Un chocoano llamado Miguel
Miguel A. Caicedo, Quibdó, septiembre 1986. Reproducción de una foto original de Claudia Lucía Álvarez publicada en el libro ¿Qué es ser chocoano? |
En 2019, se cumplen 100 años
del natalicio del insigne poeta folclórico chocoano Miguel A. Caicedo, un
acontecimiento que ya debería estar siendo celebrado por todos los sectores de la
comunidad chocoana, incluyendo a sus autoridades de todo orden. Mientras ello
ocurre, en El Guarengue le hacemos al Maestro Caicedo nuestro propio y sencillo
homenaje, en varias entregas, artículos o reportajes, sobre su vida y su obra,
a través de la serie Un chocoano llamado
Miguel, que hoy empezamos y que continuará el último lunes de cada mes
hasta agosto, que es la fecha exacta de esta efeméride cultural de la
chocoanidad.
I
Un auténtico tratado de
chocoanidad
En los años 70 y durante gran parte de la
década de los 80, no había en Quibdó acto escolar, social, patrio, cultural o
académico que en su programa no incluyera la declamación de poesías de Miguel
A. Caicedo Mena. Estrellas memorables en este campo fueron Eyda María Caicedo
Osorio y Rosita Lemus, Luis Enrique Blandón Wiedemann y Luis Demetrio Caicedo.
Igualmente, adquirir los casetes producidos y grabados por Radio Universidad
del Chocó con la colección completa de las poesías del Profesor Miguel o escucharlas
-en esa misma emisora o en Ecos del Atrato- era algo frecuente en la época…
Después de más de media vida dedicada a la educación, como docente, educador,
institutor, profesor y maestro; después de un buen número de libros históricos,
culturales, de ficción, poéticos, Caicedo había llegado entonces a la cima de
la popularidad en Quibdó, el Chocó y Colombia, gracias a la excelsitud y a la
excelencia de sus poesías folclóricas, sin par en la historia literaria
regional.
Con un dominio castizo del idioma, hábil y
recursivo como el que más en la confección precisa de los versos de sus
poesías, el Maestro Caicedo hallaba siempre la rima justa, nunca forzada,
añadiendo infaltablemente un nuevo dato en cada línea, un dato nuevo en cada
verso; ilustrando así al oyente sobre el contexto, la situación, los
personajes, el nudo y el desenlace de la anécdota fabulosa que en cada poesía
contaba, cual capítulo de la historia regional que uno en su memoria guardaba
para citar, de modo cabal, en el momento justo y necesario, cuando no fuera
suficiente la academia para dar cuenta del pasado.
En casi un centenar de poesías folclóricas,
Caicedo retrató magistralmente sucesos y formas de ser, costumbres y vida
cotidiana, habla y humor, fe y creencias, pasiones, pareceres y actuaciones de
la gente chocoana; ofreciendo de paso inolvidables recorridos por la flora y la
fauna, la toponimia y la geografía comarcanas. Además de la inigualable
diversión y el poderoso encanto que en sus oyentes ejercen, sus poesías folclóricas
funcionan como textos culturales, como memoria oral de la chocoanidad
pueblerina, rural, comarcana, vecinal. Aquella chocoanidad en virtud de la cual
todo el mundo sabe lo de todo el mundo, todo el mundo se conoce, todo se cuenta
para que todo el mundo lo sepa, porque todo lo debe saber todo el mundo: al fin
y al cabo, parodiando al novel Gabo después nobel, se trata de una antigua y
extensa casa de por lo menos medio millón de parientes.
Por estas, y muchas razones más, quizás ya
sea hora de que sumen recursos e ideas la ciudadanía, la Gobernación del Chocó
y la Alcaldía de Quibdó, la Universidad Tecnológica y la Academia de Historia
del Chocó, el sector cultural, instituciones educativas que llevan su nombre,
escritoras, poetas y escritores, el magisterio, periodistas y movimientos
sociales, para organizar, programar y dar comienzo a la celebración de 2019
como el Año del centenario del natalicio de Miguel Antonio Caicedo Mena (nació
en La Troje, el 30 de agosto de 1919), en merecido honor a su vida cultural y a
su abundante obra, la cual es, en su conjunto, un auténtico tratado de
chocoanidad.[1]
Miguel A. Caicedo, Quibdó, septiembre 1986. Reproducción de una foto original de Claudia Lucía Álvarez publicada en el libro ¿Qué es ser chocoano? |
II
Nace un poeta
Nace un poeta
¿Cuándo comencé a escribir? Uy, eso sí data
de hace bastante tiempo. Le cuento una cosa: cuando yo era muchacho, allá en La
Troje, me dedicaba a hacer parodias; según las ocurrencias de la gente, los
casos raros, las pasatas que
llamábamos, etcétera. Entonces, yo cambiaba la letra de las canciones, pero
conservaba la música. Las ensayábamos los sábados, ahí en el puente. Teníamos
una timbita, con una marimba, unas
maracas, unas claves, una botella como cencerro y un muchacho con una dulzaina.
