16/06/2025

 Resnel Mosquera 

Resnel Mosquera 2018 y 1994. Su magnífica voz y su fluidez verbal, bajo los heterónimos de Rey o Rhey Mosquera, llevaron a este relator chocoano a ser durante varios años un verdadero rey de la narración deportiva en la radio colombiana. Fotos: Cápsulas de Carreño y Semilleros Deportivos.
Durante la década de 1970 y casi toda la de 1980, Quibdó vivió una especie de época dorada de la radio. Desde el amanecer hasta la media noche, las emisoras acompañaban la vida cotidiana de aquel pueblo grande que aún no había sucumbido al caos degradante de lo urbano. Los vecindarios todavía no habían sido comprados para convertirlos en esperpentos arquitectónicos y en parte del inmenso y desaseado ventorrillo, centro comercial o plaza de abastos en el que ha quedado convertido Quibdó. Ecos del Atrato y Brisas del Citará eran el dial de nuestras vidas. En ese panorama, en 1975, emergió y brilló con la luz propia de su voz recia y vibrante, su dicción clara y su tono ajustado, el narrador deportivo Resnel Mosquera, que pronto dejaría a Quibdó para ir en busca de su gloria nacional en una docena de ciudades y en todas las cadenas radiales del país.

Dos buenas noticias

La inauguración de la Universidad Tecnológica del Chocó Diego Luis Córdoba (UTCH), en marzo de 1972, y la realización de los Primeros Juegos deportivos del Litoral Pacífico, en octubre de 1975; fueron los dos hechos más trascendentales que vivió Quibdó en la primera década posterior al desastre material y moral provocado por el incendio del 26 de octubre de 1966. Por primera vez, el viejo sueño de profesionalización del magisterio chocoano estaba al alcances de quienes habían dedicado su vida a la educación. Y la ciudad tendría, por primera vez también, un estadio y un coliseo, en los que se llevarían a cabo las competencias entre deportistas de Quibdó, Buenaventura, Guapi y Tumaco.

En un tiempo récord -teniendo en cuenta que los Juegos fueron creados por la Ley 10 del 13 de enero de 1975-, [1] de la mano de Wladimiro Garcés Machado y Carlos Díaz Carrasco (el Mono Díaz), Quibdó se alistó para albergar a los deportistas visitantes, para quienes se acondicionó como villa olímpica una parte de las instalaciones del Instituto Femenino Integrado, IFI. Los deportistas locales, en una novedad que nos asombró a sus contemporáneos y compañeros de colegio, también tendrían al IFI como sede de concentración… No podrían salir de allí, a menos que fueran a mostrarle el pueblo a las delegaciones visitantes; no irían al colegio en esos días; y conocerían a cuanta pacífica belleza hubiera llegado hasta las justas… Esa era nuestra versión sintética adolescente de su concentración.

La cancha de la Normal, que desde finales de la década de 1930 se convirtió en el principal escenario futbolístico de la ciudad, especialmente sábados y domingos, fue acondicionada en su trazado y delimitación, se le construyeron un par de graderías en el costado occidental y su contorno se adecuó lo mejor posible como una pista de atletismo. En la primera sección de graderías, ubicadas exactamente frente a la bella casona donde aún funcionaba entonces la Escuela Anexa a la Normal Superior de Quibdó, se construyeron una serie de cubículos, tanto para invitados especiales y dignatarios gubernamentales, como para facilitar el trabajo de las emisoras locales, Ecos del Atrato y Brisas del Citará, que habían sido motivadas e invitadas a transmitir los Juegos… Así mismo, en el barrio de Las Margaritas, se levantó el Coliseo Cubierto, que sería sede de las competencias de baloncesto y voleibol. El ring de boxeo funcionaría en el antiguo barrio escolar.

Los Juegos y la revolución de la radio quibdoseña

Con gran entusiasmo, las emisoras quibdoseñas asumieron la tarea de transmitir las competencias de los Primeros Juegos Deportivos del Litoral Pacífico. Grandes extensiones de cables eléctricos y de conexión de los micrófonos para llevarlos hasta cada uno de los puntos en donde ocurrían las competencias fueron desplegadas por ambas emisoras, especialmente por Ecos del Atrato, cuyo propietario era Efraín Gaitán Orjuela, misionero claretiano, que del entonces pequeño y distante poblado de Bellavista había traído la emisora hasta Quibdó y la había instalado con gran éxito comercial y de programación en un edificio propio en la Alameda Reyes, diagonal a la cárcel.

