14/07/2025

 Reflexiones de ayer para el colegio de hoy: 
A propósito de los 120 años
del Colegio Carrasquilla, de Quibdó 

Grupo de estudiantes y profesores del Colegio Carrasquilla (ca. 1935 ). Sentado de primero a la derecha, Jorge Valencia Lozano, quien sería Rector de la institución en 1938. FOTOS: Archivo fotográfico y fílmico del Chocó y archivo El Guarengue.
El Colegio Carrasquilla, de Quibdó, considerado Alma Máter de la educación en el Chocó, celebra 120 años de existencia en el presente 2025; aunque hay quienes defienden la idea de que la conmemoración sería de los 110 años, pues se debería tomar como referencia el año 1915, que es cuando el antiguo Colegio Público (1905), Instituto Pedagógico (1907) y Escuela Superior (1914), pasa a ser llamado Colegio de Carrasquilla, en homenaje al insigne humanista, pedagogo, educador y poeta colombiano Ricardo Carrasquilla, nacido en Quibdó el 22 de agosto de 1827.[1]

Por lo menos unos cuarenta y cinco rectores han estado a cargo de la dirección del Colegio Carrasquilla, por cuyas aulas transitó la “Generación ilustre del Chocó”[2] o “Generación de la dignidad”[3], llamada también la Generación chocoanista o la Generación del Carrasquilla[4]; varios de cuyos integrantes serían profesores y rectores de la institución.

El intelectual y abogado quibdoseño Jorge Valencia Lozano, quien fuera Intendente Nacional del Chocó entre enero y abril de 1923, febrero a mayo de 1924 y febrero de 1927 a septiembre de 1930, fue uno de los integrantes de aquella brillante generación, que pondría al Chocó en la escena intelectual y política de Colombia y consagraría sus esfuerzos comunes a obtener para la región el paso de Intendencia a Departamento, como símbolo de autonomía y reivindicación sociopolítica, territorial, económica y racial.[5] Ampliamente considerado como uno de los mejores gobernantes del Chocó en toda su historia, tanto por su pulcritud y honestidad, como por su eficacia y visión estratégica, Jorge Valencia Lozano fue también Rector del Colegio Carrasquilla, cargo que ostentaba en 1938, cuando dio cierre a las actividades escolares de aquel año lectivo.

El discurso del Rector Jorge Valencia Lozano ante el estudiantado y el profesorado del Colegio Carrasquilla, en diciembre de 1938, va más allá de una admonición disciplinaria o un balance de lo actuado en el año. El centro de su reflexión es el llamado al compromiso ético en boga en la Colombia de entonces: el amor a la Patria. Y, para el caso regional, el amor a la Patria como adscripción del territorio chocoano al proyecto de nacionalidad colombiana y como compromiso, responsabilidad y deber de la juventud chocoana de sacar adelante a su tierra; así como fuente inspiradora y misión del Colegio Carrasquilla. Un diagnóstico panorámico de los problemas que en la época impedían u obstaculizaban el progreso del Chocó -muchos de los cuales persisten- es el telón de fondo de la invitación que el Rector Valencia Lozano hace a los jóvenes carrasquilleros de entonces para que asuman su compromiso con la región chocoana, como una muestra de civismo, amor a la tierra y a la patria.

Por considerarlo un documento histórico, valioso para las reflexiones que pudiera suscitar la conmemoración del 120° aniversario del Colegio Carrasquilla, en el Guarengue-Relatos del Chocó profundo, hemos transcrito y editado el discurso, que reproducimos a continuación y que está tomado de la Edición Extraordinario del periódico ABC,[6] de Quibdó, publicada con motivo de los 25 años de circulación de este medio, cuya vida se prolongaría hasta 1942 y en cuyas páginas quedó consignada gran parte de la historia regional durante la primera mitad del siglo XX.[7]

Julio César Uribe Hermocillo, 13.07.2025

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El Colegio de Carrasquilla 
y los rumbos del Chocó
(Discurso de su Rector, al clausurar estudios en 1938)

Jorge Valencia Lozano
Quibdó, diciembre 18 de 1938

Detalles del periódico ABC, de Quibdó, Edición Extraordinaria, 17 de diciembre de 1938. Colegio Carrasquilla (ca. 1945) y Jorge Valencia Lozano. FOTOS: recortes de imagen edición ABC Hemeroteca del Chocó. Archivo fotográfico y fílmico del Chocó. Edición: El Guarengue.
Las palabras del Rector del Colegio de Carrasquilla frente a los alumnos del plantel, en esta última jornada, en que como las tradicionales golondrinas, al cambio de la estación, se preparan para dejar el abrigo protector, no pueden vislumbrar otra serena y grata perspectiva ni otro encendido ideal que el del amor a esta tierra nativa dentro del horizonte dilatado y pleno de heroísmo de Colombia, la madre nuestra, que encarna para nosotros, los suyos, los hijos suyos, el ápice de la belleza ideal.

Dicen que cuando el enorme acorazado Hood de Su Majestad Británica se mueve de un mar a otro, es Inglaterra la que se moviliza. Y llego en mi amor al Chocó hasta el delirio y quisiera en mis ensueños que cuando el pueblo del Chocó se agitase, toda la tierra colombiana se estremeciera. Pero ello supone una ampliación y una intensificación de nuestras modalidades y circunstancias; un enriquecimiento social vigoroso; un progreso material que abrillante nuestra vida; una cultura que eleve nuestros espíritus; el crecimiento de nuestra población para colmar estos ámbitos verdes, silenciosos, improductivos por la inactividad.

Y así debe ser, porque como parte integrante de la nación somos una afirmación, una vida organizada. Pero la nación no puede quedarse quieta o paralítica, porque ella, para cumplir su destino histórico, no debe limitarse a vivir, sino que debe elevarse, superarse, cuajarse de civilización. Esta función biológica de perdurar no puede cumplirse en la nación al acaso, como al acaso es así mismo imposible en el individuo. Esta prolongación y este engrandecimiento social implican por fuerza la solución de uno de los más trascendentales problemas, como que es obtenido entre circunstancias tan opuestas como los polos de la Tierra: entre el hombre y el Estado y entre la libertad y el orden. La solución de este problema, cuando se efectúa al amparo de normas jurídicas, se traduce en la formación y el esplendor del espíritu cívico de los ciudadanos, que es orden y eficacia en el amor y en el servicio a la patria inmortal.

Este espíritu cívico no es solo obediencia a las leyes y a los magistrados, de parte del pueblo, ni equidad y justicia de parte de los magistrados: es también, en ambos casos, un conocimiento tan exacto como sea posible de las íntimas maneras de ser una sociedad y de las medidas encaminadas a realizar aquella prolongación del pueblo hacia las playas misteriosas del Destino. Por lo que hace al Chocó, exige de sus hijos un espíritu cívico más intenso que el que se impone a otros vástagos de Colombia, porque más dilatados y más agobiadores que los otros son los problemas que como desfiladeros escarpados nos recortan la luz de los horizontes y nos siembran de obstáculos la senda del progreso: la despoblación, el aislamiento, la carencia de vías de transporte, la desvinculación vial entre las diversas partes de la comarca, la carencia de industrias, la nula producción de riqueza agrícola, la pobreza de todos nosotros, la ausencia de un comercio poderoso, las barras de las bocas del San Juan y el Atrato, la desconexión de sus valles con las costas, el caciquismo, el consumo de víveres extranjeros o forasteros, el altísimo y desconcertante precio de la vida, que hace imposible todo ahorro, la absoluta carencia de créditos que fomenten la creación y la movilización de riquezas, y la deficiencia en la explotación agrícola, que ha sido y sigue siendo para nuestros patriotas empresarios como el infernal tonel de las hijas de Dánao.