Entonces, los domingos en la noche nos reuníamos en el puente de La Troje,
especialmente cuando las noches eran luminosas, ¿no?, y tomábamos su traguito
ahí haciendo bulla.
Esas mismas canciones nos servían para el
31 de diciembre. Eran dedicadas a cada familia. Las cosas que pasaban en las
familias las íbamos acumulando y el 31 de diciembre, en la noche, comenzábamos
a las 10 con la timba, y llegábamos a la casa de Fulano y entonces cantábamos
ahí la parodia de esa familia, y venía entonces la botella de aguardiente, y
dele, pasábamos a la siguiente… En todo caso, al otro día, a las 7 de la
mañana, todavía estábamos en eso, ¿no?
Bien, esa era la manera de celebrar nuestro
31 de diciembre. También me acuerdo que las 12 de la noche nos cogían en eso, y
había sancocho, baile, todas esas cosas; pero, siempre con las canciones de la
timba.
Más tarde, cuando ya estaba en Quibdó, en
la Escuela Modelo, también cuando había un cacho de esos o cualquier pasata célebre; yo aprovechaba que mis
condiscípulos salieran al recreo y, cuando regresaban, encontraban una
estrofita en el tablero, alusiva a la ocurrencia. De manera que el maestro
comenzó a preguntar, para averiguar quién era el autor. Y no daban, porque yo
hacía las letras grandotas para que no se parecieran a la mía. Entonces el
maestro decía: Bueno, ¿quién escribió
esto? Nadie. No se sabía, no se sabía…hasta que al fin el maestro Nicolás
Castro me cogió. Salimos al recreo y yo me devolví, yo pensaba que nadie me
estaba viendo; pero, él, que estaba tras la pista, cuando estaba yo escribiendo
en el tablero, entró. Yo dejé de escribir de inmediato y se me cayó la tiza,
del susto. No, acábela de una vez, me
dijo. Y usted tiene, pues, chispa de
poeta…
A partir de ahí, él me fue orientando sobre
las diferentes cuestiones. Y me dijo: No
voy a decir nada, pa’ que estos muchachos no se den cuenta; pero, a usted yo lo
voy a ir orientando en la poesía… Desafortunadamente, a Don Nico nos lo
trasladaron, ¿ve?
El que sí me ayudó bastante fue Don Saulo
Sánchez, en el Colegio Carrasquilla, en los años 39 y 40. En el comienzo, creía
que yo estaba copiando los poemas de alguna parte (los poemas eran líricos en
ese entonces). Me decía: Pero, ¿esto qué,
esto sí lo hizo usted? Yo Le decía que sí. ¿Y usted cuándo hizo esto? Y yo: no, antier; o ayer, o cosa así,
según… ¿Y usted desde cuándo viene
escribiendo? No, eso sí desde cuando estaba en la Escuela Modelo. Y le
conté lo mismo que le acabo de contar a usted.
En cierta ocasión, yo le di uno y él pensó
que… Yo observé que él no creyó que en realidad era mío. Entonces me puse a buscar
la oportunidad de convencerlo… Cuando en esos días dictó él una clase sobre
Literatura Española y habló de la Tragicomedia de Calixto y Melibea. Esa noche,
yo me dediqué a hacer un poema que se llamaba así: Calixto y Melibea.
Al día siguiente, le dije: Profesor, dígame
una cosa, hombre, ¿usted en alguna ocasión ha leído en algún libro esa poesía
que se llama Calixto y Melibea? No, ¿y
por qué me pregunta, usted me va a examinar o qué? Y le digo: no, profesor,
yo quiero es como averiguar quién es el autor de eso. Y él me dice: Pero, qué autor, si eso no existe. Eso no
está en ninguna parte. Está la tragicomedia, como teatral, como cosa así; pero,
como poema eso no existe. Y yo le digo: ¡Sí existe! Él me dice: pero, ¡¡¡cómo me va a decir usted que sí
existe, eso no existe, demuestre que existe!!! Le digo yo: vea. Saqué del
bolsillo y se la di en plena clase, para asombro de todos. Llegó y la cogió y
dijo que la iba a examinar, se la llevó. Por la tarde me llamó: ¿Usted hizo esto anoche? Le dije yo: sí.
No, hombre, pero esto está maravilloso.
En la clase siguiente, la leyó en el salón
y dijo: Miguel hizo este poema anoche,
ustedes deben tener testimonio de que Miguel es un poeta, que va a servir…,
que no sé qué más… Bueno, me dedicó unos veinte minutos ahí. Y se quedó con el
poema. Después me preguntaba: ¿qué ha
hecho, qué obra tiene? Se mantenía preguntándome.