Todos nos sentíamos tan modernos viendo tal despliegue y oyendo la jerga de la radio… Nunca como en el incendio de 1966, las “líneas de 500”, como llamaban los locutores a las líneas telefónicas, habían sido tan trascendentales en la vida de la ciudad. De su buen funcionamiento dependían las transmisiones. Eliécer y Marcial Cuesta Allín eran dos de los técnicos u operadores de sonido que hacían posibles aquellas transmisiones. Nadie los conocía tanto como a los locutores, pero eran tan famosos como ellos. Algunas de las voces principales eran Gustavo Vélez Henao, Emil Nauffal Dualiby, Eliabel Enrique Angulo García y Falconery Ruiz Cano. Y entre ellos, despuntando apenas, pero rápidamente convertido en el centro de las transmisiones de Ecos del Atrato, un joven del barrio Medrano, de Quibdó, cuyas lomas habían sido siempre graderías y miradores de la cancha de fútbol de la Escuela Normal. Un joven que había empezado a estudiar la Licenciatura en Idiomas en la UTCH: Resnel Mosquera Córdoba, quien rápidamente se convertiría en la estrella radial de los Primeros Juegos deportivos del Litoral Pacífico colombiano.

Resnel Mosquera en Caracol Pereira (años 80). Pista atlética, graderías y cabinas de transmisión del Estadio de la Normal, Quibdó, octubre 1975, Primeros Juegos Deportivos del Litoral Pacífico. FOTOS: Cápsulas de Carreño. Archivo fotográfico y fílmico del Chocó.

El Rey Mosquera

Impostada hasta el nivel necesario para hacerse tan clara, audible y sonora como llegó a serlo en Ecos del Atrato, la voz radial de Resnel Mosquera nos guio, por lo menos a los muchachos de colegio de la época, por los intríngulis y detalles atléticos y reglamentarios de los torneos de fútbol, basquetbol, voleibol y boxeo de los Juegos. Cuando no lo oíamos en los grandes y viejos transistores de las repisas de nuestras casas o de las casas vecinas, lo escuchábamos en unos radios de pilas pequeñitos, de un tamaño equivalente a la mitad de un teléfono celular promedio de hoy, que vendían en almacenes de la Carrera Tercera, de Quibdó, y que varios de nosotros pudimos comprar con los denarios que -por generosidad de nuestras madres, a quienes entregábamos lo ganado- nos quedaban de nuestro oficio de vendedores de chance.

Las fantasías de Memo Arbeláez, Froilán Londoño y Papora, en el mediocampo de la selección chocoana; o las hazañas de Eulalio (Lalo), Solís y Zipotarro, defendiendo el equipo y saliendo desde atrás como trombas; hasta poner a correr, como si se tratara de los 100 metros planos, al Poli González; todas y cada una de estas memorables jugadas, fueron narradas con sinigual eficacia por Resnel Mosquera, quien desde el primer momento nos pareció el mejor reemplazo de Alberto Piedrahíta Pacheco, en cuya voz habíamos oído en nuestra primera infancia, los domingos a las 3:30 de la tarde, los partidos de Millonarios y Santafé que se jugaban en el Campín de Bogotá.

A través de las narraciones de Resnel Mosquera en Ecos del Atrato, oímos por primera vez en la radio qué era lanzar en sostenido (jump shoot), en qué consistía pivotear y cuáles eran las diferencias entre un armador y un alero. Qué era un uppercut, un clinch y un jab. Qué era una retención y cuándo rotaban los jugadores en un partido de volibol. Cada tecnicismo de cada deporte Resnel Mosquera lo pronunciaba y lo utilizaba como si toda la vida hubiera vivido entre todos y cada uno de aquellos deportes. Mosquera se había aprendido los reglamentos básicos de cada uno y en cada ocasión hallaba la manera más amena y descriptiva de contar a través de los micrófonos lo que sucedía en los escenarios de competencia. Y así, poco a poco, se convirtió en el rey de la radio deportiva de Quibdó, el rey Mosquera, que después de ido de su barrio y de su pueblo, de su audiencia y de su emisora, en busca de horizontes más amplios para su voz y su talento, sería Rey Mosquera primero y Rhey Mosquera después, pero rey al fin y al cabo. Sin dejar de ser Resnelth Mosquera Córdoba, que era su nombre oficial.

Covid

A mediados de octubre de 2020, Resnel Mosquera pasó una temporada en el Hospital General de Caldas. El COVID 19 intentó llevárselo. Una noche de tantas, uno de sus hermanos recibió el parte médico correspondiente, mientras el Rhey confrontaba a la muerte en una UCI.

“En la noche de hoy le informamos que el paciente Rhesnelt Mosquera Córdoba, identificado con CC 11790410, hospitalizado en esta institución en la habitación 301A se encuentra en las siguientes condiciones:

 

-Durante el día pasó en estables condiciones de salud.

-Continúa con soporte de oxígeno.