He aquí pues la más intensa labor, digna de Hércules, que se ofrece a las nuevas generaciones del Chocó. Cada uno de estos temas es por sí solo un vasto programa de acción y de gobierno, que incita las energías, remueve el pensamiento, exalta la imaginación y empuja a las gentes hacia las aguas lustrales del patriotismo.

Todos son de urgente y diversa solución, porque el problema de la redención chocoana no se resuelve en uno solo de sus aspectos, sino en la simultaneidad de ellos. Pero ninguno me ha parecido tan capital como el de las vías de comunicación, porque ellas, en verdad, serán la base para la realización de todos los demás. Las carreteras traducirán en la vida lo que la naturaleza le ha brindado a manos llenas al Chocó y lo que los hombres le hemos negado: una intensa unidad territorial. Y más se aquilata este criterio si pensamos que las carreteras nos llevarán a las costas del Pacífico y del Atlántico. La anexión de la Costa del Darién, en donde el oro no se encuentra ya en las entrañas de la tierra, sino en los almibarados frutos bananeros que vienen brotando como un milagro, a las caricias de las brisas y al arrullo del mar azul en la ribera californiana de Acandí; la vinculación, muy estrecha y útil desde luego, de las tierras feraces que parten de las orillas del Río Napipí hacia las cabeceras de los ríos Salaquí, Cacarica y Juradó, pasando por la espléndida y oculta comarca de Unguía, que es ya una intensa huerta, donde los frutos rojos del cacao alternan con los plumajes del arroz, para llegar por Acandí a la frontera con Panamá, comporta la solución racional, práctica, del problema de la desvinculación de aquel ángulo del suelo colombiano, con resultados tan maravillosos que a los ojos de la misma imaginación aparecerían como un cortejo de ensueños irrealizables.

Y en el campo social y político, nada es tan necesario a la región como la grande perspectiva de acentuar sinceramente la fraternidad del Atrato y del San Juan. La naturaleza nos ha unido, aunque una de esas gigantescas corrientes lleva el aporte de sus aguas al Océano Pacífico y la otra concurre con el suyo al mar de las Antillas, porque, precisamente, esa diversidad de rumbos, engalanados por las florestas más bellas de la América nuestra, en oposición a su cercano nacimiento en faldas gemelas de los Andes enhiestos, es lo que da al Chocó toda la magnitud de su destino supremo, que nosotros ¡ay! hemos sido incapaces de comprender y fomentar.

[…]

En el colegio experimentan por primera vez los jóvenes el sentido de la comunidad, sienten que no son solos, que forman parte de una gran sociedad, cuyos hábitos llegan hasta ellos en las páginas inmarcesibles de la Historia; perciben los primeros llamamientos del alma hacia la vida nacional y se ven atraídos a la ruta de los hombres grandes e ilustres, que de ese mismo colegio se dispersaron al servicio de la Patria. Dijérase que en el colegio están protocolizados los anhelos colectivos y que solo allí pueden los adolescentes mirar, desde las esbeltas y ágiles ojivales, hacia las playas luminosas que enaltecen las heroicas visiones del pasado. En el colegio surgirán en sus almas los primeros anhelos y los impulsos hacia la lucha por el bien común.

El Colegio de Carrasquilla, por tanto, debe ser en el Chocó el supremo guion de las aspiraciones regionales; de aquí, y solo de aquí, deben surgir las palabras y las fórmulas normativas de un civismo acendrado y puro que encauce estas generaciones y las futuras hacia un prospecto de bienaventuranza comarcana. De aquí debemos divisar los barrancos y las cavernas del error y el egoísmo, y las tendidas y azulosas llanuras del civismo. Estas aulas deben ser granero de patriotas, porque los buenos ciudadanos no se improvisan. Prepararlos para el mañana, dignos, aguerridos, celosos del cumplimiento del deber y del bien regional, altivos señores de su propio yo, de tal manera que parodiando a los espartanos puedan decir: “Somos los muros del Chocó”; tal es la misión que el colegio debe realizar sobre la distinguida y adorada sociedad de los chocoanos.

Colegio Carrasquilla, Quibdó, ca. 1960
FOTO: Archivo fotográfico y fílmico
del Chocó.
Siempre amé estos claustros y estuvo mi espíritu resueltamente al lado de sus anhelos y reivindicaciones. Traído aquí por el cariño de estos estudiantes y por la benévola confianza del anterior jefe de gobierno, nada podría ser más grato a mi vida interior como vincularme, más hondamente, en esta ocasión, al servicio de una generación chocoana de jóvenes exaltados y patriotas. Les traje todo mi fervor por la Patria y por el Chocó, y toda mi experiencia en las luchas políticas. Y convencido de que sin disciplina no hay jerarquía eficaz y eficiente ni coordinación fecunda, que eviten la anarquía en las funciones, desde el primer instante establecí una disciplina que en un día salvó al colegio del triste rumbo en que naufragaba, y que le permitió reincorporarse a una vida mejor y hacer un año provechoso, en que el estudio enalteció estas aulas, el silencio las hizo fecundas, la cultura las emancipó de la ignorancia, el amor al Chocó las hizo abrigo de un civismo que pronto dará leales servidores a la comarca y en que el patriotismo encendió las luces de sus heroicas visiones.

Al despedirme con viva efusión, repito a los estudiantes, a quienes me esmeré de la manera más viva en ahorrar la más pequeña injusticia, las palabras de estímulo que diariamente les decía con toda unión. No vais a la vida con miedo, porque, aunque la vida no nos ofrece siempre la felicidad en copas rebosantes, al menos es buena y consoladora si transitamos sus sendas con lealtad a los supremos valores espirituales y con sanas y elevadas intenciones.

Y os renuevo el consejo que tantas veces os di: no busquéis la vida cómoda y no conozcáis ni la molicie ni el miedo. No olvidéis que aunque no brilló sobre la frente de Esparta el laurel que ciñó las sienes de Atenas, llegó a ser su rival en la hegemonía de la Hélade en todo el decurso de esa admirable y agitada vida griega, conmovida por todas las angustias del patriotismo y todas las torturas de la desesperación nacional, porque en Esparta la sencillez de las costumbres, la austeridad de la vida, la incomodidad y las privaciones permitieron a los lacedemonios el supremo orgullo de ser dueño de una Patria casi siempre intangible. Rechazad, pues, de vuestro espíritu, las malas pasiones y los vicios, que son los enemigos del espíritu, para que podáis compartir aquel orgullo de los lacedemonios, que se vanagloriaban de que ningún enemigo extranjero alcanzó a columbrar, ni siquiera desde las lejanías, el humo de los hogares espartanos.


[1] Los datos son tomados de: César E. Rivas Lara. Reseña histórica del Colegio Carrasquilla, Alma Máter de la cultura chocoana. 115 años:1905-2020. Léanlo Editores, 2020. 360 pp. Pág. 46-48.

Sobre el Maestro Carrasquilla, puede leerse en El Guarengue-Relatos del Chocó profundo: Ricardo Carrasquilla: pedagogo y maestro, poeta y humanista, publicado el 5 de agosto de 2024. https://miguarengue.blogspot.com/2024/08/ricardo-carrasquilla-pedagogo-y-maestro.html

[2] César E. Rivas Lara. Obra citada. Pág. 29.

[3] Ver en El Guarengue-Relatos del Chocó profundo, La Generación de la dignidad (13.05.2024): https://miguarengue.blogspot.com/2024/05/la-generacion-de-la-dignidad-ramon.html

[4] González Escobar, Luis Fernando. Quibdó, contexto histórico, desarrollo urbano y patrimonio arquitectónico. Centro de publicaciones Universidad Nacional de Colombia Sede Medellín, febrero 2003. 362 pp. Pág. 177. “Es importante destacar que el Colegio Carrasquilla alcanzó uno de sus periodos más esplendorosos, cuando surge de sus aulas la denominada “Generación del Carrasquilla”, los cuales posteriormente asumieron el manejo del plantel".

