lunes, 25 de marzo de 2024

 De la Curia al CARE y del CARE al IDEMA
-Pequeño relato sobre la leche en Quibdó 
en el siglo 20-

Durante la mayor parte del siglo XX, la leche fue un artículo de lujo para los sectores populares de Quibdó. Los programas de Cáritas, CARE y el IDEMA popularizaron el acceso de la población a este producto. 1. Aviso del periódico ABC, 1940. 2. Carrera Primera de Quibdó, 1966. 3. Empaques de las leches disponibles en el mercado local en la década de 1970. FOTOS: Archivo fotográfico y fílmico del Chocó y archivo El Guarengue.
A mediados de la década de 1950, llegó a Quibdó la “Leche Curia”, una leche en polvo que la gente bautizó así porque era distribuida por la curia católica de la ciudad, como parte de los primeros programas masivos de la entidad eclesiástica Cáritas Internacional, que había sido fundada por la iglesia católica alemana a finales del siglo XIX, y cuyas acciones de asistencia social y caridad empezaron a llegar a esta población a raíz de la creación de los dos vicariatos apostólicos, Quibdó e Istmina, por la división en dos de la jurisdicción de la Prefectura Apostólica del Chocó, que había sido erigida en abril de 1908.

Hasta entonces, aparte del natural acceso de los recién nacidos a la leche materna y del consumo rural de la leche de milpesos[1], la gente del común no consumía regularmente esta bebida: era un privilegio que no se podía pagar. Unas cuantas vacas, en el predio de don Manuel de la Torre y su esposa doña Rufina, en La Yesquita, y años después las dos o tres vacas de la señora Carmen Paz, en la Calle de Las Águilas, eran algunas de las proveedoras de la oferta de leche fresca en la ciudad, la cual era adquirida por un reducido grupo de clientes fijos con capacidad de pago: empleados, comerciantes, curas, monjas... Igualmente, durante las primeras décadas del siglo XX, unos cuantos chivos de la Yesca Grande proveyeron leche a consumidores que podían pagarla.

Klim, Nido y La Lechera

Hasta fines de la década de 1940, Chagüí Hermanos, una firma comercial de importadores y exportadores, con negocios en Cartagena, Cereté, Quibdó e Istmina, ofrecía a su clientela servicios de navegación fluvial, de carga y pasajeros. El buque Bogotá navegaba por el río Atrato; el buque Damasco, por el río Sinú; para el río Magdalena, la empresa ofrecía los buques Leonor María y Sinú.

Chagüí Hermanos también compraba platino, oro y caucho, y vendía abarrotes, comestibles y leche Klim, “la mejor de las leches conservadas”. “Cuide a sus hijos alimentándolos con la inmejorable Leche Klim”, recomendaba su aviso publicitario en el periódico ABC, de Quibdó.

Hasta mediados de la década de 1960, tres marcas de leche de la multinacional Nestlé eran las únicas disponibles en el comercio de Quibdó: Klim y Nido, que eran leches enteras en polvo, y la leche condensada La Lechera. Las tres herméticamente empacadas en tarros de aluminio que traían adheridas a su contorno las coloridas etiquetas de papel y venían en dos presentaciones o tamaños. Klim era más costosa que Nido. Aunque eran leches enteras, ambas se usaban principalmente para preparar teteros de niños lactantes, en tiempos en que apenas comenzaban a aparecer en el mercado local, y eran aún más inaccesibles económicamente, las primeras leches de fórmula para bebés, tales como S-26, que solamente expendían en las farmacias. Por su parte, la leche condensada -en su presentación más diminuta o Lecherita- formaba parte indispensable del mecato que se llevaba a los paseos escolares.

Un ícono urbano

Misionero Claretiano, década 1950.
FOTO: Archivo fotográfico y fílmico del Chocó.

La leche era, pues, desde principios del siglo XX, un artículo de lujo para los sectores populares de Quibdó. De modo que la “Leche Curia”, que por obra y gracia del humor popular terminaría convertida en un referente urbano bastante sonoro de las historias escolares y barriales de la ciudad, fue la posibilidad de acceso popular a los beneficios nutritivos de este producto. Mucha gente prefería su consumo tal cual venía, así, en polvo; o revuelta con azúcar y hojuelas de avena (Quaker), para lamer o comer a cucharaditas; o mezclada con la misma avena en coladas que se comían al desayuno; o en arroz de leche, o mezclada con sosiega de maíz, o en helados de coco, o con café, chocolate o aguapanela; y otras preparaciones, todas ellas diferentes a la preparación originalmente recomendada por la curia, que era la leche líquida, elaborada a partir de su mezcla con agua hirviendo hasta que se diluyera.

