24/02/2025

 Dizque paros armados...

Río San Juan, Chocó. FOTO: ACADESAN.

Diez “paros armados” se han consumado en los dos últimos años en el Chocó. En cada uno de ellos, se calcula que por lo menos 50.000 personas han sido víctimas de diversas formas de confinamiento, reclusión, incomunicación, encierro, cautiverio…constreñimiento armado. En su propia tierra. En su propia casa… En Cien años de soledad, José Arcadio Segundo se pregunta por qué Aureliano Buendía necesitaba tantas palabras para explicar lo que se sentía en la guerra, si con una sola bastaba: miedo.

Aunque no son producto de una decisión compartida de cesar actividades por motivos colectivos o comunes, como sí ocurre en los paros cívicos; y, por el contrario, son forzados, impuestos, forzosos, los siguen llamando paros armados, con el mismo, impreciso y escurridizo sentido eufemístico con el que la prensa colombiana llama polémicos empresarios a reconocidos delincuentes y la prensa gringa tiroteos a sus frecuentes masacres.

Constreñimiento armado llamó la Gobernadora del Chocó al último de estos flagrantes atentados contra la vida y los derechos fundamentales de la población del departamento. Con toda razón. Los dizque paros armados son un conjunto de hechos perpetrados y ordenados por grupos ilegales y armados a quienes los pobladores inermes les tienen que obedecer, so pena de consecuencias incalculables; que van desde el reclutamiento de menores y la retención de adultos, pasando por el ultraje verbal y físico, por el decomiso de combustibles, mercancías y productos agrícolas, hasta las muertes o mutilaciones por minas antipersonas o artefactos explosivos artesanales instalados en los propios patios, caminos y sembradíos de la gente, o las muertes a bala, a manos de quienes se imponen con sus armas y su capacidad de aterrorizar e intimidar, actuando como dueños y señores de territorios cuyos ojos ven baldíos, pero que son de propiedad colectiva y reconocidos legalmente como tales: tierras de comunidades negras y resguardos indígenas.

Durante los días que dura esta ignominia, en territorios donde usualmente es escasa la acción institucional, la autoridad legítima del Estado se ve significativamente menguada; al punto que las propias instituciones, los voceros de las organizaciones étnicas de los pueblos indígenas y las comunidades negras del Chocó y las organizaciones defensoras de derechos humanos, nacionales e internacionales, terminan casi que suplicándole -a los grupos armados ilegales- que permitan acciones tan elementales como el traslado de enfermos delicados en busca de atención médica o la entrada de alimentos para mitigar la escasez y el hambre ocasionadas por la situación. Otra denominación, un tanto eufemística, arropa estas acciones: corredores humanitarios.

Durante esos días, aciagos, la gente del Chocó es obligada a recluirse bajo las goteras de sus propias casas y comunidades, convertidas en calabozos transitorios y precarios en cuanto a manutención, pues también son suspendidas obligatoriamente -por el tiempo que los determinadores definan- las actividades de transporte y comercio, las labores de pesca, de cultivo y recolección de pancoger, las clases en escuelas y colegios... Un trastorno absoluto de la vida cotidiana de la gente y una conculcación burda y despiadada de sus derechos son estos confinamientos masivos y forzosos de la población.

Estas prácticas de coacción, intimidación, conminación, amenaza y coerción, violatorias de los derechos humanos, no tienen más finalidad que demostrar el poder de quienes las protagonizan. Por ello son ejercidas con desprecio total por la dignidad de las comunidades rurales y urbanas, negras e indígenas, del Chocó; con absoluto desdén y total desconsideración por su condición de grupos étnicos especialmente protegidos, con territorios ancestralmente poseídos y legalmente reconocidos como propios. De modo que constituyen una violación abierta y descarada, premeditada y alevosa de los principios y normas mínimas y máximas del derecho internacional humanitario; principios y normas que esos actores armados invocan sórdidamente cuando es de su conveniencia, banalizando y caricaturizando así las únicas herramientas que, en teoría, podrían proteger a estos pueblos de las arbitrariedades y tropelías de esos ejércitos irregulares cuya actividad principal es el resguardo total de las redes de producción y recaudo de rentas ilícitas provenientes del tráfico de estupefacientes, de la extracción ilícita de maderas finas y metales preciosos, de la extorsión a comerciantes y a contratistas estatales, del cobro de tarifas ilegales a los ciudadanos, del saqueo de cultivos y de vehículos de transporte de carga, del control de la vida cotidiana de la población…

