14/04/2025

 José Gregorio Rivas Cruz
BAJAMEUNO

Evocación de Bajameuno, con Meta-AI.
Edición: El Guarengue.

“Y en la noche podrás tocar / 
un aguabajo, un matrimonio,
o de pronto en un velorio. / 
Bajameuno, ay, qué demonio 
/ sigue pa'lante / 
que el sudor de tu frente, 
Bajanadie te lo fía”. 
JAIRO VARELA, BAJAMEUNO
Grupo Niche 1995.

Nóvita

José Gregorio Rivas Cruz nació a finales de la década de 1930 en Nóvita, uno de los puntos cardinales de la geografía del despojo del más grande y duradero enclave minero de la colonia española en el Chocó, solamente superado en ignominia y desastre por el de la Chocó Pacífico en Andagoya y Condoto. Allí en Nóvita, en tiempos del dominio de la corona española y hasta bien entrado el siglo XX, nacían intelectuales y potentados, presidentes y ministros, cuya cuna se atribuía por lo general a Popayán y Cali, que eran las urbes incipientes donde se asentaban los rancios poderes de aquella lejana corona que cobraba los réditos del enclave mientras soñaba con las grandes haciendas de cañaverales infinitos, las ciudades blancas y el teatro de dolor de las semanas santas, en el cual no cabían -ni siquiera como parte del decorado- las aflicciones, suplicios y padecimientos de la mano de obra esclavizada que sustentaba su ominosa prosperidad y su aristocrática fe.

Condoto

En su juventud, José Gregorio Rivas Cruz vivió en Condoto, que para entonces era aún una especie de Macondo sin gitanos, adonde -al abrigo del poder casi omnímodo de las dragas de la empresa minera estadounidense Chocó Pacífico- llegaban nacionales y extranjeros de todas las procedencias, lenguas, acentos y ciudadanías, para unirse al boom generado por la descomunal riqueza de metales preciosos de los ríos San Juan, Condoto, Opogodó, y su extensa red de tributarios y quebradas.

Delia y Manuel Zapata Olivella
(IDARTES, Exposición virtual MZO),
Oscar Salamandra (Jorge Mario Múnera)
y Madolia de Diego (Vicky Ospina).

Procedente de Condoto, jovencito aún, José Gregorio Rivas Cruz arribó a Quibdó, reclutado para el arte por los hermanos Zapata Olivella, Delia y Manuel, quienes se lo  toparon en 1955 y lo convencieron de que fuera parte de un conjunto de música tradicional, de cantos y danzas folclóricas del Chocó, que uniéndose a sus similares del Caribe y de otros parajes y poblados del Pacífico constituiría la primera agrupación formal de artistas nativos, vernáculos, que le mostrarían a Colombia y al mundo una buena parte de la riqueza folclórica, de música, danza y tradición oral, convertida ya en acervo de las comunidades negras. Madolia de Diego y Oscar Salamandra, de Quibdó, y Julio Rentería, de Tadó, serían también parte de esta aventura de las artes del pueblo negro, convocada primigeniamente por Manuel y Delia, que los llevaría a recorrer medio mundo para que el otro medio se enterara de su existencia.

Flauta travesera

La flauta alegre y melodiosa de José Gregorio Rivas Cruz, que él interpretaba maravillosamente cuando los Zapata Olivella lo conocieron en medio de la escoria de aquella engañosa prosperidad de Condoto, era una flauta de carrizo, una flauta travesera, hecha de guaduilla o bambú, de las que sirvieron como base melódica de las primeras chirimías de la región, y que fueron posteriormente reemplazadas “por dos instrumentos cultos europeos, llegados al Chocó en época relativamente reciente: el clarinete y el fliscorno barítono. A los que se agregan la «tambora» y un par de platillos de lámina de hierro, de fabricación local, por cierto”[1]. En su memoria de músico innato, Rivas Cruz parecía guardar un portafolio completo de partituras de la música regional de entonces. En sus interpretaciones no solamente era capaz de improvisar a placer, en los tiempos y con las alturas de sonido que a bien tuviera; sino que, además, era capaz de registrar con su flauta cualquier melodía nueva que oyera, como si toda la vida la hubiera estado tocando.

