18/08/2025

 Remembranza de un Poeta 
–En el 20° aniversario 
de la muerte de Juancho Velasco–

FOTO: Fundación Damagua.

Las palabras del baúl
Hace más de 25 años, cuando la promoción comunitaria de la lectura no era una acción prioritaria en ciudades como Quibdó, Juancho Velasco ya andaba los fines de semana por barrios como San Vicente y Palenque con una biblioteca móvil llamada El Baúl de las Palabras, para la cual había obtenido una donación de libros de parte de Colcultura (Instituto Colombiano de Cultura); y obtendría apoyo posterior del recién creado Ministerio de Cultura, a principios del presente siglo, a través de un proyecto denominado Juguemos a crear un río de sueños, en el que –a partir de actividades lúdicas y artísticas– grupos de niñas, niños y jóvenes se acercaban cada vez con mayor gusto a los libros, a la lectura, a la historia local, a las preocupaciones ambientales y al río Atrato, en cuya orilla vivían, pero del cual poco sabían.

Ricuras

Hace más de treinta años, cuando aún no se hablaba tanto de las cocinas y gastronomías locales, regionales, tradicionales, y cuando eran contados los hombres chocoanos que se dedicaban en serio a la cocina, sin posar de chefs, pero ejerciendo como tales, Juancho Velasco sorprendió a propios y extraños de Quibdó con sus innovaciones en la preparación de recetas vernáculas de la tradición chocoana; tales como el uso del borojó para la elaboración de salsas y guisos de bocachicos, dentones, pargos, atunes y otros pescados de río y mar propios de la región; así como con el uso extendido de plantas de condimento y aromáticas, como las famosas “verduras” de la plaza de mercado, que en un atado concentran el poder sazonador de los patios y azoteas del Atrato; y con el uso de otras frutas –como el lulo chocoano y la guayaba agria– para la preparación de marinados y adobos de diversas carnes y recetas. Todo ello, y más, en su restaurante Ricuras, que Juancho estableció en tiempos en los que era poco frecuente que los quibdoseños dejaran de comer en sus casas para ir a un restaurante; pero que, poco a poco, se convirtió en lugar de encuentro de “boquisabrosos” locales y amantes de la tradición y de la buena charla, dos cosas que allí también se podían encontrar. Ricuras fue también, pronto, un lugar de visita obligada de la mayor parte de viajeros y transeúntes de otras ciudades del país, que regresaban a decirle a sus colegas, funcionarios de entidades públicas nacionales, empleados de empresas privadas y casas comerciales que, cuando les tocara ir a Quibdó, no se fueran sin almorzar en Ricuras, en la bella edificación patrimonial de la Calle de las Águilas, que había sido la casa materna y paterna de Juancho y en donde también funcionara durante décadas la botica de su padre.

"El malecón que queremos"

Por la misma época, y a partir de los primeros planteamientos de una ONG creada por jóvenes profesionales chocoanos: la Fundación Beteguma, primera en abordar los asuntos ambientales de la ciudad; Juancho Velasco, quien había creado la Fundación Damagua, para la promoción de asuntos históricos, artísticos y culturales, se apersonó de propuestas novedosas como la de reivindicar el espacio público como un derecho de los quibdoseños; mediante un malecón de boca a boca, desde la desembocadura del río Cabí y de la quebrada La Yesca hasta la desembocadura de la quebrada El Caraño, casi llegando a la vuelta hacia el norte donde el río Atrato se pierde de vista y sigue su rumbo de gran lago andante hacia el Caribe colombiano; mediante la ampliación del espacio público disponible (aceras y andenes, mobiliario urbano, plazas y parques, escenarios artísticos, plazas barriales de mercado, centros de acopio, etc.) y la regulación de la ocupación del escaso espacio público por parte de los incipientes vendedores ambulantes, que años más tarde –dándole la razón a Juancho– se tomarían la ciudad hasta extremos de degradación como el actual, cuando el histórico Parque Centenario no solamente amenaza ruina, sino que incluye la indignidad de ver los monumentos a Diego Luis Córdoba y a César Conto Ferrer convertidos en parte del mobiliario de todo tipo de ventorrillos, que han terminado de convertir la ciudad en un inmenso mercado al detal de baratijas, bebidas y fritangas.

