lunes, 18 de noviembre de 2024

 El universo literario de Zully Murillo 

Zully Murillo es, además de la cantautora de sus trabajos discográficos publicados, una narradora y poeta innata, que debe ser incluida en los inventarios y antologías de literatura chocoana, y cuyos textos tienen tan alto valor literario que bien podrían ser publicados en un compendio o antología como relatos de la chocoanidad, con un trabajo de edición a la altura de su calidad. FOTOS: Zully Murillo-Sitio oficial: zullymurillo.com y Archivo El Guarengue.

Los Cuentos contados cantados de Zully Murillo conforman en conjunto una obra de carácter narrativo, a la manera de estampas de la chocoanidad, cuya vida cotidiana y cuya historia se reflejan en estos relatos del mismo modo que los atardeceres lo hacen en el espejo del río, cuando el sol se apaga en la tupida fronda de las selvas del Chocó. Sin duda alguna, estas composiciones de Zully Murillo son, además del trabajo de una cantautora, un conjunto de relatos y textos culturales de alto valor literario, que dan cuenta perfectamente de tradiciones, momentos, acontecimientos y personajes significativos de la vida de la región.

Además de su enorme valor musical, las composiciones de Zully Murillo alcanzan un prominente rango de calidad y riqueza literaria, de modo que, además del lugar que ya tienen en el cancionero nacional y regional, tienen un puesto bien ganado en las antologías de la literatura chocoana. Zully Murillo cuenta cuentos con la fluidez de los ríos en cuyas orillas creció, inmortalizando en cada relato, con la fidelidad de una instantánea, momentos y escenarios, personajes y costumbres, acontecimientos y prácticas de la cotidianidad, de la sociedad, de la historia, de la gente toda del Chocó.

Bernabela, la que un día le dijo que fueran a covar la batata, blanca o morada… Lino, que fue el que le enseñó a pescar con una varita de pichindé… Anaís Mayoral, la niña bonita a la que le fascinaba el chupaflor que todos los días iba a su balcón a besar las flores… Cecilia Machado, la que contaba la historia de la Banda; Concha Pino, la de la casa en donde organizaron la fiesta del 20 de julio con la Banda, en donde tocaban los mejores músicos del pueblo: Abraham Rentería Key, Abel y Marquitos Blandón, Carlos Borromeo y Juan Bautista Cuesta, Pedro Serna… Victorianito, el loco soñador que se enamoró de la hija mayor de Doña Leonor… La niña que juega a la carbonerita, a la sortijita y al ratón de espina, al quemao, a la gallina ciega, al compadre chamuscao, al arrancayuca y al mirón mirón; aquella niña que doña Mayí viste para que vaya a visitar a la tía Teresita, aunque ella solamente quiere es salir a jugar con sus amigas, Zully entre ellas… Los novios que llegan en la balsa a casarse en el pueblo, a quienes saludan y ovacionan con mil pañuelos blancos y cuya llegada anuncian los niños felices, corriendo… Los personajes de los relatos de Zully Murillo, de los cuales ella misma hace parte, son reales: hablan, caminan, bailan, juegan, pescan, covan, ríen, sueñan, se bañan, se espantan, se casan y aman, como lo hace la gente de las orillas y de los pueblos, de las casas y de las parentelas a las que pertenecen… Así como son reales -en tanto forman parte del fabulario mágico regional- los guacos que cantan y los chimbilacos que vuelan, mientras agoniza la abuela a la que sus parientes y vecinos acompañan a bien morir. La Madre de agua, la Madremonte, la Patasola, el mismísimo Mohán de Ichó, la Entaconada y el Duende con su sombrero son también tan reales que hay que correr y correr, para que no te alcancen ni te agarren, mientras persigues una guagua o corres tras un venado allá en el monte.

Los textos de Zully Murillo en sus trabajos Cuentos contados cantados; Los pregones de mi tierra; Ella, otro cuento; Son de Amores (Veinte canciones de amor y una Vida), además de letras de canciones, son relatos, cuentos, crónicas literarias, fábulas y narraciones documentales, prosa poética. Estos más de 50 textos son un conjunto significativo de aproximaciones al sentido y al significado de los sistemas culturales de la región chocoana, a partir de las vivencias, las miradas, los sentires, las percepciones y la exquisita juglaría de Zully Murillo y su inspiración como narradora, poeta y escritora,.

Con esa misma magia narrativa y poética, envuelta en en el manto de la fe y la sacralidad de su gente, Zully Murillo compendia los rasgos fundamentales de la religiosidad popular afrochocoana en un completo conjunto coral para misa completa, que evoca trabajos inmortales del género, como la misa campesina nicaragüense de Ernesto Cardenal, Carlos Mejía Godoy y los campesinos de Solentiname... Hermosos alabaos, santodioses, salves, romances, villancicos y hasta un torbellino extremo complementan este trabajo de 2019: Misa inculturada y más cantares.

Las creaciones de Zully Murillo en el conjunto de su obra lo transportan a uno –en champa, en potrillo, en canoa y en balsa– a través de la historia cotidiana de las aldeas negras, de los caseríos orilleros en los cuales la vida ha nacido miles de veces durante miles de noches de la fertilidad de las mujeres y de la simiente de los hombres, en las manos sabias de las parteras que con la luz de una vela y la de sus propios ojos han aluzado los alumbramientos que han contribuido a perpetuar las estirpes de las que Zully Murillo cuenta y canta con esa voz que cautiva por su cadencia de marea suave, por su frescura de quebrada repentina en la mitad del monte, por su colorido abundante de flor de marañón tapizando las orillas del Atrato.