[5] Sobre la vida y obra de Jorge Valencia Lozano, incluyendo datos sobre su familia, Américo Murillo Londoño publicó dos artículos en El Manduco, disponibles en:

https://elmanduco.com.co/vida-y-obra-de-jorge-valencia-lozano-i-parte-por-americo-murillo-londono-mis-memorias/ y https://elmanduco.com.co/vida-y-obra-de-jorge-valencia-lozano-el-intendente-del-siglo-ii-parte-por-americo-murillo-londono-mis-memorias/

[6] Periódico ABC, Quibdó. Edición Extraordinaria. Sábado 17 de diciembre de 1938. Edición N° 3444, pág. 10.

[7] Sobre la trayectoria y el significado del periódico ABC en la historia del Chocó, pueden leerse en El Guarengue-Relatos del Chocó profundo varios artículos, entre ellos: 1) Reinaldo Valencia y su ABC (10.02.2020): https://miguarengue.blogspot.com/2020/02/reinaldo-valencia-y-su-abc-1-reinaldo.html, 2) Las lecciones del ABC (06.05.2019): https://miguarengue.blogspot.com/2019/05/laslecciones-del-abc-primera-pagina-del.html


07/07/2025

 Afrofuturismos Diaspóricos
Imaginar otros mundos 
como práctica política 
(2ª Parte) 
Luisa Uribe[*]

"Noche de baile en Drexciya. La vida en Drexciya es más que guerra y ciencia. Los drexciyanos también aman la música y el baile, y lo hacen siempre que pueden". The Book of Drexciya. Novela Gráfica (Berlín, 2019). Idea original y pinturas de Abu Qadim Haqq. https://www.roots-routes.org/ 
AFROFUTURISMO: NARRAR EL FUTURO PARA HABITAR EL PRESENTE

El término «afrofuturismo» fue acuñado por el crítico cultural Mark Dery en 1994, quien lo definió como una forma de «ficción especulativa que aborda temas y preocupaciones de la comunidad afroamericana en el contexto de la tecnocultura del siglo XX». Desde entonces, el concepto ha evolucionado y hoy se entiende como un movimiento artístico, cultural y político multidisciplinario que va más allá de la estética o la literatura para convertirse en una herramienta de imaginación radical desde las experiencias de la diáspora africana.

En este ensayo, el afrofuturismo funciona como una bisagra conceptual que permite observar las contranarrativas políticas y simbólicas que han nutrido las múltiples luchas antirracistas en América Latina. ¿Qué posibilidades ofrece para interpretar las luchas afro en el continente? ¿Cómo nos ayuda a entender la comunicación política de estos movimientos, su forma de habitar el presente y su apuesta por otros futuros posibles?

En su ensayo original, Dery planteaba una pregunta clave: ¿cómo puede una comunidad cuya historia ha sido sistemáticamente borrada imaginar futuros posibles? ¿Y cómo disputar ese porvenir si ha sido colonizado por tecnócratas, diseñadores de sistemas –hombres blancos del norte global– que han moldeado nuestras fantasías colectivas? En esa pregunta radica el potencial político del afrofuturismo: en su capacidad de disputar el monopolio de la imaginación y de construir, desde la memoria, la resistencia y otras ontologías del tiempo, nuevas formas de existencia.

Este enfoque se vuelve especialmente pertinente en América Latina, donde las luchas afrodescendientes, más allá de los avances institucionales logrados en el marco del multiculturalismo de los años noventa, han planteado alternativas políticas, culturales y espirituales que rebasan los marcos estatales y académicos. Desde prácticas de autonomía, expresión artística, espiritualidades de matriz africana y formas colectivas de organización, se han configurado verdaderos laboratorios de futuros posibles.

El afrofuturismo también ha experimentado una transformación significativa desde su origen. Si en los años noventa estaba centrado principalmente en la experiencia afroamericana y la brecha digital, su versión contemporánea –ampliada por las redes sociales y las tecnologías digitales– ha adquirido un carácter más global y panafricano. Esta nueva ola ha abierto espacio para que voces afrodescendientes de distintas regiones del mundo construyan sus propios imaginarios futuristas, desde contextos y estéticas locales, y con un fuerte anclaje en la memoria histórica.

¿Por qué recurrir al afrofuturismo para analizar las luchas afrodescendientes en América Latina? Porque permite interrogar no solo las formas de exclusión impuestas con la consolidación de los Estados nacionales –bajo los discursos del liberalismo y el cientificismo del siglo XIX– sino también las formas en que los movimientos afro han respondido, resistido y reimaginado esos modelos. A través del afrofuturismo es posible percibir y hacer notar la tensión entre el relato hegemónico y las contranarrativas tejidas por los pueblos afrodescendientes, que no solo buscan reconocimiento sino también transformación radical.

Desde una mirada descolonial y antirracista, se cuestiona además la linealidad del tiempo como fundamento del pensamiento moderno. Como afirma la antropóloga y activista dominicana Ochy Curiel, retomando a compañeras activistas mayas: «el futuro ya fue». Esta afirmación no es una paradoja, sino una invitación a comprender el tiempo desde una lógica cíclica, según la que el pasado, el presente y el futuro se entrelazan en una misma continuidad de lucha, memoria y creación colectiva.

Yo creo que una cuestión fundamental es cuestionar esta lógica del tiempo lineal. Por ejemplo, hay compañeras mayas que han dicho «el futuro ya fue», y a mí me encanta esa sentencia porque, frente a estas lógicas de extractivismo, a este mundo tan horroroso, más o menos tenemos la idea de lo que viene en el futuro, que es destrucción, que es guerra, etc. Y lo que dicen muchas comunidades es que tenemos que otra vez ver hacia atrás, los aprendizajes, las experiencias de nuestros ancestros y ancestras que vivían mejor, en el sentido de la relación con la naturaleza, en el sentido de la conectividad, etcétera, y en ese sentido hay un movimiento casi en espiral (Ochy Curiel, entrevista por la autora, marzo de 2025).

Es un planteamiento que nos permite pensar también en las múltiples posibilidades desde la diversidad y el pensamiento popular que ya vienen trazando los movimientos afro de la región. Sobre esas disputas también señala Curiel:

(...) Pero al mismo tiempo, ha habido un cambio importante: con la entrada de personas afrodescendientes a las escuelas y universidades, con el acceso a espacios de producción de conocimiento que antes les estaban vedados, comienza también a transformarse la forma en que se narran nuestras historias (...) El cimarronaje, por ejemplo, pero no solo como hechos o personajes destacados, sino como expresiones de otras lógicas del mundo: en la espiritualidad, en las formas de vida, en las formas de producir conocimiento.

 

(...) Hay, entonces, una disputa entre dos tipos de relatos: por un lado, los hegemónicos, coloniales, y por otro, los que estamos construyendo desde las resistencias, pero también desde las producciones de mundos posibles. Lo hacemos desde el canto, desde la música, desde otras ontologías, desde el pensamiento, desde el teatro, desde una prensa distinta… Esto ha pasado en muchos lugares de América Latina (Ochy Curiel, entrevista realizada por la autora, marzo de 2025).

