29/06/2025

 Afrofuturismos Diaspóricos
Imaginar otros mundos 
como práctica política
(Primera Parte)
Luisa Uribe*

The Book of Drexciya-Capítulo 1: El origen de la historia. Novela Gráfica (Berlín, 2019). Idea original y pinturas de Abu Qadim Haqq. "Drexciya puede ser considerado una de las imágenes más poderosas del afrofuturismo". https://www.roots-routes.org/

Drexciya es un mundo habitado por los hijos no nacidos de mujeres africanas esclavizadas que fueron arrojadas al mar durante la trata transatlántica y que, en este relato, desarrollaron la capacidad de respirar bajo el agua. Drexciya fue primero un dúo techno integrado por James Stinson y Gerald Donald, de Detroit, Estados Unidos. Pioneros de la música electrónica y del afrofuturismo porque combinan ciencia ficción, memoria histórica y una estética sonora única para construir una narrativa de resistencia y reimaginación afrodiásporica (El Arca, 2022). Esta narrativa de afroficción ha sido reinterpretada en la videoinstalación de la artista colombiana Astrid González. En su obra, cuerpos sumergidos en un universo acuático, filmados en cámara lenta y superpuestos en capas, evocan un tiempo y espacio distintos en los que la diáspora reclama otras formas de existencia. Este gesto artístico es también político. La obra de González disputa el poder colonial sobre la historia, resignificando los relatos de violencia y despojo con lenguajes y estéticas propias. A través de estas narrativas se interpelan los regímenes de representación, se reescribe el tiempo y se cuestiona el mestizaje como ideología dominante.

Las aguas en que se mueven las comunidades afrodescendientes de América Latina aprenden a nadar en la normativa estatal para ser reconocidas efectivamente en los cambios constitucionales recientes mientras imaginan otras prácticas políticas, otras temporalidades y otros escenarios de resistencia, reparación y creación de activismos autónomos, antirracistas y descoloniales que imaginen constantemente otros escenarios de existencia y resistencia políticas.

¿Se puede hablar de un movimiento afro en América Latina, un afrolatino? ¿Cómo caracterizar a un sujeto con una historia diversa, obstáculos propios y, al mismo tiempo, un relato común que lo represente? ¿Qué se puede afirmar, en términos generales, sobre la diversidad de expresiones y luchas antirracistas que existen en la región? ¿Cómo las contranarrativas de los movimientos afro en América Latina, en diálogo con el pensamiento diaspórico global, se convierten en herramientas de resistencia? ¿Cómo imaginar escenarios donde lo afro no esté marcado por la exclusión, sino por la agencia, la representación y la autonomía?

A simple vista, la tarea parece imposible y arriesgada. Una vía podría centrarse en las luchas institucionales que, al amparo de la diversidad cultural, han impulsado activistas afro en distintos países. Sin embargo, este enfoque dejaría por fuera muchas experiencias autónomas, menos mediadas por el Estado, que también configuran el mapa de las resistencias negras y afrodescendientes. Otra opción sería enfocarse en los procesos constitucionales claves para el reconocimiento formal de derechos. Tampoco bastaría si se ignoran las expresiones artísticas que, desde otras ontologías, han imaginado proyectos de mundo alternativos.

Este ensayo, entonces, se propone como un ejercicio de imaginación política: una búsqueda por reconocer y articular las contranarrativas que han sostenido las luchas antirracistas en América Latina en las últimas décadas. Partiré del mito de una nación afrofuturista que resiste bajo el agua para evidenciar las tensiones y articulaciones que la gran diversidad de expresiones de movilización social afrodescendiente ha tenido con los Estados nacionales en América Latina.

A partir de una mirada cíclica, se exploran las apuestas políticas e imaginarios que distintos grupos y comunidades afrodescendientes han formulado dentro y fuera de los marcos normativos y de los Estados nacionales. Son luchas que dialogan con el pasado colonial, lo denuncian y desafían, y que continúan enfrentando sus efectos cotidianos en la vida de miles de personas afrodescendientes en la región.

LA METÁFORA DE DREXCIYA

El mito de Drexciya tiene lugar en las profundidades del océano, un territorio vasto y enigmático que sigue siendo, en gran parte, inexplorado por la humanidad. Este universo submarino está envuelto en un halo de misterio que intriga más de lo que revela, empujando a quien se acerque a sumergirse en sus abismos para intentar descifrarlo. A través de su música, el dúo construye un imaginario vibrante y complejo, en el que cada pista ofrece una nueva pieza de un rompecabezas sonoro. Drexciya no se explica, se revela fragmentariamente, a través de títulos sugerentes y texturas sonoras que invitan a imaginar más de lo que se muestra.

Con cada nueva escucha, se despliega la belleza y diversidad de este mundo sumergido. Las ciudades están rodeadas de cascadas fluorescentes que iluminan centros urbanos encapsulados en burbujas (El Arca, 2022). Carreteras submarinas permiten desplazamientos a gran velocidad entre paisajes fantásticos como las colinas rojas de Lardossa, las dunas Andreanas, la isla electrificada de positrones o la temida bahía del peligro. En este ecosistema, los drexciyanos conviven con una biodiversidad fascinante: mantarrayas, serpientes de mar, peces voladores, ballenas verdes, planktons organizados y esporas bioluminiscentes que proliferan en las profundidades de la hidrópolis. También interactúan con otros seres conscientes, como los hombres-pescado de Darthouven, los mutantes gill-men y los vampiros marinos (El Arca, 2022).

Pero el océano no es solo un refugio, también es un entorno hostil. Terremotos submarinos, despresurización de hábitats, naufragios provocados por disturbios acuáticos y cataclismos imprevisibles amenazan constantemente la estabilidad del mundo drexciyano. Frente a estos desafíos, su sociedad ha desarrollado tecnologías avanzadas y estructuras defensivas: armamento de ondas anti-vapor, rayos oxyplásmicos giratorios, cubos hidrodinámicos, sistemas de propulsión cuántica y artes marciales como el acua-jiu-jitsu.

Aunque algunas canciones pueden tener un pulso techno reconocible y bailable, muchas otras se alejan deliberadamente de cualquier formato convencional. Están plagadas de ruidos indescifrables, retroalimentaciones abrasivas y texturas metálicas que evocan formas de vida alienígenas (El Arca, 2022). En su conjunto, la obra de Drexciya no solo plantea un universo paralelo, sino que encarna una crítica política y una reivindicación imaginativa: es el mundo de aquellos que fueron rechazados, invisibilizados y arrojados por la borda. Un mundo de resistencia subacuática.