-Presentó una glucometría alta ahora, por lo que tuvimos que poner dosis de insulina.

-Ha tolerado muy bien la dieta y duerme a intervalos largos.

-Continúa en manejo por medicina interna.”

https://capsulas.com.co/oraciones-por-la-salud-del-narrador-rhey-mosquera/

Pero no lo consiguió. El COVID 19 no consiguió llevarse a Resnel. Sí lo afectó. Tanto que anda casi retirado de la narración deportiva, aunque no imposibilitado para hacerla. De esa experiencia, brutal, de confrontación con la muerte, quedó el siguiente testimonio, una especie de Resnel según Rhey

“Soy Rhey Mosquera, un hombre con inicios en la radio en 1972 y que en diciembre de 1977 recibe licencia de locución del Ministerio de Comunicaciones, lo que me da la alegría y la fuerza para dejar mis estudios universitarios de idiomas y partir de casa. En abril de 1978 llegué a Montería donde inicié una larga carrera en los medios de comunicación del país, al punto de trabajar en todas las cadenas radiales y en once ciudades. Después de Montería pasé por Medellín, Barranquilla, Pereira. Bucaramanga, Cúcuta, Villavicencio, Bogotá, Ibagué, Santa Marta, Quibdó y Manizales. De las 11 ciudades en qué viví, repetí en siete de ellas. Por ejemplo, en Bogotá estuve 17 años, no corridos.

[…]

Ya al final de mi carrera buscaba trabajar en Pereira para quedarme allí definitivamente, pero no resultó la opción laboral y se me presentó la posibilidad, que ahora bendigo, de venir a trabajar a Manizales, ciudad en la que no había trabajado.

[…]

Doy gloria a Dios por haberme dado la oportunidad de quedarme en Manizales. Todavía cuando voy por la calle la gente me pregunta que cuándo regreso, qué por dónde estoy transmitiendo y eso me llena el alma, gracias Manizales. ¡De aquí solo me saca Dios! Manizales Dios te bendiga”.[2]

A lo largo de su carrera como narrador deportivo, Resnel Mosquera hizo parte de los más importantes equipos de trabajo radial del país, como el Trabuco Todelar (1992-1993) y NotiSuper Deportivo (1995). Fotos: Cápsulas de Carreño.

Las narraciones deportivas de Resnel Mosquera en Ecos del Atrato, de Quibdó, nos alegraron la vida de muchachos y nos ayudaron a comprender la dimensión de aquellos Primeros Juegos deportivos del Litoral Pacífico colombiano. Gracias a su potente voz, que en el estadio de la Normal se salía de la cabina de transmisión hasta las graderías, vivimos aquellos Juegos con tanto fervor y alegría que terminamos sintiéndolos como nuestra versión regional de los juegos olímpicos, incluyendo el orgullo de patria chica por el triunfo rotundo de la delegación local.

09/06/2025

 Epistemologías de la Manigua  

“Pocas veces tiene uno la oportunidad de aprender con intelectuales senti-pensantes como Jhonmer Hinestroza Ramírez, el último ombligado y nieto de la última partera de la familia, doña Virginia Córdoba Palacio, en Arenal. Desde una praxis ribereña centrada en la libertad, el amor y la belleza, Jhonmer nos comparte una profunda reflexión anticolonial, antirracista y antipatriarcal sobre la sociedad faloblancocéntrica colombiana”. Denisse Roca-Servat. Universidad Pontificia Bolivariana, Medellín, Colombia. 28 de julio, 2023.[1]

Sin estruendo alguno, como suele hacer sus cosas, Jhonmer Hinestroza Ramírez se graduó de Doctor en Ciencias Sociales en la Universidad Pontificia Bolivariana, UPB, de Medellín (Colombia), a principios de 2023. Su tesis de grado, laureada -Summa Cum Laude-, se titula “EPISTEMOLOGÍAS DE LA MANIGUA: genealogía de su esclavización en el Chocó, Colombia”, y una vez publicada, como parte del reconocimiento académico, fue uno de los libros más vendidos de la Editorial UPB.

Previamente, en su carrera académica, Jhonmer se había graduado de una Maestría en Lingüística (2014), de la Universidad Nacional de Colombia, en convenio con la Universidad Tecnológica del Chocó, UTCH, la misma institución donde cursó su Licenciatura en Español y Literatura (2010); luego de graduarse de Maestro en la Normal Superior de Quibdó.