Por otro lado, frente al reto de pensar en una sola identidad o narrativa afrolatinoamericana y afrocaribeña, una identidad drexciyana que en conjunto nos permita rastrear las resistencias subacuáticas, Curiel explica:

Yo creo que cualquier identidad, sea una identidad política colectiva o individual, tenemos que verla en torno al contexto. Por ejemplo, lo afrobrasileño o lo afrocolombiano está definido por los límites del Estado nación, es decir, como si la gente que nace en Colombia, la gente afro que nace ahí, o que nace en República Dominicana, tuviera características distintas. Y eso es así en el sentido de que hay un contexto particular que las hace distintas, pero quien marca esta categoría es el Estado nación. Por eso decimos afrocolombianas, afrodominicanas, etc. Por otro lado, cuando estamos hablando de lo afrolatino y de lo afrocaribeño –porque yo nunca separo esas dos experiencias–, estamos hablando también de una particularidad regional, y eso significa retomar historias que, si bien en los contextos son un poco distintas, también comparten lógicas en términos de la situación histórica. (...) Ahora bien, cuando estamos hablando de lo afrolatinoamericano y de lo afrocaribeño, estamos hablando de unas lógicas que sí se repitieron en la región. (...) Otro concepto que me parece muy importante es la diáspora. Es decir, una de las cosas que los movimientos sociales y antirracistas –y particularmente el movimiento negro y afro– han querido reivindicar es el tema de la diáspora, porque nos permite entender esas continuidades históricas desde el mismo momento en que sacan de África a nuestros ancestros y ancestras hasta el día de hoy. Pero, además, nos permite articularnos regional e incluso mundialmente (Ochy Curiel, entrevista realizada por la autora, marzo de 2025).

DES-MEDIOS MASIVOS Y DIGITALES

La reflexión de Ochy Curiel sobre las identidades afrolatinoamericanas y afrocaribeñas como construcciones situadas –atravesadas por el Estado nación, pero también por la historia compartida de la diáspora– resuena con la lógica expansiva y transfronteriza del universo de Drexciya. Ambas narrativas rechazan los esencialismos y plantean una articulación política desde la diferencia y la memoria compartida. En este sentido, los medios masivos y, sobre todo, las redes digitales han abierto un nuevo territorio simbólico en el que estas narrativas se multiplican, se disputan y se reconfiguran. Drexciya, aunque nacida en un contexto afroamericano, circula globalmente como un archivo abierto de posibilidades afrofuturistas que inspira movimientos antirracistas en distintos territorios, incluido América Latina. Las redes digitales permiten que este mito sea reinterpretado y resignificado desde los contextos locales, lo que hace que se establezcan conexiones entre la experiencia afrodiaspórica y las luchas concretas en territorios marcados por la exclusión estructural.

Así, al igual que Curiel señala la importancia de etnografiar cada contexto para entender cómo se vive lo afro en los márgenes de los Estados nación, los movimientos actuales utilizan lo digital para conectar lo local con lo global, articular memorias con futuros posibles, y generar una comunicación política que no dependa del reconocimiento institucional, sino que se construye desde el arte, la estética, el performance y la imaginación radical. En este espacio expandido, Drexciya se vuelve una metáfora navegable, una red de significados que se actualiza en memes, visualidades digitales, performances y archivos colaborativos que desafían las lógicas coloniales del saber y del poder mediático.

Las narrativas afrofuturistas y la reapropiación de imaginarios como Drexciya se convierten en herramientas para disputar no solo visibilidad, sino también poder simbólico y político frente a los límites del reconocimiento estatal. Los movimientos afro han sido especialmente incisivos en cuestionar el mestizaje como ideología fundante de los Estados nación latinoamericanos. Bajo la promesa de una armonía racial ficticia, el mestizaje borró sistemáticamente las identidades negras e indígenas, construyendo un relato nacional homogéneo que invisibilizó las jerarquías raciales y las formas estructurales de exclusión. Frente a esto, las propuestas afrofuturistas no solo denuncian esas omisiones históricas, sino que imaginan futuros en los que la negritud no es un resto del pasado colonial, sino un eje vital para construir mundos por venir. En este sentido, el uso de lo digital permite a los movimientos afrodescendientes intervenir en la narrativa oficial del mestizaje desde la estética, la memoria y la imaginación, desplazando el relato estatal y proponiendo una historia situada en el trauma, pero también en la potencia de la comunidad, el deseo y la autonomía.

La autora del artículo y algunas de sus fuentes. Luisa Uribe (Instagram: _luisafernando), Ochy Curiel (Negrx / Página 12), LoMaasBello (Cortesía / El Espectador), Carolina Rodríguez Mayo (Instagram: caritomayo), Astrid Milena González (Cortesía / El Espectador).
LA LUCHA ESTÉTICA

Desde este horizonte, la estética se vuelve una forma concreta de acción política. Lejos de ser un simple ornamento, la creación artística afrodescendiente en América Latina articula saberes ancestrales, memoria colectiva y proyección de futuros posibles. En sus formas expresivas –ya sea en la música, la literatura, la performance o el audiovisual– se activan nuevas narrativas que desbordan el relato mestizo de la nación e interpelan los regímenes de representación colonial. La imaginación, entonces, se convierte en estrategia de resistencia y en motor para la construcción de comunidad. Aquí es que el afrofuturismo se vuelve especialmente potente: no solo como categoría de análisis, sino como práctica viva de creación situada.

En entrevista con la artista de Buenaventura, LoMaasBello, su exploración sonora y visual da cuenta de este impulso imaginativo que rompe con los márgenes impuestos a los cuerpos negros: «Mi obra tiene que ver con mostrar lo que no nos dejan ver, con sonar como sonamos sin tener que pedir permiso. Lo que hago es ponerle imágenes a lo que mi abuela me contaba, a los sueños raros que tengo, a las músicas que suenan en la esquina de mi barrio, pero también al futuro que quiero ver. No el que nos prometieron, sino el que armamos entre nosotras» (LoMaasBello, entrevista por la autora, marzo de 2025). A través de su trabajo, no solo imagina otros mundos, sino que crea fisuras en el discurso dominante, abriendo paso a otras formas de sensibilidad y conocimiento.

Por su parte, la escritora bogotana Carolina Rodríguez Mayo se refiere al pasado, el presente y el futuro en su obra:

Dentro de mi escritura busco mucho el diálogo con las ranuras, con los lugares en los que supuestamente no estamos o no hemos estado. En ese sentido, cuando escribo sobre el pasado, busco mucho formas sutiles y también radicales de cimarronaje, desobediencia y rebeldía para hablar de personas que fueron esclavizadas y escaparon de dicha condición o bien para inventar escenarios donde colonos reciban justicia de lugares inesperados y que contradigan el relato de que la gente negra fue pasiva frente a la deshumanización del colonialismo y el secuestro europeo. Respecto al presente, busco hablar de la negritud desde lugares que me atraviesan, como el relato urbano de la gente negra y cómo habitamos ciudades, espacios donde la gran mayoría de personas son blanco-mestizas (Rodríguez Mayo, entrevista por la autora, marzo de 2025).

Su obra propone un ejercicio de reescritura de la historia que no se conforma con disputar el pasado, sino que lo reimagina desde la raíz, hilando memorias negras que no encajan en el relato nacional pero que son fundamentales para pensar otros futuros.

Así, tanto LoMaasBello como Rodríguez Mayo encarnan con sus prácticas creativas ese entrelazamiento de arte, política y memoria que caracteriza las estéticas afrofuturistas en clave latinoamericana. Sus obras dialogan con los cuestionamientos al mestizaje, interpelan los límites del reconocimiento estatal y despliegan, desde lo cotidiano, una poética de la imaginación radical. En ellas, la estética no es solo una forma de representación, sino una apuesta por vivir –y hacer visible– otros mundos posibles.

En conclusión, el afrofuturismo y las estéticas afrodescendientes en América Latina no solo se presentan como una resistencia al relato oficial y colonial, sino como una reconfiguración radical de las posibilidades de existencia y creación en el continente. La pregunta sobre cómo imaginar otros futuros, planteada por Mark Dery, resuena fuertemente en los movimientos afrodescendientes, que a través de sus prácticas artísticas y políticas cuestionan la historia y los imaginarios impuestos. Estos movimientos, lejos de buscar una homogeneización identitaria, celebran las particularidades locales mientras reconocen sus conexiones transnacionales a través de la diáspora. La música, la literatura, el arte visual y otras formas de expresión afrodescendientes se convierten en el terreno en el que se materializan las luchas por el reconocimiento, la justicia social y la dignidad.