Toma de video de la Exposición individual de la artista afrocolombiana Astrid González Drexciya: Un palenque al fondo del Atlántico (2024). Galería La Balsa. Medellín, Colombia. https://astridgonzalezartista.weebly.com/
Es en las entrañas de Drexciya, ese sueño afrofuturista de ficción, donde encuentro las coordenadas para imaginar las narrativas de las comunidades afrodescendientes en América Latina. En ese refugio de supervivencia y resistencia, navegan también las tensiones y articulaciones de poblaciones diversas a lo largo del continente, siempre en diálogo con la diáspora. Con la retoma del cimarronaje como práctica de resistencia e imaginación política, es posible trazar conexiones entre formas múltiples y singulares de autogestión y movilización colectiva.

LA FUERZA AFRO

En las últimas décadas, los movimientos afrodescendientes en América Latina han cobrado fuerza, impulsados por la reivindicación de la identidad y el derecho a la diferencia como pilares fundamentales de su acción política. Sin embargo, a pesar de ciertos avances en el reconocimiento formal de la ciudadanía, las comunidades afro siguen enfrentando racismo estructural, exclusión y marginalidad. Parte de esta persistente desigualdad se explica por la falta de infraestructura organizativa y recursos que les permitan una participación política sostenida y con impacto real.

Buffa y Becerra (2012) rastrean una serie de hitos clave para entender la movilización social a nivel regional en el contexto de las poblaciones afrodescendientes:

A partir de la década de 1990, se gestaron transformaciones clave en la relación entre la sociedad civil y el Estado, que impactaron significativamente las luchas de los movimientos afrodescendientes en la región. Uno de los primeros hitos fue el Encuentro Mundial de Mujeres en Pekín (1992), que abrió espacio para debates sobre la intersección entre género, raza y derechos (Buffa & Becerra; p. 343). Ese mismo año se fundó la Red de Mujeres Afrolatinoamericanas y Afro-Caribeñas, lo que fortaleció la articulación de agendas propias dentro del movimiento afro.

Numerosos movimientos afrodescendientes e indígenas también jugaron un papel central al cuestionar la celebración de los 500 años del llamado «descubrimiento» de América, al rechazar el legado «civilizatorio» de los colonizadores y al proponer otras lecturas de la historia y la identidad.

En 1995 se celebró en Belice un encuentro clave de la ONECA (Organización Negra Centroamericana), que reunió a 52 organizaciones de once países. Su objetivo fue consolidar una red de comunidades afrocentrocaribeñas y afrocentroamericanas para promover el desarrollo integral desde una perspectiva de derechos humanos.

Cinco años más tarde, en el 2000, se creó la Alianza Estratégica de Afrodescendientes de América Latina y el Caribe, integrada por 29 organizaciones de 14 países. Esta alianza surgió con el fin de preparar la participación afrodescendiente en la Conferencia Mundial contra el Racismo organizada por las Naciones Unidas en Durban en 2001. Esta conferencia funcionó como un elemento cohesionador de los colectivos afros de América Latina y el Caribe, y fue también un espacio pedagógico y organizativo clave para la consolidación de redes que comenzaron a tener una influencia significativa en el campo de los movimientos sociales regionales.

Colombia y Brasil se consolidaron como casos emblemáticos en cuanto a avances normativos (Buffa & Becerra; p. 344). En Colombia, la Constitución de 1991 reconoció al país como pluriétnico y multicultural. Luego, la Ley 70 de 1993 proporcionó un marco legal para reparar parcialmente los agravios históricos contra el pueblo afrodescendiente. En 1995, el Decreto 1745 permitió la titulación colectiva de tierras en la cuenca del Pacífico, con lo que benefició a más de 53.000 familias afrodescendientes con la adjudicación de más de 4.6 millones de hectáreas. En Brasil, la Enmienda Constitucional de 1988 proscribió los actos racistas, y la Ley 8081 de 1990 tipificó como crimen cualquier acto discriminatorio por raza, color, religión, etnia o nacionalidad, especialmente en medios de comunicación. También se promulgó legislación para reconocer derechos de propiedad a comunidades rurales tradicionales de los quilombos, descendientes de esclavos fugitivos, lo que les permitió acceder a títulos de propiedad sobre sus tierras ancestrales.

En 2005 se fundó el Parlamento Negro de las Américas, concebido como un espacio genuino para debatir políticas públicas estatales y visibilizar estadísticamente a la población afrodescendiente. Actuó también como catalizador de iniciativas de los movimientos sociales afrolatinoamericanos. El Año Internacional de los Afrodescendientes, declarado por la ONU en 2011, marcó un momento importante de visibilidad y reivindicación en la escena internacional.

El proceso de regionalización iniciado en América Latina durante la década de 1990 impulsó la articulación de organizaciones de la sociedad civil en redes transnacionales. Este contexto favoreció el surgimiento de una diplomacia ciudadana que permitió coordinar estrategias compartidas para la reivindicación y reparación de derechos históricamente vulnerados, especialmente en el caso de los pueblos afrodescendientes.

La adopción de reformas normativas y la creación de organismos estatales responsables de su implementación no fueron únicamente resultado de la presión internacional o de la institucionalización de espacios regionales. Estas transformaciones también estuvieron profundamente determinadas por la capacidad de organización y la presencia activa de los movimientos sociales locales. A través de acciones afirmativas, estos movimientos no solo lograron visibilizar al colectivo afrodescendiente, sino que también contribuyeron a la construcción de una conciencia histórica compartida como grupo social sometido a procesos prolongados de exclusión y opresión.

Cabe mencionar que el auge de estas movilizaciones ha estado influenciado por luchas internacionales como el movimiento por los derechos civiles y el Black Power en Estados Unidos, los procesos de descolonización en África y la resistencia al apartheid. En el contexto latinoamericano, el modelo de politización indígena ha servido de referente clave, y ha articulado demandas por reconocimiento cultural con exigencias de derechos territoriales, sociales y colectivos. Países como Brasil, Colombia, Ecuador y Honduras han sido epicentros de estas dinámicas, aunque su eco se extiende por toda la región (Agudelo, 2010), (Buffa & Becerra, 2012).

Según Agudelo (2010), uno de los desafíos centrales ha sido conciliar los derechos individuales con los derechos colectivos dentro de los marcos del multiculturalismo estatal (p. 112). En este escenario, la identidad negra ha emergido como un eje discursivo potente y complejo, entendida como un proceso social en constante construcción, que articula elementos tradicionales y contemporáneos, influenciado por los estudios poscoloniales y culturales. Esta dinámica ha dado lugar a identidades híbridas e interculturales que operan simultáneamente en lo local y en lo transnacional.

A pesar de los avances normativos y de visibilidad pública, la plena ciudadanía de los pueblos afrodescendientes sigue siendo un horizonte por conquistar. La consolidación de estos movimientos requiere superar barreras estructurales, construir espacios sostenibles de participación y garantizar un reconocimiento efectivo –no solo simbólico– de sus derechos.

La próxima semana, Segunda Parte --- AFROFUTURISMO: NARRAR EL FUTURO PARA HABITAR EL PRESENTE / DES-MEDIOS MASIVOS Y DIGITALES / LA LUCHA ESTÉTICA.