FOTO: Lina Botero

Zully Murillo, quien nació en Quibdó un domingo de abril de hace 80 años, es una narradora innata en cada una de cuyas letras discurren la magia y el embrujo de los cuentos eternos y elementales de las madres y abuelas negras que -en las noches serenas de luna llena o en las tempestuosas de aguacero eterno- embelesan y arrullan a los niños en los villorrios del Atrato, el San Juan o el Baudó, Andágueda o Capá, Ichó, Tutunendo y Neguá, Bebará o el Munguidó, el Arquía o el Bebaramá, Condoto, San Pablo, Tanando o Iró. La misma magia y el mismo embrujo que, oyéndola cantar sus relatos, hacen que uno evoque el ritmo vocal de las ballenas enamoradas que hasta las mares chocoanas llegan cada año a consumar su amor o a parir los frutos del que consumado ya fue…

Son más de setenta los textos publicados por Zully Murillo hasta el momento, como canciones. Con los que aún tiene inéditos, bien podríamos llegar a un centenar de relatos. Un compendio o antología de los mismos, con una edición cuidadosa -a la altura de la excelsitud del arte literario, narrativo y poético de su autora- deberá formar parte de la Biblioteca de la Chocoanidad, que algún día la luz del mundo verá. Mientras tanto, un homenaje sincero a su calidad humana y a su talento excepcional.

lunes, 11 de noviembre de 2024

 Cómo mueren los ojos de nutria
-Un relato de Arnoldo Palacios-

Cabecera municipal de Río Iró e imagen del Señor de Iró (Fotos: Alcaldía Municipal), Arnoldo y Buscando mi madredediós (Fotos: Archivo El Guarengue).

Ciento cinco relatos de Arnoldo Palacios componen las trescientas cincuenta páginas de su libro Buscando mi madredediós. Son el testimonio de los primeros años de su vida en Ibordó, Cértegui y Quibdó, y un collage de historia de aquellos tiempos en todo el Chocó. La memoria de Arnoldo discurre, fluye, en cada relato, con la misma naturalidad de los ríos y quebradas en los que transcurrió su infancia: a veces mansos y tranquilos, como lagos andantes; otras veces impetuosos como mares de agua dulce y azarosas olas.

Como el oro de su tierra convertido en memorable alhaja por la filigrana del joyero, la memoria portentosa de Arnoldo es transformada en relato fresco y espontáneo por su enorme capacidad narrativa, vivaz y sincera como su carcajada, rica como la selva donde se crio, inconmensurable como la imaginación con la que creció; de modo que cada vez que uno lee un relato de este libro es como si él mismo, el propio Arnoldo, estuviera ahí volviéndoselo a contar a uno por primera vez.

Así que, esta semana, a propósito de la memoria de los difuntos y de todos los santos, del noveno aniversario de su muerte en Bogotá y de los últimos días del 2024 como el Año Arnoldo Palacios (Cértegui, Chocó, 20 de enero de 1924 - Bogotá, 12 de noviembre de 2015); les ofrecemos en El Guarengue una de aquellas piezas memorables de la historia personal de Arnoldo Palacios contada por él mismo en su siempre maravillosa autobiografía, Buscando mi madredediós: el relato de cómo un escultor fue contratado por una junta parroquial para retirar de los ojos del Señor de Iró, un icónico santo de la tradición católica afrochocoana, la vivacidad y la vida. Bienvenidos. No dejen finalizar el año dedicado a esta gloria de la literatura chocoana y colombiana sin leer algo de este paisano insigne, por ejemplo, un par de relatos de sus espléndidas memorias personales.

Julio César U. H.
11.11.2024

***********************************

De Arnoldo Palacios, en Buscando mi madredediós...

XLVI • CÓMO MUEREN LOS OJOS DE NUTRIA

Vivíamos pletóricos de esperanza. Jugábamos tranquilos. Si alguien de la familia enfermaba, sabíamos que no moriría. Si a alguien le cala un dolor fuerte, de repente, como solía suceder, sabíamos que se alentarla rápido. Estaban allí, para protegemos. nuestro querido San Antonio de Padua y nuestra Virgen de la Candelaria. Y si ellos no podían, entonces, el Señor Ecce Horno llegaba de Raspadura o desde donde se hallara en ese momento, recorriendo el mundo, a socorrer a sus hijos.

No. No estábamos solos, en ningún momento. Los seres de la familia fallecidos: mi abuelo Miguel de los Santos y nuestra abuela, la finada Eloísa, su esposa; mi abuelo Tomás de Villanueva; el finado Gabino Figueroa, papá de mama Fide, no nos preocupaban. Enterrados desde hacía mucho tiempo, esas muertes eran algo normal en nuestra imaginación; ni siquiera los habíamos conocido; además, estaban en el cielo. Lo único en perturbar nuestra dicha era el asaltarnos el terror de que se nos apareciera el diablo o el Ánima sola.

A menudo, oíamos también mucho, en la casa, hablar del Señor de Iró, un Santo Cristo de bulto, tamaño de un hombre, crucificado en la capilla de Santa Rita, pueblecito de las cabeceras del río Iró, muchísimo más lejos que Raspadura. Ese río era peligrosísimo cuando crecía; no pasaba semana sin que hubiese ahogados. Ese Santo Cristo lo habían encontrado, pequeñito como la cruz de una medalla, igualmente en una mina. Cuando él no deseaba ir en la procesión se ponía pesado, de suerte que ninguna fuerza humana lo movía de su sitio en el altar; desencadenaba él una tronamenta, con relámpagos, y hacía caer rayos y centellas. Tenía vivas las niñas de los ojos, por cuya razón los peregrinos se asustaban. Una junta parroquial resolvió hacerle modificar la vista. «Y fue justamente el escultor Lorenzo Meneses quien le bajó los ojos, que le quedaron desanimados como los tiene actualmente» -decía mi papá con el tono de pesadumbre de quien, queriéndolo, no volverá a ver lo que vio.


lunes, 4 de noviembre de 2024

 Descuidos, olvidos e indolencias 
en la protección del patrimonio cultural 
de Quibdó y del Chocó

Banderas del Departamento del Chocó y del Municipio de Quibdó portadas por estudiantes durante el desfile de conmemoración de los 77 años de vida departamental del Chocó. 3 de noviembre de 2024. FOTO: Gobernación del Chocó.
Coincide el 77° aniversario de vida institucional del Chocó como departamento con otros tres aniversarios de gran significado para la historia de la chocoanidad. Dos de ellos celebrados -en las dos últimas semanas de octubre- con bombos, platillos y todos los demás instrumentos y elementos que conforman actualmente las bandas músico-marciales escolares, las cuales marcaron el paso de los multitudinarios desfiles conmemorativos de los aniversarios de fundación de dos colegios relevantes en la historia educativa de la mujer en el Chocó: la Institución Educativa Femenina de Enseñanza Media, IEFEM (90 años), y la Institución Educativa Normal Superior Manuel Cañizales (60 años), ambas de Quibdó.