La leche de CARE: “Alianza para el progreso”

Un poco más de una década después de la “Leche Curia”, hizo su aparición en Quibdó, una ciudad aún devastada por aquel hito trágico de su historia que fue el incendio del 26 de octubre de 1966; la leche de CARE.

De distribución casi gratuita, pues la cuota que se pagaba por familia para acceder a ella era más bien simbólica y comprometía la responsabilidad del usuario sobre el cuidado de los envases, la leche de CARE era entregada en botellas de vidrio resistentes y bonitas, con capacidad de un litro, que se recibían con un sello hermético, y cuya desinfección previa hacía parte del programa. Uno entregaba las botellas usadas y, aunque estuvieran muy bien lavadas, nunca le entregaban a uno la leche en esas mismas botellas, sino que llenaban otras que habían sido higienizadas.

CARE, cuyo origen está ligado a la ayuda de los Estados Unidos para la reconstrucción de Europa devastada por la Segunda Guerra Mundial y su atención a las tropas estadounidenses en Vietnam; era en ese momento la sigla del denominado Centro Americano de Remesas y Comedores Escolares, y llegó al Chocó como parte de la Alianza para el Progreso. Aparte de la leche de distribución masiva, este programa era el mismo que proveía los alimentos para los comedores escolares que se instalaron profusamente en las escuelas de Quibdó y donde uno comía por lo menos una vez por semana cosas que en su casa comía una vez al año.

Este programa asistencial, cuyo manejo de imagen y marca -minucioso y planificado- le vendía uno la idea de que todo era “una donación del pueblo de los Estados Unidos de América” (escrito en inglés, español, portugués y caracteres ideográficos que presumíamos árabes o chinos), había sido repotenciado por el gobierno de los Estados Unidos durante el gobierno del sonriente presidente John F. Kennedy, cuya popularidad llegó a tanto que con su apellido fueron bautizadas decenas de barriadas populares de toda la región latinoamericana. De fondo, más que la idea de la nutrición y el bienestar, estaba la idea de contrarrestar la influencia del comunismo, a través de la recientemente triunfante Revolución Cubana.

Lo mismo en Bogotá que en Quibdó, Kennedy pasó a ser un populoso barrio. En Quibdó, surgió y creció a partir de la desecación y relleno de humedales de la planicie de inundación del río Atrato y de las quebradas El Nausígamo y El Caraño, acción esta que fue adelantada como parte de las obras posteriores al gran incendio de 1966. Kennedy es hoy por hoy uno de los conglomerados urbanos más grandes y abigarrados de la ciudad.

La leche de CARE, el 8 Pisos y el Barrio Escolar

La leche de CARE, en sus relucientes y sólidas botellas, se entregaba en el Barrio Escolar de Quibdó, de lunes a viernes, a partir de las 5 a.m. Siempre me pregunté -si uno tenía que llegar a esa hora- a qué horas llegarían las señoras -impecablemente uniformadas- que lo atendían a uno con toda presteza y gentileza, así uno fuera un niño pequeño en medio de una multitud de adultos.

1. Quibdó, 27 de octubre de 1966. Ruinas del incendio en la Carrera 2a. Arriba a la derecha se ve el 8 Pisos, Edificio de la Beneficencia del Chocó. 2. Barrio Escolar, 1992. FOTOS. Archivo fotográfico y fílmico del Chocó y archivo El Guarengue.

Un ficho de cartulina, con el sello del programa y con un color diferente cada semana, era el vale o bono con el cual se reclamaban los litros de leche correspondientes según el número de familias inscritas en cada caso. Era una leche absolutamente blanca, espumosa e hirviente, envasada directamente de unas ollas inmensas, que hervían sobre parrillas de fuego incandescente. Los fichos de cartulina, bonos, tarjetas o vales para reclamar la leche los reclamaba uno los viernes después de mediodía en el séptimo piso del Ocho Pisos o Edificio de la Beneficencia del Chocó. Allí quedaba la oficina de CARE, donde una señora totalmente amable, alta y sonriente, que vivía en el barrio César Conto, renovaba cada semana la inscripción de las familias en el programa, previo pago de la suma simbólica de dinero establecida.