El poeta Juancho Velasco con el músico Neivo de J. Moreno, el educador y poeta Ventura Díaz Chaverra, el músico Alexis Lozano y el poeta Alfredo Vanín. FOTOS: Fundación Damagua / El Guarengue.

El poeta de la familia
Así mismo, hace por lo menos cuatro décadas, ya Juancho Velasco había encontrado en la poesía un destino, una voz para su alma y un aliciente para su vida. Así fuera todavía una pasión algo secreta, escribir había empezado a ser para Juancho otra de tantas primicias que a su tierra había entregado… Juan Bautista Velasco Mosquera, cuarto integrante de la prole del inmigrante español, asturiano, Ángel Velasco Rodríguez y su chocoana esposa, doña Cándida Mosquera Garcés, hija de Juan Bautista Mosquera Marmolejo y Eulalia Garcés Salas, hermana de Juan Bautista, Eulalia, Fausto Nicanor, Carmen, Josefina, Luis Néstor y Manuel; el penúltimo, uno de los primeros ingenieros civiles de una generación de profesionales de esa rama en el Chocó, y el último, un político e intelectual de la brillante generación chocoanista, que a partir de la tercera década del siglo XX trabajarían por la dignidad de la región y el acceso a derechos de su gente.

Heredero del nombre de su abuelo y de un tío paterno, Juan Bautista Velasco Mosquera (Juancho) nació en Quibdó el 10 de julio de 1947 y falleció –cuando aún faltaban dos meses para que cumpliera 58 años– el 4 de mayo de 2005, a las 11:50 p.m. Sus tres hermanas forman parte de las primeras generaciones de mujeres quibdoseñas que salieron de la región a cursar estudios universitarios en grandes ciudades del país; en su caso, en Bogotá, donde Imelda estudió Trabajo Social; Josefina, Bacteriología; y Ludy, Fisioterapia; siendo cada una de ellas integrantes de los grupos de primeras profesionales chocoanas en dichos campos. Sus dos hermanos fueron: Ángel, quien falleció en plena juventud; y Héctor, Ingeniero Forestal, uno de los primeros profesionales de su campo en formar parte de la nómina de Codechocó.

En los cortos años de su vida pública como poeta, Juancho Velasco fue reconocido por su arte en ámbitos nacionales e internacionales. En Colombia, recibió, por ejemplo, la Orden del Cununo, distinción que le fue otorgada, en diciembre de 1999, en Tumaco, en el Encuentro de poetas frente al mar, realizado en el marco del Festival del Currulao. Dos de sus poemas (El esclavo, Sombra del ahogado) fueron incluidos en la Antología “Mito, tradición oral, historia y literatura del Pacífico colombiano” (2019), del Grupo de Editoriales Universitarias del Pacífico y el Fondo de Publicaciones del Valle del Cauca, en donde compartió páginas con una veintena de autores y autoras de la región, como Alfredo Vanín, Sofonías Yacup, Helcías Martán Góngora, Mary Grueso Romero, Medardo Arias Satizábal, y coterráneos como Rogerio Velásquez, Carlos Arturo Truque, Hugo Salazar Valdés y Arnoldo Palacios. Así mismo, participó a nombre de Colombia en múltiples recitales del Festival Internacional de Poesía, de Medellín. Fue becario del Ministerio de Cultura de Colombia en la modalidad de creación individual en poesía, en 1997. Y recibió Mención de honor en el VII Premio Nacional de Poesía “Antonio Llanos”, de la Biblioteca Centenario de Cali (Colombia), por su poemario “Orillas Secretas”, en el año 2000; cuando también fue invitado al V Festival de Poesía y Artes de La Habana, Cuba, donde tuvo la oportunidad de leer sus poemas en la emblemática Plaza de la Revolución; en la sala Lezama Lima del Gran Teatro, de La Habana; y en los auditorios del Hotel Habana Libre y de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba.

1 y 2-Juancho Velasco en su trabajo con la biblioteca móvil en barrios de Quibdó (2000 y 2002). 3-Con el músico Mane-Mane Santacoloma. 4-Comiendo vandumias en una esquina de Quibdó, como era su costumbre. FOTOS: Fundación Damagua.