Carolina Rodríguez Mayo, en su reflexión sobre la relación entre estética y mensaje político, sintetiza perfectamente esta conexión cuando dice: «Creo que la relación entre la estética y el mensaje político va en dos vías: uno es que deseo a través de las letras y la forma de emplearlas, mostrar lo grandioso del lenguaje en términos de acentos, en cuestión también de elementos muy coloquiales que usamos las personas negras, en cuestión de tradiciones y cómo estas también se cuelan en la manera en que usamos la lengua; la segunda vía es apostarle a una mirada cimarrona, que choque, que no necesariamente sea lineal o que tenga finales cerrados. Ahí también hay una apuesta política que busca romper con nociones blancas y eurocentradas de cómo debe escribirse un texto y cómo debe verse una historia» (Rodríguez Mayo, entrevista por la autora, marzo de 2025). Este planteamiento no solo desafía las estructuras narrativas establecidas, sino que ofrece una visión del arte y la literatura como espacios de resistencia activa, en los que la forma y el contenido se interrelacionan para subvertir las jerarquías de poder y narrar otras historias posibles.

Así, las narrativas afrodescendientes en América Latina, tanto en su dimensión estética como política, no buscan solo la reparación histórica, sino la creación de futuros diversos, inclusivos y, sobre todo, libres de las ataduras impuestas por las estructuras coloniales y la ideología del mestizaje.

Bibliografía

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Curiel, O., & Galindo, M. (2016). Descolonización y despatriarcalización de y desde los feminismos de Abya Yala. ACSUR Catalunya / SUDS.

El Arca. (2022, marzo 31). Drexciya, techno y afrofuturismo. Blog El Arca. https://blogelarca.com/drexciyatechno-y-afrofuturismo/

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Hooker, J. (2009). Race and the Politics of Solidarity. Oxford University Press.

Paschel, T. B. (2016). Becoming Black Political Subjects: Movements and Ethno-Racial Rights in Colombia and Brazil. Princeton University Press.

Restrepo, E., & Rojas, A. (2010). Inflexión afrodescendiente: hacia un giro descolonial en los estudios étnico-raciales en Colombia y América Latina. Universidad del Cauca.


[*] Luisa Uribe es antropóloga y socióloga. Tesista de Maestría en Estudios Culturales (PUJ). Coordinadora de Proyectos en el Centro Regional de Comunicaciones de la Friedrich Ebert Stiftung en América Latina y encargada de las comunicaciones de la FES en Colombia. luisaftz@gmail.com 

El artículo completo forma parte del libro: LOS YO NARRATIVOS. Relatos de poder en LATAM-CARIBE. Omar Rincón, Daiana Bruzzone y Luisa Uribe (EDITORES), CLACSO-Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, Friedrich Ebert Stiftung, FES Comunicación. ISBN: 978-958-8677-95-8. Bogotá, Junio de 2025. © 2025 Friedrich–Ebert–Stiftung FES (Fundación Friedrich Ebert). 289 pp. Pág. 261-274.

29/06/2025

 Afrofuturismos Diaspóricos
Imaginar otros mundos 
como práctica política
(Primera Parte)
Luisa Uribe*

The Book of Drexciya-Capítulo 1: El origen de la historia. Novela Gráfica (Berlín, 2019). Idea original y pinturas de Abu Qadim Haqq. "Drexciya puede ser considerado una de las imágenes más poderosas del afrofuturismo". https://www.roots-routes.org/

Drexciya es un mundo habitado por los hijos no nacidos de mujeres africanas esclavizadas que fueron arrojadas al mar durante la trata transatlántica y que, en este relato, desarrollaron la capacidad de respirar bajo el agua. Drexciya fue primero un dúo techno integrado por James Stinson y Gerald Donald, de Detroit, Estados Unidos. Pioneros de la música electrónica y del afrofuturismo porque combinan ciencia ficción, memoria histórica y una estética sonora única para construir una narrativa de resistencia y reimaginación afrodiásporica (El Arca, 2022). Esta narrativa de afroficción ha sido reinterpretada en la videoinstalación de la artista colombiana Astrid González. En su obra, cuerpos sumergidos en un universo acuático, filmados en cámara lenta y superpuestos en capas, evocan un tiempo y espacio distintos en los que la diáspora reclama otras formas de existencia. Este gesto artístico es también político. La obra de González disputa el poder colonial sobre la historia, resignificando los relatos de violencia y despojo con lenguajes y estéticas propias. A través de estas narrativas se interpelan los regímenes de representación, se reescribe el tiempo y se cuestiona el mestizaje como ideología dominante.

Las aguas en que se mueven las comunidades afrodescendientes de América Latina aprenden a nadar en la normativa estatal para ser reconocidas efectivamente en los cambios constitucionales recientes mientras imaginan otras prácticas políticas, otras temporalidades y otros escenarios de resistencia, reparación y creación de activismos autónomos, antirracistas y descoloniales que imaginen constantemente otros escenarios de existencia y resistencia políticas.

¿Se puede hablar de un movimiento afro en América Latina, un afrolatino? ¿Cómo caracterizar a un sujeto con una historia diversa, obstáculos propios y, al mismo tiempo, un relato común que lo represente? ¿Qué se puede afirmar, en términos generales, sobre la diversidad de expresiones y luchas antirracistas que existen en la región? ¿Cómo las contranarrativas de los movimientos afro en América Latina, en diálogo con el pensamiento diaspórico global, se convierten en herramientas de resistencia? ¿Cómo imaginar escenarios donde lo afro no esté marcado por la exclusión, sino por la agencia, la representación y la autonomía?

A simple vista, la tarea parece imposible y arriesgada. Una vía podría centrarse en las luchas institucionales que, al amparo de la diversidad cultural, han impulsado activistas afro en distintos países. Sin embargo, este enfoque dejaría por fuera muchas experiencias autónomas, menos mediadas por el Estado, que también configuran el mapa de las resistencias negras y afrodescendientes. Otra opción sería enfocarse en los procesos constitucionales claves para el reconocimiento formal de derechos. Tampoco bastaría si se ignoran las expresiones artísticas que, desde otras ontologías, han imaginado proyectos de mundo alternativos.

Este ensayo, entonces, se propone como un ejercicio de imaginación política: una búsqueda por reconocer y articular las contranarrativas que han sostenido las luchas antirracistas en América Latina en las últimas décadas. Partiré del mito de una nación afrofuturista que resiste bajo el agua para evidenciar las tensiones y articulaciones que la gran diversidad de expresiones de movilización social afrodescendiente ha tenido con los Estados nacionales en América Latina.

A partir de una mirada cíclica, se exploran las apuestas políticas e imaginarios que distintos grupos y comunidades afrodescendientes han formulado dentro y fuera de los marcos normativos y de los Estados nacionales. Son luchas que dialogan con el pasado colonial, lo denuncian y desafían, y que continúan enfrentando sus efectos cotidianos en la vida de miles de personas afrodescendientes en la región.

LA METÁFORA DE DREXCIYA

El mito de Drexciya tiene lugar en las profundidades del océano, un territorio vasto y enigmático que sigue siendo, en gran parte, inexplorado por la humanidad. Este universo submarino está envuelto en un halo de misterio que intriga más de lo que revela, empujando a quien se acerque a sumergirse en sus abismos para intentar descifrarlo. A través de su música, el dúo construye un imaginario vibrante y complejo, en el que cada pista ofrece una nueva pieza de un rompecabezas sonoro. Drexciya no se explica, se revela fragmentariamente, a través de títulos sugerentes y texturas sonoras que invitan a imaginar más de lo que se muestra.