Jhonmer tiene la parsimonia del río en cuya orilla nació y el ímpetu callado de quien sabe -como el río- para dónde va, y para hacerlo no necesita vociferar: le bastan el entusiasmo y el profesionalismo, la persistencia y la humildad personal e intelectual. Pionero en Quibdó de la promoción de las artes y las letras con enfoque étnico, desde la Corporación Cuenta Chocó–Rogerio Velásquez Murillo, con sus programas de promoción de la lectura, su sala de lectura, su biblioteca y hace poco su Librería Bagatá (al frente del Colegio Carrasquilla, de Quibdó), las 12 ediciones de su Festival de Arte y Literatura Indígena del Chocó, INDIAFRO, cuya 13ª edición se realizará a finales de octubre del presente año; Jhonmer Hinestroza Ramírez ha trabajado con dedicación y generosidad -lejos de la fatuidad y de la vanidad personal- por la causa cultural y étnica del Chocó; apoyado siempre por Doris Raga, su esposa y compañera y cómplice, siendo ambos un ejemplo para su hija y su hijo, que ya han comenzado a vincularse a las actividades de su padre y su madre.

Con esos admirables atributos, que tanto bien le han hecho a Quibdó y al Chocó a lo largo de más de una década, Jhonmer Hinestroza Ramírez escribió, en la página de agradecimientos de su tesis de doctorado y en el libro publicado por la UPB, que recogió su magnífico trabajo de investigación, estas bellas palabras, que retratan su magnanimidad:

Los sueños se riegan con amor y se apuntalan con guayacanes como los que yo he tenido. Jhon Edinson Hinestroza Ramírez inició esta historia aquel día en que me impulsó a aplicar a la Convocatoria para la Formación de Alto Nivel-Doctorado Nacional para el departamento del Chocó, administrada por la Universidad Tecnológica del Chocó Diego Luis Córdoba, quienes hicieron una valiosa labor para que yo llegara a esta página. La Universidad Pontificia Bolivariana fue el suelo seleccionado para sembrar el sueño: Doctor en Ciencias Sociales. En tiempo de fuertes nubarrones, José Roberto Álvarez hizo suyo este sueño y lo protegió. Doris María Raga Rivas, compañera de vida y mi gran tesón. Zahily Ashanty y Mateo Alí, una bocanada de oxígeno, esperanza e inspiración. Mis padres: Rosa Nelly Ramírez y Agapito Hinestroza, seres incondicionales e imperecederos. Denisse Roca Servat, me siento privilegiado y orgulloso de que también me hayas elegido. Tu trabajo fue artesanal, intelectual y de cuidado. En los tiempos en que decaí no faltó tu voz. Eres una directora ejemplar, humana, sabia. Eres el ideal para un tesista.[2]

Y también con esos admirables atributos, que forman parte de una inteligencia puesta al servicio de la chocoanidad, con Rogerio Velásquez Murillo como inspiración y con la Generación de la Dignidad[3] como referente fundamental, Jhonmer Hinestroza Ramírez escribió los textos siguientes, que forman parte de su tesis doctoral, y los cuales han sido seleccionados y editados por El Guarengue-Relatos del Chocó profundo, de la Introducción de su trabajo de investigación.

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Introducción a las Epistemologías de la Manigua

Jhonmer Hinestroza Ramírez.

Nací en Arenal [4] bajo el cobijo del río Atrato, Chocó-Colombia. Virginia Córdoba Palacios, mi abuela y partera de mi nacimiento, murió en 1996, sin saber leer ni conocer la fecha de su nacimiento. Ella fue la última partera, y yo el último ombligado[5] de la familia. En la escuela aprendí a leer las letras, pero me quedé con pocos conocimientos sobre la manigua. Estos conocimientos nunca tuvieron lugar en el aula. Me quedé sin el conocimiento de las plantas; no aprendí a cantar alabaos. Nunca supe cuándo aprendí a nadar, parece que nací siendo un baldudo.[6] Formo parte de la primera generación de mi familia que fue a la universidad. También, soy el padre de una primera generación familiar que le teme al río con sus hijos. La educación me hizo un extraño en la manigua, pero tras años de formación crítica y trabajo comunitario[7] he adquirido otros lentes con los cuales percibir mi ser ribereño, en un sentido que enaltece. Es así como hoy, la educación representa una ventana a otro mundo, sin desterrarme del mío.

[…]

En Arenal, mi padre me llevaba a mí y a mi hermano a pescar en canoa al alba. En la noche anterior se habían dejado dispuestos en el río los copones o trasmallos.[8] Los pescados pequeños eran devueltos al río. Nunca le tuvimos miedo al río, a pesar de que había momentos en que estaba repuntado[9] o aun de noche. Trabajábamos en la mina de la familia. Había tiempo para la cacería de aves y animales de monte. Se cortaba una planta y se sembraba otra. Todo lo proveían el monte y el río. Las noches estaban amenizadas por los cuentos de tío Conejo y tío Tigre, refranes, versos y coplas.