Quibdó

Por razones diversas, que tienen que ver básicamente con la configuración instrumental final del grupo de artistas seleccionado y reducido en número, a la hora de emprender la aventura de recorrer Europa y Asia, José Gregorio Rivas Cruz no formó parte de aquella nómina viajera al exterior, coordinada por Manuel y Delia Zapata Olivella; aunque sí integró un sexteto de música regional que los Zapata Olivella promocionaron en varias ciudades del país… Pero, ¡qué carajos!, así no hubiera viajado al exterior, como sí lo hicieron Madolia, Salamandra y Julio Rentería; José Gregorio Rivas Cruz ya estaba en Quibdó y decidió quedarse allí, a vivir del trabajo material, pero sin olvidar ni dejar de cultivar su arte.

El simposio

Tres años después de su encuentro con Manuel y Delia, José Gregorio Rivas Cruz hizo migas musicales con Rucas, Rubén Castro Torrijos, uno de los tipos más simpáticos, inteligentes y chocoanos que haya nacido en Quibdó; un músico y compositor que le dio vida a Juana Blandón, Amira Waldo y María La O, y también a Alfonso Andrade, El rey del río, en cuyo galandro “ya cayó Tomasa, cayó Teresa, cayó Saray, cayó Magdalena, cayó Epitacia, cayó Ana Inés, ya cayo Felipa, cayó Florencia, cayó Soleá … Y te está poniendo a vos la carnada, véalo veanvé”. De modo que, habiéndose incorporado a un conjunto musical conformado y auspiciado por Rucas, con el que le daría varias vueltas a ciudades principales de Colombia, el virtuoso flautista José Gregorio Rivas Cruz fue uno de los músicos que participó en la velada cultural inaugural del Simposio Americano sobre Zonas Húmedas Tropicales, patrocinado por la Unesco, que sesionó en Quibdó del 19 al 30 de marzo de 1958, con la organización e impulso del naturalista colombiano Enrique Pérez Arbeláez y el científico alemán Ernesto Guhl; y con la participación de un nutrido grupo de científicos nacionales y extranjeros de talla mundial. Un evento en el que, además, se reconocerían por vez primera las dotes artísticas de un jovencito llamado Balbino Arriaga Ariza, quien, sin cumplir veinte años y sin educación artística formal, había ilustrado en todos los aspectos (dibujos, mapas, planos, cuadros estadísticos, portada y portadillas internas) la aplaudida monografía del Chocó, que al comienzo del simposio había presentado al mundo otro de los Castro Torrijos: Rodolfo (Fillo), quien ejercía como secretario general del simposio, por designación del gobernador del Chocó, Miguel Ángel Arcos.[2]

Cotero y polinero

Cuarenta años después de su encuentro con los Zapata Olivella, que no lo llevó por los caminos del mundo, pero sí contribuyó a que fuera reconocido como un flautista excelso, José Gregorio Rivas Cruz le contó a un periodista del diario El Tiempo, de Bogotá, de dónde había salido el apodo con el que desde principios de 1960 hasta su muerte sería reconocido, más que por su nombre. “…Recién llegado a la capital chocoana se le medía a cualquier actividad. Se dedicaba a cargar y descargar madera y también a descargar los bultos de comida que traían los camiones desde Medellín. Su apodo lo debe a un día en que se echó dos bultos de arroz al hombro, y como no pudo con el peso, a los gritos le pedía a uno de sus compañeros: ¡Bajame uno! ¡Bajame uno!”[3], un grito de auxilio de dos palabras que contraídas terminaron en una sola como distintivo, apelativo, sobrenombre y apodo que serviría como título para la canción que hace 30 años le dedicara Jairo Varela: BAJAMEUNO.