Juancho Velasco, siempre cálido, acogedor y cariñoso (“me le das saludos a mi hermana”, me decía siempre que nos encontrábamos, refiriéndose a mi mamá), tenía magia en su voz, agradable, envolvente, firme y clara; una voz que parecía haber nacido para la lectura de poemas, para las conversaciones de amistad y para los requiebros del amor. Alcanzó a escribir por lo menos seis libros: Orillas secretas; La piel del recuerdo; Canciones para María Conga –En el embarcadero para Paimadó–; Orillas y Ritos; y Desandando: tras las huellas de mi padre, un emigrante asturiano; el cual fue publicado dos años después de su muerte, y es una síntesis del periplo de Juancho hasta sus raíces asturianas, que llevó a cabo durante dos años, como si respondiera a la urgencia del famoso poema cantado, que inmortalizaran varios intérpretes españoles: “Prepara tu salto último / lívida muerte cobarde / prepara tu último salto / que Asturias está aguardándote. / Sola en mitad de la tierra / hija de mi misma madre". Y como si a el salto de la muerte lo estuviera aguardando a él en su tierra quibdoseña, en su chocoana tierra, en su orilla del Atrato, adonde murió poco después de regresar de aquella expedición.

Poesía pura

Juan Bautista Velasco Mosquera (Juancho Velasco) escribió uno de los más bellos poemas que en homenaje al río Atrato se haya escrito en toda la historia de la literatura colombiana y chocoana: Hay un río en la memoria; un poema entrañable, profundo, recóndito, como el curso del Atrato mismo; un poema cuya urdimbre está hecha con las cadencias y murmullos de las orillas de la infancia del poeta, que con versos majestuosos, y extensos como el río, pone el alma toda en su voz para nombrar aquel río que habita en su memoria y navega a lo largo y ancho de la geografía de su historia personal y familiar, que es la historia de todas las vidas que en sus riberas han visto la luz por los siglos de los siglos.

Hay un río en la memoria
(Juan B. Velasco Mosquera)
Hay un río que corre por mis venas.
Hay un río que sabe de mis viajes y del pulso de mis años.
Hay un río de canoas alegres que nos regresan a la vida,
de remos seguros y de rumbos ciertos.
Un río que habita en las claras mañanas de la infancia,
un río que aprendí de mi madre en las horas tempranas del alba.
Y había un canto en su voz, que era como la miel más dulce,
y una niñez que era como la desnudez del paraíso.
 
Y había un último lucero que se negaba a regresar
por los caminos de la noche y un sol que bebía
sus primeros sorbos en las aguas limpias de su cauce
para mitigar su sed en los largos días del verano.
Hay un río por el que aún mi padre retorna al calor del hogar
después de sus rudos combates con el mar de la selva,
de sus vueltas a la luz y el aire desde los socavones umbrosos.
…Y era hermosa su canoa ranchada y bellos sus remeros.
 
Hay un río de orillas hermanadas por las risas alegres de sus mujeres
y por el abrazo franco de sus hombres broncos.
Un río de peces de escamas cristalinas que sacrifican
sus blancas carnes para la comunión del mundo,
de peces que todavía esquivan
los anzuelos de mis débiles cañas,
pero que saltan alegres a las totumas
al primer palmoteo de las pescadoras.
 
Hay un río de riberas fértiles en las que crecen espontáneos
los frutos más carnosos, las cañas más jugosas y los cereales más tiernos.
Un río de racimos dorados y flores parásitas que se alzan
en los majestuosos troncos de los abarcos y los cativos.
Un río al cobijo de las alas de las aves
y al reinicio de la esperanza en los gorjeos matinales,
un río de selva compañera que surte sus meandros con aguas bautismales,
un río, al fin, que nos regresa al mar por anchos cenegales y deltas ilusorios
 
Hay un río milenario por donde sube la sangre de los ancestros, 
trayéndonos en urnas primigenias
el nombre de otros pueblos de ultramar
y el sabor inacabable de la sal de otras arenas.
Hay un río tejido por la lluvia que cae perenne, como un sueño impalpable,
desde la alta cima de un bestiario fantástico, con cuerpos de algodón,
y que, aun así, por lo irreales, guardan en secretos arcanos
la luz de los relámpagos y la voz altísima del trueno…
 