La falta de un sistema educativo de calidad y los problemas socioeconómicos hicieron de la escuela un aparato que “desombligaba”[10] a los renacientes de su territorio. Los profesores alentaban (y aún lo hacen), a los padres a “sacar” a los estudiantes que les veían aptitudes para el estudio. Esto le sucedió a mi familia en la década de los noventa. El profesor de mi hermano mayor le recomendó a mi padre enviarlo a Quibdó, lo cual generó después el traslado de toda la familia. El regreso al territorio rural es catalogado como un fracaso. Las desigualdades socioeconómicas hacen del traslado o nombramiento de un maestro en las zonas rurales un castigo. El año en que mi madre se trasladó a Quibdó me cambiaron el profesor. Nadie guiaba mis aprendizajes. Ese año fui de los mejores del curso, y con ello, fui llevado a cursar estudios en la Escuela Anexa a la Normal de Varones de Quibdó. Los conocimientos de la manigua no hicieron parte de la escuela, por el contrario, había que reprimirlos. En este momento tenía siete años; posteriormente, me distancié de mi territorio. 

Por fuera de la escuela aprendí que la élite colombiana ha empleado la literatura para construir el imaginario de nación monocultural alrededor de las gestas de los criollos y valores hispánicos. La literatura, a su vez, constituye un campo de reivindicación epistémica de intelectuales negros como Candelario Obeso, Jorge Artel, Arnoldo Palacios, Teresa Martínez, Rogerio Velásquez, etc. Estos escritores, pese a sus aportes, continúan siendo marginales en el canon de la literatura colombiana. En el 2010, el Ministerio de Cultura publicó la Biblioteca de literatura afrocolombiana, la cual contiene una colección de textos de algunos de estos autores. La publicación de estos textos representa una demanda histórica de las organizaciones negras. Sin embargo, en Quibdó, algunas colecciones adornan las rectorías; otras se están dañando en lugares donde no van a conseguir un lector. El canon dominante habita las aulas sin que estos escritores encuentren un lugar. Esto nos muestra que la solución al racismo es más compleja que solo llevar libros a las escuelas. Tener la piel negra no implica el dominio ni el interés sobre la cultura e historia negra. El conocimiento que nuestros niños y niñas reciben en el sistema educativo niega e inferioriza su ser ribereño.

El Chocó es el departamento colombiano con más población negra, porcentualmente, en relación con el número de sus habitantes. El censo de 2005 estimó que Colombia tenía 4.311.757 que se autorreconocían [11] como población negra, afrocolombiana, raizal y palenquera, mientras que el censo de 2018 arrojó 2.982.224, lo cual significa un descenso de 30,8% (Departamento Nacional de Estadística, 2018). En el caso del Chocó, pasó de 286.011 a 337.696,[12] de un total de la población de 457.412 habitantes. En estos tiempos, la gente negra es quien dirige las instituciones educativas y de gobierno. Sin embargo, la escuela no es un espacio de diversidad epistémica. Encontramos personas negras que re-producen y defienden el pensamiento occidental como única forma de producir conocimiento; ya que, según Freire (1968/s.f.), “los oprimidos son ellos y al mismo tiempo son el otro introyectado en ellos, como conciencia opresora” (p. 27). En concordancia, el racismo no se aborda aquí como un asunto restringido a la piel: blanco (superior) contra el negro (inferior), sino como una racionalidad colonial que esclaviza otras formas de conocimiento.

[…]

En la ciudad de Quibdó, la etnoeducación se circunscribe a la conmemoración del Día nacional de la afrocolombianidad, en aplicación de la ley 725 de 2001. El 21 de mayo, los estudiantes y algunos docentes en Quibdó se “visten de afros” para ir a las instituciones educativas. Se danza, se venden jugos y comidas de la región. Cuando Zahily Ashanty -mi hija- cursaba preescolar, la profesora les solicitó a los padres que, por ser el día de la afrocolombianidad, “cada niño que traiga una fruta y que vaya vestido de afro”. Las niñas y docentes pueden soltarse el cabello sin ser burladas o expulsadas por “estar mal presentadas”; a algunos niños o niñas les ponen peluca simulando el “cabello natural afro”. No hay límite en la creatividad en el arreglo del cabello, pero solo ese día, pues los demás días del año lectivo, la institución vuelve con sus normas y restricciones. 

Las conquistas jurídicas en defensa y reivindicación de los derechos de los afrocolombianos[13] no han transformado el sistema educativo en un espacio de justicia epistémica y cognitiva global. En medio de esta situación, esta investigación plantea realizar un estudio genealógico para comprender las diferentes maneras en que las políticas epistémicas coloniales perviven, se legitiman e institucionalizan a lo largo del tiempo, reproduciendo la jerarquía racial y cultural del conocimiento moderno occidental, en detrimento de las epistemologías de la manigua de los ribereños en el Chocó, Colombia.