La Gobernadora del Chocó, Nubia Carolina Córdoba Curi, resumió la situación del departamento, expresó su posición frente a la misma y planteó la necesidad de articular esfuerzos para afrontarla; en un mensaje de su cuenta de X del día 18 de febrero, cuando comenzaba el último de esos desafueros masivos contra la población chocoana: “Mi llamado y rechazo ha sido vehemente frente a la transgresión a Derechos Humanos y Derecho Internacional Humanitario perpetrada por ELN y Clan del Golfo en disputa por el territorio en el departamento del Chocó. No se pueden negar las minas antipersona cuando ha sido víctima no solo la comunidad, sino incluso nuestros propios soldados. No se puede negar la crisis humanitaria frente a la denuncia permanente de la Defensoría del Pueblo, los personeros y alcaldes en los municipios; y el grito ahogado de las comunidades y sus organizaciones. No hoy, sino durante los últimos dos años de manera ininterrumpida. Lo cierto es que efectivamente estamos frente al décimo paro armado del departamento del Chocó, anunciado por sus propios perpetradores como amenaza a la población civil. La acción articulada de los tres niveles del Estado, el ministerio público, los organismos multilaterales y cooperación internacional es fundamental para afrontar la gravedad de esta crisis.”[1]

“No se le ha prestado la suficiente atención a la crisis humanitaria en el Chocó. Mañana el ELN inicia un nuevo paro armado y la situación se empeora con la alianza entre los Mordiscos y el Clan del Golfo. Urge presencia integral de todo el Estado”, escribió Leonardo González, director de INDEPAZ y de su Observatorio de Derechos Humanos, el 17 de febrero.[2]

“¿Qué tiene de revolucionario atentar contra la misión médica en El Plateado, confinar a la población civil en el Chocó (bajo el eufemismo de un paro armado), matar y desplazar civiles en El Catatumbo y traficar con drogas y minerales en todo el país?”, preguntó el pasado 18 de febrero, en su cuenta de X, el reconocido defensor de derechos humanos Jorge Rojas Rodríguez, fundador de CODHES[3] y su director durante 20 años, y quien fue también hasta hace poco viceministro de Relaciones Exteriores.[4]

“No podemos minimizar el dolor y los estragos del conflicto armado en el Chocó”,[5] un territorio “asediado, minado y diezmado”[6], ha dicho claramente la Gobernadora…

En el párrafo final de “Glosa paseada bajo el fuego y la lluvia”, la novela excelsa del excelso escritor chocoano Carlos Arturo Caicedo Licona, en honda lamentación, ante las ruinas de una tragedia, una especie de voz colectiva y omnipresente de la chocoanidad exclama: “…y pensar que alguna vez tuvimos abrigo con qué cubrir la desnudez, hasta que nos extraviamos sin vigor ni reino, por caminos donde no hay luz ni senda; y, atraídos cual serpientes por la sonaja de las panderetas, nos arrastramos cada vez más pálidos, sin nada vivificante, esperando, siempre esperando, que en otros cielos, otros dioses, armen la almadía en que flote sin riesgo esta raza, mientras cicatrizan sus quemaduras expuestas al sirimiri del agua”.[7] 



[3] Consultoría para los Derechos Humanos y el Desplazamiento. Organización con carácter consultivo ante la ONU y la OEA.

[7] Caicedo Licona, Carlos Arturo. Glosa paseada bajo el fuego y la lluvia. 1ª edición, noviembre de 1982. Editorial Lealon. Páginas 98-99.

17/02/2025

 Contar historias, 
otra manera de contar la Historia
*Julio César Uribe Hermocillo
Quibdó, martes 6 de abril de 2010

 ---Texto leído en el acto cultural 
de presentación de la novela 
Doble y orgullosamente Carabalí, 
en el Auditorio de la FUCLA, hoy Uniclaretiana---

Portada y contraportada de la novela Doble y orgullosamente Carabalí (2010)

Buenas noches. Confío en que lo que voy a compartir con ustedes sea suficiente para que no se duerman, como se duerme la gente en los velorios; como sucedió con mucha gente en aquel velorio en el que se conocieron Martín Carabalí Carabalí, doble y orgullosamente Carabalí, y la Reina del bullerengue: Estefanía Caicedo Cuero.

Partiendo de dar por cierto que yo sé contar historias, quiero compartir con ustedes parte de la historia de cómo aprendí yo a contar historias y qué significa este hecho como un aporte a contar la Historia, la cual, claro, no es una sola; pero, cuyo conjunto y variedad constituyen nuestra Historia, la Historia de nuestro pueblo y de nuestra gente, es decir: nuestra propia Historia.