Perros

En la última década del siglo XX, por razones prácticas de la vida, luego de haber sido cotero y polinero de los camiones que a cambio de los víveres y demás mercancías que traían para el comercio quibdoseño se devolvían cargados de maderas finas con rumbo hacia Antioquia; José Gregorio Rivas Cruz, ahora sí BAJAMEUNO, cambió de oficio. Se convirtió en vendedor de perros, en una jardinera del malecón de Quibdó, bajo la sombra de un árbol, a cuyo tronco amarraba una especie de inofensiva jauría, integrada por cazadores de orejas largas, gozques y callejeros, que comerciantes carmeleños y paisas le dejaban en comisión, para que los vendiera a los campesinos del Atrato y a los citadinos de Quibdó, a cambio de un porcentaje por ventas. “Pese a que Bajameuno domina su arte musical, practicarlo le representa ingresos mucho menores que su oficio de vendedor. Por eso hace casi ocho años le mermó el ritmo a su actividad de músico... Aunque le cuesta mucho conseguir la plata para sobrevivir, pues los perros son traídos por sus dueños desde Antioquia y sólo le corresponde un mínimo porcentaje, dice que va a continuar con su actividad porque ya es demasiado tarde para cambiar de oficio. ¿Abandonar la música? Nooo, no se puede, yo la llevo dentro”.[4]

In memoriam

El antiguo semanario Chocó 7 días, el que circulaba impreso los viernes y decenas de muchachos voceaban desde las primeras horas del día por las calles y barrios de Quibdó, en su edición N° 426 - noviembre 7 al 13 de 2003, registró la muerte de BAJAMEUNO, en su sección de Cultura y Farándula, en aquel entonces a cargo del también ya fallecido Eugenio Perea García, en cuya sucinta y diciente nota se leía:

Falleció José Gregorio Rivas Cruz (Bajameuno)

 

El pasado miércoles 22 de octubre falleció en Quibdó, después de una penosa enfermedad, el músico José Gregorio Rivas Cruz, conocido popularmente como Bajameuno.[5]

 

Bajameuno, además de vender en el Malecón de Quibdó perros traídos de Bolívar (Antioquia), oficio con el que se ganaba la vida, también fue un reconocido flautista que integró el grupo de Rubén Castro Torrijos; creó "La Timba" con Choquín y Totío (ya fallecidos), acompañó a Delia Zapata Olivella y su grupo folclórico a giras nacionales e internacionales y al lado de "La Mana", Madolia de Diego, con quien recorrió gran parte de Colombia, fue designado para representar al Chocó con su grupo 'El Sexteto de Bajameuno' en Popayán y en el concurso nacional del CREA en Bogotá.

 

La Asociación Folclórica Ciudad Quibdó y la parroquia San Francisco de Asís, en cabeza del padre Jesús María Urán, convocaron a los artistas chocoanos a una misa en su honor el pasado 1° de noviembre en la catedral, con motivo de su último novenario, donde se entonaron alabaos, hubo palabras de reconocimiento; mientras un grupo improvisado con flauta, bongo, tambora y maracas amenizaba con nostalgia las canciones que lo inmortalizaron. Paz en su tumba.[6]


Niche

Ocho años antes de la muerte de Bajameuno, a propósito de la inclusión de una canción de Jairo Varela en homenaje a este insigne músico popular del Chocó, en el disco del Grupo Niche Huellas del Pasado, el periódico Citará[7] publicó en su sección de Opinión una emotiva nota, casi una proclama, firmada por Jesús Elías Córdoba Valencia, fechada en Quibdó en enero de 1995 y titulada “«Bajameuno» un canto al hombre de la tierra”, en la cual se leía, entre otras cosas: “Bajameuno es el sobrenombre con el que se conoció en Quibdó y con el que los mayores de treinta recordamos a un hombre a quien la cotidianidad convirtió en personaje; al margen de su nombre de pila, que a estas alturas ya no importa, pues no ingresó al mundo de los personajes por la ruta de la formalidad, sino por el camino de la realidad… Ese Bajameuno, quien para algunos era simplemente un polinero…, para otros no fue más que un cambambero que se bebía la noche quibdoseña en cada hueco de su flauta”.[8]