*Luisa Uribe es antropóloga y socióloga. Tesista de Maestría en Estudios Culturales (PUJ). Coordinadora de Proyectos en el Centro Regional de Comunicaciones de la Friedrich Ebert Stiftung en América Latina y encargada de las comunicaciones de la FES en Colombia. luisaftz@gmail.com

El artículo completo acaba de ser publicado en el libro: LOS YO NARRATIVOS. Relatos de poder en LATAM-CARIBE. Omar Rincón, Daiana Bruzzone y Luisa Uribe (EDITORES), CLACSO-Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, Friedrich Ebert Stiftung, FES Comunicación. ISBN: 978-958-8677-95-8. Bogotá, Junio de 2025. © 2025 Friedrich–Ebert–Stiftung FES (Fundación Friedrich Ebert). 289 pp. Pág. 261-274.

Para su publicación en El Guarengue-Relatos del Chocó profundo, el artículo ha sido divido en dos partes, por cuestiones de edición del blog. Con la segunda parte se publicará la bibliografía referenciada por la autora.

23/06/2025

 Saudade de cumpleaños 

*Quibdó, 1970 (ca.). FOTO: Alberto Saldarriaga-Colección fotográfica. Banco de la República-Biblioteca Virtual.

El mar quedaba tan lejos como ahora, aunque entonces era más inaccesible. Sin embargo, teníamos la ilusión de poder oír sus rumores -cada vez que quisiéramos- poniéndonos en el oído las caracolas con las que se cuñaban las puertas de las casas para impedir que el viento o el desnivel las entornaran poco a poco o las cerraran de golpe.

Los ríos y las quebradas, límpidos, frescos, abundantes, rodeados de montes inconmensurables, sí los teníamos a unos cuantos pasos, a nuestro alcance y disposición. Formaban parte de nuestras vidas desde la más tierna infancia, cuando en los veranos más severos había que ir en familia hasta alguno de ellos para bañarse, para lavar la ropa y acarrear algo de agua para las casas; o cuando en la escuela nos llevaban de paseo.

Nos encantaban aquellas caminadas y aquellos paseos escolares. Apenas entrados a primerito de escuela, nos llevaban a nuestra primera caminada: un recorrido a pie hasta el aeropuerto El Caraño, para que conociéramos los aviones, nos asombráramos de su tamaño y los viéramos volar, aterrizar y despegar; para que nos sorprendiéramos contemplando a los viajeros con sus zapatos lustrosos y sus trajes completos de corbata incluida y a las viajeras con vestidos tan elegantes y zapatos tan sofisticados que parecían sacados de un figurín -o revista de modas- de los que usaban las modistas para idear con sus clientas los modelos que para ellas coserían. ¡Adiós, papá, adiós, mamá!, habíamos aprendido a gritarle a los aviones cuando pasaban, dos o tres veces al día, volando casi a la altura de donde se elevaban nuestros barriletes en las vacaciones. Ahora que los conocíamos de cerca y habíamos visto cómo había que vestirse para viajar en ellos, quedaba decidido que así vestiríamos en adelante al papá y a la mamá para su viaje imaginario en uno de aquellos aviones de Avianca con destino a Bogotá.

Años tras año, en la Escuela Anexa a la Normal Superior de Quibdó, las caminadas iban incrementando su distancia. De aquel recorrido al aeropuerto, que aunque quedaba en el mismo sitio que hoy era más lejos ayer, pasábamos a una caminada hasta La Platina, hermosa y acogedora quebrada, con playas de balastro y de arena fina, en el camino hacia La Troje y Tutunendo. Después hasta los puentes -que siempre nos maravillaban por su solidez- de los ríos Cabí y Tanando, en la vía hacia Istmina; y más adelante hasta el puente de tablones de la quebrada Duatá, en el camino hacia Guayabal, y hasta el propio pueblo de Guayabal, cuando ya éramos unos caminantes duchos, es decir, cuando ya teníamos 11 años y estábamos en 5° de primaria.

Además de la frescura del agua corriente y cristalina, aquellas expediciones tenían el encanto de los manjares que llevábamos en portacomidas o en ollas pequeñas de aluminio y que, llegada la hora, cuando los maestros nos lo indicaban, devorábamos y compartíamos entre todos los del salón. A ello se sumaba la fascinación de hallar siempre comida adicional, una especie de postre: coronillas, guayabas, uvas de monte de esas que nos dejaban morados las encías y los dientes, churimas y guamas, o tarros de caña dulce y caña agria y pepas de árbol del pan o chontaduros capones, a veces zapotes y hasta lulos con sal, que casi siempre nos regalaba la gente a la que saludábamos en las carreteras o en los lugares.

FOTO: Archivo fotográfico
y fílmico del Chocó.

De aquellas correrías escolares aprendimos, por obra y gracia de la enorme capacidad pedagógica de maestros como Roger Hinestroza Moreno, la importancia de la tradición y de los viejos como portadores de la misma.[1] Llegados, por ejemplo, a Guayabal o a Tutunendo (donde el paseo sí era en carro, en una linea o bus de escalera) y se hacía casi siempre con motivo de la finalización del año lectivo -de modo previo al baño en el río o en la quebrada-, el profesor Roger nos reunía en torno a la persona más vieja del pueblo que le hubiera sido posible localizar. El señor o la señora, desde su banqueta rústica o su silla mariapalito, en la puerta de entrada a su casa y a petición del profesor, nos contaba de modo sucinto el origen del pueblo, sus fundadores y su fundación, y nos relataba una que otra historia sobre el monte y el río, la comida y el trabajo, las fiestas y la familia, e incluso sobre el famoso Mohán de Ichó… Nada perturbaba el silencio de aquel grupo de escolares reunidos en torno a un griot. Además de su voz -que por tenue que fuera todos alcanzábamos a percibir- únicamente se oían de fondo las voces del monte, el murmullo del río y las conversaciones asordinadas, distantes, que en ese mismo momento ocurrían en otras casas del poblado, en algún juego callejero de niños o en las canoas que cada tanto pasaban por el río… Al final, como nos lo había indicado previamente el maestro, le dábamos las gracias al narrador, empezábamos a probar la comida que habíamos llevado y salíamos chonteados hacia el río, donde a los alumnos más grandes, que ya sabían nadar bien, les encomendaban la misión de ayudar a cuidar a los más pequeños, que apenas empezaban a aprender.