Un sonido de botellas vacías que se chocaban entre sí llenaba las calles de Quibdó aledañas al Barrio Escolar de Quibdó, antes de las 5 de la mañana. Un sonido de botellas llenas de leche, que se entrechocaban, llenaba las calles de Quibdó aledañas al Barrio Escolar cuando empezaba a amanecer. Uno aprendía a distinguir uno y otro sonido. Uno y otro sonido desaparecían bajo el fragor del aguacero cuando amanecía lloviendo y uno llegaba a su casa como si se hubiera zambullido en el Atrato, pero con sus litros de leche a buen recaudo.

La leche del IDEMA

Poco tiempo después, hacia 1973, fue inaugurada en Quibdó la sede del IDEMA, Instituto de Mercadeo Agropecuario, al frente del edificio principal de la Plaza de Mercado, que había sido construida después del incendio, a la orilla del río Atrato, en la Carrera Primera. Era un edificio sencillo y funcional, cuyo diseño y apariencia exterior guardaba coherencia con el estilo de las viviendas circundantes, que formaban parte del programa de reconstrucción o remodelación de Quibdó, adelantado por el Instituto de Crédito Territorial, ICT, a raíz de aquel fatídico incendio de 1966.

En ese edificio quedaban las oficinas del IDEMA, una bodega, y el espacio más inolvidable y querido por los quibdoseños del común durante los tres o cuatro años de su funcionamiento: el supermercado popular, donde la mitad del pueblo nos abastecimos durante ese lapso y de paso conocimos una caja registradora y el decoroso empaque de los productos, que nunca habíamos visto, con etiquetas indicativas de su peso, contenido, procedencia y licencias sanitarias.

El supermercado del IDEMA fue un alivio para la economía doméstica de los quibdoseños, por los bajos precios a los que se vendían artículos tan importantes como arroz, aceite, lentejas, azúcar, fríjoles, y a veces garbanzos, arvejas, papas, etc. Y, por supuesto, ¡leche en polvo! Una leche que todo el mundo desde el principio consideró mejor que la “Leche Curia” y la leche de CARE; pero, cuya oferta nunca fue suficiente para su alta demanda, además de los problemas de tráfico inadecuado, como compra de cantidades excesivas por una sola persona o por varias para el mismo destino. Lo cual conduciría a una de esas reglamentaciones milimétricas de usanza en los sistemas de mercadeo público: la limitación de cantidades de productos que era permitido comprar por un solo usuario. Sobre todo, la leche, que, a pesar de su bajo precio y su reconocida calidad, volvería a ser muchas veces inaccesible para la gente, por los problemas de distribución.

El supermercado del IDEMA en Quibdó contribuyó significativamente entre, 1973 y 1977, a popularizar el consumo de leche en los sectores populares de la ciudad. La señora Juanita Moldón (primer plano izquierda) era una de las cajeras del establecimiento. FOTOS: Archivo fotográfico y fílmico del Chocó y archivo El Guarengue.

Los milagros del IDEMA

Asegurar el arroz de la semana, de la quincena o del mes, según el caso, como base segura de la alimentación; era en los años del IDEMA en Quibdó la primera decisión de compra de la canasta familiar popular. Seguía el aceite, vuelto ya costumbre su uso después del incendio, en reemplazo de la antigua y proverbial manteca de cerdo, que había sido progresivamente reemplazada en las tiendas por las mantecas de origen vegetal (Gravetal era la más famosa), producidas por la naciente y multimillonaria industria de ese ramo, que para entonces empezaba a inundar el país de monocultivos de palma aceitera.

El IDEMA proveía con creces la demanda de ambos productos, arroz y aceite. Era para la gente motivo de tranquilidad, incluso de alegría, salir del supermercado, factura a la mano después de haber pagado, con su arroba de arroz y sus varios galones de aceite. No importaba, si así tocaba, salir sin leche, después de la batahola y del maremágnum que se armaban para alcanzar a coger aquel producto tan ansiado.