Con cada nueva escucha, se despliega la belleza y diversidad de este mundo sumergido. Las ciudades están rodeadas de cascadas fluorescentes que iluminan centros urbanos encapsulados en burbujas (El Arca, 2022). Carreteras submarinas permiten desplazamientos a gran velocidad entre paisajes fantásticos como las colinas rojas de Lardossa, las dunas Andreanas, la isla electrificada de positrones o la temida bahía del peligro. En este ecosistema, los drexciyanos conviven con una biodiversidad fascinante: mantarrayas, serpientes de mar, peces voladores, ballenas verdes, planktons organizados y esporas bioluminiscentes que proliferan en las profundidades de la hidrópolis. También interactúan con otros seres conscientes, como los hombres-pescado de Darthouven, los mutantes gill-men y los vampiros marinos (El Arca, 2022).

Pero el océano no es solo un refugio, también es un entorno hostil. Terremotos submarinos, despresurización de hábitats, naufragios provocados por disturbios acuáticos y cataclismos imprevisibles amenazan constantemente la estabilidad del mundo drexciyano. Frente a estos desafíos, su sociedad ha desarrollado tecnologías avanzadas y estructuras defensivas: armamento de ondas anti-vapor, rayos oxyplásmicos giratorios, cubos hidrodinámicos, sistemas de propulsión cuántica y artes marciales como el acua-jiu-jitsu.

Aunque algunas canciones pueden tener un pulso techno reconocible y bailable, muchas otras se alejan deliberadamente de cualquier formato convencional. Están plagadas de ruidos indescifrables, retroalimentaciones abrasivas y texturas metálicas que evocan formas de vida alienígenas (El Arca, 2022). En su conjunto, la obra de Drexciya no solo plantea un universo paralelo, sino que encarna una crítica política y una reivindicación imaginativa: es el mundo de aquellos que fueron rechazados, invisibilizados y arrojados por la borda. Un mundo de resistencia subacuática.

Toma de video de la Exposición individual de la artista afrocolombiana Astrid González Drexciya: Un palenque al fondo del Atlántico (2024). Galería La Balsa. Medellín, Colombia. https://astridgonzalezartista.weebly.com/
Es en las entrañas de Drexciya, ese sueño afrofuturista de ficción, donde encuentro las coordenadas para imaginar las narrativas de las comunidades afrodescendientes en América Latina. En ese refugio de supervivencia y resistencia, navegan también las tensiones y articulaciones de poblaciones diversas a lo largo del continente, siempre en diálogo con la diáspora. Con la retoma del cimarronaje como práctica de resistencia e imaginación política, es posible trazar conexiones entre formas múltiples y singulares de autogestión y movilización colectiva.

LA FUERZA AFRO

En las últimas décadas, los movimientos afrodescendientes en América Latina han cobrado fuerza, impulsados por la reivindicación de la identidad y el derecho a la diferencia como pilares fundamentales de su acción política. Sin embargo, a pesar de ciertos avances en el reconocimiento formal de la ciudadanía, las comunidades afro siguen enfrentando racismo estructural, exclusión y marginalidad. Parte de esta persistente desigualdad se explica por la falta de infraestructura organizativa y recursos que les permitan una participación política sostenida y con impacto real.

Buffa y Becerra (2012) rastrean una serie de hitos clave para entender la movilización social a nivel regional en el contexto de las poblaciones afrodescendientes:

A partir de la década de 1990, se gestaron transformaciones clave en la relación entre la sociedad civil y el Estado, que impactaron significativamente las luchas de los movimientos afrodescendientes en la región. Uno de los primeros hitos fue el Encuentro Mundial de Mujeres en Pekín (1992), que abrió espacio para debates sobre la intersección entre género, raza y derechos (Buffa & Becerra; p. 343). Ese mismo año se fundó la Red de Mujeres Afrolatinoamericanas y Afro-Caribeñas, lo que fortaleció la articulación de agendas propias dentro del movimiento afro.

Numerosos movimientos afrodescendientes e indígenas también jugaron un papel central al cuestionar la celebración de los 500 años del llamado «descubrimiento» de América, al rechazar el legado «civilizatorio» de los colonizadores y al proponer otras lecturas de la historia y la identidad.

En 1995 se celebró en Belice un encuentro clave de la ONECA (Organización Negra Centroamericana), que reunió a 52 organizaciones de once países. Su objetivo fue consolidar una red de comunidades afrocentrocaribeñas y afrocentroamericanas para promover el desarrollo integral desde una perspectiva de derechos humanos.

Cinco años más tarde, en el 2000, se creó la Alianza Estratégica de Afrodescendientes de América Latina y el Caribe, integrada por 29 organizaciones de 14 países. Esta alianza surgió con el fin de preparar la participación afrodescendiente en la Conferencia Mundial contra el Racismo organizada por las Naciones Unidas en Durban en 2001. Esta conferencia funcionó como un elemento cohesionador de los colectivos afros de América Latina y el Caribe, y fue también un espacio pedagógico y organizativo clave para la consolidación de redes que comenzaron a tener una influencia significativa en el campo de los movimientos sociales regionales.

Colombia y Brasil se consolidaron como casos emblemáticos en cuanto a avances normativos (Buffa & Becerra; p. 344). En Colombia, la Constitución de 1991 reconoció al país como pluriétnico y multicultural. Luego, la Ley 70 de 1993 proporcionó un marco legal para reparar parcialmente los agravios históricos contra el pueblo afrodescendiente. En 1995, el Decreto 1745 permitió la titulación colectiva de tierras en la cuenca del Pacífico, con lo que benefició a más de 53.000 familias afrodescendientes con la adjudicación de más de 4.6 millones de hectáreas. En Brasil, la Enmienda Constitucional de 1988 proscribió los actos racistas, y la Ley 8081 de 1990 tipificó como crimen cualquier acto discriminatorio por raza, color, religión, etnia o nacionalidad, especialmente en medios de comunicación. También se promulgó legislación para reconocer derechos de propiedad a comunidades rurales tradicionales de los quilombos, descendientes de esclavos fugitivos, lo que les permitió acceder a títulos de propiedad sobre sus tierras ancestrales.

En 2005 se fundó el Parlamento Negro de las Américas, concebido como un espacio genuino para debatir políticas públicas estatales y visibilizar estadísticamente a la población afrodescendiente. Actuó también como catalizador de iniciativas de los movimientos sociales afrolatinoamericanos. El Año Internacional de los Afrodescendientes, declarado por la ONU en 2011, marcó un momento importante de visibilidad y reivindicación en la escena internacional.

El proceso de regionalización iniciado en América Latina durante la década de 1990 impulsó la articulación de organizaciones de la sociedad civil en redes transnacionales. Este contexto favoreció el surgimiento de una diplomacia ciudadana que permitió coordinar estrategias compartidas para la reivindicación y reparación de derechos históricamente vulnerados, especialmente en el caso de los pueblos afrodescendientes.

La adopción de reformas normativas y la creación de organismos estatales responsables de su implementación no fueron únicamente resultado de la presión internacional o de la institucionalización de espacios regionales. Estas transformaciones también estuvieron profundamente determinadas por la capacidad de organización y la presencia activa de los movimientos sociales locales. A través de acciones afirmativas, estos movimientos no solo lograron visibilizar al colectivo afrodescendiente, sino que también contribuyeron a la construcción de una conciencia histórica compartida como grupo social sometido a procesos prolongados de exclusión y opresión.

Cabe mencionar que el auge de estas movilizaciones ha estado influenciado por luchas internacionales como el movimiento por los derechos civiles y el Black Power en Estados Unidos, los procesos de descolonización en África y la resistencia al apartheid. En el contexto latinoamericano, el modelo de politización indígena ha servido de referente clave, y ha articulado demandas por reconocimiento cultural con exigencias de derechos territoriales, sociales y colectivos. Países como Brasil, Colombia, Ecuador y Honduras han sido epicentros de estas dinámicas, aunque su eco se extiende por toda la región (Agudelo, 2010), (Buffa & Becerra, 2012).