Concierto de PVC

Unas maracas de totumo o mate, una tambora de cuero de tatabro y su flauta travesera de carrizo,  guaduilla o bambú, fueron durante muchos años los instrumentos con los que BAJAMEUNO, cual flautista de Hamelín, y compañeros suyos de interpretación musical, como Nicomedes Córdoba Londoño, conseguían que recuas de muchachitos y ensartas de jóvenes y adultos siguieran sus retretas callejeras, con estaciones en todo andén, cantina o tienda donde hubiera un trago de cortesía para esas manos cansadas de percutir y para esa garganta reseca de tanto sacarle a la flauta todos los sonidos de toda la vida. Al final de sus tiempos, como dijeron algunos mamagallistas de Quibdó, sin que ello redujera en nada la enorme admiración que sentían por su talento, BAJAMEUNO ofrecía cada día un «Concierto de PVC», una alusión a su flauta de entonces, que él consideraba más firme y duradera.

Nota final

Treinta años después de aquel disco de Niche, cuando es imposible hallar grabaciones de su arte o imágenes de su figura y de su conjunto musical en la supuestamente infinita Internet, es inevitable pensar que a BAJAMEUNO, como a tantos talentos de ayer en el Chocó, le hizo falta una oportunidad real para brillar en todo su esplendor. Con su enorme talento e inspiración como músico, a BAJAMEUNO sí que le hubiera sonado la flauta.



[1] Pardo Tovar, Andrés. Los cantares tradicionales del Baudó. Bogotá, D. E., 1960. Universidad Nacional de Colombia. Conservatorio Nacional de Música. Centro de Estudios Folclóricos y Musicales (Cedefim). 41 pp. Pág. 9.

[2] Detalles sobre el Simposio y sobre Balbino Arriaga Ariza, en El Guarengue: Balbino Arriaga Ariza: “Los colores del Atrato”. 18.03.2024.

https://miguarengue.blogspot.com/2024/03/balbino-arriaga-ariza-los-colores-del.html

[3] BAJAME UNO. El Tiempo, 08 de junio 1995. N.B.: aunque en el escrito de El Tiempo aparece escrito en dos palabras y con tilde en la primera, como si se tratara del pronombre TÚ; en realidad de trata del pronombre VOS, por lo cual no lleva tilde; y las dos palabras se juntaron en una sola: BAJAMEUNO, que pasó a ser el distintivo de este músico popular.

https://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-341055

[4] Ídem. Ibidem.

[5] Otras fuentes me informaron que la muerte de Bajameuno ocurrió el 17 de septiembre de 2003.

[6] Chocó 7 días. Edición N° 426, noviembre 7 al 13 de 2003.

https://www.angelfire.com/co/scipion/choco7dias/426/notas_culturales.htm

[7] Periódico Citará. Quibdó-Chocó, N° 20, marzo de 1995. Pág. 5

[8] Ibidem.

07/04/2025

 Carlos Rosero

*"Agradezco y honro la gestión desarrollada por la Vicepresidenta Francia Márquez Mina, y recibo esta cartera ministerial con el firme propósito de seguir avanzando para transformar la vida de millones de personas en los territorios". Carlos Rosero, Ministro de Igualdad y Equidad. Bogotá, 04.04.2025. FOTO: MinIgualdad.

A Carlos Rosero lo conocí cuando en las mares y los ríos, las orillas y los montes del Pacífico colombiano se vivía la efervescencia de la gestación de propuestas de todo orden acerca de la reivindicación étnica y territorial de las comunidades negras, que conducirían al Artículo Transitorio 55 de la Constitución Política de Colombia de 1991 (AT55); en cuya asamblea constituyente -a pesar de la acertada candidatura del propio Carlos- las comunidades negras no alcanzaron representación propia y directa; por lo cual fue necesario concertar una alianza con el abogado embera chocoano Francisco Rojas Birry, baudoseño de Catrú, para que -junto a los demás representantes indígenas y uno que otro constituyente de buena voluntad suelto por ahí- alguien asumiera la vocería de estas comunidades formalmente ausentes de aquel histórico escenario.