A través de esas tempranas experiencias, fue mucho lo que aprendimos de geografía, historia, ciencias naturales y español de nuestra región. Por lo visto, y aunque así no fuera en realidad, terminamos pensando, por ejemplo, que en Quibdó estábamos -como en la definición de isla que nos habían enseñado en la escuela- rodeados de agua por todas partes: Cabí, Quito, Atrato, Neguá, Munguidó, La Yesca, La Aurora, El Caraño, Tanando, Samurindó, Duatá, Hugón, Tutunendo, Ichó, La Cascorva… Y hasta concluimos que, a diferencia de las islas en la definición escolar,  el agua nos rodeaba también por arriba, pues llovía a cántaros durante noches y días la mayor parte del año; lo cual tenía mucho de épica hermosura, por los sonidos del agua sobre los techos de zinc, que terminaban arrullando las noches y conduciéndonos al sueño; por los enormes, voluminosos y gruesos chorros de agua que caían de las canales de las casas, bajo los cuales nos bañábamos a la hora que fuera; por el grosor de los hilos de agua que formaban las cortinas líquidas que descendían desde los techos y por la abundancia inconmensurable de agua, que contrastaba con la desértica y dramática escasez de los veranos; los cuales, sin embargo, traían su propia abundancia: la del pescado, que -a principios de año, hasta la semana santa, y a mediados y finales de año, cuando ya estábamos en vacaciones- inundaba puntualmente el mercado orillero de Quibdó y los desayunos, almuerzos y comidas de todas las mesas de todas las casas de todas las calles de todos los barrios de todo el pueblo, donde siempre había pescado fritándose o cociéndose en una sopa con queso, así como un horno o unas brasas asando un bocachico o un dentón... Desde aquellos tiempos tan memorables como inmemoriales, aprendimos a bañarnos en el aguacero por las calles de Quibdó, a defendernos nadando en los ríos y quebradas, y a comer pescado en todo tipo de preparaciones y a todas las horas del día, incluyendo las fritangas de sardina rabicolorada que hacíamos por nuestra propia cuenta en las famosas bodas o comidas colectivas preparadas en grupos de amigos. Siempre, así acabáramos de darle mate a uno de esos banquetes, pensábamos que comer pescado era una de las mejores cosas de la vida y que ojalá fuera posible hacerlo durante todo el año y por el resto de la vida.

Los aguaceros, casi siempre diluviales; las tempestades, para conjurar las cuales se tapaban los espejos porque atraían los rayos, se invocaba a Santa Bárbara y se quemaban ramos benditos de la semana santa; y los diluvios imparables, que inundaban el pueblo entero, convertían las idas a la escuela y los regresos de la misma en pequeñas odiseas. De manera que, desde los 6 o 7 años, debíamos aprender y practicar habilidades de trote y carrera de escampadero en escampadero, de andén en andén, de casa en casa; con hojas grandes de mafafa por paraguas o con sombrillas generalmente destartaladas bajo las cuales nos acomodábamos los que podíamos, dejando a veces por fuera al dueño. Los cuadernos los resguardábamos por dentro del uniforme (un overol de tela de diablo fuerte, con tirantas y pechera, y una camisa blanca), teniendo la precaución de acomodar antes sus forros plásticos para que los cubrieran en su totalidad. En los aguaceros más fuertes, los maestros nos permitían asistir a la escuela con charangas Panam, unos zapatos de plástico baratos que nos compraban -porque no teníamos más- para evitar que tuviéramos que utilizar los Grulla negros del uniforme diario o los champios, que eran unos tenis ordinarios, de lona y caucho, que se usaban para el uniforme de educación física y deportes (una pantaloneta y una camiseta coloridas), cuya confección sobre medidas, en una tela que se llamaba falla, estaba a cargo de modistas como mi mamá. Y también nos daban permiso, si el aguacero había empezado cuando salíamos de nuestras casas, de llevar únicamente el cuaderno de tareas, con el compromiso de poner al día los cuadernos de cada materia en cuanto regresáramos a nuestras casas. Eso siempre lo agradecimos, así como siempre nos preguntamos de qué modo habían llegado los maestros a la escuela en medio de esos diluvios.

FOTOS: Wikipedia y El Guarengue.
Aquellas puertas de aquellas casas donde crecimos, cuyas cuñas de caracolas hicieron posible que nos imagináramos el mar, y aquellas ventanas -cuando las había-, frente a las cuales pasaba la vida y uno se asomaba a verla pasar, se abrían del todo desde que amanecía y únicamente se cerraban en las noches, a la hora de dormir, con tranca de madera por dentro; o por fuera, en el día, con candado, con nudos ciegos en alambre o en una cuerda o en un retazo de tela, cuando no iba a quedar nadie en la casa, por razones propias de cada uno o por motivos comunes a todos, como los desfiles, procesiones y comparsas de las fiestas patronales, los desfiles olímpicos de los colegios, los sepelios y novenas y otros actos especiales. En esos casos, la casa se les encomendaba a los vecinos, a quienes se explicaba con detalles el motivo de la ausencia y se les pedía que le echaran ojo. Un ojo muchas veces innecesario, pues más de una vez hubo puertas que amanecieron abiertas después de una noche y una madrugada de jolgorio y anisado, con o sin baile, sin que la casa sufriera percance alguno; y más de una vez la puerta solamente se ajustaba o entornaba porque la gente iba a estar cerca, en el vecindario; sin que nunca pasara nada. Además, con esos mecanismos tan precarios de seguridad, casi que daba lo mismo dejar las puertas abiertas; ya que por lo general, para evitar costos impagables, se usaban candados de bajo precio, cuyos mecanismos de seguridad eran tan elementales que se podían abrir hasta con una llave de hojalata de esas con las que se abrían los tarros de avena Quaker o los de salchichas Zenú.

Quibdó-Carrera 4a. entre calles 25 y 26.
Casa de Raúl Cañadas. FOTO: Archivo
fotográfico y fílmico del Chocó

Y bueno, pues qué más daba, si no era mucho lo que había de robar en nuestras casas y a los pocos ladrones que había en el pueblo todo el mundo los conocía por su nombre o por su apodo y los mayores sabían dónde vivían y a qué familias cada uno de ellos pertenecía. Del mismo modo que los policías del pueblo eran tan poquitos y tan conocidos que a todos les sabíamos los nombres, mejor dicho: los apellidos; de todos conocíamos las maestras con quienes se habían casado y estudiábamos con sus hijos en las escuelas. A todos y a cada uno sabíamos de qué modo temerles, saludarlos o hablarles o, como en el caso del sargento que dirigía la Correccional de Tanando, cómo evitarlos; no fuera a ser que, a diferencia de los que simplemente sacaban a los menores de edad de los billares y cuando más los llevaban un par de horas a la Inspección permanente de policía o a los patios del Comando para ponerlos a hacer aseo en sus pútridos orinales y tazas sanitarias, a desyerbar patios o a recoger basuras; se le ocurriera a este alzarse con uno o varios de nosotros para ese sitio de reclusión de menores, que era el coco de los muchachos en aquella época, cuando muchos de los padres amenazaban a sus hijos -como  si desobedecer fuera un delito- con que se los iban a entregar al sargento para que se los llevara a Tanando, a ver si allá sí los disciplinaban... Esta amenaza, que provocaba en los muchachos sustos reales y más grandes de lo que se imaginaban los adultos, era el equivalente de aquella en la que nos decían -cuando éramos más pequeños- que si no hacíamos esto o lo otro nos iban a regalar a los cholos para que nos llevaran a vivir con ellos… Tendría que pasar mucho tiempo para que dejáramos de cruzarle calles al sargento y de huirle a los cholos; y para que un día termináramos jugando billar en un establecimiento de propiedad de él y defendiendo la organización y la causa social de ellos.