Un tercer aniversario fue totalmente ignorado por la institucionalidad pública y la sociedad local y regional: el centenario de la inauguración del monumento a César Conto Ferrer en el Parque Centenario de la capital del Chocó, un templete construido por el arquitecto catalán Luis Llach, donde -aun en contra de la cerril oposición de los misioneros claretianos, que lo consideraban un impío- fueron depositados los restos de César Conto repatriados de Guatemala, adonde había sido desterrado por los gobiernos conservadores en cobro por su liderazgo en el Radicalismo liberal de finales del siglo XIX, tanto en el campo político como en el campo militar, a través de su participación en las guerras interpartidistas.

Tedeum

FOTO: Gobernación del Chocó.

Siguiendo la costumbre, la conmemoración del aniversario de la creación del departamento comenzó, este domingo 3 de noviembre de 2024, con una misa en la Catedral de Quibdó, presidida por el nuevo y recientemente posesionado obispo diocesano, Monseñor Wiston Mosquera Moreno, quien es chocoano, de Andagoya. Y con la presencia en primera fila de la Gobernadora del departamento, Nubia Carolina Córdoba Curi, quien  encabezó -junto a un grupo de sus colaboradores, incluyendo a su señora madre- la representación de las autoridades civiles y militares del Chocó.

Las banderas del departamento y de sus municipios decorando la nave central del templo y los alrededores del altar fueron un acierto simbólico en el escenario de la celebración religiosa; al igual que las ofrendas presentadas como regalos y adornadas con los colores del pabellón chocoano. No así la torta o ponqué de cumpleaños con los colores de la bandera departamental y el canto de “cumpleaños feliz” de las reuniones de oficina: la torta por su evocación de las reparticiones que ya sabemos y la canción porque tiene un inevitable dejo de banalización del acontecimiento, que pudo evitarse si se hubieran entonado solamente, además del himno, uno o dos temas significativos de la tradición musical regional, como “Yo soy chocoano (de nacimiento)”, “Chocó tierra de quereres (Grito al Chocó)”, e incluso el mismo “Lamento Chocoano”, que tan ligado está a la historia de nuestra pesadumbre como región y como pueblo.

¿Homenaje a Diego Luis?

Terminada la misa, siguiendo las usanzas del protocolo, autoridades civiles, eclesiásticas y militares (la Gobernadora, el Obispo, un oficial de policía y otro de la Armada) caminaron por la Carrera Primera, desde la Catedral San Francisco de Asís hasta el costado suroccidental del Parque Centenario, para rendir el clásico homenaje a quien tanto tuvo que ver con la creación del Departamento del Chocó. 

En un mensaje de su cuenta oficial de X, la Gobernación del Chocó expresó: «Hoy rendimos homenaje a Diego Luis Córdoba, padre de nuestro Departamento. Honramos su legado y su invaluable contribución al Chocó, que sigue inspirándonos en la lucha por justicia, igualdad y progreso. Con respeto y gratitud, recordamos su visión».[1]

Las fotografías que acompañan ese mensaje en X no dejan ver el penoso estado de ruina y deterioro en el que se encuentra el monumento al “padre del departamento, educador y faro de la raza”. Un monumento que, en la actualidad, cuando llega la tarde, se convierte en parte del mobiliario de un par de ventorrillos instalados en su frente, tapándolo: uno de fresas con crema “del malecón” y otro de cervezas micheladas que “refrescan tu mente y tu corazón”; como reza una carpa roja que permanece al lado del monumento antes de la instalación vespertina de esta pequeña y rentable cantina. Tampoco dejan ver las fotos la chambonada cometida al reteñir con colores y métodos inapropiados las letras de algunos textos inscritos en el mármol del monumento; ni los daños que ha sufrido en sus bases, en su emplazamiento, en sus contornos y en el conjunto de elementos que lo acompañan.

Mucho menos dichas fotos permiten ver el estado de ruina del Parque Centenario, su completo deterioro, su desaseo generalizado, su patética suciedad, producto de su utilización como plaza de mercado satélite para la venta de todo tipo de fritangas y chucherías, aguas azucaradas y licores; que han llegado a tal abigarramiento que el monumento a Diego Luis Córdoba, el obelisco en homenaje a la independencia nacional (totalmente deslucido y deteriorado) y el templete construido en homenaje a César Conto a duras penas alcanzan a verse desde el costado opuesto de la Primera o desde el atrio de la Catedral.

Quibdó-Parque Centenario. FOTOS: Julio César U. H., octubre 28 y 31 de 2024.

Dieciséis meses después de la crónica de El Guarengue[2]: El Parque Centenario o las ruinas de la Historia del Chocó, son pasmosas la mayor decadencia y el enorme deterioro de este espacio de carácter público y patrimonial, que concentra un resumen de la historia regional. Es evidente su ruina y es inexplicable la indiferencia de las autoridades, ante cuyos ojos se consuma este atentado contra el patrimonio, contra la memoria y contra la historia del Chocó. Repletar de ventas informales cuanto espacio público haya en Quibdó -así las llamen emprendimientos- no solamente no soluciona el gravísimo problema del desempleo en la ciudad; sino que, además, hace a Quibdó más caótica e invivible, intransitable y, para ajustar, institucionalmente insensible frente a su escaso mobiliario urbano y sus escasos bienes públicos de interés cultural… 

Es indigno que se homenajee a Diego Luis Córdoba, como padre del departamento del Chocó, en estas condiciones.

De La Presentación al Integrado, del Integrado al Cañizales

Precisamente por eso, y también desde el punto de vista de los hitos del patrimonio histórico del Chocó, es importante preguntarnos si -aparte del buen gusto, la fastuosidad, la creatividad, la solemnidad y la gallardía de los desfiles conmemorativos de los 90 años del IEFEM y de los 60 años del Cañizales- hubo tiempo, ocasión y medios para que la comunidad educativa de estos colegios y la ciudadanía de Quibdó y del Chocó rememoraran en tan maravillosas efemérides el significado que ambos colegios tienen dentro de la historia del acceso de las mujeres afrochocoanas a la educación formal.

¿Hubo ocasión para recordar que, frente a la exclusión -por motivos raciales y de clase- de la cual eran víctimas las niñas y jóvenes chocoanas por parte del colegio de las monjas de La Presentación; el Consejo Administrativo de la Intendencia Nacional del Chocó, a instancias de Diego Luis Córdoba, con el apoyo del Intendente, Adán Arriaga Andrade, y de su Director de Educación Pública, Vicente Barrios Ferrer, creó -en marzo de 1934- sendos colegios para señoritas, en Istmina y Quibdó…y que el de Quibdó se convirtió en el Instituto Pedagógico Femenino, que junto al Colegio de Bachillerato y el Politécnico Femenino conformarían el Instituto Femenino Integrado, IFI; que derivó en el actual IEFEM…?