Según Agudelo (2010), uno de los desafíos centrales ha sido conciliar los derechos individuales con los derechos colectivos dentro de los marcos del multiculturalismo estatal (p. 112). En este escenario, la identidad negra ha emergido como un eje discursivo potente y complejo, entendida como un proceso social en constante construcción, que articula elementos tradicionales y contemporáneos, influenciado por los estudios poscoloniales y culturales. Esta dinámica ha dado lugar a identidades híbridas e interculturales que operan simultáneamente en lo local y en lo transnacional.

A pesar de los avances normativos y de visibilidad pública, la plena ciudadanía de los pueblos afrodescendientes sigue siendo un horizonte por conquistar. La consolidación de estos movimientos requiere superar barreras estructurales, construir espacios sostenibles de participación y garantizar un reconocimiento efectivo –no solo simbólico– de sus derechos.

La próxima semana, Segunda Parte --- AFROFUTURISMO: NARRAR EL FUTURO PARA HABITAR EL PRESENTE / DES-MEDIOS MASIVOS Y DIGITALES / LA LUCHA ESTÉTICA.



*Luisa Uribe es antropóloga y socióloga. Tesista de Maestría en Estudios Culturales (PUJ). Coordinadora de Proyectos en el Centro Regional de Comunicaciones de la Friedrich Ebert Stiftung en América Latina y encargada de las comunicaciones de la FES en Colombia. luisaftz@gmail.com

El artículo completo acaba de ser publicado en el libro: LOS YO NARRATIVOS. Relatos de poder en LATAM-CARIBE. Omar Rincón, Daiana Bruzzone y Luisa Uribe (EDITORES), CLACSO-Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, Friedrich Ebert Stiftung, FES Comunicación. ISBN: 978-958-8677-95-8. Bogotá, Junio de 2025. © 2025 Friedrich–Ebert–Stiftung FES (Fundación Friedrich Ebert). 289 pp. Pág. 261-274.

Para su publicación en El Guarengue-Relatos del Chocó profundo, el artículo ha sido divido en dos partes, por cuestiones de edición del blog. Con la segunda parte se publicará la bibliografía referenciada por la autora.

23/06/2025

 Saudade de cumpleaños 

*Quibdó, 1970 (ca.). FOTO: Alberto Saldarriaga-Colección fotográfica. Banco de la República-Biblioteca Virtual.

El mar quedaba tan lejos como ahora, aunque entonces era más inaccesible. Sin embargo, teníamos la ilusión de poder oír sus rumores -cada vez que quisiéramos- poniéndonos en el oído las caracolas con las que se cuñaban las puertas de las casas para impedir que el viento o el desnivel las entornaran poco a poco o las cerraran de golpe.

Los ríos y las quebradas, límpidos, frescos, abundantes, rodeados de montes inconmensurables, sí los teníamos a unos cuantos pasos, a nuestro alcance y disposición. Formaban parte de nuestras vidas desde la más tierna infancia, cuando en los veranos más severos había que ir en familia hasta alguno de ellos para bañarse, para lavar la ropa y acarrear algo de agua para las casas; o cuando en la escuela nos llevaban de paseo.

Nos encantaban aquellas caminadas y aquellos paseos escolares. Apenas entrados a primerito de escuela, nos llevaban a nuestra primera caminada: un recorrido a pie hasta el aeropuerto El Caraño, para que conociéramos los aviones, nos asombráramos de su tamaño y los viéramos volar, aterrizar y despegar; para que nos sorprendiéramos contemplando a los viajeros con sus zapatos lustrosos y sus trajes completos de corbata incluida y a las viajeras con vestidos tan elegantes y zapatos tan sofisticados que parecían sacados de un figurín -o revista de modas- de los que usaban las modistas para idear con sus clientas los modelos que para ellas coserían. ¡Adiós, papá, adiós, mamá!, habíamos aprendido a gritarle a los aviones cuando pasaban, dos o tres veces al día, volando casi a la altura de donde se elevaban nuestros barriletes en las vacaciones. Ahora que los conocíamos de cerca y habíamos visto cómo había que vestirse para viajar en ellos, quedaba decidido que así vestiríamos en adelante al papá y a la mamá para su viaje imaginario en uno de aquellos aviones de Avianca con destino a Bogotá.

Años tras año, en la Escuela Anexa a la Normal Superior de Quibdó, las caminadas iban incrementando su distancia. De aquel recorrido al aeropuerto, que aunque quedaba en el mismo sitio que hoy era más lejos ayer, pasábamos a una caminada hasta La Platina, hermosa y acogedora quebrada, con playas de balastro y de arena fina, en el camino hacia La Troje y Tutunendo. Después hasta los puentes -que siempre nos maravillaban por su solidez- de los ríos Cabí y Tanando, en la vía hacia Istmina; y más adelante hasta el puente de tablones de la quebrada Duatá, en el camino hacia Guayabal, y hasta el propio pueblo de Guayabal, cuando ya éramos unos caminantes duchos, es decir, cuando ya teníamos 11 años y estábamos en 5° de primaria.

Además de la frescura del agua corriente y cristalina, aquellas expediciones tenían el encanto de los manjares que llevábamos en portacomidas o en ollas pequeñas de aluminio y que, llegada la hora, cuando los maestros nos lo indicaban, devorábamos y compartíamos entre todos los del salón. A ello se sumaba la fascinación de hallar siempre comida adicional, una especie de postre: coronillas, guayabas, uvas de monte de esas que nos dejaban morados las encías y los dientes, churimas y guamas, o tarros de caña dulce y caña agria y pepas de árbol del pan o chontaduros capones, a veces zapotes y hasta lulos con sal, que casi siempre nos regalaba la gente a la que saludábamos en las carreteras o en los lugares.

FOTO: Archivo fotográfico
y fílmico del Chocó.

De aquellas correrías escolares aprendimos, por obra y gracia de la enorme capacidad pedagógica de maestros como Roger Hinestroza Moreno, la importancia de la tradición y de los viejos como portadores de la misma.[1] Llegados, por ejemplo, a Guayabal o a Tutunendo (donde el paseo sí era en carro, en una linea o bus de escalera) y se hacía casi siempre con motivo de la finalización del año lectivo -de modo previo al baño en el río o en la quebrada-, el profesor Roger nos reunía en torno a la persona más vieja del pueblo que le hubiera sido posible localizar. El señor o la señora, desde su banqueta rústica o su silla mariapalito, en la puerta de entrada a su casa y a petición del profesor, nos contaba de modo sucinto el origen del pueblo, sus fundadores y su fundación, y nos relataba una que otra historia sobre el monte y el río, la comida y el trabajo, las fiestas y la familia, e incluso sobre el famoso Mohán de Ichó… Nada perturbaba el silencio de aquel grupo de escolares reunidos en torno a un griot. Además de su voz -que por tenue que fuera todos alcanzábamos a percibir- únicamente se oían de fondo las voces del monte, el murmullo del río y las conversaciones asordinadas, distantes, que en ese mismo momento ocurrían en otras casas del poblado, en algún juego callejero de niños o en las canoas que cada tanto pasaban por el río… Al final, como nos lo había indicado previamente el maestro, le dábamos las gracias al narrador, empezábamos a probar la comida que habíamos llevado y salíamos chonteados hacia el río, donde a los alumnos más grandes, que ya sabían nadar bien, les encomendaban la misión de ayudar a cuidar a los más pequeños, que apenas empezaban a aprender.