Yo aprendí a contar historias, si es que las sé contar, aquí en Quibdó, oyéndolas contar y viéndolas acontecer. Viendo a la draga rellenar los pantanos de Munguidocito. Sentado en el viejo puente de El Polvorín y navegando por La Yesca, detrás de la casa de la señora Rubena. Por ahí en La Cuarta, cuando esa calle aún no era el estropicio comercial de ahora, tan intransitable como lamentable. En varios andenes de la Calle de Las Águilas, especialmente en el de Mamá Vito, en donde se comían las mejores pepas, cañas, sosiega y cocadas de ese momento de mi infancia en Quibdó…

Yo aprendí a contar historias, si es que las sé contar, aquí en Quibdó, oyéndolas contar y viéndolas acontecer. De los labios de un conservador tan liberal que, aunque leía El Siglo, creía firmemente que en el Chocó faltaba justicia social y que en la educación pública estaba parte de la redención de la chocoanidad: el Señor Clímaco, a quien conocí como zapatero en el Pandeyuca, siempre vestido de blanco. En su casa, que tenía una sala inmensa y un patio gigantesco, aprendí a contar historias hablando con él, oyéndolo mientras trabajaba, y viendo caer de los árboles cargados marañones y zapotes, guayabas y caimitos…

Yo aprendí a contar historias, si es que las sé contar, aquí en Quibdó, oyéndolas contar y viéndolas acontecer: en La Segunda, una mañana muy temprano, cuando -entre las ruinas del incendio que la noche anterior había devorado gran parte de Quibdó- me encontré lo que en aquel entonces llamábamos una Pechonta, una moneda grande de 50 centavos, que en una cara tenía a Simón Bolívar y en la otra el escudo de Colombia;  aquella misma noche había conocido al Pato Donald, por obra y gracia del obligado trasteo desde la Farmacia España hasta la casa donde vivíamos, antes de que el incendio acabara de tragárselo todo.

Yo aprendí a escribir historias cuando aún no sabía ni siquiera leer y escribir, escuchando lo que para mí fue un prodigio, una maravilla que me marcó la vida para siempre: los relatos de mi mamá, Teresa Hermosillo Rodríguez, sobre el Quibdó de antes, sobre la época de su pasado reciente, que ella y sus contemporáneos llamaban la Época de la Intendencia. Por ella supe de la existencia de Diego Luis Córdoba, de Adán Arriaga Andrade, de Ramón Lozano Garcés, de Manuel y Luis Mosquera Garcés, de Rogerio Velásquez y otros cuantos integrantes de unas generaciones que ella consideraba prodigiosas para el Chocó; por ella supe también de la existencia del periódico ABC, de los prefectos eclesiásticos y de las monjas del colegio de La Presentación, de los intendentes nacionales, de los comerciantes turcos, de las lanchas que viajaban desde Cartagena surcando el Caribe y el Atrato hasta Quibdó, y de cuanto hecho, situación, persona o lugar hubiera pasado por la memoria de mi mamá desde su niñez hasta la treintañez en la que andaba cuando me contó todo esto... durante fascinantes horas, en la cocina mientras ella cocinaba y yo la acompañaba, después de haber hecho los mandados por las tiendas del Quibdó de la época; o al pie de una máquina de coser Singer muy parecida a la que usó Estefanía Caicedo para coser su último vestido, en la novela que hoy estamos presentando; una máquina que aún existe y en la que –entre otras cosas– mi mamá cosió mi primer overol, que era el uniforme de la Escuela Anexa a la Normal, que en ese entonces no solamente se llamaba Superior, sino también “para Varones” de Quibdó. En esa escuela y en esa Normal, que quedaban casi en la propia orilla del entonces cristalino y refrescante río Cabí, todo era monte alrededor, y allí conocí a Roger Hinestroza Moreno, mi profesor de 4° y 5° de primaria, quien me enseñó, simultáneamente, a escribir con estilógrafo y a valorar la memoria cultural de los fundadores de los pueblos adonde la escuela nos llevaba de paseo en aquellos tiempos; y a Plinio Palacios Muriel, de quien aprendí para siempre unas cuantas y valiosas reglas de ortografía y gramática que no podría recitar de memoria, pero que en el resto de la vida -desde entonces- mucho me han servido.