Únicamente el sábado -día tradicional de mercado en la ciudad- el supermercado del IDEMA en Quibdó tenía a disposición de su multitudinaria clientela todo el surtido posible. Pasaba, sí, a veces, que los camiones que transportaban los productos no podían llegar debido a los derrumbes de la trocha entre el Chocó y Antioquia. Así que todo resultaba en un sábado perdido, que al siguiente se recuperaba. Hacia el mediodía de cada sábado, los estantes vacíos y la soledad del lugar eran muestra de misión cumplida: medio Quibdó se había abastecido de productos claves de la canasta familiar, entre ellos la famosa leche IDEMA.

Pero, lo bueno poco dura, dice el refrán. El servicio del supermercado popular fue reemplazado por un servicio de distribución al por mayor dirigido a las tiendas de barrio de la ciudad, para que fueran estas las que vendieran al detal. Y después, ni lo uno ni lo otro. El IDEMA entró en crisis nacional, terminó quebrado por los clásicos malos manejos estatales y desapareció. El decreto 1675 del 27 de junio de 1997, firmado por el presidente Ernesto Samper Pizano y por Antonio Gómez Merlano como ministro de Agricultura, ordenó la supresión y liquidación del IDEMA. Su modesta y decente edificación en Quibdó fue demolida años después para construir en su lugar un adefesio desangelado de esos que llaman búnker, de la Fiscalía General de la Nación.

Gracias al IDEMA, durante por lo menos tres años, en las casas de Quibdó hubo siempre -a precios justos y adecuados- arroz volado, sopas de lenteja con queso o sin queso, fríjoles sabrosos, arvejas y papa guisadas, azúcar en coladas, tintos, jugos y postres, y garbanzos tan recién cocidos como recién introducidos en la dieta… Y hubo leche. Una leche buena, buena y sabrosa. Mejor que la “Leche Curia” y mejor que la leche de CARE, sus antecesoras en la popularización del consumo de leche en Quibdó durante el siglo XX.

A Juanita Moldón Blandón


[1] Bebida preparada a partir del extracto de los frutos de la palma de milpesos (Oenocarpus bataua), a la manera de la actualmente famosa “leche de almendras”.

3 comentarios:

  1. Nuevamente, y con su certera pluma, el escritor, poeta , periodista, investigador e historiador Uribe Hermocillo, nos recrea con mucho rigor este capítulo de la historia de la seguridad alimentaria en el Chocó llevada a cabo por entidades como Alianza para el progreso, CARE y el Idema. Me llega el recuerdo alegre del vate Juan Bautista Velasco Mosquera quien fungió como director del Instituto de Mercado Agropecuario para el Chocó .
    Siga así maestro que, quien no conoce su historia, está condenado a repetirla.

    Pedro Romero Arriaga

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  2. Norberto Murillo Valencia25 de marzo de 2024, 3:57 p.m.

    Julio, este tipo de historias reales es la que debe conocer la juventud de ahora, desafortunadamente este medio por donde lo publicas no tiene acceso toda la comunidad. Que bueno seria sacar en volantes este tipo de conocimientos. yo tome la leche CURIA y su principal carácter de rechazo de al producto era por los gases que generaba. Muy publicación condiscípulo

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  3. Mi querido Julio Cesar, el articulo me situó en dos momentos: 1, reafirmar el abandono que por siempre han padecido los departamentos del Chocó y Córdoba, dos de los más ricos en recursos naturales y biodiversidad de Colombia. Es vergonzoso que, hasta principios del siglo XX, se pueda identificar solo a dos familias con escasas cabezas de ganado en el Chocó, mientras que Córdoba, definido como uno de departamentos ganaderos, la mayoría de su población haya tenido que beneficiarse de estos programas de beneficencia, para garantizar este importante y necesario alimento, especialmente para la niñez. 2, recordé con agrado mi primera experiencia de trabajo, en el IDEMA, siendo una adolescente. Una prima, trabajaba como empacadora en el supermercado y, en momentos de alta producción y de manda de mercancías, me iba con ella a sellar las bolsas membreteadas, a las que te refieres. Fue una experiencia maravillosa, dada mi condición de campesina, en busca de mejores oportunidades para el estudio y trabajo.
    Afortunadamente, el presente gobierno anunció que vuelve el IDEMA, con otro nombre, pero vuelve. Esperemos que sea con mayor éxito y más duradero.

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