La fundación del actual IEFEM es un hito histórico sinigual en los procesos de universalización de la educación pública para las mujeres en el Chocó y de las luchas institucionales en contra de la discriminación por motivos de género, de raza y de clase en la educación chocoana. ¡Bien vale tanta alegría por estos 90 años!

Placa conmemorativa de la fundación
y los fundadores de la Normal Superior
Manuel Cañizales, de Quibdó.
FOTO: Julio César U. H., abril 2019.
Del mismo modo, uno esperaría que la conmemoración de los 60 años de la Normal Superior Manuel Cañizales haya incluido reflexiones sobre el contexto de su fundación, que estuvo ligado a una nueva forma de exclusión. El colegio que había sido creado para contrarrestar el racismo y el clasismo contra las mujeres chocoanas queda posteriormente en manos de las mismas monjas de La Presentación. Así que, tanto por razones demográficas como ideológicas, la dirección de las religiosas trae como consecuencia su progresiva elitización. De modo que el problema ahora no es de racismo: es de elitismo. Y es ahí cuando surge el Cañizales, para ampliar las posibilidades de acceso de las niñas y jóvenes a la educación formal en el Chocó. Creado en 1964, el colegio se convirtió en la Normal Femenina Manuel Cañizales, en 1968; y en 1975 pasó a ser un establecimiento anexo a la Universidad Tecnológica del Chocó. Actualmente, el Cañizales es una de las normales superiores más importantes del Chocó y del país”.[3]

El inolvidable olvido de los 100 años del monumento a César Conto

Desde la esquina suroccidental del Parque Centenario, de Quibdó, Diego Luis Córdoba nos rememora los grandes hitos de la historia chocoana en el siglo XX. Desde su monumento, en la esquina suroccidental, César Conto Ferrer nos recuerda las luchas del radicalismo liberal -en el siglo XIX- por el acceso popular y universal a derechos como la educación, la salud, el voto, el trabajo… “El monumento es un templete inaugurado el 12 de octubre de 1924 para recibir los repatriados restos de este poeta, maestro, político, periodista, diplomático, filólogo y patricio liberal, que habían llegado a la ciudad el día anterior, en un barco a vapor llamado Quibdó, que los trajo desde Cartagena, adonde habían llegado procedentes de Ciudad de Guatemala, en donde el jueves 2 de julio de 1891 murió este protagonista de decenas de batallas contra la hegemonía conservadora, forzosamente exiliado por combatir el oscurantismo, la teocracia y el cogobierno eclesiástico, en defensa de las ideas liberales, la Constitución de Rionegro, la república federal “y, como alimento de ella la educación popular, sin tributos al escolasticismo, libre, laica, científica”.

[..]

Por sus ideas, expresadas con vehemente claridad en los debates públicos y en sus magistrales y fogosos escritos de prensa, principalmente en El Liberal, de Popayán, y por su valentía y arrojo con las armas en la mano cuando no quedó otro camino, en las guerras civiles interpartidistas del último cuarto del siglo XIX; Conto se había convertido en una de las figuras más temidas por los conservadores más godos entre los godos de la época, como el cartagenero Rafael Wenceslao Núñez Moledo y el noviteño Carlos Holguín Mallarino, ambos presidentes de la república, quienes lo hostigaron hasta conseguir que su única escapatoria fuera el destierro hacia un país que, afortunadamente, lo acogió como un defensor de la libertad, como un ser humano bueno y como un intelectual. [4]

Monumento a César Conto en el Parque Centenario.
Quibdó, 31 de octubre de 2024. FOTO: Julio César U. H.

¿Cómo pudo olvidársele a la institucionalidad pública de Quibdó y del Chocó, incluyendo sectores académicos y culturales, la conmemoración de un siglo de la inauguración del monumento a César Conto, convertido también en parte del mobiliario de los ventorrillos que hoy ocupan el Parque Centenario? ¿Cómo puede convivirse con la cruda realidad de que la única importancia que la población quibdoseña que frecuenta el parque todos los días le reconozca al templete de César Conto sea su condición de escampadero del sol o de las lloviznas pasajeras, y de punto de encuentro imperdible para citas furtivas…? ¿Cómo es posible que lo único que hagan sucesivamente las administraciones municipales sea pintar parcial o totalmente -a brocha gorda y con pintura que pareciera haber sobrado de otras obras- este monumento patrimonial de la ciudad? ¿Cómo pueden no haberse dado cuenta de que algunas de las letras de la inscripción que rodea la cúpula del templete, en donde dice en letras máyusculas: QUIBDÓ A SU DILECTO HIJO CÉSAR CONTO, están borradas...?

“El Chocó debe pedir cuentas a los que lo dirigen”

El Chocó fue creado como departamento mediante la ley 13 del lunes 3 de noviembre de 1947. Cinco días después, el escritor Arnoldo Palacios escribió en la famosa revista Sábado: «La creación del Departamento del Chocó es para la patria como admirar el amanecer a la orilla de un río. Porque el alma del hombre se llenó de alegría, y la alegría es signo de progreso. […] Esperamos la cooperación de todos los colombianos para la prosperidad del nuevo Departamento del Chocó, en bien de la patria».[5]

Un poco más de medio siglo después, en una entrevista concedida en Quibdó, en abril de 1998, el mismo Arnoldo Palacios expresó: «El Chocó debe pedir cuentas a los que lo dirigen. No tienen excusas, ya que son de nuestro pueblo, no son extranjeros».[6]

Un cuarto de siglo después de aquella entrevista, setenta y siete años después de la creación del Departamento del Chocó, por cosas como estas del desprecio al patrimonio y a la historia, uno podría decir que las palabras de Arnoldo Palacios mantienen su vigencia.


[5] Arnoldo Palacios. Heraldos de un nuevo día. Revista Sábado, 8 de noviembre de 1947. En: Cuando yo empezaba. Arnoldo Palacios. Biblioteca Digital de Bogotá. Edición digital: Bogotá, febrero de 2014. ISBN: 978-958-8877-13-6. 155 páginas. Pág. 45-52

[6] Arnoldo Palacios. Entrevista en Chocó 7 días. Quibdó, abril de 1998. Edición N° 142.