En Quibdó, ya las puertas de las casas no se cuñan con caracolas y solamente se dejan abiertas si las protege un enrejado de hierro cerrado con llave. Ojalá que, por lo menos, en el fondo de las caracolas vivan aún los rumores del mar.


[1] Acerca de su admirable e inolvidable capacidad de innovación pedagógica, se puede leer en El Guarengue El Profesor Roger (28 de enero 2019):

https://miguarengue.blogspot.com/2019/01/el-profesor-roger-historia-nada-tan.html

16/06/2025

 Resnel Mosquera 

Resnel Mosquera 2018 y 1994. Su magnífica voz y su fluidez verbal, bajo los heterónimos de Rey o Rhey Mosquera, llevaron a este relator chocoano a ser durante varios años un verdadero rey de la narración deportiva en la radio colombiana. Fotos: Cápsulas de Carreño y Semilleros Deportivos.
Durante la década de 1970 y casi toda la de 1980, Quibdó vivió una especie de época dorada de la radio. Desde el amanecer hasta la media noche, las emisoras acompañaban la vida cotidiana de aquel pueblo grande que aún no había sucumbido al caos degradante de lo urbano. Los vecindarios todavía no habían sido comprados para convertirlos en esperpentos arquitectónicos y en parte del inmenso y desaseado ventorrillo, centro comercial o plaza de abastos en el que ha quedado convertido Quibdó. Ecos del Atrato y Brisas del Citará eran el dial de nuestras vidas. En ese panorama, en 1975, emergió y brilló con la luz propia de su voz recia y vibrante, su dicción clara y su tono ajustado, el narrador deportivo Resnel Mosquera, que pronto dejaría a Quibdó para ir en busca de su gloria nacional en una docena de ciudades y en todas las cadenas radiales del país.

Dos buenas noticias

La inauguración de la Universidad Tecnológica del Chocó Diego Luis Córdoba (UTCH), en marzo de 1972, y la realización de los Primeros Juegos deportivos del Litoral Pacífico, en octubre de 1975; fueron los dos hechos más trascendentales que vivió Quibdó en la primera década posterior al desastre material y moral provocado por el incendio del 26 de octubre de 1966. Por primera vez, el viejo sueño de profesionalización del magisterio chocoano estaba al alcances de quienes habían dedicado su vida a la educación. Y la ciudad tendría, por primera vez también, un estadio y un coliseo, en los que se llevarían a cabo las competencias entre deportistas de Quibdó, Buenaventura, Guapi y Tumaco.

En un tiempo récord -teniendo en cuenta que los Juegos fueron creados por la Ley 10 del 13 de enero de 1975-, [1] de la mano de Wladimiro Garcés Machado y Carlos Díaz Carrasco (el Mono Díaz), Quibdó se alistó para albergar a los deportistas visitantes, para quienes se acondicionó como villa olímpica una parte de las instalaciones del Instituto Femenino Integrado, IFI. Los deportistas locales, en una novedad que nos asombró a sus contemporáneos y compañeros de colegio, también tendrían al IFI como sede de concentración… No podrían salir de allí, a menos que fueran a mostrarle el pueblo a las delegaciones visitantes; no irían al colegio en esos días; y conocerían a cuanta pacífica belleza hubiera llegado hasta las justas… Esa era nuestra versión sintética adolescente de su concentración.

La cancha de la Normal, que desde finales de la década de 1930 se convirtió en el principal escenario futbolístico de la ciudad, especialmente sábados y domingos, fue acondicionada en su trazado y delimitación, se le construyeron un par de graderías en el costado occidental y su contorno se adecuó lo mejor posible como una pista de atletismo. En la primera sección de graderías, ubicadas exactamente frente a la bella casona donde aún funcionaba entonces la Escuela Anexa a la Normal Superior de Quibdó, se construyeron una serie de cubículos, tanto para invitados especiales y dignatarios gubernamentales, como para facilitar el trabajo de las emisoras locales, Ecos del Atrato y Brisas del Citará, que habían sido motivadas e invitadas a transmitir los Juegos… Así mismo, en el barrio de Las Margaritas, se levantó el Coliseo Cubierto, que sería sede de las competencias de baloncesto y voleibol. El ring de boxeo funcionaría en el antiguo barrio escolar.

Los Juegos y la revolución de la radio quibdoseña

Con gran entusiasmo, las emisoras quibdoseñas asumieron la tarea de transmitir las competencias de los Primeros Juegos Deportivos del Litoral Pacífico. Grandes extensiones de cables eléctricos y de conexión de los micrófonos para llevarlos hasta cada uno de los puntos en donde ocurrían las competencias fueron desplegadas por ambas emisoras, especialmente por Ecos del Atrato, cuyo propietario era Efraín Gaitán Orjuela, misionero claretiano, que del entonces pequeño y distante poblado de Bellavista había traído la emisora hasta Quibdó y la había instalado con gran éxito comercial y de programación en un edificio propio en la Alameda Reyes, diagonal a la cárcel.

Todos nos sentíamos tan modernos viendo tal despliegue y oyendo la jerga de la radio… Nunca como en el incendio de 1966, las “líneas de 500”, como llamaban los locutores a las líneas telefónicas, habían sido tan trascendentales en la vida de la ciudad. De su buen funcionamiento dependían las transmisiones. Eliécer y Marcial Cuesta Allín eran dos de los técnicos u operadores de sonido que hacían posibles aquellas transmisiones. Nadie los conocía tanto como a los locutores, pero eran tan famosos como ellos. Algunas de las voces principales eran Gustavo Vélez Henao, Emil Nauffal Dualiby, Eliabel Enrique Angulo García y Falconery Ruiz Cano. Y entre ellos, despuntando apenas, pero rápidamente convertido en el centro de las transmisiones de Ecos del Atrato, un joven del barrio Medrano, de Quibdó, cuyas lomas habían sido siempre graderías y miradores de la cancha de fútbol de la Escuela Normal. Un joven que había empezado a estudiar la Licenciatura en Idiomas en la UTCH: Resnel Mosquera Córdoba, quien rápidamente se convertiría en la estrella radial de los Primeros Juegos deportivos del Litoral Pacífico colombiano.

Resnel Mosquera en Caracol Pereira (años 80). Pista atlética, graderías y cabinas de transmisión del Estadio de la Normal, Quibdó, octubre 1975, Primeros Juegos Deportivos del Litoral Pacífico. FOTOS: Cápsulas de Carreño. Archivo fotográfico y fílmico del Chocó.