Por lo tanto, la pregunta de investigación que guiará este estudio es la siguiente: ¿Cómo perviven, legitiman e institucionalizan las políticas epistémicas coloniales que re-producen la jerarquía racial y cultural del conocimiento científico, en detrimento de las epistemologías de la manigua de la gente ribereña, desde una aproximación genealógica en el caso del Chocó, Colombia?



[1] Denisse Roca-Servat fue quien dirigió la Tesis de Doctorado de Jhonmer

[2] Hinestroza Ramírez, Jhonmer. Epistemologías de la manigua: genealogía de su esclavización en el Chocó, Colombia / 1ª edición – Medellín: UPB. 2023 – 269 páginas. (Colección Ciencias Sociales, 25)

ISBN: 978-628-500-109-3 (versión digital). Pág. 8.

[4] Arenal es un corregimiento del municipio de Atrato, Chocó – Colombia.

[5] Al recién nacido o renaciente, al momento de nacer, se le aplica en la herida del ombligo un material vegetal, mineral o animal. Se estima que el ombligado obtiene las características de lo que se le aplique y así se le vincula para siempre al territorio.

[6] El baldudo es un pez de agua dulce que se encuentra en el río Atrato.

[7] Tuve mi primer acercamiento a la historia del pueblo negro y el racismo cuando participé del II Encuentro de Estudiantes Universitarios Afrocolombianos (ENEUA). En el 2009 participé en Bogotá del Encuentro Nacional de Estudiantes de Literatura y Áreas Afines (REDNEL). Fui invitado a participar de una mesa de literatura afrocolombiana. En ese entonces todavía cursaba la Licenciatura en Español y Literatura en la Universidad Tecnológica del Chocó Diego Luis Córdoba (UTCH). De estas reflexiones nació en el 2012 el 1er. Festival de Arte y Literatura Afro e Indígena del Chocó, IndiAfro. En el 2014 surge la Corporación Cuenta Chocó – Rogerio Velásquez Murillo. Cuenta Chocó es una entidad sin ánimo de lucro de carácter académico, investigativo y cultural, dedicada a promover la lengua, historia, cultura y literatura afro, indígena y chocoana.

[8] Los copones y trasmallos son artes de pesca utilizadas en el Atrato.

[9] Significa que el río está aumentando su caudal, es decir, creciendo.

[10] El ombligamiento es una práctica de los pueblos indígenas y afrodescendientes del Chocó al momento del nacimiento de un ser humano, la cual busca extender el aliento divino en el cuerpo de este y vincularlo al territorio.

[11] Las organizaciones étnicas calificaron lo sucedido como una masacre estadística perpetrada por el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE). El DANE señala como efectos causales el sociológico, cultural, orden público y operativos: capacitación de los censistas, sensibilización y cobertura.

[12] Lo cual significó un incremento de este grupo poblacional, en el departamento chocoano, de 18,7%.

[13] ART. 55 Transitorio de la Constitución Política de 1991, Ley 70 de 1993, Ley 115 de 1994 - Título III - Cap. II, Decreto 804 de 1995, Decreto 2249 de 1995, Decreto 1122 de 1998, Ley 725 de 2001, Decreto 140 de 2006.

 

02/06/2025

 Gitó Dokabú 

*Resguardo indígena katío Gitó Dokabú. Municipio de Pueblo Rico, Risaralda. Fotos: Carolina Giraldo Botero, en X (@CaroGiraBo)

La joven mujer, ataviada con un vestido verde de ribetes coloridos que le llega hasta un poco arriba de las rodillas, es atada de manos y colgada de la armazón de madera del techo de la vivienda donde ocurre el pavoroso hecho. A ras de piso sus pies descalzos, queda en estado de indefensión y a merced de sus agresores, dos hombres adultos que la golpean sin compasión y con todas sus fuerzas hasta agotar los instrumentos que previamente han dispuesto y organizado en el piso de madera del lugar, para adelantar fríamente su degradante e indigna faena, con la misma diligencia y prolijidad con la que también han instalado un teléfono celular en la ubicación precisa y en el ángulo apropiado para que la grabación del crimen sea fidedigna; como si estos tres minutos y medio de degradación humana merecieran ser documentados y recordados… Aunque, claro, si no hubiera sido por este acto de soberbia patriarcal, de ruin sevicia y de poder machista, la Justicia -así termine no haciendo nada- no conocería al detalle los pormenores del delito.

