria, vivía la mayor parte del tiempo entre las
cuatro paredes de sus casas curales, sus oficinas y su “convento”, como se
denominó desde siempre a la hasta ese momento inaccesible sede del Vicariato y de
la Diócesis. Tal apertura también fue reconocida por los evangelizadores de
Quibdó en la comunicación al Obispo Jorge Iván con motivo de los cinco años de
su presencia y su trabajo en la región: “La Pastoral integral que usted ha
impulsado y apoyado responde cada vez con mayor eficacia a la problemática
situación del Chocó, en virtud de la ejecución del Plan de Pastoral y la
asunción de la Opción fundamental por la vida, que es el eje del mismo y que se
expresa y explicita en las seis opciones: por los pobres y oprimidos, por una
evangelización liberadora, por las comunidades eclesiales de base, por las
organizaciones populares, por la defensa de los recursos naturales y por una iglesia
inculturada. Este conjunto de planteamientos, programas y acciones, que se ha
ido consolidando durante los cinco años de su servicio pastoral en el Vicariato
de Quibdó, es una muestra de Iglesia viva y actuante, presente y constante, al
lado del pueblo aquí y ahora, sin retrocesos ni temores”. El Obispo Jorge Iván abrió las
puertas del “convento” de la Carrera Primera de Quibdó, engalanó los claustros
del primer piso del edificio con una colección de obras originales del original pintor
Fredy Sánchez Caballero (Rostros de América Latina); acondicionó sus instalaciones
y amplios salones para que fueran útiles como oficinas y lugares de reunión y de trabajo para el desarrollo del Plan de pastoral, cuya coordinación y
seguimiento hacía personalmente, con el concurso de un Consejo de Pastoral
ampliamente representativo de los equipos evangelizadores y de sectores externos
a la iglesia, como el sector académico.
Una mirada regional
Con ese horizonte de trabajo, el Obispo Jorge
Iván apoyó y promovió durante su primera década de episcopado los procesos que
conducirían al reconocimiento constitucional y legal de la etnicidad de las
comunidades negras, su cultura ancestral y la propiedad colectiva de sus
territorios, así como los demás derechos reconocidos y consagrados en la Ley 70
de 1993. E influyó en sus colegas de episcopado de los entonces vicariatos de
Buenaventura y Tumaco y la entonces prefectura apostólica de Guapi, para que
asumieran también la causa de los derechos étnicos y territoriales de las
comunidades negras; e incluso consiguió recursos para poner en marcha un
programa de coordinación de acciones pastorales entre estas jurisdicciones
eclesiásticas, con el propósito de ampliar las perspectivas y obtener una
mirada regional del Pacífico étnico de Colombia, sin que se perdiera la
especificidad e identidad de cada una de las subregiones.
Pastoral social para el desarrollo
local
Todo aquello fue posible con recursos que
el Obispo Jorge Iván obtuvo de Misereor, una obra episcopal de la Iglesia
católica alemana para la cooperación al desarrollo; que financió durante más de
una década un ambicioso y completo programa de pastoral social y desarrollo
campesino, que no solamente facilitó la logística y conformación de equipos
evangelizadores más integrales y competentes, sino que hizo posible el
desarrollo de acciones en áreas de trabajo como alfabetización, educación
popular y etnoeducación; salud comunitaria y popular; proyectos económicos comunitarios;
comunicación social; y formación permanente de los evangelizadores y líderes
comunitarios sin distingos de rango o investidura dentro de la estructura
eclesiástica.
Clero afrochocoano
Esta perspectiva de trabajo en torno a la identidad
étnica y cultural de las comunidades influyó en el crecimiento de las llamadas
vocaciones nativas, es decir, en la presencia de un número cada vez mayor de jóvenes
afrochocoanos interesados en ser sacerdotes para unirse a esta causa eclesial
tan cercana al pueblo. De modo que cada vez fue menos extraordinario y más común ver la
iglesia local del Vicariato y la Diócesis de Quibdó en manos de sacerdotes afrochocoanos oriundos de distintos puntos de la geografía regional.