El Rey Mosquera

Impostada hasta el nivel necesario para hacerse tan clara, audible y sonora como llegó a serlo en Ecos del Atrato, la voz radial de Resnel Mosquera nos guio, por lo menos a los muchachos de colegio de la época, por los intríngulis y detalles atléticos y reglamentarios de los torneos de fútbol, basquetbol, voleibol y boxeo de los Juegos. Cuando no lo oíamos en los grandes y viejos transistores de las repisas de nuestras casas o de las casas vecinas, lo escuchábamos en unos radios de pilas pequeñitos, de un tamaño equivalente a la mitad de un teléfono celular promedio de hoy, que vendían en almacenes de la Carrera Tercera, de Quibdó, y que varios de nosotros pudimos comprar con los denarios que -por generosidad de nuestras madres, a quienes entregábamos lo ganado- nos quedaban de nuestro oficio de vendedores de chance.

Las fantasías de Memo Arbeláez, Froilán Londoño y Papora, en el mediocampo de la selección chocoana; o las hazañas de Eulalio (Lalo), Solís y Zipotarro, defendiendo el equipo y saliendo desde atrás como trombas; hasta poner a correr, como si se tratara de los 100 metros planos, al Poli González; todas y cada una de estas memorables jugadas, fueron narradas con sinigual eficacia por Resnel Mosquera, quien desde el primer momento nos pareció el mejor reemplazo de Alberto Piedrahíta Pacheco, en cuya voz habíamos oído en nuestra primera infancia, los domingos a las 3:30 de la tarde, los partidos de Millonarios y Santafé que se jugaban en el Campín de Bogotá.

A través de las narraciones de Resnel Mosquera en Ecos del Atrato, oímos por primera vez en la radio qué era lanzar en sostenido (jump shoot), en qué consistía pivotear y cuáles eran las diferencias entre un armador y un alero. Qué era un uppercut, un clinch y un jab. Qué era una retención y cuándo rotaban los jugadores en un partido de volibol. Cada tecnicismo de cada deporte Resnel Mosquera lo pronunciaba y lo utilizaba como si toda la vida hubiera vivido entre todos y cada uno de aquellos deportes. Mosquera se había aprendido los reglamentos básicos de cada uno y en cada ocasión hallaba la manera más amena y descriptiva de contar a través de los micrófonos lo que sucedía en los escenarios de competencia. Y así, poco a poco, se convirtió en el rey de la radio deportiva de Quibdó, el rey Mosquera, que después de ido de su barrio y de su pueblo, de su audiencia y de su emisora, en busca de horizontes más amplios para su voz y su talento, sería Rey Mosquera primero y Rhey Mosquera después, pero rey al fin y al cabo. Sin dejar de ser Resnelth Mosquera Córdoba, que era su nombre oficial.

Covid

A mediados de octubre de 2020, Resnel Mosquera pasó una temporada en el Hospital General de Caldas. El COVID 19 intentó llevárselo. Una noche de tantas, uno de sus hermanos recibió el parte médico correspondiente, mientras el Rhey confrontaba a la muerte en una UCI.

“En la noche de hoy le informamos que el paciente Rhesnelt Mosquera Córdoba, identificado con CC 11790410, hospitalizado en esta institución en la habitación 301A se encuentra en las siguientes condiciones:

 

-Durante el día pasó en estables condiciones de salud.

-Continúa con soporte de oxígeno.

-Presentó una glucometría alta ahora, por lo que tuvimos que poner dosis de insulina.

-Ha tolerado muy bien la dieta y duerme a intervalos largos.

-Continúa en manejo por medicina interna.”

https://capsulas.com.co/oraciones-por-la-salud-del-narrador-rhey-mosquera/

Pero no lo consiguió. El COVID 19 no consiguió llevarse a Resnel. Sí lo afectó. Tanto que anda casi retirado de la narración deportiva, aunque no imposibilitado para hacerla. De esa experiencia, brutal, de confrontación con la muerte, quedó el siguiente testimonio, una especie de Resnel según Rhey

“Soy Rhey Mosquera, un hombre con inicios en la radio en 1972 y que en diciembre de 1977 recibe licencia de locución del Ministerio de Comunicaciones, lo que me da la alegría y la fuerza para dejar mis estudios universitarios de idiomas y partir de casa. En abril de 1978 llegué a Montería donde inicié una larga carrera en los medios de comunicación del país, al punto de trabajar en todas las cadenas radiales y en once ciudades. Después de Montería pasé por Medellín, Barranquilla, Pereira. Bucaramanga, Cúcuta, Villavicencio, Bogotá, Ibagué, Santa Marta, Quibdó y Manizales. De las 11 ciudades en qué viví, repetí en siete de ellas. Por ejemplo, en Bogotá estuve 17 años, no corridos.

[…]

Ya al final de mi carrera buscaba trabajar en Pereira para quedarme allí definitivamente, pero no resultó la opción laboral y se me presentó la posibilidad, que ahora bendigo, de venir a trabajar a Manizales, ciudad en la que no había trabajado.

[…]

Doy gloria a Dios por haberme dado la oportunidad de quedarme en Manizales. Todavía cuando voy por la calle la gente me pregunta que cuándo regreso, qué por dónde estoy transmitiendo y eso me llena el alma, gracias Manizales. ¡De aquí solo me saca Dios! Manizales Dios te bendiga”.[2]

A lo largo de su carrera como narrador deportivo, Resnel Mosquera hizo parte de los más importantes equipos de trabajo radial del país, como el Trabuco Todelar (1992-1993) y NotiSuper Deportivo (1995). Fotos: Cápsulas de Carreño.

Las narraciones deportivas de Resnel Mosquera en Ecos del Atrato, de Quibdó, nos alegraron la vida de muchachos y nos ayudaron a comprender la dimensión de aquellos Primeros Juegos deportivos del Litoral Pacífico colombiano. Gracias a su potente voz, que en el estadio de la Normal se salía de la cabina de transmisión hasta las graderías, vivimos aquellos Juegos con tanto fervor y alegría que terminamos sintiéndolos como nuestra versión regional de los juegos olímpicos, incluyendo el orgullo de patria chica por el triunfo rotundo de la delegación local.

09/06/2025

 Epistemologías de la Manigua  

“Pocas veces tiene uno la oportunidad de aprender con intelectuales senti-pensantes como Jhonmer Hinestroza Ramírez, el último ombligado y nieto de la última partera de la familia, doña Virginia Córdoba Palacio, en Arenal. Desde una praxis ribereña centrada en la libertad, el amor y la belleza, Jhonmer nos comparte una profunda reflexión anticolonial, antirracista y antipatriarcal sobre la sociedad faloblancocéntrica colombiana”. Denisse Roca-Servat. Universidad Pontificia Bolivariana, Medellín, Colombia. 28 de julio, 2023.[1]

Sin estruendo alguno, como suele hacer sus cosas, Jhonmer Hinestroza Ramírez se graduó de Doctor en Ciencias Sociales en la Universidad Pontificia Bolivariana, UPB, de Medellín (Colombia), a principios de 2023. Su tesis de grado, laureada -Summa Cum Laude-, se titula “EPISTEMOLOGÍAS DE LA MANIGUA: genealogía de su esclavización en el Chocó, Colombia”, y una vez publicada, como parte del reconocimiento académico, fue uno de los libros más vendidos de la Editorial UPB.