Fue así como aprendí, si es que de verdad lo sé hacer, a contar historias: oyendo todas las que me contaban y viendo las que acontecían ante mis ojos,  en aquel Quibdó que todos los días de mi infancia recorrí haciendo mandados y bañándome en el aguacero, en aquel Quibdó que mi mamá vivió para contarme. Otras tantas historias me fueron contadas en la niñez por el Poeta de Guayabal, quien declamaba los sábados en la misma esquina concurrida donde vi a Vicente Romaña leer, previa parafernalia, los bandos municipales; y me fueron contadas copiosamente por el maravilloso conjunto de poesías populares y costumbristas del Maestro Miguel A. Caicedo, cuyo análisis como textos culturales de la chocoanidad fue la materia de mi libro anterior. Años más tarde, ya en la juventud, conocería los relatos etnográficos de un chocoano del que también mi mamá me había hablado, y a quien, como de tantos se debe decir, el Chocó no le ha hecho el reconocimiento que se merece: Rogerio Velásquez Murillo, nuestro primigenio antropólogo chocoano. Sus relatos y artículos me confirmaron lo que de niño había empezado a aprender: que más allá de la ciudad, de la pequeña ciudad que los sábados se colmaba de campesinos que abarrotaban el mercado de la orilla del río de cuanta cosa comestible y útil producían sus montes y cultivos, más allá de esa maravillosa estampa semanal que literalmente me encantaba, había un mundo infinito, que aquellos hombres y aquellass mujeres portaban en su habla, en sus conversaciones, en sus decires, en sus vivencias, que uno oía o intuía escuchando sus conversaciones mientras despachaban a sus compradores del mercado sabatino.

A través de todas esas historias, que me enseñaron a contar historias, descubrí que era mágico contar historias y supe que esas historias me hablaban de una historia que era también la mía; pero, a la cual le faltaban detalles de exclusiones, saqueos y racismos. A esas historias, que conformaban La Historia, un día lo entendí, le faltaban fragmentos a cuya reconstrucción y recuperación, si yo me ponía de verdad en eso, podría aportar así fuera un poquito, escribiendo historias y relatos, y leyendo cuanto cayera en mis manos que me hablara de aquellas historias no contadas o incompletas.

En estas condiciones, a mí me da mucho gusto publicar esta novela. Me alegra que ahora esté en sus manos y lista para ser vista por sus ojos y su alma. Me hará feliz que ustedes la vean, la lean y la disfruten tanto como yo disfruté escribiéndola: libre ella como Trismila Ocoró, que se murió de amor, como ustedes y yo, aunque no lo aceptemos, nos podríamos morir…

Hoy, en el fondo, lo que más me importa en la vida es compartir con ustedes lo que de memorable pueda tener nuestra historia. Y me alegra hacerlo justamente aquí, en este lugar que en sí mismo constituye un símbolo, pues aquí quedó su casa y aquí vivió varios de sus primeros años de vida Gonzalo María de la Torre Guerrero, fundador de la FUCLA y pionero de revoluciones sociales, étnicas y culturales en esta, nuestra tierra, llena de historias, que él también cuenta en sus atrateños cantares de los cantares y en sus cuentos de chombas lindas. Gracias, Maestro, por ayudarme a entender que todo esto es una parábola, no una simple alegoría.

Julio César U. H. (autor) y Gonzalo M. de la Torre Guerrero (prologuista), el 6 de abril de 2010, en la presentación de la novela Doble y orgullosamente Carabalí, en Quibdó. Archivo El Guarengue.

Por haber venido, les doy muchas gracias, y ¡muchísimas más! por su atención a estas palabras, que forman parte de mi Historia. Que estas palabras evoquen y provoquen cada una de sus historias, que se suman a todas las historias que conforman nuestras historias, y que desembocan en La Historia, que no es una sola, pero que sí las contiene a todas...para que así escribamos juntos en nuestra piel y en nuestra memoria el primer capítulo de una historia que dure toda la vida y que produzca tantos hijos como años nos dé la vida, para poblar este Atrato de Carabalíes que juren cada vez para siempre no volver a ser esclavos de nadie nunca más; como se lo prometen, en la noche iniciática de su amor, Martín Carabalí Carabalí, doble y orgullosamente Carabalí, y la Reina del Bullerengue, Estefanía Caicedo Cuero.