A través de esas tempranas experiencias, fue mucho lo que aprendimos de geografía, historia, ciencias naturales y español de nuestra región. Por lo visto, y aunque así no fuera en realidad, terminamos pensando, por ejemplo, que en Quibdó estábamos -como en la definición de isla que nos habían enseñado en la escuela- rodeados de agua por todas partes: Cabí, Quito, Atrato, Neguá, Munguidó, La Yesca, La Aurora, El Caraño, Tanando, Samurindó, Duatá, Hugón, Tutunendo, Ichó, La Cascorva… Y hasta concluimos que, a diferencia de las islas en la definición escolar,  el agua nos rodeaba también por arriba, pues llovía a cántaros durante noches y días la mayor parte del año; lo cual tenía mucho de épica hermosura, por los sonidos del agua sobre los techos de zinc, que terminaban arrullando las noches y conduciéndonos al sueño; por los enormes, voluminosos y gruesos chorros de agua que caían de las canales de las casas, bajo los cuales nos bañábamos a la hora que fuera; por el grosor de los hilos de agua que formaban las cortinas líquidas que descendían desde los techos y por la abundancia inconmensurable de agua, que contrastaba con la desértica y dramática escasez de los veranos; los cuales, sin embargo, traían su propia abundancia: la del pescado, que -a principios de año, hasta la semana santa, y a mediados y finales de año, cuando ya estábamos en vacaciones- inundaba puntualmente el mercado orillero de Quibdó y los desayunos, almuerzos y comidas de todas las mesas de todas las casas de todas las calles de todos los barrios de todo el pueblo, donde siempre había pescado fritándose o cociéndose en una sopa con queso, así como un horno o unas brasas asando un bocachico o un dentón... Desde aquellos tiempos tan memorables como inmemoriales, aprendimos a bañarnos en el aguacero por las calles de Quibdó, a defendernos nadando en los ríos y quebradas, y a comer pescado en todo tipo de preparaciones y a todas las horas del día, incluyendo las fritangas de sardina rabicolorada que hacíamos por nuestra propia cuenta en las famosas bodas o comidas colectivas preparadas en grupos de amigos. Siempre, así acabáramos de darle mate a uno de esos banquetes, pensábamos que comer pescado era una de las mejores cosas de la vida y que ojalá fuera posible hacerlo durante todo el año y por el resto de la vida.

Los aguaceros, casi siempre diluviales; las tempestades, para conjurar las cuales se tapaban los espejos porque atraían los rayos, se invocaba a Santa Bárbara y se quemaban ramos benditos de la semana santa; y los diluvios imparables, que inundaban el pueblo entero, convertían las idas a la escuela y los regresos de la misma en pequeñas odiseas. De manera que, desde los 6 o 7 años, debíamos aprender y practicar habilidades de trote y carrera de escampadero en escampadero, de andén en andén, de casa en casa; con hojas grandes de mafafa por paraguas o con sombrillas generalmente destartaladas bajo las cuales nos acomodábamos los que podíamos, dejando a veces por fuera al dueño. Los cuadernos los resguardábamos por dentro del uniforme (un overol de tela de diablo fuerte, con tirantas y pechera, y una camisa blanca), teniendo la precaución de acomodar antes sus forros plásticos para que los cubrieran en su totalidad. En los aguaceros más fuertes, los maestros nos permitían asistir a la escuela con charangas Panam, unos zapatos de plástico baratos que nos compraban -porque no teníamos más- para evitar que tuviéramos que utilizar los Grulla negros del uniforme diario o los champios, que eran unos tenis ordinarios, de lona y caucho, que se usaban para el uniforme de educación física y deportes (una pantaloneta y una camiseta coloridas), cuya confección sobre medidas, en una tela que se llamaba falla, estaba a cargo de modistas como mi mamá. Y también nos daban permiso, si el aguacero había empezado cuando salíamos de nuestras casas, de llevar únicamente el cuaderno de tareas, con el compromiso de poner al día los cuadernos de cada materia en cuanto regresáramos a nuestras casas. Eso siempre lo agradecimos, así como siempre nos preguntamos de qué modo habían llegado los maestros a la escuela en medio de esos diluvios.

FOTOS: Wikipedia y El Guarengue.
Aquellas puertas de aquellas casas donde crecimos, cuyas cuñas de caracolas hicieron posible que nos imagináramos el mar, y aquellas ventanas -cuando las había-, frente a las cuales pasaba la vida y uno se asomaba a verla pasar, se abrían del todo desde que amanecía y únicamente se cerraban en las noches, a la hora de dormir, con tranca de madera por dentro; o por fuera, en el día, con candado, con nudos ciegos en alambre o en una cuerda o en un retazo de tela, cuando no iba a quedar nadie en la casa, por razones propias de cada uno o por motivos comunes a todos, como los desfiles, procesiones y comparsas de las fiestas patronales, los desfiles olímpicos de los colegios, los sepelios y novenas y otros actos especiales. En esos casos, la casa se les encomendaba a los vecinos, a quienes se explicaba con detalles el motivo de la ausencia y se les pedía que le echaran ojo. Un ojo muchas veces innecesario, pues más de una vez hubo puertas que amanecieron abiertas después de una noche y una madrugada de jolgorio y anisado, con o sin baile, sin que la casa sufriera percance alguno; y más de una vez la puerta solamente se ajustaba o entornaba porque la gente iba a estar cerca, en el vecindario; sin que nunca pasara nada. Además, con esos mecanismos tan precarios de seguridad, casi que daba lo mismo dejar las puertas abiertas; ya que por lo general, para evitar costos impagables, se usaban candados de bajo precio, cuyos mecanismos de seguridad eran tan elementales que se podían abrir hasta con una llave de hojalata de esas con las que se abrían los tarros de avena Quaker o los de salchichas Zenú.

Quibdó-Carrera 4a. entre calles 25 y 26.
Casa de Raúl Cañadas. FOTO: Archivo
fotográfico y fílmico del Chocó

Y bueno, pues qué más daba, si no era mucho lo que había de robar en nuestras casas y a los pocos ladrones que había en el pueblo todo el mundo los conocía por su nombre o por su apodo y los mayores sabían dónde vivían y a qué familias cada uno de ellos pertenecía. Del mismo modo que los policías del pueblo eran tan poquitos y tan conocidos que a todos les sabíamos los nombres, mejor dicho: los apellidos; de todos conocíamos las maestras con quienes se habían casado y estudiábamos con sus hijos en las escuelas. A todos y a cada uno sabíamos de qué modo temerles, saludarlos o hablarles o, como en el caso del sargento que dirigía la Correccional de Tanando, cómo evitarlos; no fuera a ser que, a diferencia de los que simplemente sacaban a los menores de edad de los billares y cuando más los llevaban un par de horas a la Inspección permanente de policía o a los patios del Comando para ponerlos a hacer aseo en sus pútridos orinales y tazas sanitarias, a desyerbar patios o a recoger basuras; se le ocurriera a este alzarse con uno o varios de nosotros para ese sitio de reclusión de menores, que era el coco de los muchachos en aquella época, cuando muchos de los padres amenazaban a sus hijos -como  si desobedecer fuera un delito- con que se los iban a entregar al sargento para que se los llevara a Tanando, a ver si allá sí los disciplinaban... Esta amenaza, que provocaba en los muchachos sustos reales y más grandes de lo que se imaginaban los adultos, era el equivalente de aquella en la que nos decían -cuando éramos más pequeños- que si no hacíamos esto o lo otro nos iban a regalar a los cholos para que nos llevaran a vivir con ellos… Tendría que pasar mucho tiempo para que dejáramos de cruzarle calles al sargento y de huirle a los cholos; y para que un día termináramos jugando billar en un establecimiento de propiedad de él y defendiendo la organización y la causa social de ellos.

En Quibdó, ya las puertas de las casas no se cuñan con caracolas y solamente se dejan abiertas si las protege un enrejado de hierro cerrado con llave. Ojalá que, por lo menos, en el fondo de las caracolas vivan aún los rumores del mar.


[1] Acerca de su admirable e inolvidable capacidad de innovación pedagógica, se puede leer en El Guarengue El Profesor Roger (28 de enero 2019):

https://miguarengue.blogspot.com/2019/01/el-profesor-roger-historia-nada-tan.html