Previamente, en su carrera académica, Jhonmer se había graduado de una Maestría en Lingüística (2014), de la Universidad Nacional de Colombia, en convenio con la Universidad Tecnológica del Chocó, UTCH, la misma institución donde cursó su Licenciatura en Español y Literatura (2010); luego de graduarse de Maestro en la Normal Superior de Quibdó.

Jhonmer tiene la parsimonia del río en cuya orilla nació y el ímpetu callado de quien sabe -como el río- para dónde va, y para hacerlo no necesita vociferar: le bastan el entusiasmo y el profesionalismo, la persistencia y la humildad personal e intelectual. Pionero en Quibdó de la promoción de las artes y las letras con enfoque étnico, desde la Corporación Cuenta Chocó–Rogerio Velásquez Murillo, con sus programas de promoción de la lectura, su sala de lectura, su biblioteca y hace poco su Librería Bagatá (al frente del Colegio Carrasquilla, de Quibdó), las 12 ediciones de su Festival de Arte y Literatura Indígena del Chocó, INDIAFRO, cuya 13ª edición se realizará a finales de octubre del presente año; Jhonmer Hinestroza Ramírez ha trabajado con dedicación y generosidad -lejos de la fatuidad y de la vanidad personal- por la causa cultural y étnica del Chocó; apoyado siempre por Doris Raga, su esposa y compañera y cómplice, siendo ambos un ejemplo para su hija y su hijo, que ya han comenzado a vincularse a las actividades de su padre y su madre.

Con esos admirables atributos, que tanto bien le han hecho a Quibdó y al Chocó a lo largo de más de una década, Jhonmer Hinestroza Ramírez escribió, en la página de agradecimientos de su tesis de doctorado y en el libro publicado por la UPB, que recogió su magnífico trabajo de investigación, estas bellas palabras, que retratan su magnanimidad:

Los sueños se riegan con amor y se apuntalan con guayacanes como los que yo he tenido. Jhon Edinson Hinestroza Ramírez inició esta historia aquel día en que me impulsó a aplicar a la Convocatoria para la Formación de Alto Nivel-Doctorado Nacional para el departamento del Chocó, administrada por la Universidad Tecnológica del Chocó Diego Luis Córdoba, quienes hicieron una valiosa labor para que yo llegara a esta página. La Universidad Pontificia Bolivariana fue el suelo seleccionado para sembrar el sueño: Doctor en Ciencias Sociales. En tiempo de fuertes nubarrones, José Roberto Álvarez hizo suyo este sueño y lo protegió. Doris María Raga Rivas, compañera de vida y mi gran tesón. Zahily Ashanty y Mateo Alí, una bocanada de oxígeno, esperanza e inspiración. Mis padres: Rosa Nelly Ramírez y Agapito Hinestroza, seres incondicionales e imperecederos. Denisse Roca Servat, me siento privilegiado y orgulloso de que también me hayas elegido. Tu trabajo fue artesanal, intelectual y de cuidado. En los tiempos en que decaí no faltó tu voz. Eres una directora ejemplar, humana, sabia. Eres el ideal para un tesista.[2]

Y también con esos admirables atributos, que forman parte de una inteligencia puesta al servicio de la chocoanidad, con Rogerio Velásquez Murillo como inspiración y con la Generación de la Dignidad[3] como referente fundamental, Jhonmer Hinestroza Ramírez escribió los textos siguientes, que forman parte de su tesis doctoral, y los cuales han sido seleccionados y editados por El Guarengue-Relatos del Chocó profundo, de la Introducción de su trabajo de investigación.

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Introducción a las Epistemologías de la Manigua

Jhonmer Hinestroza Ramírez.

Nací en Arenal [4] bajo el cobijo del río Atrato, Chocó-Colombia. Virginia Córdoba Palacios, mi abuela y partera de mi nacimiento, murió en 1996, sin saber leer ni conocer la fecha de su nacimiento. Ella fue la última partera, y yo el último ombligado[5] de la familia. En la escuela aprendí a leer las letras, pero me quedé con pocos conocimientos sobre la manigua. Estos conocimientos nunca tuvieron lugar en el aula. Me quedé sin el conocimiento de las plantas; no aprendí a cantar alabaos. Nunca supe cuándo aprendí a nadar, parece que nací siendo un baldudo.[6] Formo parte de la primera generación de mi familia que fue a la universidad. También, soy el padre de una primera generación familiar que le teme al río con sus hijos. La educación me hizo un extraño en la manigua, pero tras años de formación crítica y trabajo comunitario[7] he adquirido otros lentes con los cuales percibir mi ser ribereño, en un sentido que enaltece. Es así como hoy, la educación representa una ventana a otro mundo, sin desterrarme del mío.

[…]

En Arenal, mi padre me llevaba a mí y a mi hermano a pescar en canoa al alba. En la noche anterior se habían dejado dispuestos en el río los copones o trasmallos.[8] Los pescados pequeños eran devueltos al río. Nunca le tuvimos miedo al río, a pesar de que había momentos en que estaba repuntado[9] o aun de noche. Trabajábamos en la mina de la familia. Había tiempo para la cacería de aves y animales de monte. Se cortaba una planta y se sembraba otra. Todo lo proveían el monte y el río. Las noches estaban amenizadas por los cuentos de tío Conejo y tío Tigre, refranes, versos y coplas.

La falta de un sistema educativo de calidad y los problemas socioeconómicos hicieron de la escuela un aparato que “desombligaba”[10] a los renacientes de su territorio. Los profesores alentaban (y aún lo hacen), a los padres a “sacar” a los estudiantes que les veían aptitudes para el estudio. Esto le sucedió a mi familia en la década de los noventa. El profesor de mi hermano mayor le recomendó a mi padre enviarlo a Quibdó, lo cual generó después el traslado de toda la familia. El regreso al territorio rural es catalogado como un fracaso. Las desigualdades socioeconómicas hacen del traslado o nombramiento de un maestro en las zonas rurales un castigo. El año en que mi madre se trasladó a Quibdó me cambiaron el profesor. Nadie guiaba mis aprendizajes. Ese año fui de los mejores del curso, y con ello, fui llevado a cursar estudios en la Escuela Anexa a la Normal de Varones de Quibdó. Los conocimientos de la manigua no hicieron parte de la escuela, por el contrario, había que reprimirlos. En este momento tenía siete años; posteriormente, me distancié de mi territorio. 