Quien ata a la joven y luego la cubre con una sábana azul desde la cintura hasta los pies, como para impedir que se le vayan a ver las prendas íntimas o como para aminorar el impacto y los dolores de los golpes, es otra mujer -adulta y probablemente parienta cercana de la víctima o de sus victimarios-, quien al final de la vil y despreciable escena será la misma que la desate, la recoja y la conduzca al interior de la casa.

Tallos herbáceos

“Tallos herbáceos” llamó la Comisión Nacional de Mujeres Indígenas de Colombia (CNMI) a la docena y media de vástagos con los que fue apaleada la joven indígena. Como puede verse en el ignominioso video, los tales “tallos herbáceos” solamente pierden consistencia después de tres o cuatro golpes, cuando se convierten en fuetes que hieren tanto como antes.

En lugar de establecer con precisión el nombre de los tallos con los que fue torturada la joven, las mujeres de la CNMI recurrieron a Wikipedia y tomaron lo de herbáceo como si se tratara del césped de una loma o de una cancha de fútbol; sin notar que, por ejemplo, la caña de azúcar es una hierba perenne, lo cual no significa, para nada, que en términos de dureza y contundencia sea un inofensivo yuyo… Por lo menos 123 golpes con los "tallos herbáceos" le propinaron sus verdugos a la víctima. Los medios de comunicación, todos a una, aprovecharon la eufemística denominación, oficializada por la comisión.

Brutal golpiza

“Brutal golpiza” llamaron Teleantioquia, El Colombiano, El Tiempo y El Espectador, a este atentado, doloroso y ofensivo, contra la dignidad humana… Los telenoticieros nacionales disimularon con su presunto interés por la violencia del país, para no dedicarle más de 47 segundos en la tercera parte de sus emisiones, cuando ya nadie les estaba parando bolas… En Quibdó y en el Chocó, cuyo río San Juan y cuyos municipios de Tadó y Bagadó son limítrofes con las veredas y corregimientos donde se ubica el resguardo donde está situada la vivienda donde ocurrió esta tragedia, a duras penas se publicó el video en unos grupos de WhatsApp, en los que a nadie le suscitó el menor comentario. Poco o nada realmente se dijo, en los medios y en las instituciones; a pesar de que -desde antiguo- aquella zona del actual Risaralda forma parte de las dinámicas de intercambio entre poblaciones limítrofes, vecinas y parientas, y de las expediciones evangelizadoras de la iglesia católica, desde la colonia y desde principios del siglo XX; así como buena parte de la familia de la víctima vive en territorio chocoano.

Con escasas excepciones, como las de Sandra Chindoy, del pueblo Kamentsá, y la Defensora del Pueblo, Iris Marín Ortiz; de entrada, pocos llamaron las cosas por su nombre, por lo menos públicamente.

Sin cuentos rebuscados, mentirosos y mezquinos…

Sandra Chindoy, primera presentadora indígena en 70 años de televisión en Colombia, se pronunció de manera clara y directa, sin artificios ni eufemismos. Vale la pena leer completo su sentido pronunciamiento respecto a la desalmada fechoría cometida contra la joven indígena.

“¿Las violencias contra las mujeres hacen parte de la cosmovisión indígena? No. Y no vengan con esos cuentos rebuscados, mentirosos y mezquinos. Y quiero aprovechar esto, porque seguramente muchos vieron estos videos aberrantes. Y este es un llamado, especialmente para las autoridades tradicionales y líderes indígenas; porque uno no puede hacerse llamar autoridad y ni siquiera ser capaz de proteger a las mujeres, que son el pilar fundamental de la vida en las comunidades. Uno no puede hacerse llamar autoridad y líder para escudarse en los usos y costumbres, y justificar esta brutalidad. Eso es machismo y misoginia en su máxima expresión. Y, como líder y como exautoridad tradicional, quiero hacer un llamado a la coherencia; porque a esos personajes debería darles vergüenza enarbolar las banderas de la autonomía y la autodeterminación, cuando no son capaces de hacer nada o cuando ocultan o cuando excusan a quienes atentan contra la vida de las mujeres. Por eso, hermanas y compañeras, quiero decirles que cuenten conmigo para romper el silencio, cuenten conmigo para romper el miedo; porque a estos personajes tiene que caerles todo el peso de la ley. No más impunidad. Pido respeto por la vida de todas las mujeres indígenas”.[1]

Sandra Chindoy, lideresa del pueblo Kamentzá, periodista y presentadora de RTVC (Foto Faceebook).
Iris Marín Ortiz, Defensora del Pueblo de Colombia (Foto X).
Nada lo justifica ni lo ampara

La Defensora del Pueblo de Colombia, Iris Marín Ortiz, en una declaración directa, panorámica y didáctica, contextualizó la barbaridad y puso en los sitios adecuados las infaltables interpretaciones, siempre oportunistas y superficiales, de quienes no pierden ocasión para seguir promoviendo la exclusión.