De charlas y conversas

Amigos ambos de la buena charla, de la charla sustanciosa y sin prisa, de la charla jovial y amena, Carlos y yo compartimos innumerables conversas en los recesos de las reuniones o en medio de las mismas, cuando más de una vez hicimos nuestro propio receso para salirnos del salón a intercambiar puntos de vista que nos ayudaran a dilucidar algún tema que en ese momento fuera materia de la discusión. Cuando terminábamos el intercambio, regresábamos al salón para seguir participando; otras veces nos llamaban a todos los que nos habíamos salido para que retomáramos la reunión, pues la ausencia de cualquiera de los participantes impedía el avance… Esas charlas versaban sobre asuntos claves del momento: la etnicidad de las comunidades negras, el sentido de lo étnico y sus articulaciones con la territorialidad y la tradición cultural en general, y específicamente sus relaciones sustanciales con los sistemas productivos, cuya complejidad y sabiduría nos parecían parte del meollo argumental de la propiedad familiar y colectiva; y por ello -a estos sistemas- habíamos empezado a denominarlos sostenibles, aunque preferíamos la fuerza que les daba el nombrarlos como ancestrales, en tiempos en los que aún lo ancestral no se había convertido en simple adjetivo aplicable a cuanta cosa hubiera. Las redes de parentesco y los procesos de socialización del conocimiento y de la historia; las prácticas rituales y celebrativas, y las estructuras organizativas comunitarias que habían sostenido a lo  largo del tiempo la religiosidad popular y las fiestas patronales, los rituales de nacimientos y velorios, los secretos de la medicina tradicional basada en los recursos del monte, en las oraciones, conjuros y secretos, en las prácticas clínicas y terapéuticas basadas en los recursos del medio…, etcétera, etcétera…, eran también temas que en nuestras charlas tratábamos de ubicar en los mejores lugares de definición del sentido de lo étnico negro.

De premisas y argumentos

Cada uno desde su propia experiencia y sus saberes, pero unidos -en aquellas conversaciones espontáneas- por el común interés en dichos temas y la común experiencia de vida y trabajo en las comunidades; intentábamos sobre todo consolidar argumentaciones acerca de las estructuras y funcionalidades similares en estas materias entre comunidades de las distintas subregiones del Pacífico. Se trataba de identificar y precisar rasgos significativos de universalidad en esas dinámicas, dentro del conjunto de comunidades negras que poblaban -desde hacía por lo menos siglo y medio- el inmenso sistema circulatorio de ríos y quebradas, de esteros y de montes, de manglares y de playas, de ciénagas y orillas, de los 1.300 kilómetros que se extienden desde los límites con Panamá, en el Darién chocoano, hasta la frontera tumaqueña con el Ecuador; límites ambos que -siempre lo teníamos presente- no pasaban de ser políticos y administrativos, pues la geografía humana y la historia de ambas fronteras estaban repletas de parientes extendidos por varias generaciones, como si se tratara de los troncos familiares del Yurumanguí o el Anchicayá, de Neguá o de Munguidó... Carlos Rosero no solamente era un gran conversador, era un teórico innato, que en pocos segundos dotaba de esencia conceptual cualquiera de las ideas centrales que sobre estos temas surgiera en las charlas y en las reuniones. En ello se notaba la solidez de su formación académica, combinada con la cercanía de sus dotes de antropólogo, un título que nunca pregonaba ni exhibía, pero sí ejercía del modo más idóneo y eficaz en sus siempre lúcidas intervenciones .

Manifestación del PCN en Buenaventura (1991), por la reglamentación del AT55. FOTO: Banco de la República-Biblioteca Virtual. Colección digital Proceso de Comunidades Negras (PCN).