10/02/2025

 A veces llegaban cartas…
Vicisitudes del servicio postal
en la Intendencia del Chocó
a principios del siglo XX

Algunas estampillas de los antiguos Correos de Colombia. La estampilla alusiva al Chocó fue producida en 1956, en una cantidad de dos millones de unidades, para el servicio postal ordinario, y formó parte de una colección dedicada a los departamentos de Colombia. Imágenes de la colección filatélica del Banco de la República. Collage: El Guarengue.
132 toneladas y 7 quintales de arroz se produjeron en las áreas cultivadas de la Colonia Agrícola de Bahía Solano en 1936, en los cultivos establecidos por colonos y nativos en Ciudad Mutis, El Valle y Nabugá. Un año después de inaugurada esta colonia agrícola, subsidiados en dinero y con herramientas nuevas (barretones, machetes, palas, azadones, hachas, rastrillos), los colonos han desmontado más de medio millar de hectáreas y han establecido cultivos en las mismas. El Agrónomo Nacional destinado a esta colonia para orientar el trabajo agrícola calcula que, sumado el desmonte a las hectáreas ya establecidas por antiguos nativos de la zona, ya la Colonia Agrícola de Bahía Solano sobrepasa las 600 hectáreas sembradas de banano, cacao, arroz, coco, plátano, maíz, yuca, pastos, caña y café, hortalizas y cultivos varios de pancoger.[1]

Las actividades de construcción son incesantes en las diferentes áreas de la colonia, cuando aún no se cumplen dos años de su fundación. Por lo menos una docena de edificios públicos han sido levantados en medio de los lotes dispuestos para ello en el centro poblado de Ciudad Mutis: oficinas para la dirección y otros funcionarios, escuela, hospital, comisariato, botica y consultorio médico, campamento para obreros y casa de acogida para nuevos colonos, casetas para semillas y otros fines, y hasta una pequeña cárcel, pues nunca se sabe. La construcción de las casas de los colonos, con el auxilio económico y arquitectónico de personal oficial, también avanza según lo planeado.

El puente está quebrado y las noticias han dejado de serlo

Así que todo marcha bien por estos lares, como lo confirman los reportes periódicos del director de la Colonia Agrícola de Bahía Solano, Carlos Villegas Echeverry, y el personal de funcionarios a su cargo. Con dos excepciones: la caída de un puente casi nuevo sobre el río Jeya, construido para conectar los dos sectores en los que se divide Ciudad Mutis, epicentro urbano de la colonia; y los frecuentes retrasos que se presentan en la llegada del correo a la zona, a veces tan significativos que lo que pretendía ser novedad en las cartas que llegan se ha vuelto historia patria cuando su destinatario las lee y las noticias de los periódicos han dejado de serlo cuando llegan al paradisiaco emplazamiento… Ambas cosas pronto hallarán solución en este escenario que, como todos los de colonización, tiene algo de épico e irreductible en horas de dificultad.

Un error que costó mucho dinero

En su informe de mayo de 1937 al Ministerio de Agricultura y Comercio, el director de la Colonia Agrícola registra con detalle lo referente al puente roto. “Las dos áreas urbanas, oriental y occidental, separadas por el río “Jeya”, se unieron por un puente que recién terminado se le cayó al ingeniero que lo construyó. Posteriormente, en agosto y septiembre del año pasado, la dirección empezó su reconstrucción, habiendo durado en perfecto estado de conservación hasta la fecha, con las siguientes especificaciones: sistema rígido, ocho columnas dobles de anclaje, con cimientos reforzados en el lecho del río, dos torres terminales y anclas de hormigón, con una longitud total de 83 metros. El sistema colgante ideado por el ingeniero fue un error que costó mucho dinero; la construcción actual ha resistido todas las avenidas del río y quedó con una capacidad neta mayor de 2.600 kilos”.[2]

A merced de los tiburones

En cuanto al servicio de correos, sus demoras e irregularidades no son problemas exclusivos de este litoral y mucho menos constituyen una novedad. Dos décadas antes de la fundación de la Colonia Agrícola de Bahía Solano, en su informe 1911-1915 sobre la Prefectura Apostólica del Chocó, los Misioneros Claretianos se quejan de la escasez, intermitencia y falta de periodicidad del servicio postal en territorio chocoano. “El servicio postal de Cartagena a Quibdó lo prestan varios vaporcitos que viajan sin fecha fija; que, habiendo de atravesar el Golfo de Urabá, casi siempre muy alborotado, vense sometidos a forzosas demoras unas veces, otras a arrojar al mar parte del cargamento, si ya no perecen bajo el furor de las ondas que, haciendo astillas la embarcación, deja a los viajeros a merced de la voracidad de los muchos tiburones que viven en aquellas aguas. En los meses de enero, febrero y marzo es muy arriesgado atravesar el golfo; el vaporcito Libertador, en febrero de 1913; el Kate, en febrero de 1914, y el Diego Martínez, en febrero de 1915, hallaron fin desgraciado en sus aguas. En ese mismo año de 1915 (febrero) corrió grande riesgo de perecer la lancha Julia Susana”.[3]