Derechos humanos
El posicionamiento del Vicariato y,
posteriormente, de la Diócesis de Quibdó como una institución al servicio del
pueblo chocoano y de la defensa de los derechos humanos es también parte del
legado de Monseñor Jorge Iván Castaño Rubio durante sus 18 años de episcopado en el
Chocó. Gracias al respeto y el reconocimiento que en ese campo se ganó la
iglesia diocesana, fue posible prevenir o evitar -y eso ya es mucho decir- mayores
y más horrendas tragedias y crímenes de lesa humanidad en contra de las
comunidades, así como atender debidamente las crisis humanitarias que el conflicto
armado fue trayendo a la región; mientras simultáneamente se daba continuidad
al trabajo de empoderamiento de las organizaciones étnicas como sujetos autónomos
de su propia defensa humanitaria y territorial.
Poeta y pintor
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Crucifixión. Pintura de Jorge Iván Castaño Rubio. |
Doctor en Teología, entre otros títulos
académicos, el Obispo Jorge Iván era un humanista integral, que del mismo modo
que dominaba las ciencias propias de su condición religiosa, sacerdotal y
episcopal, se movía con bastante soltura en campos como la literatura nacional,
latinoamericana y universal, de la cual era buen lector e incluso crítico; la
música clásica y popular; y la pintura sagrada y no sagrada. Además, escribía
poesía y pintaba con habilidad y talento, dos dones casi secretos que solamente
en ocasiones y a personas especiales revelaba.
Un obispo del pueblo
Aunque su refinamiento y finura en cuanto
a modales, expresiones y formas protocolarias, y la pulcritud de su sencillo vestuario, producto
de su educación familiar y de su trayectoria por centros educativos y
escenarios eclesiales de Europa y América, indicaran lo contrario; el Obispo
Jorge Iván tuvo siempre suficiente sensibilidad y empatía con la gente, con las
comunidades, con los líderes, hombres, mujeres, con cuyas preocupaciones cotidianas
se solidarizaba naturalmente. Fruto de su firme creencia en las verdades del
magisterio y la doctrina de la iglesia, en las cuales era todo un experto, y en
los imperativos bíblicos, como las bienaventuranzas, el Obispo Jorge Iván se
tomaba en serio las consecuencias prácticas de dichas fuentes de su fe y de su
ejercicio pastoral; y de allí provenía su enorme capacidad de identificarse con
las realidades de los pueblos y comunidades del Chocó, en donde trabajo 18 de
sus 27 años de episcopado. Era, pues, de verdad y aunque no lo pareciera, un
obispo del pueblo, convencido de que la defensa de la vida y las opciones
pastorales que se desprendían de dicho compromiso, y el trabajo pastoral
planificado y riguroso, eran el camino correcto para construir el reino de
Jesús, la nueva sociedad. De ahí el carácter de compromiso casi sagrado que le dio Jorge Iván a la realización anual de la Asamblea de Pastoral, con participación multitudinaria de todos los equipos de trabajo, y a la reunión mensual del Consejo de Pastoral como organismo de apoyo a su ejercicio episcopal; dos escenarios de profunda alegría y de valiosa diversidad.
Gratitud
Tenían razón sus
estudiantes del ITEPAL, Instituto Teológico-Pastoral para América Latina, del CELAM,
donde el obispo Castaño Rubio era profesor cuando el papa Juan Pablo II lo
nombró Vicario Apostólico de Quibdó. En un mensaje de saludo, con motivo de su
nombramiento, le manifestaron: “El espíritu Santo, que a veces se equivoca en
estos menesteres de mitras, parece que en tu caso no se equivocó… Tus amigos no
estamos tristes porque te vas, ya que al fin y al cabo todos tendremos que levantar
la tienda como el beduino. Más bien nos sentimos contentos porque sabemos que
una porción de la Iglesia va a estar en buenas manos”.
“…Que sepan los
chocoanos que los quiero con toda el alma y que estoy dispuesto a gastar mi
vida por hacerles el bien y acercarlos más a Dios. Esa es la misión que me ha
dado Jesús; esa es desde hoy mi más grata obligación y tarea”, expresó Jorge
Iván Castaño Rubio, en su ceremonia de consagración episcopal, el 6 de agosto
de 1983, en la Catedral de Medellín. Es evidente que cumplió con creces su palabra.