 

lunes, 28 de octubre de 2024

Tres cuentos de la tradición afrochocoana

Pionero y precursor de los estudios sobre las sociedades y culturas negras del Pacífico y del Chocó, Rogerio Velásquez contribuyó con su trabajo a la preservación de repertorios sustanciales de la oralitura afrochocoana. Gran parte de sus trabajos fueron publicados como artículos en la Revista del Instituto Colombiano de Antropología, en el cual trabajó como investigador. FOTOS: Archivo fotográfico y fílmico del Chocó. Archivo El Guarengue.
A lo largo de la historia de la humanidad, han sido las noches el reino de los relatos y los cuentos, de la memoria y la fantasía, de los arcanos de la tradición y de la vida. En las noches de brisa, de luna y estrellas, o en las noches de tempestad y aguacero, relámpagos y truenos, durante millares de años, ha acontecido el ritual consuetudinario de la tradición oral.

Del capítulo chocoano de este milagroso ritual, el investigador y escritor Rogerio Velásquez Murillo (Sipí, 1908 – Quibdó, 1965) recopiló para la posteridad, como parte sustancial del acervo de nuestra oralitura, una buena cantidad de relatos de la tradición campesina afrochocoana; con veinticuatro de los cuales, en la Revista Colombiana de Folclor, Órgano del Instituto Colombiano de Antropología (VOLUMEN 11 - NUMERO 4 - SEGUNDA EPOCA - AÑO 1960 – Páginas 67-120), publicó uno de sus maravillosos y pioneros artículos: LEYENDAS DEL ALTO Y BAJO CHOCÓ, una colección representativa de la más genuina tradición oral de las comunidades.

De dicha colección, les ofrecemos hoy en El Guarengue dos versiones sobre cuándo y cómo los humanos nos volvimos mortales, una de Tutunendo y otra de Munguidó; y una versión de la oralitura chocoana -recogida en Istmina por Don Rogerio- del clásico cuento Juan sin Miedo, el héroe maravilloso que a varias generaciones nos fascinó en la infancia y que aparece en diversas tradiciones del mundo entero, como en los cuentos populares alemanes compilados por los Hermanos Grimm.

Tal como aparece en la publicación original de la Revista Colombiana de Folclor, después de los tres cuentos, transcribimos el vocabulario que Rogerio Velásquez incluyó como ayuda para la comprensión más universal de cada uno de los relatos, conservando en cada transcripción el número original que fue utilizado en la publicación. La perspectiva etnológica y antropológica de nuestro insigne investigador está presente en la versión de cada cuento y en el vocabulario que incluye.

Julio César U. H.

*****************************

 -Cuándo y cómo apareció la muerte sobre la Tierra-
1ª versión. Cuento tutunendeño

Hace muchísimo tiempo, el cielo y la tierra estaban muy juntos, hasta el punto de que Dios se asomaba al balcón de su palacio y dominaba lo que Adán y Eva hacían en el interior de su rancho, en su finca y en sus minas. La pareja estaba tan cerca de Nuestro Amo, que éste se daba cuenta si los esposos tenían vestidos nuevos, alhajas en los baúles y carne y pan en la despensa. En las fiestas, Dios los invitaba al cielo en señal de amistad.

Como nuestros primeros padres eran buenos vecinos, el Señor les daba comida, ropa a medio usar, zapatos casi nuevos, chulepas (1) de paño para los días de frío, arpones y escopetas para cacería, remedios, clavos y candados para sus habitaciones, cobijas de jerga (2), pañuelos madrases (3), fula para cotones (4), pólvora, escopetas mariconas (5), maíz escogido para rocería. En una palabra, se entendían bien Dios y sus criados.

En una ocasión Dios les envió de regalo una piedra negra, durísima. Eva la tomó y, observándola cuidadosamente, se preguntó: ¿Para qué servirá esto que no parte con hacha, ni con golpes, ni se puede moler? A esto no le entra sierra, ni diente, ni nada. Dios se divierte con nosotros, y se burla de nuestra pobreza.

Eva, llorando de ira, esperó a su marido que estaba en una minga (6) desde hacía varios días, para que decidiera lo que tenían que hacer. Informado Adán, le echó cabeza (7) al asunto. Indudablemente Dios se burlaba de ellos. Esa piedra no se podía cargar en el yesquero (8), porque era muy pesada; ni usarse en el lavadero, porque era muy pequeña; ni como mano de piedra (9), porque no se podía picar; ni ponerse de tulo (10) en el fogón, porque no se levantaban las llamas. Si esto era así, esa piedra, negra como los chamones (11) y dura como el fierro, no servía para nada.

Devuelto el regalo, Dios le dijo a Adán: Como no aceptan el regalito que les hice la otra semana, recíbanme, en cambio, este gajo de plátanos. Adán y Eva se pusieron contentos con el gajo de dominicos (12). Cuando terminaron de comérselo, Dios se les presentó, y les dijo: Quise hacerlos eternos como las piedras, pero no quisieron ser como las piedras. Prefirieron tener una vida corta como las matas de plátano. Pues serán como ellas. Nacerán, crecerán y tendrán hijos que los reemplazarán, y morirán.

Después de esto, apareció la muerte sobre la tierra.

*****************************

-Cuándo y cómo apareció la muerte sobre la Tierra- 
2ª versión. Cuento munguidoseño

Encariñados los hombres con la vida, desearon no morir. Para esto, enviaron al tigre a decirle a Dios que cuando murieran les permitiera volver a resucitar. El tigre se puso en marcha, pero en la mitad del camino se cansó y se echó a dormir.

La culebra, que odiaba al tigre porque una vez la había pisado en un baile, se dijo: Yo me saco un ojo por ver dos afuera. Que los hombres vivan largo tiempo, santo y bueno, porque con ellos me las entiendo cara a cara. Pero que este josefino (13) y desconsiderado con las señoras sea eterno, eso sí no lo resisto. Esto no ocurrirá en mis días. Voy a decirle a Dios que cuando muramos no volvamos a resucitar.

Y arrastrándose, arrastrándose como podía, se echó a andar. Un día, después de mil y quinientos años, alcanzó a verla tigre, que le preguntó:

-     -- ¿Quién va? Por mi presencia nadie cruzar sin saludar y sin decir a dónde se dirige.