Una trocha impracticable

Si por agua llueve, por tierra no escampa. Al aterrador panorama en el que debe prestarse el servicio postal hacia la Intendencia Nacional y Prefectura Apostólica del Chocó por la vía del Caribe, el Golfo de Urabá y el río Atrato, hacia Quibdó; los misioneros añaden -en su informe quinquenal de 1915- detalles sobre las condiciones terrestres del servicio desde y hacia el interior del país. “El servicio del correo para el interior hácese por una trocha, las más de las veces impracticable; de ahí el retraso en la llegada del correo y la imposibilidad de despachar la correspondencia, pues el posta regresa inmediatamente; y no es raro el caso de recibirla perfectamente averiada a causa de los fuertes aguaceros o de las crecientes de los ríos. Idénticas observaciones podríamos hacer con respecto al correo que se recibe por las vías de Buenaventura y Nóvita-Cartago”.[4]

Súpose en España antes que en Istmina

A tan sombrío panorama se suma el hecho de que “las líneas telegráficas son todavía más escasas y se hallan en el mismo deplorable estado. Una sola existe en toda la Intendencia, con cuatro oficinas de despacho. Si se tiene en cuenta que el hilo transmisor sufre daños frecuentes, merced a las lluvias torrenciales que derriban los postes, y que existen muchas leguas de líneas que pasan por bosques impenetrables y muy distantes de todo poblado, se comprende que las interrupciones han de ser numerosas y de larga duración. Vaya, por vía de ejemplo, la noticia del fallecimiento del Reverendísimo Padre Prefecto Juan Gil súpose en España antes que en Istmina, distante apenas doce leguas de Quibdó; y a los cuatro días del entierro, desde Cartagena, recibióse telegrama preguntando por la salud del enfermo, siendo así que a ambas partes se había enviado telegrama en el momento de la muerte”.[5]

Veinte años después

Cuando la Colonia Agrícola de Bahía Solano es fundada, el 7 de agosto de 1935, la crítica situación del servicio de correos, descrita crudamente por los Misioneros Claretianos en aquel informe, ha cambiado, aunque la situación diste de ser perfecta. La navegación comercial por el río Atrato, entre Cartagena y Quibdó, se ha regularizado y con ello la periodicidad del servicio postal también ha mejorado, así como la regularidad del transporte de pasajeros y mercancías. El servicio de transporte aéreo, prestado por la empresa colombo-alemana SCADTA mantiene en permanente comunicación a Quibdó e Istmina con el interior del país, así como los vuelos a Cartago traen mercancías, pasajeros y correo hacia Nóvita y Sipí. La trocha hacia Antioquia sigue siendo impracticable, aunque con todo y eso hay mayor tráfico comercial y en algo han mejorado los servicios postales que a través de ella se prestan desde y hacia Quibdó, y desde esta capital hacia otros sitios del Chocó.

Bajo la dirección y administración de la Intendencia del Chocó

Finalizando el año 1936, un año largo después de la fundación de la Colonia Agrícola de Bahía Solano, el correo nacional de Buenaventura a Juradó y Coredó empezó a funcionar “por administración directa, bajo la dirección y responsabilidad de la Intendencia del Chocó”;[6] en virtud de un decreto presidencial firmado por el presidente Alfonso López Pumarejo, el Ministro de Correos y Telégrafos, Jesús Echeverri Duque y su ministro de Educación, Encargado del Despacho de Gobierno, Darío Echandía. El contador de la motonave Chocó asumió funciones de Mensajero de Correos y con similares funciones fueron creados tres puestos de mensajería “para atender a los servicios de Docampadó a Pizarro, Utría a El Valle y Coredó a Juradó”.[7]

Adicionalmente, el decreto, en su artículo 4° estableció que “el servicio dicho se prestará así: dos viajes al mes de Buenaventura a Coredó, por Docampadó, Arusí, Utría, Ciudad Mutis y Cupica, con los ramales de Docampadó a Pizarro, Utría, El Valle y Coredó a Juradó. Se regularizó así la periodicidad del servicio a través de la motonave Chocó y se garantizó su cobertura en los principales poblados del Pacífico chocoano, hasta los límites con Panamá, incluyendo la recientemente fundada colonia.

Panamerican Airways Grace Inc.