Hay un río por donde viaja un pueblo sobre balsadas de música,
balsadas de troncos resinosos y aromadas esencias preservadas
en las arterias vegetales del humus primero que engendró la vida.
Un río en cuya piel transparente danza un pueblo de mujeres
de torsos juveniles y caderas de tambores
solo presentidas bajo las suaves faldas con las que juega la brisa
y de hombres de anchas espaldas fortalecidas por el trabajo honesto de los días
y de torneados brazos musculosos que ha tiempo sufrieron las cadenas de la infamia
 
Sí, hay un río que viaja plácido por las huellas de la memoria.
Pero hay también un río, un único río, por el que esperamos
confiados descender las últimas escalinatas de la vida.
Un río que en las largas y oscuras noches del dolor
recibe a sus amados muertos con lastimeros misereres de ausencia,
con rosarios de rezos en el hondo murmullo de la voz de sus ancianas.
Un río con rituales de buen augurio para el postrimero viaje…
 
Ahora diré su nombre, levantando mi voz sobre otras voces
que dicen Nilo, Ganges, Misisipi, Orinoco,
Zambesi, Volga, Yangtsé o Amazonas…
Diré su nombre y pondré el alma en mi voz,
diré su nombre palpitante y brindaré por él
llenando la copa de mis manos con sus aguas sagradas… 
Diré su nombre imperecedero, diré: ¡Atrato!

Por la paz y la dignidad del Chocó

A escasos tres meses de su muerte, recién regresado de su periplo vital por tierras españolas, frente a la guerra y la muerte que se habían entronizado en los montes y los ríos del Chocó (“Malas, aterradoras y pasmosas noticias nos recibieron al regresar a casa”, dijo), dirigiéndose a la concurrencia presente en la celebración del Día del Periodista, en Quibdó, Juancho Velasco invitó a los periodistas de la región a levantar su voz y a enarbolar su palabra como una bandera de dignidad: “que su ejemplo sea digno de imitar por todos los hombres y mujeres del Chocó; que sean la pura y noble conciencia de la sociedad”; en un discurso cuyos apartes principales serían publicados como Editorial del periódico Citará, en su edición N° 102, de abril de 2005. El remate de su intervención en aquel acto fue la expresión de su compromiso irrestricto de lucha por la paz desde la trinchera de la palabra y la poesía: “No estarán solos, todos los hijos de bien del Chocó estaremos con ustedes. Yo, por mi parte, libraré el combate desde la trinchera de las palabras, de las letras, de la literatura; ese será mi grano de arena, humilde pero valeroso. Dios nos guíe a todos. Congratulaciones en su día” (Citará, Quibdó, N° 102, abril 2005); una trinchera desde la cual clamó, en su poema Diatriba por el río: "Devuélvannos el eco de nuestros pasos por el malecón… / ¡Devuélvannos la vida!". Una proclama más, en testimonio de sus desvelos, de su compromiso y de sus luchas por la paz del Chocó, que incluyó el impulso de mesas regionales de paz y una de sus más originales ideas: adelantar una vindicación simbólica, consistente en un acto colectivo de conjuro y maldición, haciendo uso de todas las artes y potencias de brujería del Atrato, el San Juan y el Baudó, el Pacífico y el Darién, contra los responsables y perpetradores de la masacre de Bojayá.

Diatriba por el río
(Juan B. Velasco Mosquera)
Hoy, en esta irisada tarde del crepúsculo, 
he vuelto a sus riberas y las he hallado 
plagadas de llagas y de úlceras, 
las he visto invadidas por los mercaderes 
de la inicua plusvalía.
He visto irreverentes saltimbanquis
haciendo su circo de palabras mentirosas
y a los malabaristas de los juegos engañosos.
Y, al dolor, he visto también bajar por sus apacibles aguas
cadáveres, nuestros propios cadáveres, mutilados y abatidos
como árboles arrasados por una última tormenta tenebrosa.
Ríos de sangre de una guerra que cierta especie 
de seres desmadrados vinieron a hacer 
en nuestras quietas y felices orillas.