De palabras y silencios
Fueron tiempos de intensa actividad, de grandes expectativas, temores y esperanzas, contradicciones y convicciones, en los que se avizoraba la oportunidad única e histórica de conseguir el reconocimiento étnico y cultural del sujeto colectivo negro, con un peso jurídico y político por lo menos similar al del reconocimiento de los pueblos indígenas. Días y noches, semanas y meses de trabajo continuo, sobre todo en aquel momento crítico del proceso, comprendido entre la realización de las elecciones para la Asamblea Nacional Constituyente y su resultado desfavorable a la representación étnica negra. En Bogotá, en Cali, en Medellín, en Cartagena, se trabajaba intensamente para fraguar alianzas reales, afectas a la causa, con agentes políticos que se comprometieran a ser voceros y mensajeros de la misma y a apoyarla en los momentos decisorios. Mientras que en las zonas rurales y en los centros poblados de la ruralidad toda, de todo el Pacífico, con ejes determinantes en los ríos y en los poblados de Quibdó, Buenaventura, Istmina, Docordó, Guapi, Tumaco, Timbiquí y el Baudó, con el apoyo de las misiones católicas, las parroquias, los obispos y un buen números de maestros de escuelas y colegios oficiales, se desplegaba toda una campaña informativa y formativa en torno a la necesidad de conseguir la consagración constitucional de los derechos de las comunidades negras, sus mujeres y sus hombres, como sujetos étnicos de un país que, evidentemente, habría de ser declarado multiétnico y pluricultural... Carlos Rosero iba y venía de Buenaventura, de Cali, de Bogotá, de cualquier lugar del Pacífico y del país donde su presencia fuera necesaria, y regresaba siempre con palabras y silencios de sabio, con sonrisa de compañero y amigo, a los escenarios quibdoseños de debate, donde invariablemente fue acogido como una figura clave del proceso.

Expedida la nueva Constitución, que incluía el emblemático AT55, celebrado como un triunfo histórico en cada rincón del Afropacífico colombiano, vendrían nuevas luchas, nuevos escenarios, nuevos empeños, proyectos nuevos y etapas novedosas del proceso, que debían conducir a la expedición y entrada en vigencia de ese otro hito descomunal de tan compleja historia: la Ley 70 de 1993, nacida de la apuesta integral por el reconocimiento de las comunidades negras como sujetos de derechos étnicos y culturales en el ordenamiento jurídico de la nueva nación esbozada en el texto constitucional y como artífices reconocidos de la historia de dicha nacionalidad. Carlos Rosero fue uno de los integrantes de la Comisión Especial para la reglamentación del AT55 de la Constitución Nacional, que posteriormente daría origen a la Ley 70 de 1993.

Carlos Rosero, Popayán, 1993. Taller de Resolución de conflictos, PCN-WWF. FOTO: Banco de la República-Biblioteca Virtual. Colección digital Proceso de Comunidades Negras (PCN).

Del ambientalismo comunitario
En ese lapso, perdí de vista a Carlos Rosero, aunque sabía que seguía, dentro y fuera del país, aportando y enriqueciendo siempre los debates y las discusiones que iluminaron la expedición de la ley y los estadios primigenios de su aplicación en el reconocimiento de los títulos colectivos de sus tierras a las primeras comunidades negras del país… Nos reencontramos en Ecofondo, en 1996, para hablar de derechos humanos en las comunidades negras, hacia cuyos territorios había empezado a extenderse el conflicto armado interno del país; y para hallarle sentidos étnicos y culturales al ambientalismo comunitario que desde Ecofondo empezábamos a promover a través del apoyo a los primeros proyectos con un enfoque que integraba lo étnico, lo ecológico, lo ambiental, lo cultural, materializado en acciones protagonizadas por las propias comunidades para preservar la riqueza biodiversa de sus territorios mediante alternativas de planificación, manejo y producción sostenible, desde la perspectiva de los sistemas ancestrales de producción y desde el para entonces novedoso enfoque de la agroecología.

Ese fue también un buen momento, provechoso momento, en el que incorporamos una perspectiva ética, filosófica y ecológica para pensar, caracterizar y plantear modelos propios de desarrollo de la gente negra en los que no se diluyeran ni se perdieran de vista -sino que, por el contrario, se relievaran- aquellos modelos, prácticas, tradiciones, de poblamiento y uso del territorio, de los que habíamos hablado años atrás en las charlas de Quibdó, y que le habían dado origen a la ya expedida y tan querida Ley de comunidades negras, que había sido ordenada por aquel artículo transitorio de la nueva Constitución, en el que habíamos cosechado todos los esfuerzos y el trabajo intenso de los días y las noches, las semanas y los meses transcurridos entre 1987 y 1991.