En mayo de 1937, la empresa aérea estadounidense Panamerican Airways Grace Inc (Panagra) ya había realizado dos vuelos de prueba desde Cristóbal, corregimiento de Colón (Panamá) hacia Bahía Solano, con el fin de incluir posteriormente a la colonia como un destino de su itinerario entre Panamá y Ecuador, en una ruta que cubría Cristóbal, Solano, Cali, Tumaco y Guayaquil. Solano sería una escala Flag stop, es decir, que los aviones solamente llegarían allí por solicitud o demanda cuando hubiese carga, pasajeros o correo en las fechas acordadas para ello. Panamerican Airways Grace Inc había sido creada en el año 1928 como competencia de SCADTA en el mercado aéreo de América del Sur, donde mantuvo numerosas rutas desde y hacia Ecuador, Perú, Argentina y Uruguay; administró y operó durante muchos años los servicios de correo extranjero entre los Estados Unidos y la denominada Zona del Canal, en Panamá.

El Mayor Santamaría Manccini

Finalmente, Panagra no se vinculó al transporte aéreo de pasajeros ni a la prestación de los servicios de correo para Bahía Solano y el Pacífico chocoano, principalmente por los planes estatales de adecuar un aeropuerto en la colonia y reemplazar la guarnición de infantería de marina por una tropa de la aviación: “Debido a las gestiones e iniciativa patriótica del actual director general de la aviación nacional, mayor Enrique Santamaría Manccini, devoto y desvelado propulsor de esta obra desde su fundación, el gobierno resolvió establecer un aeropuerto en la Bahía y que la guarnición militar actual dependiera de la aviación”. Adicionalmente, “por iniciativa y gestión del mismo director general de aviación, se obtuvo la celebración de un contrato con el Ministerio de Correos para un servicio aéreo quincenal, en aviones militares, de Buenaventura a este lugar, para el correo de carga liviana”.[8]

El Chocó y el Carabobo

Consolidada por el decreto presidencial 2856 del 19 de noviembre de 1936 su función de prestar regularmente el servicio de correo entre Buenaventura y Juradó, sirviendo a los sitios intermedios de esta ruta, el barco o motonave Chocó jugó un papel decisivo en la regularización de dicho servicio; además del servicio de carga hacia la Colonia Agrícola de Bahía Solano, que siempre había prestado sin cobro de fletes.

El barco Chocó, “de propiedad del Ministerio de Industrias y Trabajo, administrado por la Intendencia del Chocó, hace el recorrido desde Buenaventura hasta el límite con Panamá (Punta Ardita), con escala en todos los caseríos de la costa comprendida entre los dos puntos citados. En la travesía de Buenaventura a Solano emplea tres días y de ésta a Punta Ardita dos días. No tiene itinerario fijo, pero su obligación es visitar los lugares nombrados dos veces al mes, prestando al mismo tiempo el servicio de correos, de acuerdo con el contrato que tiene celebrado la Intendencia con el Ministerio del ramo”.[9]

Los servicios del barco Chocó, que en 1939 sería dotado de un motor Bolinder, de mayor rendimiento y menor ruido, capacidad tractora más alta y menor consumo de combustible, fueron complementados por los del barco militar Carabobo, que desde los primeros meses de su fundación prestó servicios de transporte de pasajeros y contribuyó en cuanto le fue solicitado para el desarrollo de la Colonia Agrícola.

A veces llegaban cartas

Las últimas cartas manuscritas, en papeles y sobres especialmente producidos para este menester, se escribieron, se enviaron y se respondieron aproximadamente a finales de la década de 1980. Un poco más de medio siglo de cartas enviadas y recibidas desde y hacia Bahía Solano y la costa toda del Pacífico chocoano forman parte de la historia íntima del nacimiento, desarrollo y consolidación de un territorio de cuya fundación como colonia agrícola no se ha cumplido ni siquiera un siglo.

La Ordenanza Nº 8 del 19 de noviembre de 1962, de la Asamblea Departamental del Chocó, creó el Municipio de Bahía Solano, que de Colonia Agrícola había pasado a ser corregimiento del Municipio de Nuquí, del cual fue segregado para que asumiera su nueva condición institucional. La Prefectura Apostólica del Chocó, creada en 1908, es dividida en los vicariatos apostólicos de Quibdó e Istmina, en 1952; los cuales son elevados a la categoría de diócesis en abril de 1990, cuando a la región están siendo introducidas las novedades del correo electrónico y las máquinas de escribir electrónicas, que habían reemplazado a las mecánicas, empiezan a ser desplazadas por los computadores.