-     -- Soy yo, culebra. Voy a la quebrada a lavar unos pañales y a llenar un cántaro de agua.

-- ¡Ah! Creí que fuera otro matacho (14). Y siguió durmiendo.

La culebra al fin llegó al cielo y dio el mensaje que se había propuesto. Dios le respondió que así ocurriría.

Después de mucho tiempo arrimó el tigre al palacio del Creador y avisó la razón que los hombres le habían encomendado. Pero Dios le hizo saber que la culebra había pedido lo contrario de lo que querían los hombres, y Él había aceptado esa petición.

Los hombres odiaron a tigre y a culebra al comprender que por ellos había entrado la muerte sobre la tierra.

*****************************

 JUAN SIN MIEDO
-Cuento istmineño-

Este era un hombre casado con su mujer, y la mujer casada con su marido. Al cabo del tiempo tuvieron un hijo que llamaron Juan. Para criarlo, se lo entregaron a un pariente que era sacerdote. Mal dirigido, sostenido ovachonamente (18), se volvió travieso, un hurga la vida (19), por lo que el cura se lo quería quitar de encima (20), es decir, zafarse ese pereque (21). Mas, como el muchacho era cariduro (22), no se iba de la casa cural.

Una noche de los fieles difuntos, le dijo el tío que fuera al cementerio a traerle un libro que se había olvidado. Más presto que volando, Juan tomó el camino del camposanto, que distaba del caserío muchas varas. Camina andar, camina andar, le parecía que no andaba, y andando estaba. Al fin llegó al cementerio. Como las ánimas estaban recibiendo el fresco de la noche sobre las sepulturas, el muchacho, con la luna que hacía, vio cómo un muerto le pasaba el libro a otro que lo abría, a otro que lo fojeaba, a otro que lo pesaba, a otro que se lo acercaba al oído, a otro que lo llevaba a la cabeza, al pecho, o se lo metía debajo del brazo.

Juan, sin miedo de ninguna clase, vio hacer todo esto escondido detrás de unos árboles. Amenazando con un lazo que había llevado, indicó a las ánimas que había ido por el libro que pertenecía a su tío. Los muertos entregaron el misal. Para no hacer el viaje ñanga (23), determinó Juan llevar a su tío unas cuantas almas de esas, suponiendo que al sacerdote le agradaría ver caras conocidas. Así lo pensó, y así lo hizo. Las amarró de las manos y las fue hurriando (24) hasta la casa de su padrino. Esta gracia no le cuadró al cura, quien, temblando de miedo, ordenó llevarlas de nuevo al camposanto. Pero Juan, que estaba cansado, las amarró en un guayabo que estaba en la plaza del pueblo, y se echó a dormir.

Con este pasaje, el sacerdote juró hacer morir al sobrino. Para ello lo mandó a la casa de un rico que había muerto hacía muchos años, dejando la plata enterrada en los cuartos de su habitación. Todos decían que a la posada esa no se podía arrimar ni de día ni de noche, puesto que el espíritu del dueño vagaba por allí arrastrando cadenas, dando gritos, llamando, maldiciendo, llorando, hablando lenguaradas que no se entendían. Los que habían oído estas cosas habían muerto. Por esta razón, Juan debía dormir en el castillo hasta el otro día.

Colocado en la casa abandonada, Juan se instaló en la cocina. Encendió candela, hizo de comer, y esperó fumando a que fuera más tarde para cenar y acostarse. Sentado estaba, cuando oyó una voz que decía: "¿Caigo, Juan?" El cojonudo (25) del muchacho dijo que sí, pero que como los alimentos preparados eran escasos, no había parte para él. El ánima dejó caer primero la cabeza, después las otras partes del cuerpo que se iban soldando en donde tenían que ir. Juan comía y veía esto, como quien oye llover (26).

Mucha gracia le hizo al visitante ver cómo la lengua se metía en la boca, los brazos buscaban los hombros, que el cabello se adhiriera a la cabeza, que los ojos buscaran la frente para hundirse en las cejas, que la carne temblando se echara sobre los huesos, que las venas se fueran engordando con la sangre como rellena (27) de puerco. Le llamó la atención todo lo de este fantasma, que se vestía con ruido, ajustándose sobre la nariz unas antiparras viejas y gruesas que le tapaban los ojos.

Cuando estuvo completo el espanto, comenzó la lucha por saber cuál de los dos debía quedarse en el castillo. Juan sacó un rejo de vaca que mojaba en agua bendita y golpeaba al espíritu, y éste daba a Juan con una espada larga y mohosa. De esta forma se pasaron la noche. Al cantar los gallos, hora en que los muertos vuelven a sus tumbas, dijo el esqueleto: Vencido estoy, Juan. Con el castigo que me has dado, puedo, ahora, ver la cara de Dios. En el mundo estuve engolfado (28), y fui mal hijo. Me dejé llevar de la riqueza, y le negué a mis padres lo que les correspondía. Te dejo esta casa con todo lo que tiene. Aquí están las llaves. En el cuarto más grande hallarás riquezas, y en la cocina y los patios hay oro enterrado.

Dicho esto, el fantasma desapareció. Juan hizo trasladar al castillo a sus padres y hermanos. Vivieron felices muchos años, sirviéndole a los pobres.

*****************************

VOCES Y GIROS REGIONALES EMPLEADOS EN ESTOS CUENTOS

(1) Chulepa. Antiguo saco de paño o dril, estrecho, largo y cerrado con botones, de uso masculino. Las chulepas se usaron hasta 1910.

(2) Cobija de jerga. Manta de algodón pintarrajeada groseramente.

(3) Pañuelo madrás. Pañuelo grande usado por las mujeres para cubrirse el pecho y los hombres como pampanilla o taparrabo. En el Chocó se creía que los tales venían de la India.

(4) Cotón. Camisa corta de uso casero o en los trabajos.

(5) Maricona. Hablando de escopetas, la voz indica la de dos cañones.

(6) Minga. Sistema comunal de trabajo.

(7) Echar cabeza. Pensar mucho un asunto o negocio.

(8) Yesquero. Bolsa o carriel donde va la yesca, eslabón y tabaco, usado por los monteadores.

(9) Mano de piedra. Mortero.

(10) Tulo. Nombre de cada una de las tulpas del fogón.