Por fuera de la escuela aprendí que la élite colombiana ha empleado la literatura para construir el imaginario de nación monocultural alrededor de las gestas de los criollos y valores hispánicos. La literatura, a su vez, constituye un campo de reivindicación epistémica de intelectuales negros como Candelario Obeso, Jorge Artel, Arnoldo Palacios, Teresa Martínez, Rogerio Velásquez, etc. Estos escritores, pese a sus aportes, continúan siendo marginales en el canon de la literatura colombiana. En el 2010, el Ministerio de Cultura publicó la Biblioteca de literatura afrocolombiana, la cual contiene una colección de textos de algunos de estos autores. La publicación de estos textos representa una demanda histórica de las organizaciones negras. Sin embargo, en Quibdó, algunas colecciones adornan las rectorías; otras se están dañando en lugares donde no van a conseguir un lector. El canon dominante habita las aulas sin que estos escritores encuentren un lugar. Esto nos muestra que la solución al racismo es más compleja que solo llevar libros a las escuelas. Tener la piel negra no implica el dominio ni el interés sobre la cultura e historia negra. El conocimiento que nuestros niños y niñas reciben en el sistema educativo niega e inferioriza su ser ribereño.

El Chocó es el departamento colombiano con más población negra, porcentualmente, en relación con el número de sus habitantes. El censo de 2005 estimó que Colombia tenía 4.311.757 que se autorreconocían [11] como población negra, afrocolombiana, raizal y palenquera, mientras que el censo de 2018 arrojó 2.982.224, lo cual significa un descenso de 30,8% (Departamento Nacional de Estadística, 2018). En el caso del Chocó, pasó de 286.011 a 337.696,[12] de un total de la población de 457.412 habitantes. En estos tiempos, la gente negra es quien dirige las instituciones educativas y de gobierno. Sin embargo, la escuela no es un espacio de diversidad epistémica. Encontramos personas negras que re-producen y defienden el pensamiento occidental como única forma de producir conocimiento; ya que, según Freire (1968/s.f.), “los oprimidos son ellos y al mismo tiempo son el otro introyectado en ellos, como conciencia opresora” (p. 27). En concordancia, el racismo no se aborda aquí como un asunto restringido a la piel: blanco (superior) contra el negro (inferior), sino como una racionalidad colonial que esclaviza otras formas de conocimiento.

[…]

En la ciudad de Quibdó, la etnoeducación se circunscribe a la conmemoración del Día nacional de la afrocolombianidad, en aplicación de la ley 725 de 2001. El 21 de mayo, los estudiantes y algunos docentes en Quibdó se “visten de afros” para ir a las instituciones educativas. Se danza, se venden jugos y comidas de la región. Cuando Zahily Ashanty -mi hija- cursaba preescolar, la profesora les solicitó a los padres que, por ser el día de la afrocolombianidad, “cada niño que traiga una fruta y que vaya vestido de afro”. Las niñas y docentes pueden soltarse el cabello sin ser burladas o expulsadas por “estar mal presentadas”; a algunos niños o niñas les ponen peluca simulando el “cabello natural afro”. No hay límite en la creatividad en el arreglo del cabello, pero solo ese día, pues los demás días del año lectivo, la institución vuelve con sus normas y restricciones. 

Las conquistas jurídicas en defensa y reivindicación de los derechos de los afrocolombianos[13] no han transformado el sistema educativo en un espacio de justicia epistémica y cognitiva global. En medio de esta situación, esta investigación plantea realizar un estudio genealógico para comprender las diferentes maneras en que las políticas epistémicas coloniales perviven, se legitiman e institucionalizan a lo largo del tiempo, reproduciendo la jerarquía racial y cultural del conocimiento moderno occidental, en detrimento de las epistemologías de la manigua de los ribereños en el Chocó, Colombia.

Por lo tanto, la pregunta de investigación que guiará este estudio es la siguiente: ¿Cómo perviven, legitiman e institucionalizan las políticas epistémicas coloniales que re-producen la jerarquía racial y cultural del conocimiento científico, en detrimento de las epistemologías de la manigua de la gente ribereña, desde una aproximación genealógica en el caso del Chocó, Colombia?



[1] Denisse Roca-Servat fue quien dirigió la Tesis de Doctorado de Jhonmer

[2] Hinestroza Ramírez, Jhonmer. Epistemologías de la manigua: genealogía de su esclavización en el Chocó, Colombia / 1ª edición – Medellín: UPB. 2023 – 269 páginas. (Colección Ciencias Sociales, 25)

ISBN: 978-628-500-109-3 (versión digital). Pág. 8.

[4] Arenal es un corregimiento del municipio de Atrato, Chocó – Colombia.

[5] Al recién nacido o renaciente, al momento de nacer, se le aplica en la herida del ombligo un material vegetal, mineral o animal. Se estima que el ombligado obtiene las características de lo que se le aplique y así se le vincula para siempre al territorio.

[6] El baldudo es un pez de agua dulce que se encuentra en el río Atrato.

[7] Tuve mi primer acercamiento a la historia del pueblo negro y el racismo cuando participé del II Encuentro de Estudiantes Universitarios Afrocolombianos (ENEUA). En el 2009 participé en Bogotá del Encuentro Nacional de Estudiantes de Literatura y Áreas Afines (REDNEL). Fui invitado a participar de una mesa de literatura afrocolombiana. En ese entonces todavía cursaba la Licenciatura en Español y Literatura en la Universidad Tecnológica del Chocó Diego Luis Córdoba (UTCH). De estas reflexiones nació en el 2012 el 1er. Festival de Arte y Literatura Afro e Indígena del Chocó, IndiAfro. En el 2014 surge la Corporación Cuenta Chocó – Rogerio Velásquez Murillo. Cuenta Chocó es una entidad sin ánimo de lucro de carácter académico, investigativo y cultural, dedicada a promover la lengua, historia, cultura y literatura afro, indígena y chocoana.

[8] Los copones y trasmallos son artes de pesca utilizadas en el Atrato.

[9] Significa que el río está aumentando su caudal, es decir, creciendo.

[10] El ombligamiento es una práctica de los pueblos indígenas y afrodescendientes del Chocó al momento del nacimiento de un ser humano, la cual busca extender el aliento divino en el cuerpo de este y vincularlo al territorio.

[11] Las organizaciones étnicas calificaron lo sucedido como una masacre estadística perpetrada por el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE). El DANE señala como efectos causales el sociológico, cultural, orden público y operativos: capacitación de los censistas, sensibilización y cobertura.

[12] Lo cual significó un incremento de este grupo poblacional, en el departamento chocoano, de 18,7%.

[13] ART. 55 Transitorio de la Constitución Política de 1991, Ley 70 de 1993, Ley 115 de 1994 - Título III - Cap. II, Decreto 804 de 1995, Decreto 2249 de 1995, Decreto 1122 de 1998, Ley 725 de 2001, Decreto 140 de 2006.