A veces llegaban cartas con sabor amargo, con sabor a lágrimas, cartas que hablaban de que en la distancia el amor se muere. Pero, también, a veces, las cartas hablaban de que en la distancia el cariño crece.[10]



[1] Villegas Echeverry, Carlos. Informe del director de la Colonia Agrícola de Bahía Solano, mayo de 1937. En: Díaz Rodríguez, Justo. INFORME DEL JEFE DE LA SECCION DE COLONIZACIÓN. Julio 1936-julio 1937. Bogotá, julio 15 de 1937. 27 pp. Pág. 228-255. En: Memoria del Ministerio de Agricultura y Comercio, 1937.

[2] Villegas Echeverry, informe citado. Pág. 235. Aunque en la actualidad es frecuente escribir Jella, en este caso conservamos la grafía de la fuente original: Jeya.

[3] Informe oficial que rinde el Prefecto Apostólico del Chocó a la Delegación Apostólica. 1911-1915. Bogotá, Imprenta Nacional, 1916. Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. 118 pp. Pág. 63-64.

[4] Ídem. Pág. 64

[5] Ídem. Pp. 64-65

[6] DECRETO 2856 DE 1936 (noviembre 19). Por el cual se organiza por administración directa el servicio de correos nacionales de Buenaventura y Juradó. Ministerio de Justicia. SUIN Juriscol-Servicio único de información normativa. Artículo 1°

[7] Ibidem, artículo 2°.

[8] Villegas Echeverry, informe citado. Pág. 242.

[9] Ibidem, pág. 251.

[10] A veces llegan cartas. Raphael, 1972. https://www.youtube.com/watch?v=9ZFmOHwEVy8

03/02/2025

 Cinco poemas 

de mi Breviario

*FOTO: Julio César U. H. - El Guarengue
Léanlos, que de pronto les gustan…: 
Aguacero, Infusiones, Hierofanía, Canción, Bitácora Estos cinco poemas y otros cuantos componen el inédito Breviario de sospechas, evidencias y confesionesque también forma parte de mis relatos del Chocó profundo.

Julio César Uribe Hermocillo, febrero 2025. 

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AGUACERO
Ascético es el silencio 
de la savia y las semillas
de los árboles y palmas 
de las hormigas en fila
del sol al atardecer
Con susurros de madera
una canoa acaricia
del agua la suave piel
frescas al viento se mecen
las ramas de un pichindé
De pronto el cielo se agrisa
de truenos hay un tropel:
en el Pacífico inmenso
en el Baudó y el Darién
en el San Juan y el Atrato 
¡parece que a va a llover!


INFUSIONES
Es tu presencia un poema
de ébano y alhucema
de saúco y anamú
de limoncillo y verbena
Un poema es tu presencia
de cilantro cimarrón
de albahaca y yerbabuena
de toronjil y estragón
Es tu presencia un poema
de aromas y de colores
de sabores e ilusiones
de ébano y alhucema.


HIEROFANÍA
Llueve en la madrugada
el arrullo enamorado
de un aguacero atrateño.
Silencio puro es la orilla
donde dormitan atadas,
a un palo de coronillas
y a un antiguo pichindé,
tres canoas y un potrillo,
dos ilusiones y un sueño.
Tu piel de melaza tibia
descobijada dormita,
abrazada a la penumbra.
Sonríes sin despertarte 
y el milagro de tus manos
ocultas bajo la almohada.
Seis luciérnagas alumbran
la hermosura de tu sueño,
la lindura de tu cara,
la armonía de tu cuerpo.
Y hasta la luna se asoma,
empapada por la lluvia,
a contemplar el milagro
que eres tú, querida mía,
diosa de amor, ¡hierofanía!


CANCIÓN
Suena un bolero en mi alma
cuando tus ojos me miran
Cuando tus ojos me miran
suena un bolero en mi alma 
Y la noche canta entonces 
Y entonces sonríe la noche
con estrellas y luceros
que son sonrisas del cielo 
Cantan la noche y el monte
versos para tu ternura
pues tú tienes los aretes
que le faltan a la luna.


BITÁCORA
Esta noche asaz serena
navegará hasta tu puerto 
la chalupa de mi vida
y hendirá mi canalete
la tibieza de las aguas
de tu Ensenada de Utría 
Carta náutica será
tu piel de canela fresca
hacia la suave ambrosía
de tu ardiente Punta Ardita
donde anclaré para siempre
la chalupa de mi vida.