(11) Chamón. Pájaro de color negro que abunda en las orillas de Atrato.

(12) Dominico. Cierto plátano.

(13) Josefino. Afeminado.

(14) Matacho. Figura deforme, mamarracho, espantajo.

[…]

(18) Ovachón. Sin oficio.

(19) Hurga la vida. Molestoso, patán, travieso.

(20) Quitar de encima. Evadir, zafar.

(21) Pereque. Cosa o persona que molesta.

(22) Cariduro. Sin vergüenza, cínico.

(23) Ñanga. Inútil.

(24) Hurriando. Echando, empujando, excitando a seguir adelante.

(26) Cojonudo. Valeroso, fuerte.

(26) Como quien oye llover. Sin importar, sin intimidarse.

(27) Rellena. Morcilla.

(28) Engolfado. Creído, engreído, poseído demasiado

lunes, 21 de octubre de 2024

 La diatriba de Don Rogerio 
y las primeras lecturas de Arnoldo Palacios: 
Dos notas históricas sobre libros y bibliotecas en el Chocó

Rogerio Velásquez y Arnoldo Palacios.
Archivo El Guarengue.

¿Hay instrucción en nuestro pueblo?, pregunta el escritor e intelectual chocoano Rogerio Velásquez (Sipí, 1908-Quibdó, 1965) en un artículo con dicho título, publicado en el periódico ABC, de Quibdó, el 21 de diciembre de 1929.

Con su agudeza característica y su talante visionario, Don Rogerio, uno de los más grandes intelectuales de la chocoanidad, pionero y precursor de las ciencias sociales y humanas en Colombia en diversos campos, como la etnohistoria, y la antropología de comunidades negras del Chocó y del Pacífico colombiano, cuyo universo cultural documentó con tino, riqueza y versatilidad etnográfica y literaria; expresa sin rodeos hace casi un siglo:

“La poca introducción de libros en el territorio chocoano es la causa de la ignorancia que impera en nuestro pueblo. La muchedumbre no lee, no investiga, porque no tiene en dónde […] Los gobiernos seccionales no se han preocupado. Han enseñado con su silencio al pueblo que el libro no se necesita. Han tenido a las masas en la noche de su propia estulticia, sin preocuparse en darles la luz de la civilización”.[1]

Osadía y honestidad

El Chocó lleva en ese momento un poco menos de tres décadas de haber sido desprendido del Cauca y establecido como Intendencia Nacional mediante la unión de sus dos provincias históricas: el Atrato y el San Juan. El periodo conocido como la Hegemonía Conservadora está llegando a su fin en Colombia, para darle paso a la llamada República Liberal. De modo que es una osadía de Rogerio Velásquez la publicación de esta opinión en el histórico y leído ABC, pues a sus 21 años -la edad de la ciudadanía en ese entonces- ya se cuenta como militante del Partido Conservador.

Dicha osadía, una muestra de la honestidad intelectual de Rogerio Velásquez, nos ilustra acerca del hecho palmario de que el acceso popular a la lectura de libros y su promoción a través de bibliotecas son procesos que podrían no tener más de un siglo de existencia en el Chocó; dado que, antes de la vida intendencial, la región chocoana era simple apéndice del Cauca y, por su intermedio, de la Nación, que la consideraban básicamente como proveedora y fuente, casi inagotable, de extracción de metales preciosos y de riquezas de la selva, para beneficio económico de los empresarios popayanejos y vallunos, caribes y extranjeros (turcos, gringos, ingleses, y hasta rusos y alemanes), y posteriormente antioqueños. Un escenario en el que no eran precisamente la difusión pública de libros y la instalación de bibliotecas públicas las preocupaciones centrales de la institucionalidad vigente.

Antes de la pequeña revolución

Cuando Rogerio Velásquez publica este artículo en el periódico ABC, de Quibdó, ya existen -aunque prioritariamente para el servicio de los hijos e hijas de las élites- un colegio de varones, posteriormente denominado Colegio Carrasquilla, y los colegios de mujeres creados por las monjas de La Presentación en Quibdó e Istmina; así como sendas escuelas públicas de varones y de niñas. Aún faltan escasos cinco años para que se produzca, a instancias de Adán Arriaga Andrade como Intendente Nacional del Chocó y Vicente Barrios Ferrer como director de Educación Pública, aquella pequeña revolución de marzo de 1934, que marcaría para siempre la historia de la educación en la región, mediante el comienzo real del acceso masivo de la población negra a la vida escolar, antes vedada por diversos medios y mecanismos.[2]

Obrerismo

Son tiempos en los que Quibdó e Istmina, como ejes del desarrollo regional, viven opíparas prosperidades económicas, como efecto de la bonanza que al capital extractivista le ha traído el jugoso monopolio del platino de Condoto, que ha reemplazado al de los Montes Urales en la producción mundial. Llegan también hasta las orillas del Atrato y del San Juan las ideas del movimiento obrero, que la Rusia bolchevique, la República Francesa y las masas trabajadoras inglesas y norteamericanas le han aportado al mundo. Así, los trabajadores de la empresa minera Chocó Pacífico crean su sindicato, en el Corregimiento de La Vuelta, en noviembre de 1934, para defender sus intereses y derechos frente a las arbitrariedades y felonías de esa compañía norteamericana.[3] Al año siguiente, es creada la Sociedad Obrera del Chocó, que asumirá las banderas regionales del obrerismo chocoano.[4]

El libro: nuevo Sinaí de la sabiduría

El contexto descrito explica los términos en los que aquel lúcido y joven Rogerio Velásquez le da continuidad al argumento central de su artículo acerca de la instrucción del pueblo chocoano. El libro, un objeto o elemento hasta entonces extraño al pueblo en general y al obrerismo en particular, es el símbolo que Don Rogerio enarbola para su reclamo sobre la educación, la instrucción, la lectura y el ejercicio del conocimiento como bienes comunes y derechos públicos de la gente.