Frente a la manida explicación de que se trata de tradiciones y usos ancestrales, y de actos de justicia propia, la Defensora del Pueblo de Colombia expresó claramente:

“Según nos dicen, la agresión se produjo en un entorno familiar y no en un marco de justicia propia o de las autoridades tradicionales. Eso no mitiga la gravedad del hecho ni debe servir como excusa para justificar o minimizar lo ocurrido. Este hecho nos obliga a ser claras: la autonomía y la administración de justicia propia de los pueblos indígenas no pueden ser utilizadas para amparar violaciones a los derechos fundamentales de las niñas, los niños y los adolescentes. Ninguna tradición, costumbre o práctica cultural puede estar por encima del interés superior de la niñez”.[2]

No faltaron, obviamente, las declaraciones y los comentarios racistas, tan agresivos y bárbaros como el delito cometido en jurisdicción del resguardo katío de Gitó Dokabú; los cuales se originan en la vana superioridad moral de creer que actos tan deletéreos solamente ocurren entre indios y nunca entre los blancos del país.

Al respecto, la Defensora del Pueblo anotó:

“Al mismo tiempo hacemos un llamado a la sociedad y a las instituciones a no usar este hecho para justificar la discriminación étnica. […] Debemos rechazar de manera contundente los discursos racistas, de discriminación étnica, clasistas, colonialistas, que han circulado en las redes sociales, y que utilizan este dolor para despreciar y deshumanizar a todo un pueblo, a una comunidad étnica. No se puede luchar contra el machismo y la violencia de género desde el racismo. No se puede proteger a una niña violentada desprestigiando a la cultura a la que pertenece”.[3]

Quizás, quizás, quizás…

Quizás ya va siendo hora de que el Estado colombiano y el montón innúmero de organizaciones indígenas que existen en la actualidad se sienten seriamente a analizar las graves violaciones a los derechos humanos y los repudiables delitos contra las mujeres indígenas, que se cometen bajo la tipología de violencias basadas en género, incluyendo la mutilación genital femenina. Para algo tiene que servir ese gentío.

Iris Marín Ortiz, la Defensora del Pueblo, explicó, a propósito de lo ocurrido en Gitó Docabú: “En Colombia, la violencia contra la niñez y las mujeres no es exclusiva de un solo contexto cultural o social. Es un fenómeno generalizado y alarmante. Según datos de Medicina Legal, entre 2019 y 2024 se registraron 115.374 exámenes por delitos contra niñas, niños y adolescentes, de los cuales el 42% de las víctimas tenían entre 10 y 13 años, y el 13% pertenecían a comunidades étnicas. En la mitad de los casos, el agresor fue un familiar, en el 78% la agresión ocurrió en el hogar. En el mismo periodo se practicaron 42.685 valoraciones por violencia intrafamiliar contra menores de edad, siendo las niñas y las adolescentes mujeres el 52% de los casos, con 11% de víctimas pertenecientes a grupos étnicos...”.[4]

Tortura

La Organización Mundial Contra la Tortura, OMCT, explica: “La tortura es la destrucción intencional de un ser humano en manos de otro. Los métodos utilizados para infligir gran dolor y sufrimiento varían, pero todos tienen el mismo objetivo: quebrantar a la víctima, destruirla como persona y negar su condición humana… A la larga, quebrantar el cuerpo tiene por objeto destruir la mente. Las víctimas de tortura sufren físicamente, pero la humillación y la vergüenza que sienten como consecuencia de la experiencia de tortura también pueden causar un gran daño que es difícil de curar”.[5]

No faltará quien diga que en este caso no se aplica el concepto de tortura, por esto y lo otro o por lo de más allá. No importa. Se trata, simple y llanamente, de dejar dicho que el deleznable y crudelísimo hecho ocurrido en el resguardo indígena de Gitó Dokabú, en el municipio de Pueblo Rico, en el departamento de Risaralda, lesiona y agravia, profana y deshonra nuestra humanidad.


[1] Sandra Chindoy. Reels de Sandra. 30.05.2025.

https://www.facebook.com/reel/723516257025625

[2] Defensora del Pueblo, Iris Marín Ortiz. 

En: https://x.com/DefensoriaCol/status/1928784936925790509

[3] Ibidem.

[4] Ibidem.

[5] Organización Mundial Contra la Tortura. OMCT. ¿Qué es la tortura? https://www.omct.org/es/quienes-somos/que-es-la-tortura

El funesto video de la tortura a la joven indígena puede verse en: 

https://x.com/pereiraenvivo/status/1928216094013018328