Una vez, después de conocer a una muchacha
de Istmina muy bonita, me prendé de ella. Y escribí otro poema, que se lo llevé
al Profesor Saulo. Le dije: vea el que hice esta mañana. Me dice: Ah, esto sí está muy bonito. ¿Lo hizo esta
mañana? Le dije que sí. Entonces él me dijo: vea, le voy a poner un tema. Esta tarde se va a fijar en el atardecer,
pa’ que me haga uno de esos pa´mañana. Y entonces yo le traje El atardecer,
El cenit y El ocaso: ¡le zampé tres por uno!. Se los llevé y entonces estuvo muy
contento y ahora sí se acabó de convencer de que sí los hacía yo. Ahora comenzó
a orientarme y me decía que mirara la prosodia, que la métrica, que la no sé
qué, que aquí, que tal cosa…y siempre me sirvió mucho.
Bueno, ese año, cuando fuimos al acto final
de clausura, yo observaba una cosa muy rara, ¿no? Estaba la prensa, con Don
Reinaldo Valencia; estaba el Intendente; bueno, estaba pues toda la plana mayor
de Quibdó, en el acto final y en la entrega de libretas [de calificaciones].
Pero, yo le digo que nunca he sentido una terronera igual que cuando dijo Don
Saulo: Ahora vamos a presentarles al
nuevo poeta chocoano, Miguel A. Caicedo, que nos va a deleitar con su poema
Calixto y Melibea.
Dios mío, le digo que yo no sé dónde quedé
en ese momentico; pero, el aplauso, y ¡Sí,
Migue! ¡Que salga Migue, que salga Migue…! Bueno, entonces yo me levanté y
fui saliendo; pero, no sabía cómo andaba. En todo caso, él mismo me había
enseñado a declamarla. Debí maliciar; pero, yo suponía que él apenas lo hacía
como por ayudarme, pero él ya tenía su plan, ¿ve? Total, que bueno: lo hice
bien. Y al otro día salió en el periódico ABC, uno que publicaba aquí muy bien
Don Reinaldo Valencia, un artículo escrito por el Doctor Ramón Lozano Garcés,
muy bueno, me dio muchos alientos, mucha loa y todo lo demás.
Esa fue mi trayectoria literaria hasta
antes de irme para Medellín, porque entonces yo no publiqué así mayor cosa.
Teníamos un periodiquito del Colegio Carrasquilla, que se llamaba El Patíbulo,
paralelo a otro que publicaba la Normal de Varones, que se llamaba El Loro;
pero, eran como humorísticos, para poner pereque, entonces yo allí no publiqué
casi nada.
Las verdaderas publicaciones que empecé a
hacer fueron en Medellín. En el año 1944, con Manuel Mejía Vallejo, Dolly Mejía
Morales, Jorge Bechara Hernández, William Namen H. y otros, fundamos una
tertulia a la que denominamos Guillermo Valencia y nos ingeniamos, de manera
que conseguimos ayuda, para publicar el periodiquito El Tertuliano, mediante
colaboración muy especial del Doctor Fernando Gómez Martínez, quien nos
permitió editarlo sin mayor costo. Ahí sí comencé yo a publicar las poesías y
todo. Y, en cierta ocasión, en La Defensa, que le decían La Chana, también alcancé
a sacar uno que titulaba Luna amiga. Propiamente mi carrera literaria se abrió
fue allá, en Medellín, ¡sí, señor![2]
Negra del bunde amargo, de Miguel A. Caicedo. |
[1] Un ejemplo significativo de la obra de Miguel A. Caicedo es La Pordiosera, que se puede escuchar en su
propia voz en: https://www.youtube.com/watch?v=Xuldt7FqTEw
[2] Este texto es un fragmento, editado, de una serie de entrevistas personales a
Miguel A. Caicedo, realizadas en Quibdó, en septiembre de 1986. Formó parte de
un capítulo de: Uribe Hermocillo, Julio César. ¿Qué es ser chocoano? Biografía
cultural de Miguel A. Caicedo. Diócesis de Quibdó, Gráficas La Aurora, diciembre
de 1996. 156 pp. Pág. 75-82.
Hermano, que texto tan agradable y bien hecho.
ResponderBorrarTe felicito por rendirle este grandioso homenaje a mi excelso profesor Miguel A. Caicedo.
Dioss permita que tu clamor llegue a los oidos de las autoridsdes academicas, culturales y gubernamentales municipales y departamentales para que le hagan a nuestro personaje el merecido homenaje que se merece.
Uno de los grandes problemas del Chocó es que no hacemos reconocimiento de nuestros personajes valiosos. Nos falta sentido de pertenencia.
Gracias, Julia
Sí, Rafael, ojalá nos paren bolas a todos los que creemos que este acontecimiento merece una conmemoración digna, que incluya difusión amplia de la obra del Maestro Miguel A. Caicedo entre diversos públicos, especialmente entre los estudiantes de todos los niveles.
BorrarSaludos. Gracias por el comentario.
Excelente aporte!!!!
ResponderBorrarGracias.
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