“Entiendo yo que hay que instruir a las masas. Hay que enseñarlas. Hay que hacerlas comprender que el libro es el nuevo Sinaí de la sabiduría. Hay que decirle al obrerismo que el libro es conductor de pueblos, develador de revoluciones, piedra, faro, luz. Hay que enseñar que debe ser soldado del ideal escrito, para que de esa manera labre su victoria en justicia y libertad, luchando hasta coronar la meta, convencido evidentemente de que será fuerte y potente, espíritu y no carne, antorcha y no tea, hombre y no cosa, en el no lejano futurismo social”.[5]

El remate de su sensato reclamo no es menos claro ni diciente. Maestro innato como es, Rogerio Velásquez cree firmemente en el valor de las bibliotecas y los libros como medios para la democratización del conocimiento y para la ilustración del pueblo chocoano:

“Educar al pueblo es hacer patria. Pues hagámosla. Colmémoslo de ilustración hasta donde sea posible, por medio de bibliotecas, de conferencias, etc., etc., que esa semilla en el surco del pueblo germinará maravillosamente”.[6]

Las primeras lecturas de Arnoldo Palacios

Cuando Rogerio Velásquez publica este valioso texto en el ABC, Arnoldo Palacios está próximo a cumplir cinco años. Aunque todavía no ha entrado a la escuela, Arnoldo ya sabe qué es un libro y conoce varios. Comprende perfectamente qué es leer y ha visto cómo leen varios adultos de Cértegui, entre ellos su padre, en cuyas piernas se sienta frecuentemente, en las mañanas, mientras él lee periódicos y revistas que le llegan de Bogotá. Igualmente, Arnoldo ha oído en primera fila los relatos de viajeros atrateños y sanjuaneños, bagadoseños y tadoseños, quibdoseños y condoteños, que pasan semanalmente, mensualmente, por su pueblo, por su casa, por los dominios de su balcón; así como las múltiples historias y los cuentos de todo tipo que en las noches de asueto han contado sus parientes y vecinos.

Cumplida la edad reglamentaria, Arnoldo ingresa a la escuela y en un santiamén aprende a leer y a escribir, guiado por el maestro Argemiro. El diccionario de su papá y el periódico ABC, de Quibdó. La Biblia de Joselaó. El vademécum del curandero Juan Domingo Ramírez. Las mil y una noches de su tío Juan. Los códigos y la Constitución Política, del vecino Carlos. Una edición maltratada de El Parnaso colombiano. Romeo y Julieta. La divina comedia. La Ilíada. Quo Vadis. Don Quijote. María…son algunos de los primeros libros a los que Arnoldo Palacios Palacios tiene acceso.

La biblioteca escolar de Cértegui

A juzgar por lo que él cuenta en "Buscando mi madredediós", Cértegui en su infancia es un pequeño paraíso literario: clásicos de la literatura universal y nacional, y relatos de la tradición oral de la región, conforman un universo narrativo que despertará aún más la curiosidad y la sed de saber de aquel Arnoldo Palacios niño, que crece en una familia en donde la actividad intelectual, así no se nombrara de esta manera, tiene igual importancia que el trabajo del campo. 

A escasos dos meses de la publicación de Rogerio Velásquez en el ABC, comienzan los gobiernos de la República Liberal, que traen consigo valiosos cambios en materia de desempeño institucional en el Chocó. El incremento significativo del número de escuelas rurales en la región, la creación de colegios para mujeres en Istmina y en Quibdó, y el programa intendencial de becas para el apoyo a estudios secundarios y universitarios -como parte de la democratización del acceso a la educación pública- son hitos casi épicos de aquella historia. La biblioteca escolar de Cértegui, que Arnoldo Palacios rememora en Buscando mi madredediós, no se queda atrás en cuanto a su valor histórico:

“…en esa época, el gobierno nacional, por iniciativa del Partido Liberal, decidió enviar una colección de obras, seguramente a todos los pueblos de Colombia, porque a Cértegui también llegaron los libros. Si mal no recuerdo, dicha remesa se denominaba biblioteca escolar”.[7]

Acceder libremente a los libros es ahora una posibilidad real e infinita, que incrementa el fervor literario y narrativo de Arnoldo Palacios:

“¡Visto y no oído! Con mi lamparita de kerosín, echado yo en el suelo raso, me sorprendían las doce de la noche, la una, las dos, tres de la mañana. A veces, mi mamá me regañaba, tratando de hacerme entender que yo arriesgaba a enfermarme dedicado todo el santo día y la santa noche a esas lecturas”.[8]

Nace una estrella… negra

El sueño del joven Rogerio Velásquez empezaba a cumplirse. El aventajado escolar Arnoldo Palacios leía y leía y leía, soñaba y soñaba y soñaba.

“Llegó el momento en que no encontré más que leer en Cértegui. Me veía obligado a releer: Esquilo, Sófocles, Eurípides, Homero, Virgilio. Me gustaban mucho los capítulos de la historia del arte consagrados a Leonardo da Vinci y Miguel Ángel. De la biografía de Dante me impresionó que este se hubiese enamorado de Beatriz desde la edad de nueve años. Dante contemplaba a Beatriz no más desde lejos. Podía uno enamorarse desde chiquito. Yo quería como él tener una novia joven, que fuera algo así como un sueño.[9]

Aunque en ese momento no lo supiera, el autor de “Las estrellas son negras” estaba naciendo para la literatura. Rogerio Velásquez, pionero y precursor, iluminaba el camino.


[1] Periódico ABC, Quibdó, 21 de diciembre de1929. Rogerio Velásquez Murillo. ¿Hay instrucción en nuestro pueblo?

[2] Para conocer detalles del hito histórico de la popularización de la educación pública en el Chocó, estos son algunos artículos publicados en El Guarengue:

Cuando estudiar era un lujo. https://miguarengue.blogspot.com/2019/06/cuando-estudiar-era-un-lujo-miguel-a.html

De excluidas a pioneras. Mujeres y educación en el Chocó. https://miguarengue.blogspot.com/2021/03/deexcluidas-pioneras-mujeres-y.html

De la Dieguito a la UTCH. 50 años de la Universidad Tecnológica del Chocó “Diego Luis Córdoba”. https://miguarengue.blogspot.com/2022/03/de-ladieguito-la-utch-50anos-de-la.html

[4] Ver en El Guarengue: El primer 1º de mayo de la Sociedad Obrera del Chocó. https://miguarengue.blogspot.com/2021/04/elprimer-1-de-mayo-de-la-sociedad.html

[5] Ídem. Ibidem.

[6] Ídem. Ibidem.

[7] Arnoldo Palacios. Buscando mi madredediós. Universidad del Valle y Ministerio de Cultura, 2009. 344 pp. Pág. 331-332.

[8] Ibidem. Pág. 332.

[9] Ídem. Ibidem.