Y abajo, en aguas abajo, el río pronuncia el eco lastimero 
del llanto de los niños desplazados…
Entonces, con nostalgia, y más con ira, he vuelto a tomar 
el látigo para arrojarlos del templo, de mi templo…
Devuélvannos el río, traficantes del hambre y la miseria
Regrésennos sus bosques milenarios y sus límpidas aguas
Devuélvannos el río, aprovechados pescadores del río revuelto
Devuélvannos las miradas serenas 
con las que alimentábamos el espíritu y creábamos la música
Devuélvannos el río, roedores burócratas, 
de anchas bolsas y manos rotas con los dineros del pueblo
Permítannos volver a las orillas de la infancia
a jugar al tamboreo con sus aguas
a sentir la tibieza de sus lodos en nuestros primeros pasos
Devuélvanle el río a los jóvenes enamorados
que trenzan en sus manos encontradas los sueños del amor
Devuélvanle el río a los cansados pasos de nuestros ancianos
Permitan que su suave brisa hinche nuevamente 
sus pechos de esperanzas y que también juegue 
con las faldas de las mujeres y con las camisas multicolores 
de nuestros hombres julleros.
Devuélvanle el río a los ilusos de la poesía, como yo,
que recorremos en la noche sonámbulos sus orillas 
en busca de otros mundos extraviados más allá de las estrellas.
Basta ya de tanto tráfago, basta ya de los horrísonos ruidos de la muerte,
permitan que el río renueve su paz.
Devuélvannos el eco de nuestros pasos por el malecón… 
¡Devuélvannos la vida!

Ausencia y antología

"Siempre recordado Juancho: Profunda tristeza me dio saber que habías partido sin avisar. Créeme que estoy molesto por tu decisión, pero la respeto. Pienso que no era el momento más propicio, pero, en fin, el destino te hizo una mala jugada sin concertar contigo. [...] No debiste haberte ido. Nos queda tu legado libertario y humanístico. Eso sí, nos vas a hacer una falta berraquísima"; escribió su amigo Lascario Alberto Barboza Díaz, en un texto de obituario y panegírico, titulado Juan Bautista Velasco Mosquera, Poeta de la nación chocoana. Réplica a tu partida; fechado el 9 de mayo de 2005 y publicado por el periódico Citará, de Quibdó, en su N° 103, de agosto de ese año.

Sin conmemoración alguna, hace poco se cumplieron 20 años de la muerte de Juancho Velasco, veinte años sin su voz, que todavía tenía tanta vida por relatar y proclamar a los cuatro vientos de los montes y los ríos del Chocó. Reeditar su obra, en una antología bella y digna, modesta y accesible, como su poesía; haría más llevadera su ya prolongada ausencia y el silencio obligado de su voz, una voz que nos hace falta en el escenario, a veces sin esperanza, de la chocoanidad.[1]


[1] Agradecimiento especial a mi querida GLOHUH, por su valiosa colaboración en la consecución y confirmación de datos biográficos para esta remembranza.

Los poemas “Hay un río en la memoria” y "Diatriba por el río" se pueden oír, leídos por el propio Juancho Velasco, en un videoclip producido por Gonzalo Díaz Cañadas, en julio de 2012: https://www.youtube.com/watch?v=_kJoEfv8uNY


5 comentarios:

  1. Sencillamente espectacular. Nos unió una gran amistad, desde cuando éramos estudiantes en Bogotá, lo mismo que con Ángel, su hermano.

    Américo Murillo Londoño

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  2. Excelente semblanza de Juancho.

    Darío Cújar Couttin

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  3. Juancho era un gran poeta, que sin ínfulas de ninguna clase retrató con sus versos modestos y contundentes las realidades del Chocó.

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  4. Juancho con su obra alcanza la gloria poética al lado de Nicolás Guillen, Luis Pales Mattos , Elsías Martan Gongora, Natanael Diaz, Miguel A. Caicedo,Candelario Obeso y demas cultores de la poesía negrista Latinoamericana . Su obra es La Dignidad Humana convertida en poesía.

    Pedro Romero Arriaga

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  5. Ojalá se le ocurra a alguien del gobierno municipal o departamental, exaltar su memoria, dándole a una escuela o colegio, su nombre.

    Lascario Barboza Diaz

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