Mariposa vagarosa

Tres décadas después de aquella gesta gloriosa, cuando aún falta reglamentar algunas partes de la Ley 70 de 1993 y son bastante recientes sus últimos decretos reglamentarios; con su inteligencia, lucidez y perspicacia de siempre, Carlos Rosero resumió la situación de los derechos de las comunidades negras en Colombia, en una entrevista realizada por Carlos Efrén Agudelo, Jhon Antón Sánchez y Jean Muteba Rahier: “…Aunque yo no sea un experto en historia, mi conclusión es que siempre los derechos de la gente negra han sido derechos aplazados; están reconocidos, están ahí sobre la mesa, pero es como si uno persigue una mariposa, la mariposa va delante, da vueltas y vueltas, uno trata de cogerla, pero finalmente la ve pero no la coge. De alguna forma creo que eso es lo que pasa en general con la mayoría de los asuntos contenidos en la ley 70 del 93”[1].

Señor Ministro

Carlos Rosero, 2025.
Foto: Presidencia.

En ejercicio de su participación en movimientos políticos electorales, aunque de raíz social y étnica, Carlos Rosero fue nombrado hace poco más de un mes como responsable del recién creado Ministerio de Igualdad y Equidad, en reemplazo de la Vicepresidenta de la República, Francia Márquez, quien fue la primera en ocupar esta cartera y tuvo a su cargo la puesta en marcha de la nueva institución, cuya vida se extenderá solamente hasta el final del actual periodo presidencial. 

Aunque tiene su propio sitio web, por lo general bastante actualizado: https://www.minigualdadyequidad.gov.co/portal/el Ministerio de Igualdad y Equidad, extrañamente, no está incluido en el gabinete de gobierno que aparece publicado en el sitio web oficial de la Presidencia de la República: https://www.presidencia.gov.co/prensa/gabinete.[2]

La noble y necesaria lucha por la dignidad
Comprometido y propositivo como siempre, en un mensaje firmado por él mismo hace apenas dos semanas, con motivo de la conmemoración del Día internacional de la lucha contra el racismo y la discriminación racial (21 de marzo), Carlos Rosero expresó: “Como Ministro de Igualdad y Equidad, he asumido la responsabilidad en la formulación de la política para la erradicación del racismo y la discriminación racial. Un proceso participativo que esperamos que sea acompañado por las organizaciones, activistas, académicos, que por años han luchado y siguen manteniendo esta noble y necesaria lucha para la dignidad de todos y todas. La memoria de quienes han resistido y han luchado por la libertad nos exige estar a la altura del momento histórico. Hoy, más que nunca, reafirmamos nuestra determinación de construir una Colombia donde la igualdad y la justicia racial sean una realidad[3]... 

Que así sea. Hoy, como en aquellos tiempos cruciales, se requieren liderazgos y procesos colectivos, rigurosos y significativos, que contribuyan a que las comunidades negras de Colombia consoliden la firmeza y la claridad de sus rumbos de reivindicación y afirmación como sujetos históricos; lo más lejos posible de cierta trivialidad farandulera que por momentos ocupa la escena y de cierta vacuidad de jet set que por momentos desdibuja la causa.



[1] Carlos Rosero, Entrevista. Abya Yala. REVISTA SOBRE ACESSO À JUSTIÇA E DIREITOS NAS AMÉRICAS. Brasília, v.6, n.1, jan./jun. 2022, ISSN 2526-6675. Pág. 159. 

[2] Consultado: 05.04.2025

[3] Carlos Rosero, Ministro de Igualdad y Equidad. “En MinIgualdad trabajamos para erradicar el racismo y la discriminación racial”. Bogotá, 21 de marzo de 2025. Consultado el 7 de abril de 2025, en: 

https://www.minigualdadyequidad.gov.co/portal/Secciones/Sala-de-Prensa/400134:En-MinIgualdad-trabajamos-para-erradicar-el-racismo-y-la-discriminacion-racial  

El destacado de la cita en negrita fue hecho por El Guarengue, no aparece así en el texto original.